Teatro sobre teatro sobre teatro

Un artículo en TimeOut recoge las siguientes palabras de Júlia Barbany: “¿Podemos ser amigas en serio? ¿O el sistema solo nos deja que probemos un pedacito de la amistad? ¿Debemos acabar con la compañía para ser amigas de verdad?”. Esa sugestión de necesitar terminar con la compañía para dejar hueco a la amistad me lleva a un texto muy antiguo, a Los trabajos y los días de Hesíodo, un poema didáctico de unos 828 versos que escribió allá por el 700 a.C. En uno de los versos se indica: “el alfarero envida al alfarero, el obrero envidia al obrero, el mendigo envidia al mendigo y el aeda envidia al aeda.” Se trata, en definitiva, de una puesta en duda de la posibilidad de amistad o, incluso, acercamiento entre semejantes. De vuelta al presente, De la amistad, la pieza de teatro que Las Huecas han presentado en la Sala Beckett hasta el pasado 18 de febrero es también una puesta en duda de la posibilidad de amistad (plena —amigas en serio—) entre semejantes, actrices de una misma compañía en este caso.

Las Huecas (Júlia Barbany, Esmeralda Colette, Núria Coromines y Andrea Pellejero) traen un nuevo proyecto a escena tras su Aquellas que no deben morir (2022), una pieza sobre el negocio de la muerte y los abusos por parte de la industria funeraria que suponía una aproximación entre lo documental y coreográfico, y que las ubicó, como compañía, en el centro de interés del panorama teatral. La cocción a fuego lento —quizás la única manera de producir teatro— de De la amistad nos deja intuir que la amistad, por lo menos, se debe de mantener fuerte entre las integrantes, para poder haber mantenido el pulso vivo hasta hoy.

El periplo empezó en diciembre de 2022, dentro de la tercera sesión del ciclo Laboratorio escénico del CCCB. Allí, Las Huecas presentaron, junto a la comisaria e investigadora Marta Echaves, una suerte de prototipo de lo que vendría a ser De la amistad en la que la mercantilización de los vínculos sociales y de los afectos en la era del capitalismo emocional se situaba en el centro. En esa ocasión, el pensamiento de la filósofa Simone Weil, quien decía que no existe amistad allí donde impera la necesidad, y que la amistad es un vínculo que escapa a la lógica interesada de dar para recibir un bien, funcionaba como uno de los puntos de partida. Volviendo a los clásicos de antaño, no tan alejado —o sí— de las clasificaciones de la amistad que hacía Aristóteles: “amistad por utilidad”, “amistad por placer” o “amistad virtuosa”. 

Casi un año más tarde, en septiembre de 2023 y también junto a Marta Echaves, presentaban en el festival TNT de Terrassa Algo de amor, una conferencia que fluía en paralelo a una escena teatral en la que ya se preguntaban qué lugar ocupaba la amistad en medio de todos los esfuerzos y gestión que implica mantener a flote la compañía. Algo de amor era, entonces, un primer capítulo en forma de conferencia del proyecto De la amistad, que se completa con la pieza teatral de La Beckett y un documental realizado por Sofía Esteve, Isa Luengo y Mar Zapata que resigue el proceso del proyecto. El papel de Marta Echaves en el TNT era muy pronunciado, una voz constante, una clase magistral alrededor de la amistad como último hueco político que habitar y salvaguardar de un capitalismo cada vez más centrado en extraer todo el jugo de lo emocional y lo relacional.

Cada uno de los pasos que lleva a Las Huecas a poder estrenar en La Beckett, da cuenta de la dificultad de echar adelante un proyecto teatral sin la necesidad de pasar por toda una serie de circuitos y subcircuitos —benditos sean todos ellos— que te lleven hasta una programación estable en una sala de teatro. Todo un recorrido también repleto de burocracias y encajes materiales, económicos y emocionales que no pueden sino desgastar la energía y el afecto necesarios para que el colectivo haga lo que debería: teatro. 

De la amistad, la pieza teatral, se construye a través de tres partes diferenciadas, una primera parte de teatro de texto, en el que se produce un juego de espejos y desdoblamientos de los personajes —que son las propias integrantes de la compañía— viéndose a sí mismas ensayando una escena de teatro que ellas mismas dirigen (sí, aunque en otros proyectos de Las Huecas habían intervenido terceras personas, en De la amistad se da, por primera vez, un trabajo de meta-dirección de otras actrices en escena). Esta es una primera parte excelente que incluso podría haberse alargado más por el gusto de maravillarse y recrearse ante unas interpretaciones que consiguen calcar los movimientos, expresiones y diálogos de sus referencias originales para mostrar en crudo la fragilidad y tensar al máximo las costuras entres las propias integrantes de Las Huecas. Tras extasiar la escena hasta la muerte, una segunda parte nos baja hasta los infiernos, en una suerte de coreografía psicodélica que culmina en un último acto, un concierto en el que se recita, desde la excitación social, ansiosa y de fama épica, un precioso texto escrito por Las Huecas que nos traslada a un imaginario de leyenda o de tragedia griega que no deja de ubicar a De la amistad, en un terreno entre el teatro experimental y el teatro clásico —qué gusto—. Más allá de la presencia de las propias actrices —todas ellas, las de verdad y las copias— que funciona perfectamente con apenas otros elementos en escena, cabe destacar toda la textura dramática que ofrece el sonido de la pieza, a cargo de Adrià Girona, un trabajo sofisticado y enormemente preciso que enriquece los detalles del conjunto. Espero que De la amistad constate, en sus más que posibles futuros frutos, que Hesíodo estaba equivocado y que la amistad entre semejantes (“la actriz no envidia a la actriz”) es perfectamente posible.

Marta Sesé Fuentes

*Imágenes de Ona Bros

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Apuntes sobre DIEstinguished de La Ribot

En el verano de 1993, la destacada coreógrafa y artista visual La Ribot (1962) da inicio a su carrera al presentar la primera de sus Piezas distinguidas titulada: Muriéndose la sirena. Esta obra, inspirada en la imagen de una sardina muerta, llevó a La Ribot a tumbarse en el suelo cubierta con una sábana y una peluca mientras recreaba los espasmos de un pez-sirena justo antes de morir, con la particularidad de que el sonido de un camión de recogida de basura la acompañaba. La pieza marcó el inicio de una nueva forma coreográfica, pensada para reconfigurar los límites tradicionales de la danza, tanto en términos espaciales como temporales, lo que hizo que la artista se estableciera desde entonces como una de las coreógrafas más influyentes en el panorama europeo (Écija Portilla, s.f.).

Desde entonces, La Ribot se propuso el objetivo de crear un total de 100 Piezas distinguidas, numeradas y organizadas en series según su presentación en teatros y museos. Hasta la fecha ha concebido y presentado 60 Piezas distinguidas agrupadas en siete series-espectáculo: 13 Piezas distinguidas (1993), Más distinguidas (1997), Still Distingui shed (2000), PARAdistinguidas (2011), Another Distinguée (2016), Distinguished Anyways (2021) y DIEstinguished (2022).

El pasado sábado 2 de febrero, en Teatros del Canal en Madrid, se estrenó por primera vez la séptima entrega de la serie, correspondiente a la Pieza distinguida número 58, titulada DIEstinguished. Esta pieza no solo representa el séptimo episodio de la serie, sino que también es el número 58 de las 100 mencionadas obras que La Ribot quiere componer. En esta última, la artista propone una aproximación experiencial a la danza en lugar de focalizar exclusivamente en su tratamiento como una forma artística convencional. A pesar de ser la primera vez que se realiza en Madrid, la obra tiene su precedente en otras como LaBola (2022) que ya se accionó en el Museo del Prado o en su retrospectiva Escala humana (2022) en la sala de Alcalá 31 en Madrid, su ciudad natal. Se podría decir que LaBola es un preludio de la distinguida 58 que en este caso la ha trasladado del espacio expositivo a la caja negra.

Del mismo modo que la aproximación experiencial que se propone en DIEstinguished narro mi análisis desde el momento en el que entré a la sala del teatro: Los intérpretes se movían frenéticamente de un lado a otro, calentando en el escenario y desplazándose entre las gradas de una manera que simulaba ser caótica. Mientras esperaba a que me acomodasen en mi asiento una de las intérpretes me saludó: «Hola. Bienvenida». Me entregaron un papel con un código QR y me indicaron mi asiento. El escenario estaba compuesto por tablones de madera dispuestos en forma de círculo, pintados en colores vibrantes: azul, verde, naranja y blanco. En el techo colgaban lámparas de papel blanco, y los intérpretes continuaban con su calentamiento.

Con una elegante sutileza, La Ribot hizo su única aparición en el escenario para proporcionar las instrucciones sobre el uso del QR que permitiría ver la pieza en dos dimensiones: en la escena, y a través de un video emitido en directo dirigido por los propios bailarines. La Ribot concluye su discurso así: “En el video podréis ver el cuerpo de las bailarinas y bailarines bailando. Nada más que eso”. Mic drop. Acto seguido, los intérpretes vestidos con prendas muy coloridas recorren el escenario y comienzan a moverse cada vez más rápido describiendo diagonales organizadas dentro de lo que parece un caos cuidadosamente controlado. Ocupan la escena hasta sus límites como intentando huir a algún sitio y en el proceso giran, saltan, y se arrastran. Se detienen. Aplauden y consecutivamente reanudan el movimiento de nuevo. Empiezan a llenar el escenario de objetos y prendas de ropa hasta que queda abarrotado por completo. En este proceso se turnan dos cámaras que emiten el contenido que los espectadores siguen en las pantallas de sus smartphones. Esto provoca un exceso de información al que hace alusión la obra, que en palabras de la propia artista: “busca la transformación en un mundo donde nada es estático, ni las formas, ni los pensamientos y que está afectado por la saturación de imágenes”. Al escuchar esta declaración de La Ribot, instintivamente me asalta el texto de Andrea Soto Calderón que tiene como título La performatividad de las imágenes. El libro se detiene en el exceso de producción visual de nuestro tiempo inmediato, y en la problemática de que siempre se emite desde una hegemonía que no para de repetir los mismos arquetipos visuales, y conecta con la idea de esta Pieza distinguida sobre la realidad de la saturación visual. 

Las cámaras que llevan los intérpretes funcionan como una extensión de su cuerpo que nos remite al concepto de cuerpo-operador con el que La Ribot trabaja en su producción videográfica. La imagen que se genera muestra la experiencia extraña de bailar desde el propio cuerpo a través de un plano-secuencia, y es en esta obra donde se ejecuta este procedimiento en escena por primera vez. Si bien en un plano físico y material un objeto no puede ocupar dos espacios en un mismo momento, tenemos que eso sí que sucede aquí al ejecutarse la pieza simultáneamente en el espacio digital y en la sala en sí misma. Esta situación produce una concomitancia temporal que funciona en el duplicado de la acción como un efecto eco que colapsa la localización del presente. Se duplica este último y aparecen dos planos de realidad: el material, y la abstracción inmaterial que producen los cuerpos en el vídeo. 

