Tú no sabes, no puedes saber, no te puedes ni imaginar cuanto sufrí. Tengo el derecho a protegerme y el deber de evitarme nuevos sufrimientos. Como sufrí me quiero defender, aunque eso implique causar daño. Porque a mí me importa mi dolor, más que ningún otro, es lo natural. Para mí, mi experiencia es la que vale y voy a usar mi poder para legitimar mi versión. Las razones del otro que me dañó no me incumben, ni sus deseos, ni sus aspiraciones. En el fondo no me importan, no valen, no cuentan, no existen. Si es a costa de mi dolor, ese otro no debe ser reconocido, ni mirado, ni escuchado. Solo yo, yo, yo, yo, yo, yo, yo y yo. Nada importa más que mi dolor y… mi venganza.
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Hace varios años hice una performance sobre las víctimas en el mundo del arte a las que llamé las “víctimas profesionales” (https://somosreclamos.com/la-victima-profesional/).
Siempre me interesó la figura de la víctima. Pero a la luz de lo que estamos viviendo hoy me parece ineludible volver a pensar la categoría y preguntarnos cómo está operando en nuestras sociedades, la forma en que lo que llamaré, la “narrativa victimista” ha posibilitado un giro terrible: que las víctimas se conviertan en victimarios.
Simplificando un poco, podemos decir que el estado de Israel es el producto concreto de una de las mayores aberraciones que ha cometido la humanidad: el holocausto. El exterminio perpetrado por los nazis en contra de 6 millones de judíos (a los que hay que sumar a los gitanos, eslavos, comunistas, homosexuales, discapacitados etc.) es el paradigma de la maldad en nuestras sociedades y bajo ninguna circunstancia debe ser minimizado. Nadie debe tampoco matizar la desproporcionada violencia con la que Israel ha destruido Gaza y asesinado sistemáticamente a civiles, ni la infinita e ilegal crueldad de tener a un pueblo pasando hambre y sed, sin darle acceso a la ayuda humanitaria necesaria. Nadie debe soslayar que ese Estado ha ignorado a los organismos internacionales que han calificado de genocidio lo que ocurre en Gaza y a Netanyahu como criminal de guerra. Israel ha hecho lo que ha querido, apoyado por Estados Unidos y varios países europeos. Tolerado por los países árabes y por casi todos los demás.
Israel es el más claro ejemplo de cómo un sufrimiento real cristalizó en una identidad, y esa identidad configuró una “narrativa victimista” que pretende blindar a ese Estado contra cualquier crítica posible y justificar las acciones más viles. Una retórica que se atribuye un status de excepción y se da permiso para hacer en el presente y en el futuro cualquier cosa. Como si el sufrimiento del pasado fuera una exención de responsabilidad para el porvenir.
Por eso cuando veo a Israel hablar en la ONU y acusar al régimen iraní de tener “manchadas las manos de sangre”… me quedo sin palabras… porque efectivamente el regimen iraní tiene las manos sucias (basta que pensemos en las protestas de 2022), pero la acusación la hace el representante de un Estado que ha matado a 17 000 niños. 17 000 niños. 17 000 niños. 17 000 niños en menos de dos años. Además de 1500 médicxs, 200 periodistas, 350 trabajadorxs humanitarios, etc. Pero los perpetradores de estos crímenes no lo ven y eso hace la retórica victimista: ciega a quien la esgrime.
“Nadie nos permitirá causar que dos millones de civiles mueran de hambre, aunque podría estar justificado y ser moral hasta que regresen nuestros rehenes”
Bezalel Smotrich, Ministro de Finanzas de Israel. Agosto 2024
“Cualquiera mayor de cuatro años es un simpatizante de Hamas… solo los menores de cuatro pueden considerarse niños”
Rami Igra, ex funcionario del Mossad. Febrero 2024
“No podemos permitir que mujeres y niños se acerquen a la frontera… cualquiera que se acerque debe recibir un balazo en la cabeza”
Itamar Ben‑Gvir, Ministro de Seguridad Nacional de Israel. Febrero 2024
La “narrativa victimista” justifica cualquier acción, por la violencia sufrida en el pasado (sea el holocausto o los rehenes) y nos ha llevado al extremo absurdo en el que nos encontramos: un genocidio donde el perpetrador se asume víctima.
