‘Yellow
Towel’ es un cuerpo en un espacio. Ya, eso es como no decir nada.
Un cuerpo es un cuerpo es un cuerpo. Aunque las palabras no nos
puedan ayudar demasiado para entender la propuesta, aquí solo
tenemos palabras. Del mismo modo que allí, en el escenario, solo
teníamos un cuerpo, en movimiento por momentos, que emitía sonidos
en ocasiones. Por supuesto, también había un espacio y
lógicamente, el tiempo.
Esas
coordenadas que son en realidad, las mismas, sirven para dibujar la
propuesta en nuestras mentes, mentes que están deseosas de encontrar
un significado a todo lo que sucede, mentes que por un instante creen
entender algo de lo que se está proponiendo, si es que ese algo no
es más que espacios (espacio-cuerpo, espacio-objeto,
espacio-tiempo). Y para entender, recurrimos a lo que tenemos más a
mano. Lo primero, la sinopsis que se puede encontrar en la
programación del teatro: ‘Yellow Towel’ hace referencia a la la
toalla amarilla que Michel se ponía en la cabeza para parecer rubia
como sus compañeras de clase.
Entonces, ese tiempo y ese espacio y, sobre todo, el cuerpo (también los objetos) comienzan a alinearse para dotar de un sentido a todo lo que sucede. Lo que sucede es una invocación, como todo en el teatro. Es una llamada para que acudan otros cuerpos remotos a habitar el cuerpo presente y otros espacios se formen, no en la fisicidad del escenario, sino en la imaginación de los observadores. Es un juego infantil, sí, ¿pero a caso los adultos somos algo distinto a unos niños envejecidos? Es imposible no entrar en el juego.
Coreografía, interpretación, escenografía y diseño de vestuario: Dana Michel / Iluminación y dirección técnica: Karine Gauthier / Asesoramiento artístico: Ivo Dimchev, Peter James, Mathieu Léger, Antonija Livingstone, Manolis Tipos / Asesoramiento en sonido: David Drury / Producción: Dana Michel / Producción ejecutiva: Parbleux / Distribución: Key-Performance – Anna Skonecka, Koen Vanhove / Coproducción: Festival Transamériques (Montreal), Studio 303 (Montreal) / Residencias de creación: Compagnie Marie Chouinard (Montreal), M.A.I. (Montreal), Le chien perdu (Bruselas), Usine C (Montreal), Circuit-Est Centre Choréographique (Montreal), Studio 303 (Montreal), Agora de la danse (Montreal).
La creación de esta obra ha sido posible gracias al apoyo económico del Consejo de las Artes de Canadá, del Consejo de las Artes y de las Letras de Quebec, del Programa de Acción Cultural del Cirque du Soleil y de M.A.I.
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‘Mata baja’ es una pieza que comienza por el final. Como si se corrigiese a sí misma, la lógica discursiva se plantea para después ser derribada. El rosa plastificado del chándal y la peluca techno punk es lo que podríamos entender por futuro distópico. Sin embargo, esa prospección tan pueril deja paso un lugar lleno de poesía, de política y de una filosofía que resulta radical y disruptiva en su simpleza. ‘Mata baja’ habla del tiempo que vendrá a través de un diálogo madre-hija en el que se exige una vuelta a lo vegetal, un elogio al matorral y a la manera política de estar en el mundo: ser lo bajo es también ser lo imprescindible.
Mucho tiene que ver el trabajo que han hecho Puchades y Verdugo, que firman el texto, en el terreno teórico. Esa es la pata sobre la que se articula, después, el armazón escénico, y en conversación con ellos descubrimos pensadores con tesis sorprendentes. Por ejemplo, ahora sé que los vegetales constituyen el 81 % de la vida en el planeta.