Además de proporcionar una imagen experiencial sobre el acontecimiento de bailar, se genera una relación de triangulación entre los intérpretes, la cámara y el espectador. Esto ocurre debido a la rotura de la cuarta pared en el momento en el que los intérpretes toman la sala, continúan la coreografía entre el público, y recorren las gradas como una masa que intenta despegarse de sí misma y que luego retorna al escenario en un tiempo más lento.

A medida que desciende el ritmo de la música de Alexandre Babel, la pieza pierde rapidez hasta el cambio de posiciones mientras los intérpretes mantienen poses fijas. Es entonces cuando aparece la voz, los bailarines comienzan a leer varios textos de forma simultánea dando lugar a un intertexto que intercala fragmentos de Un apartamento en Urano (2019) del filósofo Paul B. Preciado y un libro de gramática española del que sobre todo se leen preposiciones de lugar (ici – aquí). El texto se cierra y con ella la pieza en el momento en el que se lee: “Nacimos para morir y para eso hemos nacido”. Y así acaba esta última Pieza Distinguida que se recorre con los ojos sobre una masa abigarrada de elementos que vuelven a su centro a través de un proceso de acreción, en el que el espectador se marcha habiendo visto demasiado a la vez que ha perdido información en un coladero visual.

Paula Noya de Blas

Referencias bibliográficas

Écija Portilla, A. (s.f). Vista de danza distinguida, las piezas de La Ribot. (s. f.). https://revistas.uma.es/index.php/boletin-de-arte/article/view/4268/3963.

Soto Calderón, A. (2020). La performatividad de las imágenes. Ediciones metales pesados.

Imágenes de Nicolas Montandon.

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Sobre y entre Inkyubeta Tales de Alicia Arévalo

Inkyubeta Tales de Alicia Arévalo. Fuente: 4×4.

El otro día fui a ver la performance Inkyubeta Tales de Alicia Arévalo en el 4×4 de la sala Taro. La pieza nos presenta a una criatura silvestre que sobrevive a los gases tóxicos de la atmósfera terrícola protegida en el refugio de su cueva. El tiempo ha hecho que sus membranas se retuerzan y alarguen hasta formar una protuberancia en forma de cuenco donde el musgo y otras naturalezas conviven cercanas a su vientre, siendo su cuerpo no solo parte del ecosistema que le rodea, sino también el albergue de otros ecosistemas posibles. Este organismo parece también ser enlace de otras naturalezas y posee la capacidad de activar mediante el contacto sonidos amplificados, como si sus antenas fueran un lector láser o una aguja en un plato de vinilos. Después de presentarse y presentarnos su hábitat, Inkyuebeta, que así es como se llama, comienza a recitar algunos relatos, unos en forma de cuento, otros en forma de oda, con la voz polifónica de un vocoder y sobre una base de ambient new age que en algunos momentos se ve modificada por la interacción con un dispositivo midi sensible al tacto. Estos relatos versan sobre temas relacionados con la naturaleza atravesados por la experiencia de Inkyubeta, que termina invitándonos a ser una polifonía viviente que recorra de ríos a océanos para proclamar un cambio posible y acercarnos a la posibilidad de ser un mundo nuevo.

// Aparece Inkyubeta con un atuendo babydoll formado por un bonete acolchado lleno de lazos que se trenzan en su cara, braguitas blancas y medias caladas. En su vientre, cuelga una prótesis transparente que alberga un bosque de líquenes y musgo. Sus ojos son penetrantes y un septum cuelga de su nariz. No muy lejos de allí, fuera de su cueva, los desiertos calizos están cubiertos de hielo y la poca vegetación que queda se encuentra cristalizada en los charcos que se han formado en antiguas pisadas. Un grupo de seres nómadas recorren la superficie buscando cobijo para pasar la noche. A fuerza de replegarse sobre sí mismos, estos organismos no tienen ni siquiera extremidades, y se desplazan a través del contacto entre unos y otros en un continuo devenir colectivo. De su apariencia abyecta se puede describir su viscosidad y un olor repugnante a fósiles de materias fecales. Los seres se desplazan unidos ajenos a la fantasía esperanzadora de un nuevo mundo. Unos encima de otros forman una bola que a duras penas rueda por el inestable terreno. La noche se avecina cerrada y las nubes cubren dos de los tres soles que bajan lentamente por el horizonte. 

En los últimos años he constatado cómo la ficción especulativa se hace presente en la mayoría de temáticas de orden contemporáneo, y cómo algunas colegas o incluso yo mismo, estamos incluyendo este género en nuestras formas de preguntarnos acerca de la realidad. Parece que cansadas de mirar continuamente al pasado y decepcionarnos con la imposibilidad de reconstruir la historia, ahora solo nos queda pensar en lo prometedor de un futuro apocalíptico y soñar con afianzar así la promesa de nuevos órdenes que aseguren la supervivencia de nuestras formas de existencia e identidad. Especular sobre el futuro en escena posibilita la experiencia de «lo que podría ser» gracias al propio dispositivo escénico que es en sí mismo una cápsula temporal. En este ámbito de presente absoluto, donde colectivamente estamos llamadas a una temporalidad común, desde la dramaturgia se pueden disparar estos saltos temporales y proponernos preguntarnos juntas en qué momento de la historia estamos, si esto o aquello ya ha pasado, si estos aplausos del principio en realidad nos están indicando el final de la pieza, o si cuando salgamos del teatro nos encontraremos la ciudad destruida y cubierta de líquenes y tendremos por fin que organizarnos como una tribu para reconstruir la civilización.

Para mí, es la escritura la que abre la posibilidad de situarnos como espectadorxs en uno u otro momento; no por su contenido sino por su estructura. Gracias a la dramaturgia, podemos abrir y cerrar diferentes portales desde donde, efectivamente, poder poner en tensión las cuestiones que como contenido se desarrollen en la pieza. La dramaturgia es, en mi opinión, el núcleo performativo más potente que le da sentido a poner una pieza en vivo y que posee la capacidad de situar al público en una realidad concreta desde la que poder experimentar otras inteligencias. Y es partiendo desde la dramaturgia desde donde pienso que es interesante abordar cualquier ficción especulativa en una pieza en vivo, porque desprovista de esta pregunta primera de cómo situar al público, de cómo organizarnos entre lxs que nos sentamos y lxs que actúan, de cómo abrir y cerrar los portales, la ficción especulativa se vuelve literatura e imagen y, aunque esté encima de un escenario, en mi opinión opera de la misma forma que desde una pantalla de cine o desde Tik Tok. ¡Ojo! No digo que una forma sea mejor que la otra, solo que, para mi gusto, disfruto más de las cosas cuya naturaleza es una pantalla en una pantalla, y siento que intentar exportarlas a la performance sin una actualización estudiada puede volverlas efectistas y aburridas. 

// Por lo que he visto de Alicia en Internet, su trabajo es multidisciplinar. Trabaja en las artes visuales a través de la creación escultórica de prótesis y otras piezas que ponen en tensión las regulaciones normativas que el género o la especie imponen sobre nuestros cuerpos en la actualidad. En la performance noté que le da mucha importancia a la plástica y que es fiel a una línea estética fairycore plastic kawaii que funciona muy bien con la música vaporwave que ambienta la pieza. Pienso que el concepto que ha querido desarrollar en la performance ha sido la fluidez, también muy propia de estéticas vapor, y lo ha reflejado perfectamente en su prótesis y la utilización del agua en sus textos y diferentes momentos de la pieza. Si Alicia fuera un presocrático sería Tales de Mileto y si fuera una diosa sería Chalchiuhtlicue. Alicia utiliza imaginería que habla de fertilidad, de cuidados, de conservación y de polifonía. Utiliza también un sistema capacitivo para producir sonidos a través del contacto con la materia que la ayudan a hablar de interdependencia y conectividad, como si la naturaleza también fuera un gran arduino con entradas y salidas dispuesto a conectarse con nosotros en una relación de igualdad. 

Y es que últimamente me encuentro con muchas performances que pasan de esta primera pregunta sobre la dramaturgia directamente a la tarea de la composición, con el objetivo de conseguir rápidamente una imagen potente que defina su trabajo, como si fuera esto lo más importante. Luego de haber conseguido esa imagen impactante enmarcada en una estética reconocible, la composición se desarrolla rellenando compartimentos estancos para ocupar un tiempo concreto: tengo 35 minutos así que esto primero, luego esto y luego esto otro… El foco al crear se sitúa en el afuera de la pieza, y se podría escuchar como lx artista piensa: «molaría poner esto después de esto y así queda todo más redondo», en lugar de mirar hacia adentro, manosear los materiales, conocerlos, y escuchar lo que ellos tienen que decir. Pasa entonces que nos encontramos a alquien que, por ejemplo, habla de ecosistemas interdependientes en los textos que narra pero que, en su pieza, actúa como lo contrario ejerciendo su poder individual sobre lo que le rodea, colonizando los objetos mediante su uso.

Inkyubeta Tales de Alicia Arévalo. Fuente: 4×4

La imagen, la teoría, la sinopsis, el relato, todo está perfectamente construido y organizado; pero cuando vemos la pieza, la acción contradice a todo lo demás, los materiales se empoderan y se rebelan contra los deseos de su creadorx, como si le dijeran “si me hubieras escuchado un poco, sabrías que yo en realidad era esto otro”. Y ahí para mí surge la paradoja que genera una distancia incómoda en quien está mirando. Si en el proceso de producción de la pieza no se encuentran activos los modos de aquello que se quiere cuestionar, si no se pone en práctica, todo el discurso político se convertirá en fetichismo adornado por una imagen potente y rompedora que, casi siempre, se encuentra al servicio de la tendencia capitalista. Han desaparecido las tensiones, no hay agencias, la pieza se convierte en una vaga mercancía de los circuitos competitivos que la institución puede utilizar para afianzar su relato antirracista o queer. 

No creo que esta estrategia se deba a la despreocupación o saber hacer de lx artista, pienso que estas dinámicas se encuentran enmarcadas en esta lógica mercantil que impera en los centros de arte y de la que somos víctimas como artistas. En nuestra realidad laboral, parece que nuestro trabajo escénico, antes que investigación dramatúrgica, ha de ser imagen instagrameable, y eso nos ha obligado a dejar de pensar en preguntas para pensar en imágenes de dossier y en tendencias. Hemos dejado a un lado el placer de ensayar por la obligación de producir. La precariedad y la competencia nos alejan cada vez más de poder sumergirnos en la práctica y la inmediatez nos coloca fuera de nuestro propio deseo para satisfacer a un público imaginario que cada vez es más hostil y violento con lo que hacemos. 

