(S8)

Esta edición del festival (S8) se ha dedicado a lo que han llamado “los nuevos impresionistas” con un afán de dar protagonismo a la luz y una cierta evocación pictórica de la imagen cinematográfica, sin por ello tener pretensión alguna de categorizar un movimiento, escuela, o tendencia. En este tipo de películas está claro que lo importante es el proceso de filmación caracterizado por una sofisticada búsqueda formal a través de los movimientos, la profundidad del color y la luz. El pintor Matisse dijo: procuro pintar con la luz y no la luz. Esta podría ser la declaración impresionista por excelencia.

Muchas de estas piezas “impresionistas” que se pudieron ver me recuerdan a cuando uno filma y ocurren esos pequeños errores, sorpresas, que no sabes muy bien cómo han podido suceder. Yo, como hacedora de películas, solo me siento afortunada y me limito a recogerlos, pero estos cineastas “impresionistas” no solo los recogen, sino que una vez descubiertos los refinan hasta dominarlos. Un ejemplo claro de este tipo  de películas son las de Alexandre Larose o Stephen Broomer.

Pero, aunque haya empezado hablando de los “impresionistas”, mi primer aterrizaje en el festival fue para ver las películas de Germaine Dulac. Es fascinante ver películas de esta mujer cineasta, feminista, crítica, que a finales de los veinte dice cosas como ésta:  “El futuro pertenece a las películas que no se pueden contar”. Y es que, para ella, los fastuosos decorados, los guiones hábilmente construidos, las interpretaciones espléndidas… alejaban al cine de su propia verdad. Un pensamiento que me hace enganchar con uno de los cineastas invitados al festival,  Saul Levine, que tuvimos el privilegio de poderle escuchar y que dice cosas como esta: “Vi que podía usar el cine para entender el mundo que me rodeaba, y que podía usar el montaje para hacer asociaciones entre lo que veía a través de la cámara y lo que pasaba en mi mente. Dejé de montar pensando en una historia y empecé a hacerlo basándome en la forma, la memoria y las asociaciones”.

Saul Levine ya me dejó prendada cuando, momentos antes de que empezase la presentación de sus películas,  alguien le preguntó si estaba nervioso. Él dijo que no le ponía nervioso que se proyectasen sus películas, pero lo que sí le ponía nervioso éramos nosotros, el publico que estábamos ahí para verlas. Las películas ya están acabadas, ya no hay más que hacer, pero ahora el que tenía que trabajar era el espectador al verlas. McElhatten, que fue programador de la sección de cine experimental del New York Film Festival, dice: “El cine experimental, si es que queremos llamarlo así, (…) necesita de personas que sean perceptivas, que encuentren su propio camino a través de la experiencia, y que forjen su propio lenguaje. Requiere de un poeta que sepa cómo deslizarse dentro y fuera de sí mismo, alguien que pueda abrirse al hecho de quedar maravillado y a la vez ser elocuente: un detective enamorado, despierto ante los matices, emblemas, desvíos, fluctuaciones; sensible al sabor de la nieve y las raíces, a la vida dando venenos, alguien sin miedo”[1].

Saul Levine es un cineasta muy comprometido políticamente y hay quien le achaca  que sus películas no sean más explícitamente políticas. Pero lo que a Levine le importa no es el discurso sino la gestualidad. El discurso es lo que nos contamos, pero la gestualidad es aquello que nos conecta con el cuerpo. Es así cómo su cine doméstico, próximo al cuerpo, inmediato e indomable, le permite hacer un cine a espaldas de una industria y de un sistema en el que no cree. Y esto es precisamente lo que Levine cree que es, políticamente hablando, lo más importante que puede hacer como cineasta.

Ver a Saul Levine hablar sobre sus películas me recordó el recital que presencié hace poco en Madrid del poeta chileno Raúl Zurita. ¿Desde dónde un cuerpo es capaz de hablar y empoderarse  o de contenerse y callarse? Tanto Levine como Zurita tienen un cuerpo que, debido al Parkinson, tienen una presencia especial.  Es la resistencia de un cuerpo por un estar que hace que todo lo que se diga provenga de un lugar que, por su dificultad, nada se puede decir a la ligera, nada puede ser un decir por decir. Las películas de Levine, como la poesía de Zurita, irradian esa resistencia del cuerpo que transforman en una celebración de la vida.