Emanuele Coccia, que trata paisajismo y biología, es autor de ‘La vida de las plantas’, en el que habla de cómo los vegetales encarnan el lazo más estrecho y elemental que la vida puede establecer con el mundo. O Stefano Mancuso, biólogo que habla sobre neurobiología vegetal, defensor de la inteligencia y sensibilidad de las plantas, quien asegura que han sido menospreciadas por el ser humano, que las plantas sienten y piensan.
Sobre todo, la teoría del ‘Third landscape’ del famoso jardinero Gilles Clement. El tercer paisaje sostiene que los espacios habitualmente considerados descuidados son los más importantes: son áreas privilegiadas de receptividad a la diversidad biológica y lugares de invención biológica. Son bordes de carreteras, fábricas o canteras abandonadas, o espacios eludidos. Como dice Verdugo, “nos hizo cambiar la manera de mirar la naturaleza, lo marrón, lo pequeño, lo supuestamente feo. Lo marrón también es valioso y necesario”. Lo que se busca es la polisemia como clase social y como clase vegetal.
“Nosotros no aspiramos a la excelencia ni participamos de la sobreproducción cultural”, mantiene Puchades. “Nosotros nos preguntamos sobre la manera de resistir a los mecanismos extractivos y destructivos del mercado, sobre la manera en que la forma de vida de la naturaleza tiene que volver urgentemente a nuestras vidas”.
Esta pieza completa una trilogía que comenzó en 2017, que se titula ‘El otro paraíso’ y que han sido todas estrenadas en la Sala Carme Teatre. Está planteada en términos de pasado, presente y futuro. Verdugo hace una breve reflexión sobre lo que han supuesto los últimos siete años en los que ha desarrollado su tríada: “Lo que ha evolucionado en la trilogía es que he empezado a deshacerme y vaciar de elementos, aunque siga habiendo muchos. Va quedando lo esencial. También asumir que soy una bailarina de 44 años y llegar a un punto que siga siendo interesante, es en lo que estoy”.
La mezcla de disciplinas: danza, texto, audiovisual, sonido, construcción de espacio. El trabajo, de nuevo, de Carlos Molina, un nombre fundamental para entender parte de la danza y el teatro contemporáneo de esta ciudad, es capaz de transportarte a un lugar y en un tiempo determinado. También Rocío Pérez (acompañamiento coreográfico), y Joan Martínez “MEI” (diseño sonoro). El equipo se completa esta vez con Sebastián López (audiovisuales), Áurea Morán (vestuario), los músicos Avelino Saavedra, Quiteria Muñoz y Pierre Bastien, y el diseñador gráfico Daniel Requeni.
Al respecto, Verdugo nos cuenta que “se ha ido constituyendo un equipo del que ya no puedo prescindir. Juntos hemos aprendido que asumir la diferencia nos hace únicos, y hemos creado un lenguaje propio que reclama continuidad”.
La voz en off en la obra nos va guiando a través de una continuación de imágenes entrelazadas en las que el cuerpo de Verdugo se va transformando a través de cambios de vestuario. De ese ser rosa flúor del principio transitaremos hacia una especie de monstruo vegetal, lento, contemplativo. Esta manera de observar está explícitamente vinculada a varios cineastas: Agnes Varda elevada a los altares como santa y ‘Las espigadoras’ como leitmotiv. “Andrei Tarkovski y Godard, el tempo lento, detenerse a observar, no ir tan rápido, la contemplación, permitirnos mirar, escuchar, entender y hacer, vamos todos tan rápido que eso no nos deja pensar. Lo revolucionario de estarse quieto y darnos tiempo para pensar”.
‘Mata baja. Debajo del sudor hay personas’ es una pieza en la que se pueden disfrutar de momentos poéticos, de momentos reflexivos, de humor y de la mera contemplación de lo bello que ahí sucede. Como su última residencia de creación, se podrá ver en la Sala Carme Teatre hasta el 10 de marzo.