No me gustaría que se me malentendiese, y que parezca que pienso que todas las piezas han de pertenecer a un contexto de ardua investigación. Las piezas pueden ser caprichosas cuando lx creadorx sabe reconocer su deseo honestamente y se le antoja hacer una u otra cosa en escena. Investigar no tiene que significar intelectualizar las creaciones, para mí es un paso necesario para ponerlas a prueba, descubrir qué éticas están detrás de la representación y comprobar su resistencia y dureza. Lo que me molesta realmente es cuando se evidencia querer molar y se acaba siendo nihilista, se frivoliza con temas que terminan siendo desactivados políticamente porque se convierten en topics obligatorios de piezas de performance contemporánea.

Está bien que toda persona que quiera poner sus materiales en vivo y compartirlos en forma de pieza performativa tenga espacio y tiempo para llevarlo a cabo, pero desde aquí me gustaría reivindicar el trabajo de lxs compis que entienden lo escénico no sólo como un arte visual sino también como un arte con una gran potencia situacional, y que aún piensan esta cosa de las escénicas como un medio para organizarnos en vez de como la nueva fórmula de acumulación de capital simbólico por todo lo que una actuación en vivo representa.

// Los seres despiertan a la sombra de un cúmulo de basura. Después de haber superado la fría noche, se ponen en marcha, dejando tras de sí excrementos babosos en forma de rastro en la arena. A lo lejos se divisa un territorio rocoso donde se vislumbran brillos de una vegetación metálica, como si las criaturas de las rocas hubieran protegido sus cuevas con alambre de espino. Los seres, cansados del largo viaje, suben a trompicones por las rocas y peñascos pero, poco a poco, sus cuerpos gelatinosos se desgastan y cuelan entre las grietas de las piedras. Sus restos aún vivientes se cuelan entre las rocas y llegan a una cueva en forma de condensación. Inkyubeta duerme en su nido resguardando los huevos que ha encontrado tras su paseo matutino. Una gota cae inesperadamente del techo y se cuela en el ecosistema que alberga su protuberancia. Sonríe  en sueños, la polifonía es real.

Jose

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Los fantasmas y la buena vida

Everywoman de Milo Rau. Foto: Armin Smailovic

Tal vez el teatro sea el lugar más adecuado para jugar con los fantasmas. Tal vez porque está lleno de fantasmas, sus paredes huelen a fantasma, en los telones de los teatros hay fantasmas que han encontrado su casita, las lámparas de los teatros dan calor a los fantasmas. Los fantasmas en los teatros hablan en un lenguaje parecido a los sonidos con los que hablan entre sí las ballenas que a la vez son sonidos parecidos a cuando cantamos, pensando que nadie nos escucha, una canción muy bajito entre las paredes de nuestra cabeza. Esto no convierte al teatro en el hogar de los muertos. Ni hace del teatro una cosa muerta. Al contrario, el teatro es resurrección. En el teatro los fantasmas no están muertos. En el teatro se vuelve a la vida. Una sola palabra. Un solo gesto. Una bocanada de aire. Una luz. Un muerto. En el teatro son cosa vivísima. 

El teatro es una puerta entre realidades y hay realidades visibles y sobre todo hay realidades invisibles que están ahí esperando a que alguien las convoque, las nombre, las cuide, las llene de mimos. Es un buen lugar para las despedidas porque en el teatro las despedidas nunca tienen el peso de lo definitivo, sino que las despedidas en el teatro responden a la misma definición que la palabra bienvenida. Hay siempre un canal abierto, por donde corre el agua que va a regar los campos, entre lo visible y lo que no, que fluye a la vez para arriba y para abajo y hace remolinos y corrientes que aún no sabemos bien la palabra con la que referirnos al tipo de movimiento con el que se mueven. 

Tal vez por eso Helga Bedau, cuando le diagnosticaron un cáncer en la cabeza del páncreas, inoperable debido a su avanzado estado, escribió a la actriz suiza Ursina Lardi con el deseo de volver a actuar en una obra de teatro: para quedarse por allí pegada entre nosotros. Eso es en lo que he estado pensando desde que el viernes vi Everywoman dirigida por Milo Rau en el Centro Dramático Nacional. Y resulta que la obra, hablando de detalles, devenires particulares y maneras de pensar la vida de Helga y de Ursina, y como no hay obra, ni libro, ni cuadro o película, que pueda dar cuenta de una vida, aún no se ha inventado un imposible así; está hablando de cada uno de nosotros. Que estando allí juntos respiramos los mismos fantasmas, que estando allí estamos en el mismo anhelo, con las mismas ansias. Es otro viaje que se hace en el teatro, igual que se hace en la poesía, de lo más concreto a lo más todo. Siendo igual de entelequia lo más concreto y lo más todo igual que lo son los pronombres yo y nosotros.

La creencia en el teatro no es dogma, sino pacto compartido. Y por eso encuentro y por eso pequeña comunidad efímera y por eso es realmente complicado pensar el teatro, ese lugar adecuado para jugar con los fantasmas, en ausencia de la política. Los fantasmas son relatos y los relatos son políticas que desean convertirse en acciones. En un momento de Everywoman, Ursina dice que nunca en la historia del mundo el conocimiento y la acción han estado tan separados. Y eso, añado yo ahora, nos está llevando a la extinción. Estamos viendo y viviendo las consecuencias del calentamiento global y un cambio climático aceleradísimo por la acción del ser humano, pero actuamos de espaldas a lo que sabemos. Cerramos los ojos. En el teatro, en cambio, los ojos se abren. Y se abren de manera muy especial, porque se abren viendo más allá de lo que se ve. (Esto no es metafísica, es imaginación y la imaginación es el cuerpo del pensamiento y cualquier cuerpo está más cerca del mundo que de la idea.)

Helga Bedau murió en enero de 2023 y aunque resulte sencillo, porque es algo que hemos escuchado muchas veces, asumir e incluso sentir que Helga estaba allí en el recuerdo y en el homenaje durante la obra, no es a eso a lo que me refiero. Helga estaba en nosotros antes de que conociésemos su historia. Antes incluso de ver la obra. Lo que posibilitó la obra es que Helga se descubriese en nosotros o, lo que es lo mismo, que nosotros nos descubriésemos en la historia de Helga y en las dudas y preguntas de Ursina. Cuando Helga, en el video con el que dialoga Ursina durante la función, con el video y los casetes, pregunta cuánto cobra una actriz cada función porque necesita 6.000 euros para que el coche fúnebre lleve su cuerpo de Alemania a Grecia para ser enterrada cerca de la casa de su hijo, fui yo quien sentí lo estúpido que es el mundo. Me descubrí en el deseo de Helga. Da igual que alguien quiera pensar que se trata solo de un capricho. No debería hacer falta ni un solo euro para que uno esté muerto en el lugar donde quiera. Y no digo que, si uno quiere realizar un viaje, vivo o muerto, no deba pagar porque alguien le lleve. Ya veremos cuánto. Sino al desarraigo de este modo de vivir, de esta sociedad de soledades inoculadas con el virus del consumo, que no deja que vivamos en aquellos lugares donde nos gustaría morir. Si lo pensamos bien, esto es muy triste. Realmente triste. Una tristeza de cansancio y hartazgo. Una tristeza apenas sin remedio, excepto si la compartimos y se hace menos pesada y se transforma al saber que para morir bien hay que tener buena vida. Tener buena vida, hacer buena vida, y la buena vida siempre son cuidados en común, es lo más cerca que uno puede estar de Dios algún día. Es lo único que puede ayudarnos en la certeza del más absoluto de los olvidos, eso que es solo cuestión de tiempo. 

Son esos los fantasmas de los que están llenos los teatros, los fantasmas curiosos que nos alimentan con más curiosidad. Que nos descubren. Que nos hacen conversar. Para eso me vale el teatro y por eso Helga estaba allí antes de que conociésemos su historia y lo seguirá estando a pesar de que la olvidemos. No hay muchos más lugares así en la Tierra a los que se vaya con ganas de alegría, de sobrellevar la pena y de conocimiento. De cercanía. De ver, preguntar, emocionarse, pensar en compañía. Al final la obra acaba con una lluvia sobre el escenario, mientras Ursina toca una de Bach en el piano, para que los fantasmas que andaban desperdigados por el teatro, flotando en el aire como polvo, tocasen el suelo y fuesen otra vez cuerpo en el mundo. Nueva pregunta.

Javier Hernando Herráez

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Recordar e imaginar como formas de estar en el presente

Rave to lament de Katerina Andreou. Foto: Raúl Sánchez

A principios de diciembre de 2023 tuvimos la oportunidad de asistir a la performance de Katerina Andreou titulada Rave to Lament y a la obra Una Imagen Interior de El Conde de Torrefiel en dos teatros municipales de Valencia, La Mutant y El Musical. Ambas gozan de un recorrido internacional y se presentaron por primera vez en Valencia. Asistir a las dos presentaciones en tres días fue una oportunidad para contraponer las sensaciones, pensar en las distintas formas de generar ficción y, ahora, llegar a un lugar distinto¹.

El viernes asistimos a la primera propuesta, que se hacía en la calle, en una especie de pasillo muy ancho entre las naves que forman el complejo de edificios industriales donde se sitúa la sala de La Mutant. Allí vimos la maquinaria escénica caber en el interior de un coche. Luces, sonido y proyección salían desde un Volkswagen Golf, con la matrícula tapada con una cinta negra, para llevarnos hacia fuera y hacia lugares lejanos. El domingo, en la segunda propuesta, casi al contrario, vimos cómo encima del escenario del teatro El Musical entraban: la sala de un museo, el pasillo de un supermercado o parte de una cueva. Todos estos espacios, sin excluir el propio teatro, hacían resaltar un marco invisible que utilizaba la luz, el sonido y la proyección para guiar nuestra mirada en un viaje hacia dentro.

Ver, y también leer, es encontrarse junto a una serie de imágenes o de frases que se van componiendo mientras se intenta reunir los suficientes apoyos para adelantar o ralentizar lo que se percibe. Generalmente el propósito de un/a espectador/a y un/a lector/a es completar los huecos, rellenar lo que no se llega a ver o a leer. Katerina Andreou, por un lado, proporciona un imaginario sobre las Free Parties, lugares que no necesitan de mucha preparación o descripción y tampoco buscan la atención o el placer, pero que son espacios de acción directa y de ritmo trepidante. Por otro lado, El Conde de Torrefiel, desde el principio deja claro que el cerebro tiene la capacidad de emocionarse con algo que sabe de antemano que es falso y utiliza la proyección de frases sobre las imágenes creadas en escena para acompañarnos a practicar esta virtud. 