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En esta segunda parte voy a comparar peras con manzanas, voy a cambiar de escala y a intentar desarrollar cómo la “narrativa victimsta” opera cada vez más ampliamente en la sociedad (en individuos, instituciones, colectivos, etc) y ha contribuido a crear un clima en el que a partir del agravio padecido (real o imaginario) se justifica la violencia. Esta violencia se expresa normalmente en la pulsión de eliminar (real o metafóricamente) a quien me hizo sufrir. Desaparecer, borrar, expulsar a quien o quienes causaron el daño.
No todas las personas que han sufrido agravio se inscriben en la “narrativa víctimista” (De hecho casi siempre las víctimas directas quieren dejar de serlo, buscan reparación y no necesariamente venganza, las madres buscadoras son el ejemplo más cercano que tenemos de eso). Ser víctima de una violencia no vuelve a alguien automáticamente participe de esa retórica, ésta aparece cuando el hecho de haber sufrido una violencia pasa de ser un estado contingente a una identidad y se vale del sufrimiento pasado como justificación para ejercer violencia.
Sucede en las izquierdas y las derechas, en gobiernos y en particulares, en público y en privado. Es un aire de nuestro tiempo que consagra el lugar de la víctima como el espacio de enunciación legítimo por antonomasia y cuando este lugar se construye desde la “narrativa victimista”, no solo tiene un peso importante sino que además blinda contra la rendición de cuentas.
Entonces erigirse como víctima se vuelve algo deseable y ya sabemos que todo lo que se desea se falsifica. Y como no hay ninguna instancia que diferencie entre víctimas reales y víctimas falsas, ni los diferentes grises que esta escala tiene…. pues proliferan: víctimas países, víctimas presidentes, víctimas históricas, víctimas despechadas, víctimas deportivas, víctimas pobres, víctimas ricas, víctimas de infancia, víctimas de las circunstancias, víctimas del poder, víctimas artísticas, víctimas golpeadoras, víctimas de la moda, víctimas de las víctimas… y así.
Milei se dice víctima de “la casta” y habla así de quienes no piensan como el:
A los zurdos no les podés dar ni un milímetro, porque si les das un milímetro te pasan por encima. No hay que dejarlos crecer. Hay que aplastarlos.
Donald Trump asume que el sistema oprime a los americanos blancos y arremete contra los inmigrantes:
¿Por qué tenemos a toda esta gente de países de mierda viniendo aquí? (…) Vamos a sacar a todos esos criminales ilegales, uno por uno, rápido.
Mujeres que se saben víctimas de los hombres:
Cada vez que algo me sale mal, recuerdo que un hombre tuvo que ver. Literalmente todo lo malo que me ha pasado viene de ahí. #menaretrash.
Hombres que se sienten víctimas de las mujeres:
Si tú no tienes dinero, estatus o músculos, no existes para ellas. La mejor decisión que un hombre puede tomar es alejarse de las mujeres. #MGTOW (Men Going Their Own Way)
Mujeres cis se asumen víctimas de las mujeres trans:
Los hombres con vestido nunca serán mujeres. Nos costó décadas tener espacios solo para mujeres. Ahora cualquiera que ‘se identifique’ como tal puede entrar. Nos están borrando.
Los votantes de izquierda se sienten ultrajados por los de derecha:
En este momento estoy deseando un cáncer lento y doloroso al 55% de mis compatriotas que votaron con la cabeza llena de odio.
