Textos Brut. Coreopolicía y coreopolítica o la tarea del bailarín. André Lepecki

 

Compartimos parte del texto de Lepecki que hemos leído durante estos días y que ha desencadenado una de las prácticas colectivas de Brut Nature.

Coreopolicía y coreopolítica o la tarea del bailarín

André Lepecki

 

Por lo menos no todavía

En un fragmento publicado póstumamente, escrito en agosto de 1950 como un borrador preliminar para el que hubiera sido el primer capítulo de su inconclusa Introducción a la política, Hannah Arendt hace la siguiente observación: “[…] hemos llegado a una situación en la cual no sabemos —por lo menos no todavía— cómo movernos políticamente”. Sabemos que para Arendt la noción de una política verdadera (o rescatada) siempre ha estado unida, profundamente, incluso ontológicamente, a la noción de libertad. Como lo plantea en varios de sus ensayos, “Der Sinn von Politik ist Freiheit” —que en español se traduciría como “El sentido de la política es la libertad”. Sin embargo, “Sinn” (sentido) no es exactamente lo mismo que “Bedeutung” (significado). De hecho, “sentido”, según su uso en el inglés antiguo contiene un significado doble que transmite con más precisión las dinámicas fundamentales del pensamiento de Arendt, puesto que “sentido” se refiere simultáneamente a la significación y a la dirección. De esta manera, la política en Arendt puede ser redefinida como una orientación general hacia la libertad. En consecuencia, la frase de Arendt puede ser reformulada como: el sentido de la política, que también es su fin o dirección, es la libertad. Con esto en mente, el diagnóstico de Arendt de que “no sabemos —por lo menos no todavía— cómo movernos políticamente” puede también ser reescrito, sin perder precisión alguna, como: “no sabemos —por lo menos no todavía— cómo movernos libremente”. Y es así como la frase de Arendt se convierte en el diagnóstico de una doble pérdida, cinética y semántica, que surge del mismo evento: la pérdida del saber cómo moverse políticamente resulta, a la vez que produce, en la pérdida de la capacidad de encontrar sentido, significado y orientación (rumbo) en el moverse libremente.

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el fragmento de Arendt se mantiene, resuena, perturba, conmueve. Desde el más allá expresa y atrae un reto y una provocación que son tanto políticos como cinéticos —en una palabra, coreopolíticos—, un reto que debemos atender. De ese esperanzador “no todavía” en la frase de Arendt se puede extraer un poder performativo. El “no todavía” abre la posibilidad de que podría ser de otra manera, afirma que algún día podríamos saber cómo movernos políticamente. Leída de esta forma, la frase de Arendt se vuelve un reto: “Si todavía no sabemos cómo movernos políticamente, entonces más nos vale averiguar cómo hacerlo”. Y cuanto antes mejor. Un par de líneas después en el mismo fragmento, Arendt nos dice por qué es urgente que aprendamos cómo movernos políticamente. La razón es que lo que está en juego no es solamente aprender cómo coreografiar o realizar una protesta, o cómo organizar procesos y procedimientos legislativos. Por supuesto, lo anterior no debe ser descuidado en el negocio de la política, pero Arendt se preocupa de otra cosa —de un tipo de movimiento más fundamental y mucho más precario. Para ella, lo que está en juego es nada menos que ese más extremo peligro: si no aprendemos cómo movernos políticamente, “el riesgo es que lo político desaparezca por completo el mundo”. Ahora podemos entender que el adjetival “político” en riesgo de desaparecer no es otro que el de libertad. Tenemos que recordar que, para Arendt, ni la libertad ni lo político son algo dado; no son algo dado al humano antropólogica, histórica o genéticamente. En otras palabras, este “político”, esta entidad o cosa que Arendt llama libertad, no está inscrito en lo que define, basa o fundamenta a la humanidad. El adjetival “político” definido como el movimiento de la libertad es un compromiso difícil, en constante evolución. Está menos basado en un sujeto que en un movimiento (bewegung), definido por la acción intersubjetiva, que además debe ser aprendida, ensayada, alimentada y sobre todo experimentada y practicada. Una vez más y una vez más, y en cada repetición, mediante cada repetición, renovada. ¿Cuál es la práctica que necesita ser practicada para asegurar que lo político no desaparezca del mundo? Precisamente esa cosa que llamamos libertad. La desaparición de la cosa política del mundo es la desaparición de la experiencia y práctica del movimiento como libertad.