Para el público se trata de la creación de unos entornos que a su vez están creando estas propuestas en una simultaneidad creativa que invita a lanzarse a la práctica y a disfrutar de la necesidad de ver. En el Ensayo sobre las técnicas en las sociedades pre-maquinistas de André Haudricourt se invita a pensar en las culturas pasadas no a partir de la tecnología que poseen sino, a partir de la fuerza motriz que mueve estas herramientas y que está directamente relacionada con su entorno. La hipótesis del ensayo es un intento de entender los momentos históricos, no por sus avances tecnológicos sino por las necesidades de las personas. En este contexto, Haudricourt cita a Herskovits, que dice: «todos los pueblos tienen necesidades que exceden su competencia tecnológica, lo que nos reconduce al aspecto dinámico de esta noción»². En nuestro caso, como espectadores vamos a arriesgarnos y parafrasear a Herskovits diciendo que «todos los públicos tienen necesidades que exceden su competencia perceptiva, lo que nos reconduce al aspecto dinámico de esta noción». Así que aquí se propone pensar en la competencia perceptiva, no desde las propuestas artísticas sino desde las necesidades de los/as espectadores/as.

Una imagen interior de El Conde de Torrefiel

Las dos propuestas producen un desplazamiento para llevarnos lejos tanto en el tiempo como también en el espacio. La coreógrafa griega nos propone viajar desde la música hacia un lugar y un tiempo que es imposible visitar. El tiempo concreto de las Free Parties ya no se puede repetir porque no surgen las mismas circunstancias, éstas quedan lejos en el tiempo, como también queda muy lejos un festival en Kambala en África al que aún vale la pena asistir, según leemos en la conversación que mantiene la autora con un productor de radio proyectada desde el techo del coche en los ladrillos del muro que enmarca la salida a la calle. En su práctica, Katerina parece sola, moviéndose por un lugar donde sí que hay más gente, pero no se les ve. La dramaturgia de la música multiplica el eco de sus movimientos y contamina la necesidad de bailar y de pedir más. Si recuerdo bien, una de las últimas frases proyectadas fue: «La fiesta más incontrolable es la que se hace por necesidad – por la necesidad de actuar». La persona que baila con ella no se ve, es un fantasma, está en los movimientos de ella y nos hace recordar o imaginar a una figura que la acompaña. Recordar e imaginar son formas de traer al presente lo que queremos y lo que necesitamos, son formas de invocar.

En la obra que vimos el domingo, los dramaturgos valencianos, con un plástico gigante, luces led y ocho personas en escena, transforman el espacio en diferentes lugares reconocibles que se ven enmarcados dentro de un discurso superpuesto. Estos cambios parecen cerrarse en el momento en que los habitantes de una cueva pintan el mural que apareció al empezar la obra dentro de la sala de un museo. El texto proyectado parece ser la voz interior de cada espectador/a para apoyar la creación de su ficción. Tanya Beyeler, en una de sus entrevistas, apunta que «todo lo que se hace realidad primero ha sido imaginado». Hace muchos años me enteré de que el ojo humano realmente ve en color sólo el dos por ciento de la imagen que finalmente se traduce en lo que sería nuestra vista. Todo lo demás es una reconstrucción que se realiza al mismo tiempo para añadir información según lo que estamos acostumbrados, sabemos o imaginamos que sabemos. Meter un museo dentro del escenario entendiendo que, por lo menos para mí, no hay ninguna diferencia esencial entre un supermercado y un museo, es aquí una oportunidad para desenmascarar el funcionamiento que ejercen estos lugares sobre la imaginación. Con la ayuda de un espacio sonoro elaborado con mucha precisión la propuesta invita a practicar cómo se dirige la mirada y cómo potenciar la imaginación. Lo que no se ve es el presente, es lo que nos dicta cómo y dónde poner nuestra atención completando así lo que los ojos por su naturaleza no pueden captar en su totalidad.

Una imagen interior de El Conde de Torrefiel. Foto: Raúl Sánchez

Tengo la ventaja de escribir este texto desde la distancia, volver a pensar, recordar e incluso imaginar varias cosas y lo mismo puede hacer el/la lector/a, entrando, moviéndose entre las líneas e introduciendo su imaginación. Recomiendo recoger la información que resulte más atractiva, dejarse llevar por ella, construir una imagen, traerla al presente y aplicarla en lo que cada uno/a quiere o tiene entre manos en este momento. Practicar esta forma de leer sería escribir otra vez. Para Gibson³ el mundo a nuestro alrededor se está creando mientras nos movemos en él. Así la forma más indicada para seguir creando nuestro mundo no sería leer para luego pensar ni tampoco comparar para luego confirmar nuestra representación del entorno sino que sería abrir un nuevo camino aunque éste no sea el único. Las relaciones que puede generar la información que aparece en este texto son mucho más importantes que las características o el contenido de éste.

De lo contrario, tanto en un museo como en un teatro, hasta en un restaurante o un supermercado (aún no estoy seguro de si la música consigue diferenciarse), se proporciona un contexto interpretativo que responde a criterios altamente profesionales para calificar el objeto, la representación o la experiencia vivida. En esta tendencia se potencia el uso de conceptos ideados por artistas, críticos, historiadores, antropólogos o científicos que responden a unos objetivos preestablecidos. Pero existen momentos en los que el arte permite que las cosas sean ellas mismas. 

En Una Imagen Interior, al mismo tiempo que la mirada está siendo guiada, se enseña cómo funciona este mismo proceso. Mientras el escenario se ha convertido en una cueva sale un espeleólogo que lleva una linterna de luz blanca tan potente que el público sólo mira a donde apunta la luz. Excepto en el momento en el que el actor gira la luz hacia las butacas el tiempo necesario para poder cambiar la escenografía. La luz hace imposible ver con los ojos pero enseña el truco de conducir la mirada. 

En Rave to Lament, al levantar la mirada se ve una chaqueta cubriendo la parte superior de una farola. Su función es práctica y ayuda a leer mejor el texto proyectado en alto sobre la pared de enfrente. La chaqueta pertenece al técnico que acompaña a Katerina Andreou y se colocó por necesidad haciendo muy presente cómo se preparan estos lugares de Free Parties. En esta mezcla entre presente y pasado se contamina esta necesidad de activarse en cualquier lugar, de bailar con lo imposible, una necesidad de comunicar aquí y ahora, rápido y sin importar las formas, los errores o el qué.

El lugar que se abre aquí no se definiría por las cosas que tenemos en común sino por el hecho de comunar. Aquí caben todas nuestras necesidades mientras las propuestas nos proporcionan competencias perceptivas o tecnológicas para estar en el presente. Porque estas obras se han creado y se han presentado, este texto se ha escrito y también se ha leído, pero la vida continúa.

Aris Spentsas

¹ Aunque esta información no tiene nada que ver con las dos propuestas o el texto, el hecho de ver dos estrenos a la vez ya se capitaliza en nuestro sistema en el caso del simultáneo estreno en los cines de EEUU de las películas de Oppenheimer y de Barbie (2023) que generó un fenómeno cultural llamado Barbenheimer, el cual aprovechó el fuerte contraste entre las películas para lanzar memes y merchandising provocando a la gente para ir a ver las dos películas seguidas.

² André Haudricourt (París 1911-1996) es ingeniero agrónomo y también lingüista botánico, geógrafo y etnólogo. El ensayo aparece en el libro: El cultivo de los gestos. Entre plantas, animales y humanos (2019) Editorial Cactus, Buenos Aires.

³ James J. Gibson (1904-1979) es un psicólogo norteamericano que propone teorías como la percepción ecológica y autor del libro The Ecological Approach to Visual Perception (1979). 

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Entrevista a Rosa Muñoz y Mónica Muntaner

Mónica Muntaner, Christian Fernández Mirón y Rosa Muñoz 

Rosa Muñoz y Mónica Muntaner presentan Coplas y Haikus de mares i amors el 20 de diciembre en La Caldera, la septuagésima séptima Cápsula de Creación en Crudo o «momento de encuentro con los creadores residentes en el centro, pensado para compartir de manera confortable y distendida su práctica artística, el estado actual de sus proyectos, las materias y cuestiones que aparecen y nutren su trabajo». Segunda obra del dúo Muñoz Muntaner tras la maravillosa Quatre octaves i mitja

Tanto Rosa como Mónica sois artistas de largo recorrido. Habéis sido bailarinas o intérpretes de otras creadoras, hecho vuestras propias obras, parado y vuelto a la creación, también os habéis dedicado a disponer estructuras de investigación, formación y exhibición y otros muchos trabajos mientras el contexto barcelonés y los lenguajes de la danza y las artes performativas cambiaban durante las últimas décadas. ¿En qué momento personal y profesional os encuentra Coplas y Haikus de mares i amors? ¿Cuál es el motor para seguir trabajando?

Rosa Muñoz: Por un lado las ganas de seguir trabajando para un segundo encuentro vinieron del buen sabor de boca del anterior, Quatre octaves i mitja. Pensamos que seguimos en un fantástico momento de madurez que además nos permite encontrarnos y disfrutar desde una libertad y relajación que antes quizás no teníamos, me refiero a que estábamos más presentes a nivel profesional escénico y las presiones, los estrenos, etc., condicionaban una manera de trabajar que ahora no tenemos, estamos juntas desde el placer sobre todo, el gusto por lo artístico y la necesidad de expresar nuestras inquietudes poética y escénicamente.
A nivel personal, Mónica y yo compartimos estos años un momento de cuidado de nuestras madres de edad muy avanzada,  y ese cuidado nos hace especialmente sensibles al tema de morir, al declive, al amor, a la ausencia… ése es el primer motor para Coplas y Haikus. Desde un primer momento teníamos claro que nuestra manera de construir tiene que ver con la canción, con la creación de textos, con la voz, la sonoridad y el cuerpo, de ahí coplas, de ahí haikus. Coplas en relación a nuestras madres, a su generación, a algo a lo que pertenecemos. Haikus como poesía sintética, metafórica y abierta para describir todo nuestro universo de sentimientos y emociones, porque desde nuestro primer encuentro Mónica y yo trabajamos desde lo autobiográfico.

Mónica Muntaner: Para mí el motor de la creación tiene que ver con una necesidad.
A veces hay trabajos que uno hace por dinero, por interés te quiero Andrés, por placer, por miedo a quedarse sin trabajo, por inercia, porque sí, porque no hay otra o pensamos que no hay otra… pero creo que meterse en un proceso creativo tiene que ver con algo diferente, algo que viene de dentro y que yo relaciono con la intimidad. Necesito pasar por ahí, necesito vivir esa experiencia, necesito descubrir y aprender de ese proceso, necesito volver a empezar de cero, necesito encontrarme otra vez con la duda y la dificultad… Crear no es fácil. 
No hay certezas cuando estamos en el proceso y luego la propia cosa se convierte en algo que no preveías. Esa es la magia, eso es lo fascinante. Rosa y yo trabajamos con nuestro cuerpo, con nuestras ideas, con nuestra voz. No usamos música, ni escenografía y apenas vestuario, somos mega-macro-súper austeras. Y de nuestros encuentros, de nuestra insistencia, de nuestra tenacidad, de nuestro compartir momentos, inquietudes vitales sale ese objeto, cosa, pieza, obra, trabajo. 
A veces me siento constructora. Rosa y yo construimos cosas, no casas. Entramos en una sala vacía y luego al cabo de mucho trabajo conseguimos llenarla con algo que hemos construido entre las dos. Me gusta estar en la sala, en la sala soy feliz. Me aburro en la sala. Me enfado en la sala. Me canso de estar en la sala. Pero la sala es casa. Es un espacio seguro. Es un espacio intimo y privado. Rosa es mi amiga, es una persona a la que quiero y dentro del hacer creativo hemos encontrado nuestro lugar común. Ese espacio de compartir pensamiento, inquietudes, miedos, problemas, alegría, inteligencia y también mucha tontería es nuestro, de ella y mío. Hay personas con las que quedas para ir a la playa, a cenar, al cine, a bailar, a jugar, al ping pong, a la montaña, a follar (bueno, nunca lo he hecho así tan frívolamente, de lo cual me arrepiento)… yo quedo con Rosa para crear.