Y así podríamos seguir con todas las oposiciones que se nos ocurran. Un ciclo en el que alguien se siente agraviado y su respuesta implica (de manera real o metafórica) la “aniquilación” de quien “ultrajó”. La lógica de las redes sociales llevada a todas las esferas de la vida: si alguien me incomoda lo bloqueo, lo reporto, lo borro, lo desaparezco.
No se trata de obviar las violencias ni de no denunciarlas, ni de callar frente a las opresiones sistémicas que han sucedido y siguen operando en la sociedad, simplemente hay que evitar la espiral discursiva a la que la “narrativa victimista” nos orilla, porque una vez que asumo esa retórica lo siguiente es construir categorías fijas. Convertimos a nuestros adversarios en enemigos, en figuras que pueden ser definidas con una palabra: zurdo, racista, puta, homófobo, populista, acosador, liberal, fascista, feminazi, corrupto, incel, violento. Una palabra que basta para definir a alguien y volverlo indeseable. Para colocarlo en una cesta, para zanjar la discusión.
La retórica victimista se niega a mostrar contradicciones, ambigüedades o complejidades. Frente a ella todxs sabemos que tenemos que sentir y que tenemos que pensar. No hay espacio para el matiz. Parte de asumir que cualquier conflicto conlleva un abuso. Pero la verdad es que esto no es así. Tener un problema con alguien no nos convierte automáticamente en víctimas. Pero casi todas las disputas de hoy derivan en la creación de una víctima y un victimario: desde un presidente al que critican los medios, el termino de un contrato laboral, una pareja que pone fin a su relación o una maestra que reprende a un alumno.
La “narrativa victimista” no es nueva, no es que antes viviéramos un tiempo en el que los conflictos se gestionaban de manera adecuada, simplemente como (casi) todo se ha ido exacerbando con el tiempo y con el internet.
Pero, es importante aclarar que, esta retórica no la inventaron las víctimas, sino que la construimos todxs quienes estamos alrededor. Nuestra indulgencia con quienes han sufrido, nuestra necesidad de compensarles, nuestras buenas intenciones, hacen que las víctimas capitalicen la culpa y la conviertan en status. Nuestra incapacidad de acompañar el dolor que alguien ha sufrido sin colocarle en un lugar de excepción. Nuestra torpeza social, el paternalismo disfrazado de empatía, es lo que no nos permite contener el sufrimiento ajeno. Tenemos que aprender a lidiar con el dolor de lxs demás. Acompañarlo, amortiguarlo. No mirarlo con lástima sino con respeto. Porque la lástima nos quita agencia, nos genera culpa, nos ata de manos y nos imposibilita exigir responsabilidad de sus actos a quien ha sufrido tanto como a quien no.
Si queremos seguir viviendo juntxs, tenemos que atajar la “narrativa victimista”, porque es un callejón sin salida. Es injusta por naturaleza. El mundo al que nos lleva es uno invivible: dividido, ensimismado y lleno de rencor. Es violencia disfrazada de auto cuidado. Porque en el fondo, la enorme polarización que se vive en nuestras sociedades solo refleja el pequeño Israel que llevamos dentro.
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Nosotros no sabemos, no podemos saber, no podemos ni imaginar cuánto sufrió. Creemos que tiene el derecho y el deber de evitarse nuevos sufrimientos. Como sufrió, puede defenderse, aunque eso implique causar daño. Porque lo que le importa es su dolor, más que ningún otro. Se cuida. Para él, su experiencia es la que vale y va a usar su poder para legitimar su versión. Las razones del otro no le incumben, ni sus deseos, ni sus aspiraciones. En el fondo no le importan, no valen, no cuentan, no existen. Si es a costa de su dolor, ese otro no debe ser reconocido, ni mirado, ni escuchado. Solo él, él, él, él, él, él, él y él. Nada importa más que su dolor… y su venganza.
Lázaro G. Rodríguez
Este texto se terminó de escribir el 9 de julio, en rebote con Matías Rodríguez, Marina Azahua, Luisa Pardo y María Minera.
