Barrer con una mano

Hace poco, cuando aún era verano en Sant Feliu de Guíxols, de camino a la estación de autobús para regresar a Barcelona, vi de repente un local a pie de calle muy extraño.
A través del cristal se veía que el suelo era de microcemento y que estaba todo vacío, excepto por seis pequeños elementos de medio metro con forma de jota invertida, parecían estar hechos de metal, bridas y cables y brotaban del suelo como flores.
Se erguían esbeltas, situadas en dos grupos de tres, alineadas tres por un lado, y tres por otro, dibujando dos líneas rectas que formaban un imperfecto ángulo de noventa grados en el centro del espacio.
Fue muy bonito el lapso de tiempo que tardé en entender que se trataba de las tomas de tierra eléctricas de un local que debía haber tenido maquinaria pesada y que ahora se encontraba en alquiler o venta.
No se parecía a nada, o como mucho podría parecer una exposición de arte muy, pero que muy sofisticada.

Esta pequeña epifanía de dos minutos solo pudo existir partiendo de un malentendido, de cuando algo ocupa un lugar que no le pertenece del todo: el local, yo, o ambos.
Y siempre tengo un poco la misma sensación cuando voy a un cabaret Internet.


Hay otra cosa igual de aleatoria que tiene en común el cabaret con el local vacío con seis jotas al revés que parecen flores de cables, y es una frase que me dijo un día mi amigo Xavi Ristol, que es: «si rima es verdad».
Y para más inri, Cabaret Internet recibe este nombre únicamente porque internet rima con cabaret, o al menos eso dice Jaume Clotet (que también rima) y Alicia Garrido, las instigadoras de todo esto. Pero somos muchas las que no acabamos de creerle del todo. Para empezar, porque aunque este particular show no repita nunca la misma estructura de funcionamiento, siempre tiene algo que ver con una deriva loca de YouTube de madrugada pero rodeadas de cuerpos en vez de oscuridad. Es un formato que hace ponerle carne a intereses que muchas veces parten de esa inmaterialidad tecnológica que cada día percibimos menos.

Esta última sesión sucedió en el Pumarejo; oasis de Hospitalet, y tenía estructura de verbena, pero recuerdo también en anteriores ediciones estructuras de casting, de performance colectiva, de concurso, de concierto, de teatro callejero, de fiesta… Pocas cosas se mantienen de una sesión a otra. Pero una de las pocas que sí lo hace es el papel de Alicia y Jaume, quienes aparte de organizar los espectáculos hacen de azafatos entre número y número. Un papel importante, ya que casi siempre hay que barrer o fregar después de cada participante. Esta vez vestían unas cabezas gigantes de sí mismas hechas de papel maché que pesaban tanto que las tenían que sujetar con una mano mientras barrían solo con la otra.
El autoboicot es VIP aquí.
Y es muy loco ver a dos personas barrer con una sola mano encima de un escenario sin que eso sea premeditado… o meditado siquiera.
Esa imagen creo que explica muy bien todo.


El elenco de este pasado sábado lo componían la espléndida maestra de ceremonias; Estel Boada, que aparecía en forma de piñata parlante colgando del centro de la pista de baile. Piñata que cerca del final del show ella misma se encargaba de reventar a golpes para sustituirla en carne y hueso. La primera participante junto a un equipo de actrices protagonizo un «videoclip en vivo» que acontecía dentro de un nail center. También hubo una tómbola con papeles por el suelo que escondían premios, confesiones de un hijo sobre su padre mientras se tiraba sopa por encima y unos lipsyncs bien cabaretescos de Goliarda Prada. El orden de las actuaciones las determinaba una ruleta de la suerte, que dejó para el final a una gusano/cantante que nos mostró sus travesías por las montañas, un vendaval llamado María Freire y una pareja de DJ’s que nos hicieron vivir los últimos quince minutos de una boda durante dos horas y media.

Pero aún siendo tan raras las cosas que pasan aquí, a mi parecer, la característica que diferencia más al cabareti de muchos otros espacios de propuestas es que NO INTENTA QUEDAR BIEN. Y aunque a muchos les parecerá que decir esto es un piropo vacuo y vacío, aquellas personas que hayan asistido a alguna sesión sabrán bien a lo que me refiero. Eso no quiere decir que no inviten a gente «guay» ni traten de ser modernos -que sí que lo hacen- sino que no tienen esa vieja manía de no dejar basura para la posteridad. Manía que durante siglos hizo que no se escribieran, casi, tonterías. Y el ignorar eso hace que a veces el cabareti pueda tener momentos cutres o ser algo grotesco, pero jamás ha dado la mitad de vergüenza ajena que algunas exposiciones del MACBA. Y eso en parte sucede por cómo ambos se piensan a sí mismos y cómo se han decidido relacionar con el contexto local.


Hay un clip bastante antiguo donde un señor en un concierto de Enrique Iglesias, al tenerlo cerca y poder hablar con él, se pone tan nervioso que le dice «tú eres mi fan» en vez de yo soy tu fan. Y creo que eso es algo que se le puede llegar a decir al cabareti y que tenga cierto sentido. Ya que cada vez es más alta la proporción de público que ha participado en alguna que otra sesión, y eso hace que sea y lo sintamos un poco de todas.
Además, el tipo de acercamiento que pide el cabaret no se trata tanto de sí a una le gusta o no le gusta… como si fuera una serie, sino que se parece más al del local de las flores de cables y bridas. El de algo que, sin estar diseñado para mirarse, puedes decidir mirar con cariño para intentar disfrutar del desconcierto e invocar a las ligeras epifanías que este regala de vez en cuando. 

Àlex Palacín

Fotos de Bo Bannink

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