Coplas y Haikus de mares i amors es vuestra segunda cocreación después de Quatre octaves i mitja. En la descripción habláis de otros dúos famosos de las artes performativas como La Ribot y Mathilde Monier o Los Torreznos. ¿Por qué y cómo os juntáis a trabajar vosotras? También decís que vuestro trabajo tanto individual como colectivo se basa en la necesidad de encontrar un lenguaje propio. ¿Qué os aportáis la una a la otra y qué se genera en el encuentro entre las dos? 

RM: Hablamos de estos dúos porque nos encanta copiar, versionar y encontramos similitudes o pura admiración por cualquiera de ellos. Podríamos ser cualquiera de ellos aunque no lo somos, igual que podemos cantar sin ser cantantes. Nos juntamos para trabajar porque somos amigas y nos queremos y nos entendemos artísticamente y nos aportamos y enriquecemos la una a la otra. Quizá Mónica desde su gestión en La Poderosa tiene el deseo de crear también, algo que nunca ha dejado de lado. Yo estoy apartada de todo desde hace tiempo y distribuyo mi tiempo entre la facultad de biología y mi hijo, así que tengo muchas ganas de sentarme con Mónica e imaginar, investigar, disfrutar, crear. 
Creo que las dos nos complementamos bastante bien, tenemos maneras y caracteres diferentes, y estoy segura de que es algo que se plasma en escena, también nuestro tipo de relación a nivel personal. Para mí eso es algo divertido y que quizá conecta con esos dúos famosos que antes mencionabas. Creo que lo del lenguaje propio tiene que ver con esta manera de plasmar el material desde lo musical y lo artesano, creamos los sonidos, los instrumentos, cantamos, bailamos y proponemos algo sin artificio, sin tecnología de ningún tipo, desde nuestros cuerpos, a veces alegres, a veces cansados, a veces tristes, a veces tiernos, a veces eternos. 

MM: A veces me pregunto el por qué Rosa y yo nos encontramos artísticamente, pero lo cierto es que nos encontramos. Creo que las dos somos absurdas, poco amantes de lo extremadamente intelectual o rebuscado, bastante directas, juguetonas, surrealistas, divertidas y dramáticas, nos gusta la palabra, escribir, cantar, reír y nos gustaba (sin nosotras saberlo) sufrir y llorar, aunque, por suerte, ¡ahora ya no!

En vuestras dos obras, la última en proceso aún, se trabaja con la voz y la música como principal herramienta además del cuerpo. En un texto sobre la anterior obra explicáis:

“No sabemos nada de música, no sabemos tocar ningún instrumento, no sabemos cantar, ninguna de las dos sabe afinar, y ni siguiera tenemos la capacidad de mantener un ritmo constante durante demasiado tiempo.
Ni idea del lo que son blancas, negras o corcheas.
Y nunca hemos tarareado una canción mientras nos duchábamos.
Pero nosotras lo que sí sabemos es que nos gusta vestirnos como las estrellas del rock, subir a un escenario y que nos hagan fotos.
Nos gusta mirar y ver cinco mil personas chillando y saltando delante nuestro. Cinco mil personas desmayándose a tus pies te pueden trastocar la cabeza, pero una sola también puede”.

¿Cómo habéis trabajado la parte musical, tanto verbal como puramente sonora, en Coplas y Haikus de mares i amors? 

RM: Evidentemente tenemos idea musical, intuición y buenas voces, y trabajamos abiertamente hacia muchos matices más que la perfección vocal dentro de la creación, practicamos, afinamos y aprendemos. De hecho, para este trabajo hemos contado con el asesoramiento de Christian Fernández Mirón, performer y músico. Hemos trabajado con la escucha, imitando tonos de voces, jugando sonoramente. En definitiva, hemos trabajado la parte musical como lo podemos haber hecho con la corporal dado que para nosotras van muy unidas y relacionadas y forman parte de lo mismo.

MM: Coño, ¡yo sigo queriendo cantar bien! Aunque ese no es el único objetivo, el objetivo es encontrarnos con la voz sin ser cantantes. Como diría yo, cantar bien sin cantar bien. ¿Alguien me entiende? 

Coplas y Haikus de mares i amors transpira alegría y goce con el propio trabajo escénico. ¿Cómo describirías vuestros ensayos?

RM: Nuestros ensayos los vivimos como un compartir humano, nos gusta la ironía y la poca obviedad de las cosas, intentamos trabajar añadiendo capas y capas que quizás nos dificultan el trabajo pero también desdibujan y conducen a un camino que creemos mucho más interesante. Nuestros ensayos no están enfocados tanto a la construcción de ninguna pieza y su exhibición o explotación. Trabajamos por una necesidad vital, compartir esa alegría y goce de este pequeño objeto que toma forma y vida con un público nos da placer y nos crea interés, pero no pensamos demasiado en hacer o no bolos porque no es el objetivo ahora mismo en nuestras vidas. Para mí cada trabajo con Mónica se transforma en una pequeña joya sensible y delicada, y Coplas y Haikus especialmente lo es. Creo que nos divertimos, mucho.

¿Qué vamos a ver en la apertura del proceso de Coplas y Haikus de mares i amors?

MM: Compartiremos los materiales que hemos estado trabajando a lo largo del 2023 en diferentes residencias. De todas formas siento que los materiales que mostraremos todavía están bastante frágiles y verdes, pero a la vez contienen lo esencial del proyecto. Si yo viera la cápsula de creación de Rosa y Mónica del próximo miércoles 20 de diciembre de 2023 en La Caldera, sabría o me imaginaría cómo podría ser la pieza en su estado de máxima perfección. Pura contradicción, por una parte, creo que estamos en un buen lugar, y por otra también pienso que lo que tenemos entre manos no tiene ningún interés. En este sentido creo que abrir el proceso a la mirada externa nos ayudará a dar un paso hacia delante para ver por dónde tenemos que seguir tirando del hilo. 

Quatre octaves i mitja pasó por La Caldera, el Antic Teatre o La Pedrera y viajó hasta el CA2M en Madrid. Con la perspectiva que os da también vuestra trayectoria, ¿qué expectativas tenéis con respecto a Coplas y Haikus? ¿Cuál futuro creéis que espera al trabajo?

MM: Rosa y yo no pensamos demasiado en el futuro, ¿lo tendríamos que hacer? En general yo nunca he vendido mis trabajos artísticos y la vida de las piezas suele ser corta. La idea es darnos este año para seguir buscando alguna residencia y poder encontrar un estreno en otoño del 2024. ¡Eso sería genial! Más allá ni idea, ya se verá, ojalá llueva café en el campo y agua en Barcelona.

Fernando Gandasegui

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Materiales de derribo (o construir sobre las ruinas)

Cojo un tren a Valladolid invitado a la jornada ‘Materiales de derribo’. Voy temprano, tengo tiempo. En el tren leo el último Premio Herralde, El desierto blanco de Luis López
Carrasco, director de cine responsable del fantástico documental El año del descubrimiento (es, sin duda alguna, uno de los documentales más importantes que he visto en mi vida). Leo el tercer capítulo de la novela. Se titula: Marte florecido. En él, una voz habla de su relación y la vida de su familia política, traza una suerte de biografía íntima-política de sus suegros. Leo. En un tren, en medio de Castilla, termino el capítulo que cierra así: “Siempre he visto la nieve como un desierto blanco. En los páramos de Castilla, desde el coche o el tren, cuando iba al norte a ver a mi familia. Espero poder observar ese desierto blanco al que nos encaminamos como un paisaje nevado. El chal de lana me acompaña” Miro por la ventana. Estamos llegando.

En Valladolid salgo de la estación sin pensar mucho y camino por un inmenso bulevar. Ha llovido y el suelo está mojado y pienso en que no he cogido el paraguas. Luego pienso que qué suerte poder caminar sin rumbo y dedicarse a pensar. Dejar que la voz interior se pierda igual que me pierdo yo al caminar. Cuando decido mirar dónde estoy me doy cuenta de que estoy cerca del Patio Herreriano así que lo tomo como una señal y entro. Allí paseo por los ‘Pajarazos’ de David Bestué y me acerco a la carta blanca de Cabello / Carceller. En una pared de la exposición leo: “No parece posible responder a la necesidad de evidenciar el carácter performativo de las estructuras sociales, incluidas aquellas que actúan en lo más profundo de nuestra psique, sin aludir al uso y abuso de la violencia en el ejercicio del poder y a sus consecuencias. ¿Cómo pueden nuestros aprisionados yoes responder ante la complejidad de los mecanismos empleados por su control? No tenemos instrucciones que nos guíen a quienes buscamos liberarnos. La filosofía, la literatura, el cine… sirven de apoyo, nos ayudan a situarnos en contexto, a entender los porqués. Los textos tienen sus propios ritmos y también en ellos se encuentra el placer. Los cuerpos buscan esos ritmos, los entienden y traducen, experimentando construyen a su manera sus propios poemas visuales.”

Por la tarde me dirijo al LAVA dónde tendrá lugar por quinto año ‘Materiales de derribo’ organizado por el Máster Oficial de Pensamiento y Creación Escénica Contemporánea que se enfoca en crear vínculos entre las raíces filosóficas y las fuentes artísticas. Dos de sus alumnas recién egresadas muestran sus trabajos fruto de su investigación artística. Las jornadas, creadas para ofrecer un contexto en el que poder seguir pensando la creación y el lugar de las enseñanzas artísticas se abren con un debate entre José Manuel Mora, dramaturgo y director de la ESADCYL y Javier Hernando, mi compañero en Los Bárbaros y profesor del Máster: la metáfora del espejo para construirnos vs. la producción de nuevos relatos. Pienso que en un evento en el que se hablará mucho de que los artistas deben responsabilizarse de los signos, también está bien que las instituciones (como un Máster) se hagan cargo de las personas y creen formas como estos ‘Materiales de derribo’ para continuar, para continuar pensando, pues la enseñanza, ese bucle entre “metafísica y oficio” (JMM dixit), necesita de paseos largos, muy largos, ¿infinitos?, en los que no necesariamente se llegue a ninguna parte y sin embargo no estemos solos.  