LA SIAMESA (València) Dirección y Coreografía ÁNGELA VERDUGO Producción ANA HENAR LORENZO Coescritura ÁNGELA VERDUGO . XAVIER PUCHADES Intérpretes ÁNGELA VERDUGO . CARLOS MOLINA . SEBASTIÁN LÓPEZ . JOAN MARTÍNEZ Dramaturgia XAVIER PUCHADES Acompañamiento coreográfico ROCÍO PÉREZ Iluminación/escenografía Lumierescene_Tinglaos visuales / Carlos Molina Música Joan Martínez . Avelino Saavedra . Quiteria Muñoz . Pierre Bastien Espacio sonoro/escenografía MEI Audiovisual/escenografía Space Circles / Sebastián López Vestuario Áurea Morán . Diseño Daniel Requeni Fotografía Sergio Serrano . Video Sergio Serrano / Marcos Sproston Comunicación Vanessa Martínez Montesinos Coordinación en proyecto mediación asociado Maribel Bayona . Jessica Martínez Distribución L’Estiba Cultural / Lola Domingo
Publicado enSin categoría|Comentarios desactivados en ‘Mata Baja’, de Cía La Siamesa, o cómo lo pequeño, lo marrón, lo feo (y lo obrero) se abre paso en una sociedad jerarquizada
Realizada el 28 de abril en el teatro El musical de Valencia
Skené by Nuro Visuales es un proyecto que comenzó a finales de 2019 para crear un espacio en el que las compañías y los artistas de artes escénicas pudiesen encontrarse, dar a conocer su trabajo y crear un marco de difusión y discusión. Hoy, 4 años después, ya cuenta con más de un centenar de participantes y se ha convetido en un referente del teatro y la danza contemporáneos, recibiendo varios reconocimientos como el reciente del CCCC y del Consorci de Museu de la Comunitat Valenciana.
Gracias a Luis XIV tenemos este arte civilizado: plies, tendus, jetés… Un momento, ¿Esto es una comedia, una parodia o esta gente baila de verdad? Bueno, como dice su amigo, “bailar es mover el culo”. Mientras hacen ejercicios en la barra, suena una música de un piano clasicote que resulta ser Katy Perry y luego Beyoncé. El público se ríe al reconocer las canciones. También se ríen cuando para descontraer la pelvis, el movimiento acaba siendo un perreo en toda regla. Se ríen bastante, en general. Yo tengo sentimientos encontrados, no sé si me tiene que hacer gracia. Busco en mis recuerdos qué es para mí el ballet. En primer lugar, es parte de una dicotomía: o ballet o judo. Son las dos caras de una moneda: en una hay un tutú, en la otra hay un kimono. Es decir, binarismo.
La mía fue la primera clase del colegio en la que había niñas. Hasta entonces, ellas solo podían ir al colegio de las monjas de enfrente, donde estudiaba mi hermana. Tengo en casa una foto suya con el tutú y el maillot. En mi colegio había judo y deportes de pelota. Pero vamos, me apunté a judo. Tengo algunos recuerdos vagos, sobre todo del primer día. Bajamos a un lugar húmedo junto al salón de actos en el que habían puesto unas colchonetas verdes. Huele mucho a pies. Hay que ponerse el kimono blanco y atarse el cinturón correctamente. Las solapas estan bien reforzadas para que te puedan agarrar por ahí y con una zancadilla, tirarte al suelo: tachi waza. El entrenamiento consiste en esto, pero yo me pongo tieso como un palo para evitar que me tiren. El profesor me dice que me tengo que dejar, pero no lo entiendo, y tampoco me apetece. Esa sensación violenta de caer sobre la colchoneta fría, el aturdimiento del impacto. No termino de pillarle el gusto. Tampoco mi hermana a lo suyo. Mi madre la apuntó porque otra madre le había dicho que con el ballet se les pone un cuerpo precioso a las niñas. En cambio, el judo me sirve a mí para hacerme fuerte y poder defenderme el día de mañana. Tutús versus kimonos.