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Nada es dejado a solas por mucho tiempo

En un “sistema basado en el control, nada es dejado a solas por mucho tiempo” (1995:174, 175). Deleuze, […]

Esta condición, en donde nadie es dejado a solas por mucho tiempo, revela cómo la aparente “libertad de movimiento” está bajo estricto control gracias a una vigilancia constante. Sin embargo, también es importante entender cómo el control no solamente rastrea, sino—y este es el punto de Deleuze— precondiciona la libertad desde dentro al proporcionar sutilmente caminos para la circulación que son introyectados como los únicos imaginables, los únicos considerados apropiados.

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el concepto y la práctica de la coreografía implementa, necesita, produce y reproduce lo que William Forsythe ha denominado el “arte del mando”. Esa interpretación de la coreografía obviamente implica que, como en cualquier sistema de mando, la coreografía también implementa, necesita, produce y reproduce sistemas de obediencia enteros. Ahora es importante recordar que para Arendt, el mandar y el obedecer son esencialmente relaciones no políticas o antipolíticas. Como escribe en uno de los fragmentos que comprenden la Introducción a la política: “El hablar en forma de mando y el escuchar en forma de obediencia” no pueden ser “considerados un habla y una escucha real”. Uno puede emitir órdenes; uno puede escuchar y obedecer esas órdenes. Pero ese intercambio no puede ser considerado ni la función política del discurso ni la función política de la escucha. El habla política y la escucha política deben mantenerse siempre como un movimiento abierto, no de órdenes y su implementación (como en las políticas), sino un movimiento de lo político mismo —que atraviese a la multitud, convergiendo divergencias, destinado a la libertad.

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Coreopolicía

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“La policía no es la ley que interpela al individuo (el “¡hey! usted, allá” de Althusser) […] Es el llamado a la evidencia de que lo que hay, o más bien, de lo que no hay: “¡Circulen! No hay nada que mirar”. La policía dice que no hay nada que mirar en una calzada, nada que hacer salvo circular. Dice que el espacio de la circulación sólo es el espacio de circulación.” La policía, entonces, no necesita estar encarnada en el policía. Como concepto político-teorético, la policía es aquello que está pre-dado en la organización circulatoria de la polis como aquello que predetermina caminos, establece rutas para la circulación y adapta a ambas a un único modo de ser. En este sentido, no recluta. En vez, coreografía. Y al hacer esto la policía garantiza que mientras todos se muevan y circulen de acuerdo con una conformidad general del ser-encirculación, este movimiento producirá nada más que un simple espectáculo de su propia movilidad consensual. En este sentido, la noción de Rancière de la policía ya es una noción de coreopolicía: su principal interés es el movimiento pero su fin es promover un movimiento que, mientras se mueve, se aleja de la libertad. El propósito del coreopoliciamiento, entonces, es des-mobilizar la acción política por medio de la implementación de un tipo de movimiento que previene cualquier formación y expresión de lo político. El movimiento coreopoliciado puede ser entonces definido como cualquier movimiento incapaz de romper la interminable reproducción de una circulación de subjetividad consensual impuesta en donde ser es encajar en un patrón precoreografiado de circulación, corporealidad y pertenencia. Como Rancière explica: La esencia de la policía es ser un reparto de lo sensible caracterizado por la ausencia de vacío y de suplemento: la sociedad consiste en grupos dedicados a modos de hacer específicos, en lugares donde esas ocupaciones se ejercen, en modos de ser correspondientes a esas ocupaciones y a esos lugares. En esta adecuación de funciones, de lugares y de maneras de ser, no hay lugar para ningún vacío.

Porque la posibilidad de imaginar un movimiento hacia la libertad está obstaculizada desde el principio por una especie de empobrecimiento de la imaginación coreográfica; los movimientos sólo pueden ocurrir en los espacios preasignados “propios” para la circulación. La coreografía es introjectada como un baile policiado de consenso cotidiano.

[…] la coreopolítica requiere una redistribución y reinvención de cuerpos, afectos y sentidos mediantes los cuales uno puede aprender cómo moverse políticamente, cómo inventar, activar, buscar o experimentar con un movimiento cuyo único sentido (significado y dirección) es el ejercicio experimental de la libertad.

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El texto completo se publicó en Nexos, el 6 de julio de 2016.

 

 

 

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