El trabajo duro no siempre es sudor de Cristina Garrido

La primera es Cristina Garrido con El trabajo duro no siempre es sudor. En el escenario hincha globos sin parar mientras escuchamos una suerte de cuaderno de notas con propuestas, deseos, datos, pensamientos, que siempre apuntan hacia la construcción de lo inútil. Una cita proyectada abre la pieza: errar humanum est y luego una proyección de gente que pasea sin rumbo. Así, errar y errar se hermanan. Equivocarse e ir a ningún sitio. En una suerte de elogio de lo improductivo, de hacer para nada, de rellenar trozos de plástico con aire, de buscar un gesto poético que abra una grieta en el capitalismo. Al ver la pieza recuerdo las palabras de Cabello / Carceller en el museo. Una frase de Cristina Garrido queda flotando en mi cabeza como un globo sin dueño: “la cultura empieza donde acaba lo útil”. 

El baile de la era en la era actual de Lucía Luquin

La segunda pieza de Lucía Luquin: El baile de la era en la era actual. Un grupo de jóvenes sobre el escenario se las ve con las formas de una coreografía que no les pertenece, antigua y remota. En su empeño fracasan, pero en ese fracaso crean una tensión, un conflicto, entre dos mundos, dos tiempos, dos espacios. ¿Cómo nos relacionamos con la tradición? Y entonces: ¿cómo se relacionan nuestros cuerpos? ¿Qué es la herencia? ¿Se puede/debe continuar con una tradición familiar? ¿Qué implica sacar una danza de su pueblo en Navarra y mostrarla sobre el escenario del Laboratorio de la Artes de Valladolid? Pienso al verla en la protagonista de la novela de López Carrasco hablando con su suegra, dos generaciones que intentan encontrarse como adultas y decirse algo secreto, algo que no se habían dicho nunca. 

Después, hablamos sobre las piezas, quizá el momento que daba sentido al viaje. Pensamos juntos, con el público, con las artistas, con algunos profesores del Máster. ‘Materiales de derribo’, construir algo en una realidad en ruinas, ser joven y pensar el mundo, hacerse cargo de los signos, observar vaciándose, imitar haciendo, deshacer pensando y volver a hacer. Alargar los gestos. El pensamiento crítico como cirugía, la pieza por encima del creador, el error como ventana para repensarse. 

Casi pierdo el tren de vuelta. Corro muchísimo para llegar en hora, corro hasta que las piernas se me ponen como palos y casi no puedo ni respirar. Luego el tren llega tarde. Como si la vida quisiese decirme algo. Algo así como que para qué correr si luego hay que esperar. Quizá merezca la pena empeñarse en el paseo. Me quedo pensando en eso.

Miguel Rojo

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Cosa. Intervenir un cuerpo

Dentro de la programación del 41º Festival de Otoño, en la sala Réplika, sucedió el 18 de noviembre el estreno en Madrid de COSA. Intervenir un cuerpo, la última creación de Macarena Recuerda Shepherd, creada en colaboración con Maia Villot, quien la acompaña en escena, Jorge Dutor, que colabora en la creación y en el vestuario, y George Marinov, responsable de la iluminación. 

Producida por el Antic Teatre, la pieza llega a Madrid después de haber pasado por Bilbao, Barcelona, Valencia, Bizkaia y Lleida, y es el cierre de una trilogía que completan ¡AY! ¡YA!, estrenada en 2018, y The watching machine, estrenada en 2020.

A lo largo de esta serie Macarena Recuerda Shepherd se ha dedicado a estudiar distintas facetas del ilusionismo, el arte de producir eventos que, en apariencia, son contrarios a las leyes naturales. Para esto ha estudiado los mecanismos de la percepción visual y ha desarrollado diferentes formas de manipularlos.  

En ¡AY! ¡YA! dos cuerpos se entrelazan multiplicando las posibilidades morfológicas de cada uno, adoptando posiciones y haciendo movimientos imposibles. En The watching machine la luz, el reflejo y las sombras son utilizados para producir un catálogo de ilusiones ópticas. En COSA. Intervenir un cuerpo, el cuerpo se vuelve parte de la escenografía al recibir el mismo tratamiento que los objetos que la componen. Enfundado, además, en los mismos colores de los que se ha vestido la caja escénica, se camufla con el cartón, material que protagoniza la obra.  

Al entrar en la sala nos encontramos con un espacio blanco ocupado por una gran bolsa arrugada de papel marrón y dos pequeños muros construidos con tubos de cartón. Al principio no hay nadie en escena, hasta que del interior de los tubos comienzan a asomarse manos, pies y cabezas que no se comportan como si formaran parte de una persona, sino como si fueran seres autónomos, curiosos y precavidos. 

A partir de aquí se nos irá presentando una población de criaturas con corporalidades y personalidades bien distintas. Especímenes de diferentes tamaños y fisonomías que conviven en un mundo fantástico que al principio nos había parecido inhabitado y que de repente se revela lleno de ¿gente, animales?, no sabría decir. Los seres que vemos en el escenario no se parecen a ninguno conocido, algunos tienen características difícilmente compatibles con la vida como la entendemos: Estamos en un ecosistema nuevo de atmósfera cálida, un lugar tranquilo, austero en lo referente al color, pero exuberante en su creatividad anatómica.  

Con el correr de la pieza el bestiario da lugar al despliegue arquitectónico. Es como si después de haber visto a los moradores de este mundo se nos diera la oportunidad de conocer también el aspecto que tienen sus ciudades o instituciones, lo que inevitablemente nos llevará a pensar en cómo este mundo está organizado. 

Si durante la primera parte de la pieza todo lo que parecía cosa se había acabado manifestando como cuerpo vivo, al acercarse el final veremos objetos que, sin dejar de ser objeto, han adquirido la capacidad del movimiento: Un escenario que se reestructura solo, una escenografía que se construye a sí misma para dar lugar a una imagen que, sin ser nada concreto, evoca muchas cosas. 

En COSA. Intervenir un cuerpo, Macarena Recuerda Shepherd hace desaparecer el cuerpo, pero no de una vez, sino retirándolo gradualmente de la escena. En la primera parte de la pieza este se presenta desarmado, algunas de sus partes se utilizan para constituir otros seres. En la segunda, se fusiona con los elementos de la escenografía haciendo que estos cobren vida. En la tercera los objetos son del todo independientes. 

COSA es un trabajo que no impone discursos, que acepta muchísimas lecturas. A partir de lo que se ve en escena cada persona del público puede iniciar un viaje muy distinto. Para mí, este viaje comenzó cuando empezó a desaparecer la diferencia entre cuerpos y objetos, cuando los primeros empezaron a cederle a los segundos parte de la vida que contienen. Fue un viaje inesperado que me llevó a pensar en por qué somos capaces de depositar afectos en cosas inertes, en si es posible señalar con exactitud el momento en que aparece o desaparece la vida, en si no sería más correcto pensar la vida como algo que sucede, que pasa por nosotros momentáneamente, en vez de como algo que se tiene o no se tiene, en cómo nos relacionamos con lo desconocido y en cómo podríamos llegar a relacionarnos con lo inimaginable, entre otras cosas.

Al final de la pieza el trasvase se ha completado, la vida que traían los cuerpos ha pasado al cartón, que me saca de mis divagaciones haciendo un último gesto espectacular que, paradójicamente, tiene algo de inauguración. Un gesto que deja claro que las cosas han alcanzado autonomía, que los objetos ya no necesitan del cuerpo de nadie para moverse (esto sólo en apariencia, claro, recordemos que la cosa iba de ilusionismo). 

María Cecilia Guelfi

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Entrevista a Oscar Dasí

Hace falta un lugar y un tiempo para bailar o simplemente estar. Para que artistas y público puedan crear y compartir sus experiencias, alguien ha tenido que concebir y cuidar ese territorio, generando las condiciones para que podamos transitarlo. 

Oscar Dasí (Alcoi, 1964) se ha dedicado durante años a cultivar estos espacios. En una época en que no habían modelos ni muchos recursos, el programador y gestor pero antes que todo bailarín – inició una contribución inconmensurable para que existiera una historia de las artes performativas en Barcelona. Historia esa que, en muchos momentos, se cruza con su propia biografía. 

De forma discreta pero decisiva, a lo largo de su amplia trayectoria, Oscar ha impulsado diversas estructuras transversales a la creación y exhibición de las artes vivas, como: La Porta, Festival LP, Nits Salvatges, La Caldera, entre otros. 

El próximo enero, después de siete años al frente de La Caldera, Oscar deja la dirección artística de la fábrica de creación. Pero antes, a modo de despedida, el 28 de noviembre comparte Ánima, ocasión en que podremos verlo bailar.

Brut Nature 2017 ©Tristan Perez-Martin

João Lima: Oscar, para empezar, ¿qué te atrajo del mundo artístico?

Oscar Dasí: Empecé en Alcoi con un grupo de teatro, La Cassola, que decidió montar un musical con adolescentes. Hicimos un montón de actuaciones, hasta una pequeña gira. Ahí descubrí el placer de bailar. Vi que lo de subirse al escenario y todo lo que pasaba ahí era muy especial. Con 14 años empecé a tomar clases de ballet. Pero en realidad hasta que llegó Carol Laurenti de Barcelona a dar un taller intensivo de contemporáneo no me enganché en serio. Algo había de: «Quiero bailar, me iré a Barcelona». Pero también tenía que ver con la realidad concreta. En esa misma época les dije a mis padres que estaba enamorado de uno de mis mejores amigos y rápidamente entendí que si quería vivir mi vida tenía que dejar Alcoi. Típico tópico. Tenía que irme y había descubierto que bailar me apasionaba, que disfrutaba mucho porque tenía contacto con mi cuerpo. Bailar fue un gran impulso, me ayudó a despegar… también porque era algo que hacíamos en grupo, se creaba todo un colectivo, nos conocíamos y compartíamos un montón de cosas.

Me enganché, y me vine a Barcelona siguiendo la estela de esta profesora. También vine a estudiar periodismo, pero un poco como tapadera. Bueno, era una de las pocas carreras que me interesaban, pero mientras estaba en la universidad estuve tomando clases de técnica durante un año, y me presenté al Institut del Teatre. Me cogieron y estudié allí dos años, luego me di cuenta de que algo se quedaba corto de vivencia, de pedagogía. Llegué a Barcelona con 17 años, a los 18 entré en el Institut y con 19 caí en La Fábrica, que era un espacio privado de danza. Por allí pasaron muchos profesores nacionales e internacionales, con otras maneras de entender la formación en danza. Gente maravillosa, como Cesc Gelabert, Lydia Azzopardi, Montse Colomé, Alicia Pérez Cabrero, Sara Sugihara o Yaakov Slivkin, que era un pedagogo increible. Él decía: «El cuerpo es un sistema de pesos, cuerdas, poleas… El arte, si llega, viene después. Estamos aquí para aprender a mover el cuerpo». ¡Era fantástico! Tomé todas sus clases. Al final dejé de ir al Institut y empecé a colaborar con la gente que estaba en ese entorno de La Fábrica.