Por aquella época, ningún padre podía imaginar que el ballet fuese un instrumento de colonización del cuerpo, un sistema represor que impone unos estereotipos de género, raza y clase social y que se sirve del dolor (físico y mental) para conseguir sus fines. El ballet clásico se ha desarrollado a lo largo de la historia en un contexto de desigualdad y exclusión social, y su evolución ha estado determinada por factores como la dominación masculina, la supremacía blanca y la marginación de las minorías étnicas y socioeconómicas. Todo esto edulcorado con tules y sedas rosas.
Creo que no aguanté ni un curso de judo, ni mi hermana de ballet. Desde luego, eran otros tiempos. Me gustaría saber qué hubiese pasado si nos hubiésemos intercambiado, si a esos niños que éramos mi hermana y yo nadie les hubiera indicado qué actividad era apta para cada cual y simplemente nos hubieran depositado en la clase del otro. Quizás todo hubiese sido distinto. No sé qué artículo hubiera escrito entonces.
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Salvar las llamas o salvar las palabras, o si no, pegarle fuego a todo y reflexionar cenizas. Por asociación, Cocteau dice que la única técnica que conviene dominar es la que uno inventa. Y aquí hay técnica. Uno de los personajes pregunta si alguien ha leído a Thoreau. Os ahorro la búsqueda en wikipedia: era un escritor que se fue a vivir 2 años, 2 meses y 2 días al bosque, en una parcela propiedad de Emerson, se construyó una cabaña para intentar vivir de un modo acorde a la naturaleza (en realidad, para escribir un libro). También es cierto que unos meses antes, había incendiado por descuido unos 300 acres de árboles en Concord, Massachusetts. Sus escritos se convirtieron en clásicos de la literatura estadounidense y posterior inspiración de Tolstoi y Gandhi. Y la autora Anja Hilling no solo hace que uno de sus personajes lo nombre, sino que además incluye una cita suya en el texto: «sea vida o sea muerte, lo único por lo que nos consumimos es la verdad». Pero de lo que yo venía a hablar era de las llamas, o de las palabras.
Cuatro hombres, dos mujeres y un bebé van de excursión a un bosque. Aunque lo parezca, no es un chiste. Luego, entre ellos, bueno, es un lío. Tienen un pasado, eso está claro. Quiero decir que han tenido relación unos con otros y nos lo van a explicar, con bastante detalle porque todavía hay dos horas que llenar con palabras (las llamas no llegan hasta la mitad de la obra). Sin embargo, desde el principio, hay un tufillo a chamuscado. Ahora, la temporada de incendios empieza en marzo y «el arte es una almohada sobre la que dormir en verano», por volver a Cocteau. Aquí el incendio, pues sí, es una cosa central, convierte a la obra en Teatro de la Catástrofe, tenemos una caja para meter cada tipo de teatro y digo fuego y veo llamas, proyectadas decorativamente en el fondo. Esa es la segunda parte, la que más le mola a los que entienden de esto, porque pueden usar palabras como fragmentación o multiplicidad de puntos de vista y espacios. Las brasas que van quedando al final se van apagando lentamente en una “coda anticlimática” que se me hace interminable. Entonces tengo que mirar el reloj. En un acto torpe se me cae el móvil al suelo como si fuera un adoquín. Todo el teatro parece girarse hacia mí. Deseo irme corriendo para recoger a mi hija, no me puedo quitar de la cabeza la parte en la que el bebé acaba carbonizado dentro de la furgoneta con la ropita que se le ha quedado pegada a la piel. Ya no sé de qué están hablando, solo siento la urgencia de salir. Pienso que no podré despedirme de todos los conocidos de la profesión que han venido para ver y ser vistos. De pronto, algo me saca de mis pensamientos. A fuera, en la plaça del Rosari, suenan las campanas de la iglesia y se superponen a los diálogos microfonados de los actores. Mañana es Domingo de Ramos y una vez más, como en esa secuencia del Séptimo Sello, la religión se roba el show. Las campanas sofocan involuntariamente las llamas y de paso, enmudecen las palabras.
