Texto para mi amigo David Mallols, de Pablo Gisbert

Recuerdo que empecé a leer el libro que te ha inspirado esta pieza escénica titulada Laniakea por un desinterés con lo terrenal, por no decir lo humano o lo personal que son palabras que me dan repelús. No tengo ni idea ni de física cuántica, ni idea de agujeros negros, ni de partículas subatómicas y después de leer el libro sigo sin saber nada, quitando los pocos datos efectistas que se pueden llegar a verbalizar en una charla oportuna, como la cantidad de millones de planetas vivibles que existen, datos llamativos no more.

En un librería de Barcelona, todavía vivía en Barcelona, leí la contraportada del libro El universo en tu mano, y un impulso raro me hizo comprarlo y no comprar Vernon Subutex de Virginie Despentes, que es lo que había ido a buscar en un primer momento. Era el año 2016. En el año 2016 me lancé al Sistema Solar. Hasta el momento nunca me había interesado por cosas como el parpadeo de las estrellas: como a tantísima gente le pasa, no sé por qué, siempre me han seducido mucho más las luces “neónicas” de la ciudad que la luz parpadeante de las estrellas. Qué simple, a veces. Pero durante las tres semanas de lectura del libro, -que nunca realmente acabé, sólo he terminado un libro de los últimos muchos que he intentado leerme, como también esto mismo le pasa a tantísima gente,- durante las tres semanas de lectura del libro estuve más pendiente de la posibilidad de colapso entre galaxias que de otras cosas más efímeras, más caducas. Tuve durante tres semanas una especie de infidelidad con mi realidad subjetiva construida más inmediata. Empecé a no interesarme por mí mismo y mi cotidianidad. Me pasa poco.

Aunque es verdad que no terminé el libro, y aunque durante tres semanas busqué saber sobre soles, partículas primitivas y universos en expansión, después de todo, cuando volví a encontrarme con un libro de Virginie Despentes, pensé yo estoy hecho de esta mierda. Y me pregunto de dónde sale el ánimo, de dónde la fuerza, la potencia, para querer saber más de la historia de una persona que saber de galaxias titánicas en expansión infinita. A lo mejor no es que sea más interesante los ojos de una persona que un universo entero, tal vez sea más fácil su comprensión, o su intento de compresión; y así, un cerebro cualquiera que se sabe finito, un cerebro como el mío que cada día es más consciente, decida, cómo no, ir a lo fácil y así rentabilizar su existencia. Y esa ley universal, que es también ley universal de la economía: “hazlo barato, vende más y abárcalo todo”, también es aplicable a las leyes de la humanidad entera: “piénsalo simple, entiende más y abárcalo todo.” No sé si estoy diciendo una gilipollez, puede ser. Pero me pregunto por qué provoca más fascinación un pezón que una galaxia entera. A lo mejor todo es tan sencillo como que lo animal y su extraña voluntad de vida canalizada en el sexo, nos obligan a encorvarnos y mirarnos los genitales antes que mirar el cielo. Por eso digo que durante tres semanas, hice algo que nunca había hecho en profundad: dedicarle tiempo al cielo y no a la tierra.

Qué pena que desde pequeño nunca me haya interesado la ciencia de verdad; en clase prefería mirar qué zapatillas tenían mis compañeros. Marcas que ahora vuelven. Soy consciente de que tuve una mierda de profesores en ciencias que no supieron crear un buen contexto. Suele pasar: no es que tú no creas en el amor, es que te has topado con tal cantidad de gilipollas, que ya no sabes diferenciar entre amor y calvario. La parte por el todo. Hoy, mi hija, caminando ella y yo hacia el colegio, me ha dicho: mira las zapatillas de esa niña, las quiero. Y mientras yo le daba largas, pensaba “qué fuerza será la que le obceca por unas zapatillas con lucecitas, y le aleja de observar el mar Mediterráneo que tenemos ahora mismo delante.” A mí, con 30 años más, me pasa exactamente lo mismo.

Pablo Gisbert, Cia Conde de Torrefiel.

LANIAKEA
De jueves 30 de enero a domingo 2 de febrero.
Antic teatre, Barcelona

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