JL: Era una época de ebullición, ¿verdad?

OD: En aquel momento creo que solo existía el Ballet Contemporani de Barcelona. Recuerdo a Cesc Gelabert diciendo: «Toca montar una compañía de danza contemporánea profesional, porque no hay». Alguien lo tenía que hacer y, efectivamente, en aquel momento, él estaba en la posición de tener credibilidad suficiente para recibir apoyo. La Fábrica aglutinaba a mucha gente. Cesc organizó un taller intensivo de coreografía durante una semana, al que te podía inscribir como coreógrafa-o como intérprete. Allí nos encontramos Àngels Margarit, Giovani, Sabine Dahrendorf, Francesc Bravo y un montón de bailarinas y bailarines. Creo que fue el inicio de muchas cosas.

Brutal 2022 ©Tristán Pérez-Martín

JL: Pero antes habías hecho una audición para Rosas la compañía de la coreógrafa Anne Teresa De Keersmaeker, ¿verdad?

OD: Sí, Anne Teresa pasó por Barcelona con Rosas Danst Rosas e hizo una audición. Se presentó mucha gente. Nos seleccionaron a Natalia Espinet, Vicente Sáez y a mí. Nos dijeron que nos llamarían para la nueva creación de la compañía. En ese momento yo estaba trabajando en una pieza de Francesc Bravo que no llegué a estrenar porqué me raptaron para hacer el servicio militar. Fue cuando acabé la mili que nos llamaron de Rosas. Estuve dos años no continuados en Bruselas, pero nunca dejé de tener casa en Barcelona. 

JL: De esa experiencia con Anne Teresa en Bruselas, ¿qué es lo que más te marcó? 

OD: Muchas cosas. Fue muy intenso tanto a nivel profesional como personal. Antes de irme a Bruselas, yo tenía una relación con un músico, Joaquim Bellmunt, 15 años mayor que yo. Cuando estaba trabajando en Bruselas, él empezó a tener problemas de salud, era una cosa intermitente, iba y venía. No entendíamos lo que le estaba pasando. Hice la última etapa de creación de Ottone Ottone y el primer periodo de gira sabiendo que él había contraído el SIDA. Fue un golpe muy fuerte y por un momento quise dejarlo todo, volver a Barcelona para estar con él. Pero Joaquim no me dejó. Me dijo: «Te vas, tu vida está allí, es lo que tienes que hacer». Como te puedes imaginar, aunque solo fuese por eso, mi estancia en Bruselas emocionalmente fue muy intensa. Pero además allí pasaron muchas cosas. Anne Teresa nunca ha vuelto a hacer nada como el Ottone, porque se metió en un berenjenal que le explotó en la cara. Bueno, nos explotó a todas. Me acuerdo el primer día de ensayo: llegas a Bruselas, vas a trabajar con la Keersmaeker, estás en la escuela antigua de Mudra, esos estudios, somos un equipo de mucha gente, se habla en inglés y lo primero que dice Anne Teresa antes de empezar los ensayos es: «First rule: no emotions». Pero trabajamos con una ópera de Monteverdi, L’incoronazione de Poppea, que es todo lo contrario: el amor, el deseo, los celos, el poder, la venganza… todo lo mejor y todo lo peor del ser humano metido en una ópera barroca. Una música preciosa, con una potencia enorme. Y claro, todo eso se movió también durante el proceso de creación. En la vida real se desataron esas mismas pasiones, amores, celos y juegos de poder. Acabó siendo un proceso de creación muy intenso… y doloroso. Hay algo muy potente, estás ocho horas bailando y hay cosas que empiezan a brotar a partir de las ocho horas. Los materiales, las emociones, las construcciones, hay algo que tiene que ver con ese nivel de dedicación, de energía, de tiempo. Es muy bestia. Y todo eso hace que el trabajo se ponga en un sitio.

Aquí esto era impensable. ¿Cómo se puede pedir ese tipo compromiso a las creadoras de aquí cuando las condiciones en las que se trabaja no son así? ¿Quién puede dedicarse a crear ocho horas al día durante 6 meses? Ahora es incluso más complicado. Entonces, sí que fue una experiencia de profesionalización, de dedicación absoluta a un trabajo de creación. Pero también es verdad que en aquel momento cobrábamos lo mínimo para pagar un apartamento compartido y sobrevivir como bailarines españoles emigrados. Era todo muy precario y también fascinante, porque no existía ese mundo que existe hoy. Cuando años después fui al Kunsten Festival tuve la sensación de estar en el festival de Cannes de las artes escénicas: con la alfombra roja y los bailarines y coreógrafos eran estrellas. Hubiera podido seguir en Bruselas, pero Joaquim falleció. Regresé para el segundo periodo de gira de Ottone, viajando por toda Europa, y empezamos a trabajar en una nueva creación. Aparentemente todo iba bien, pero sentía la necesidad de volver a Barcelona, reencontrarme con mi casa, con la pérdida y todo lo que había dejado aquí. Cuando estábamos actuando en el Festival de Salzburg, vino Hugo De Greef del Kaaitheater para hacernos firmar el siguiente contrato con Rosas. Cuando les dije que antes de firmar quería acabar la gira y aprovechar el mes de vacaciones para pensar qué quería hacer con mi vida, ¡reaccionaron fatal! No me podía creer que no lo entendiesen. Y ahí dices: «Aquí os quedáis». Eso lo cuento porque, cuando volví a Barcelona, tenía muy claro que no quería desarrollar mi trayectoria como artista a cualquier precio. Llegué en ese estado de reencontrarme con mi vida. Venía de una experiencia de compañía grande en que algo deshumanizado me sacó fuera. Y cuando regresé Cesc, Àngels, Giovanni, Sabine y Alfonso ya habían empezado con sus compañías de danza, los veía agobiadísimos y me decía: «No, yo no voy a…».

Brutal 2022 ©Tristán Pérez-Martín

JL: ¿Cómo se dio el paso de tu experiencia como bailarín a organizar muestras, contextos de exhibición y a fundar estructuras artísticas? 

OD: Estaba intentando volver a trabajar aquí, hice la gira de Belmonte con Gelabert-Azzopardi y después empecé a colaborar con María Muñoz y Pep Ramis. También había conocido a Carmelo Salazar y, casualidades de la vida, los dos entramos en una nueva creación de Malpelo. Llegó un momento en que aquello no funcionó. Dejamos la producción y nos encontramos los dos en el verano del 92, en plenas olimpiadas, tirados en Barcelona, sin trabajo. Nos pasamos meses trabajando de camarero mientras intentábamos conseguir horas de estudio para hacer nuestras cosas en danza. Después, en el postolímpico, montamos un proyecto en la calle: Dansa a la Plaça de les Olles, en el Born. En esa época era un barrio totalmente degradado, nada que ver con el actual. Conseguimos que el Ayuntamiento nos diese permiso y acceso de corriente para conectar un equipo de sonido y cuatro focos.

Era una programación de piezas cortas todos los lunes del mes de septiembre. Allí presentaron trabajos Alexis Eupierre, Ana Eulate, Carol Dilley, Javier de Frutos… la misma gente que estaba organizando la primera presentación de La Porta, que se hizo en octubre en Area. Coincidió que todos estábamos buscando la manera de generar contextos para que se pudiesen mostrar los trabajos y encontrarse con el público. Así empezó La Porta; y Carmelo y yo nos ofrecimos a ayudar, a montar el linóleo, a montar el bar, preparar bocatas… pronto pasamos ser parte de La Porta, por la que pasó y colaboró mucha otra gente. Teníamos claro que no bastaba con mostrar ‘mi’ trabajo, que era necesario abrir espacio para todas. Si no, no tendría sentido para nadie. Había el impulso claro de preguntarnos ¿cómo generamos una escena, cómo hacemos comunidad? Creo que esto fue lo que hizo que se moviesen tantas cosas. 

JL: ¿Qué relaciones ves entre tu práctica artística como bailarín y tu trabajo como programador y gestor? 

OD: En realidad, todo proviene de lo mismo: de esa pasión que te hace mover y dedicarte a la danza y a descubrir el cuerpo de otra manera. A preguntarte, ¿Qué pasa con el cuerpo? ¿Qué experiencias y saberes me ofrece? Y lo que eso abre es la base de todo. Lo demás son circunstancias. Lo que para mi es importante es aplicar y explorar esos conocimientos dentro de las relaciones artísticas, más allá del rol de autor o intérprete. El tema es que, en aquella época, no había conciencia de eso. En el 95 nos dieron el Premi Ciutat de Barcelona porque decían que La Porta había inventado un modelo de gestión innovador, no sé qué… y nos empezaron a llamar para dar clases en másteres de gestión cultural. Nos invitaban a dar una ponencia, como caso práctico, pero en realidad, íbamos a tomar notas, a empaparnos de todo (Risas).

Quizás sí, llega un momento en que te conviertes en eso, pero no éramos conscientes. Estas montando programaciones, aprendes a pedir subvenciones, contabilidad, comunicación y acabas diciendo: «Pues sí, nos dedicamos a la gestión». Pero para mí no hay una separación, el impulso es el mismo. Haces esto porque es una necesidad, resulta que se llama «gestión cultural» y acabas teniendo una etiqueta. Pero la verdad es que siempre me he considerado un bailarín. Toda la vida he bailado. Últimamente no mucho, pero ahora vuelvo a bailar. Es lo que mueve todo. Para mí está totalmente conectado: el modo como me relaciono con un artista en La Caldera viene del interés directo en la materia de trabajo, en los conocimientos que se generan en los procesos de investigación. 

Càpsula de Creació en Cru #56 Mar García y Javi Soler ©Tristán Pérez-Martín

JL: En los últimos años, La Caldera apostó por una transversalidad de disciplinas y prácticas artísticas que conciben el cuerpo como material lingüístico. ¿Puedes comentar este aspecto de tu dirección artística? 

OD: Los trabajos tienen que mostrarse, encontrarse con los públicos. Pero para mí, compartir una creación va mucho más allá del hecho de presentar un espectáculo. Después de muchos años en La Porta, se empezó a hablar de la noción de programación expandida. Fue como: «Ah, ese es el nombre de algo que llevamos tiempo haciendo». En realidad, programación expandida es generar un contexto para que los trabajos se vean. No solamente poner el escenario y que el público venga, pague la entrada y asista. Sino generar un entorno alrededor de una propuesta, una artista o programación, para que la gente pueda acceder con más facilidad a aspectos de la creación que, a menudo, no son tan explícitos en el resultado final. Siempre he sentido un interés especial por todo lo que se mueve, lo que se cuece y aparece durante los procesos de creación. Hay algo en los saberes, en las posibilidades sensibles, las políticas del cuerpo y relacionales que se despliegan en la investigación artística, que me fascina y me parece muy valioso. Siempre me ha interesado poner el foco ahí, sobre todo en La Caldera. Entender cómo podemos hacer que esos saberes sean transmisibles, accesibles para cualquier persona que pueda estar interesada. Esto ya implica transversalidad.