Animal Negre Tristeza en el TEM de Valencia (01/04/23) El espectáculo se estrenó la temporada 21-22 dentro del ciclo Planeta Persona. Los límites de la crisis climática.
FITXA Autoria: Anja Hilling Traducció: Maria Bosom Direcció: Julio Manrique Elenc: Guillem Balart, Màrcia Cisteró, Mia Esteve, Norbert Martínez, Jordi Oriol, Mima Riera, David Vert i Ernest Villegas Escenografia: Alejandro Andújar I.lluminació: Jaume Ventura Vestuari: Maria Armengol Caracterització: Núria Llunell So: Damien Bazin Video: Francesc Isern Disseny de moviment, coreografia i ajudant de direcció: Ferran Carvajal Fotografia espectacle: David Ruano Agraïments: Maurici Martínez Elias Una producción de la Sala Beckett y el Teatro Español
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Un día con 16 años fui a la biblioteca municipal de Valencia. No sabía qué leer, así que comenzando por el pasillo de la Z, pasé la mano por los lomos, dejando que fuera el libro quien me eligiera a mí. Al llegar a la U, me detuve en uno que por alguna razón, me llamó la atención. La signatura correspondía a Umberto Eco. Leí la primera página: «Estoy en el cuarto de mi madre. Ahora soy yo quien vive aquí. No recuerdo cómo llegué. En una ambulancia, en todo caso en un vehículo. Me ayudaron. Yo solo no habría llegado nunca.» Esas frases bastaron. Lo cogí y me puse en la cola de Préstamo. Lo volví a abrir: en realidad el libro no era de Umberto Eco sino que era Molloy de un tal Samuel Beckett. Fui al mostrador, dije que me lo quería llevar y que estaba mal etiquetado. Me dirigí a la puerta, aturdido. Me hubiera sentado allí mismo a leerlo hasta el final pero había quedado con un amigo. Salí de la biblioteca leyendo. Creo que era la primera vez que leía mientras caminaba y ahora no recuerdo haberlo vuelto a hacer. Nunca he dejado que el semáforo se pusiera en verde y en rojo de nuevo, varias veces. No quería abandonar aquel torrente de barro pegajoso en el que me deslizaba. Al llegar a acasa de mi amigo, esperando en el portal, desee que se demorara todo lo que fuera posible para continuar con ese placer que me proporcionaba el autor desconocido. Yo llevaba un tiempo escribiendo y de pronto me di cuenta de que algo nos unía de una manera fuerte y secreta. Con el tiempo y sobre todo, en el ámbito teatral, su nombre se hizo común y generalizado en las conversaciones pero para mí siempre será aquel pequeño error, aquella casualidad, el momento sincrónico que seguramente lo cambió todo para mí.
El segundo encuentro fue cuando estaba estudiando en la universidad. Me habían regalado un taco de invitaciones para la Filmoteca y tomé como hábito ir sin saber qué película vería, dejándome sorprender y reduciendo así los márgenes del prejuicio. Estos ejercicios de azar no siempre salían bien pero aquella noche, volvió a suceder algo parecido a lo de la biblioteca. Presentaban un ciclo. Allí había dos ancianos rusos con el traductor y el director de la Filmoteca. Por las palabras de éste, parecía que era un verdadero honor tener a la pareja que había venido a propósito desde Moscú. Miré alrededor y había unas diez personas en el público. Pensé que el director al que le dedicaban el ciclo no debía ser tan importante cuando no había venido nadie. La señora, sin embargo, estaba muy agradecida y casi emocionada. Eran la hermana de Tarkovski y su marido, que había trabajado en alguna de sus películas. Tras la presentación, se apagaron las luces y pude leer un rótulo que se me quedaría tatuado en las retinas: Zerkalo.
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