Especialmente de las películas que pudimos ver de Levine me gustaron “Notes of an Early Fall part I and II”  yFalling Notes Unleaving, esta última la podéis ver en su canal de vimeo.

Otro de los cineastas invitados fue William Raban. Sus películas tienen una intención reflexiva  para hacer pensar al espectador sobre el tiempo, el espacio y la materialidad del cine. En la masterclass que dio durante el festival realizó una de sus películas-performance “Take Measure” (1973). La impresión que le causaba el interior de los cines cuando era pequeño, por esa capacidad de abstraerle de  la realidad y desorientarle espacialmente, es la razón que le motivó a idear y realizar esta performance. Una performance en la que traza una línea con película fílmica de una bobina desde el proyector, pasando por las butacas de los espectadores hasta la pantalla, para luego cortar esa película que, al poner el proyector a funcionar, ésta pasa por un contador que el espectador ve proyectado, revelándole la distancia numérica del espacio de la sala de cine. Igual es un poco lioso de describir, pero aquí está el vídeo de la masterclass. “Take Measure” la realiza hacia el minuto 19.

Y ahora le toca el turno a Andrés Duque, mi último visionado del festival, con su película “Oleg y las raras artes”. ¡Qué decir de una película que logró hacerse por una coincidencia cromática! En esta entrevista en el Festival Punto de Vista, Duque explica lo de esta coincidencia y más anécdotas geniales sobre el proceso de la película.

Desde el principio Oleg Karavaichuk declara su amor por la disonancia. Hay que romper la melodía dice, porque el público está muy acostumbrado a lo cómodo, pero lo realmente interesante es confortarlo con la incomodidad. Y es que la belleza se produce en esa confrontación, que en su manera de tocar es una oposición que ya no significa, sino que se siente.  No le interesa el análisis, le interesa la mucosa y el roce de una camisa. Así es su modo singular de hablar sobre música. Poesía en estado puro. Y es que su destreza asociativa te lleva de un mundo a otro de un modo que te deja extasiado.

Karavaichuk se nos muestra como esa clase de persona que afortunadamente te sorprende continuamente. Beber mercurio es una de las excusas que puede poner para no ir a un rodaje. Pero claro, con este regalo de excusas, no hay otra opción que adaptarse a lo que va viniendo. Y es en esta actitud como la película se va construyendo, como una gran improvisación en donde lo que brilla, lo que Duque hace brillar más, es esta persona inclasificable que Oleg Karavaichuk es.

Los momentos más extraordinarios de la película son aquellos cuando Oleg está sentado en estado de ensoñación en una cafetería después de comer, o sus manos cuando tocan un piano que no suena, que no está… Son esos momentos que Duque los sitúa en la película como un momento de silencio en una orquesta o un instante de calma en un vendaval.

Cuando Oleg vio la película de Andrés le dijo algo así: “Has hecho una buena película. Una película sencilla, sin pretensiones; Wagner estaría contento”. Puede parecer algo incongruente su comentario, de hecho Duque lo comentaba con una encantada extrañeza en su rostro, pero a mí me parece una contradicción de lo más clarificadora. Y es que Andrés Duque hace películas grandiosas que te caben en los bolsillos. Es este tipo de cine pequeño pero lleno de grandeza. El cineasta Oliver Laxe dice: “Hay películas que son como medicinas para alma”. Y es que hay películas que son curativas, y las de Duque, desde luego, lo son.

Mi pase por el festival ha sido intenso. Me quedaron algunas cosas que no pude ver debido a dificultades logísticas por mi parte. Pero, creo que con lo que he visto, puedo decir que ha sido una séptima edición del (S8) en la que una se va contenta de que, en festivales como éste, el espíritu vanguardista sigue vivo en un mundo cada vez más globalizado. Y mientras estoy escribiendo este texto me entero de que se ha muerto Muhammad Ali, alguien que decía: «No quiero ser lo que vosotros queréis que sea”. Y aquí lo dejo.

 

[1] http://www.elumiere.net/exclusivo_web/nyff13/nyff13_09esp.php

 

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Una Respuesta a (S8)

  1. Rubén dijo:

    Y mientras te leemos nos enteramos de que hoy se ha muerto Oleg Karavaichuk…

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