Más allá de la gente que ya está comprometida con una práctica artística, ha habido la preocupación de conectar el cuerpo y la práctica de la danza con otros ámbitos de creación y de conocimiento: las artes visuales, la creación sonora, la escritura, el pensamiento crítico o la filosofía. La cuestión es cómo tornar eso accesible a la ciudadanía. Es un enfoque muy diferente a hacer proyectos comunitarios para que la gente baile y tenga la experiencia de subirse a un escenario. Más bien se trata de hacer que cualquier persona pueda entrar en contacto con las prácticas corporales desde una experiencia sensible, que afecte su calidad de vida, su manera de sentir(se), de estar en el mundo y en relación con los otros. La danza ahí tiene una potencia que todavía está por revelar. Nosotras lo tenemos muy claro. Pero este tipo de retorno todavía no se entiende ni se pone en valor por parte de las personas responsables de las políticas culturales. Seguramente porque no es fácil determinar el valor económico, porque son actividades y trabajos que no acaban de encajar en las leyes del mercado. Pero no por ello debemos dejar de reclamar recursos públicos que sustenten estas prácticas. 

JL: Habéis logrado generar ambientes favorables para las muestras de trabajos en proceso, generalmente creaciones inacabadas o piezas de investigación. No es sencillo acceder a materiales a menudo frágiles, o al margen del circuito comercial. ¿Cómo habéis trabajado para crear esos contextos?

OD: Por un lado están las Cápsulas de Creación en Crudo, donde las artistas residentes de la Caldera pueden compartir, si quieren, el momento del proceso en el que se encuentran de manera totalmente informal. Son muestras gratuitas, donde al final siempre ofrecemos un vino y pica-pica para que la gente se quede y se genere un diálogo con las artistas. Al principio venían dos personas, siete, doce como mucho. Ahora cuando hay una cápsula vienen 50, 60, 80 personas… de alguna manera se ha convertido en una programación paralela. Hasta el punto que en Corpografíes#8, la última programación que he organizado en La Caldera, las cápsulas están integradas, igual que las otras presentaciones de piezas acabadas, talleres o encuentros. Algunas actividades son gratuitas y otras no. Pero más allá de eso, comparten ese interés por los saberes del cuerpo, por difundir los universos de las artistas y por cómo se genera el contexto. Eso nos ha llevado a experimentar con diferentes marcos y formatos, buscando crear las condiciones que hacen posible que la gente se encuentre y comparta sus prácticas. Hay una cosa muy clara: es necesario construir espacios de confianza para que las creadoras se permitan exponer sus trabajos, sin saber todavía muy bien que van a mostrar. Son momentos de mucha fragilidad, pero también están cargados de potencia. En ese compartir lo que no sabemos, lo que quizás solamente empiezo a imaginar, aprendemos y descubrimos juntas cosas que difícilmente son accesibles cuando estamos solas trabajando en el estudio. Es muy complejo y delicado, pero ocurre, se llega. 

Brutal 2022 ©Tristán Pérez-Martín

JL: ¿Cómo? 

OD: Hay muchas maneras, por ejemplo, durante el segundo Brut Nature, surgió la pregunta: « ¿Cómo sería un centro de creación que funcionase como el Brut durante todo el año?». Desconfío bastante de los métodos fijos, cuando ya sabes cómo algo se hace y lo repites, hay cosas que se desactivan. Así que empezamos a preguntarnos si sería posible extraer ciertas experiencias y estrategias del Brut Nature¹ que pudiésemos aplicar al funcionamiento regular de La Caldera. Y nos pusimos a probar. No es tan inocente, hay cosas que sabes que funcionan o ayudan. A menudo son cuestiones aparentemente muy sencillas, pero hay que tenerlas en cuenta, cuidarlas. Una de ellas sería desactivar el máximo posible las expectativas: ponerse a trabajar para que ‘algo’ ocurra, pero sin tener una idea preconcebida de lo que es ese ‘algo’. Se trata más bien de crear hueco, abrir espacio para que lo que tenga que pasar suceda.

De repente, durante la pandemia, todo esto se pudo poner en práctica en el proyecto ARAR², que se expandió temporalmente a lo largo de nueve meses. Esta experiencia nos llevó al Brutal­‎³, donde invitamos un colectivo de artistas a pensar, a compartir prácticas e intereses, para entender qué puntos de intersección existían entre el trabajo de unas y otras. A partir de esos puntos de interés, diseñamos y produjimos conjuntamente todo el programa de actividades de La Caldera en 2022. La única condición era que todo lo que se generase tenía que ser compartible y público. Esto nos llevó a buscar estrategias diversas para abrir los procesos, las investigaciones y las prácticas sensibles a la gente, incluso nos inventamos una publicación especial, la Poro Estratosférica, para comunicar todo lo que estaba pasando en el Brutal. La premisa inicial fue: «Hagamos lo que hagamos, tiene que ser abierto y transitable por cualquier persona que se quiera acercar», eso desmontó la idea de público como espectador.

La invitación era a atravesar una experiencia con nosotras, desde y con su propio cuerpo. Y todo el Brutal era gratuito: «¡Que venga quien quiera!». Accesibilidad cultural. También sirvió para mover el tipo de relación y expectativas que se generan cuando se paga una entrada. Nos sentíamos más tranquilas a la hora de probar y proponer las actividades. Y pasaron cosas maravillosas. En el Brutal constatamos que cualquier persona puede transitar prácticas sensibles de alta intensidad sin problemas, cada una desde sus capacidades. Si algo te supera pues te vas, o te quedas observando. Ocurrió en alguna ocasión. Me acuerdo de una mujer que había venido varias veces y, en una de las prácticas que duró cuatro horas, me dio un abrazo y dijo: «Gracias, pero no puedo más». Había muchas capas y se movían muchas cosas, a niveles muy íntimos, y sin evadir nuestra responsabilidad, cada una supo gestionarse según sus propios límites.

(Des)comunal – festa de dia ©Tristán Pérez-Martín

Durante tres meses se pusieron en juego muchas prácticas de diferentes artistas. La mayoría de las veces no teníamos un guión previo de lo que iba a pasar, pero teníamos puntos de referencia claros. En este sentido nos resultó muy útil la aportación de Esther Rodríguez-Barbero, que entonces estaba estudiando para sacarse el título de patrona de barcos: la carta de navegación. Como no sabíamos dónde nos iba a llevar el viaje, dibujábamos una carta de navegación de cada propuesta para orientarnos, no perdernos y facilitar la travesía a la gente que se iba a venir de aventura con nosotras. Estas cartas de navegación nos permitían organizar materiales, entornos físicos, conceptos, lecturas de textos, momentos de pausa y algo de comida, como si fuesen  territorios, costas o islas que queríamos visitar, atendiendo al tiempo de cada cosa, a las corrientes, con sus boyas y faros. ¡Y funcionó muy bien! Es muy potente, porque lo que se está compartiendo son herramientas para supervivir. No sobrevivir, sino supervivir: vivir con deseo y dignidad. Sirve para reactivar capacidades vitales y de movimiento a nivel sensible. Como sociedad tenemos muchas cosas que sanar. Y en las prácticas corporales desarrolladas desde una cierta sensibilidad, abrimos eso que llamamos real. Frente al típico: «La realidad es la que hay», las artistas aportan otras visiones. Claro, para hacerlas reales antes hay que imaginarlas. Todo eso abre espacios en lo posible que, hasta ese momento, eran imposibles. 

JL: Al finalizar esta etapa en La Caldera presentas Ánima, un solo tuyo del 2013. ¿Por qué esta elección? 

OD: En realidad no es un solo, ni una pieza… En el mismo momento que estaba cerrando la programación de Corpografíes#8, estaba decidiendo no presentarme a la segunda fase de la selección de dirección artística de La Caldera. Entonces pensaba: «¿Y si en enero del 2024 no estás en La Cadera?». Empezaba a imaginar cosas que podría hacer y mi cuerpo decía: «¡Ah! ¡Qué bien!». Nunca me hubiera programado a mí mismo si hubiese tenido la intención de volverme a presentar, pero me dije: «Pues, si no sigo, me gustaría bailarme La Caldera». Me parece un gesto de devolución hermoso. Porque, si vengo del cuerpo y he estado durante todos estos años acompañando a todas esas artistas, ahora me pongo del otro lado.

Tengo algunas horas de trabajo para preparar algo que compartiré. De repente me siento como un artista residente. Estoy revisitando Ánima, lo último que hice hace diez años. Ahora mismo un montón de cosas me reconectan con aquel momento. Entonces había dejado La Porta, ahora me voy de La Caldera. Cuando en 2013 me invitaron a hacer algo en el Teatro Ensalle de Vigo, me dije: «Ponte con el cuerpo, que llevas años sin hacerlo». En aquel momento trabajé sobre la idea de precipicio, tenía la sensación de que me iba a dar una hostia. Ahora ya no tengo la misma sensación, no siento ansiedad. Es un apunte sin pretensiones, tampoco las tenía entonces. Ahora también, pongo el cuerpo, me bailo encima. Y ciao, pescao. También hay algo de celebratorio: soy bailarín, es mi forma de despedirme. 

(Des)comunal ©Tristan Perez-Martin

JL: Después de estos siete años en La Caldera, particularmente, ¿qué es lo que más te resuena? 

 OD: Muchas cosas, pero sobre todo mucha vida. La vitalidad. Con las artistas no he dejado de aprender, todo el tiempo descubrimientos, como cuando alguien te hace ver algo de otra manera, cómo eso te desplaza. Y te hace sentir vivo. Durante años, decían: «¿Cómo cambiar el punto de vista? ¿Y si miras desde arriba para ver adentro?». Últimamente pienso que eso no sirve de nada (Risas). Bueno, hay que mirar las cosas de muchos ángulos. Pero ahora creo que no es solo una cuestión de perspectiva, sino de cómo estar en el mirar. Hay otros modos de estar viendo, y eso implica que te tienes que desplazar interiormente, abrirte a otros espacios de percepción. Para mí ahí está el trabajo realmente importante de las artistas.

Otra cosa muy bonita de estos siete años tiene que ver con el encuentro, con el valor y el cuidado de las relaciones, los diálogos. No solamente con las artistas, sino colectivamente. Constatar, a través de la vivencia, que hay muchas cosas que no sabemos. Y de ese no saber -cuando es compartido con más gente- surgen conocimientos a los que individualmente no llegarías. Son espacios que desvelan saberes en común. No sobre lo que ya conocemos, sino en relación a lo que todavía no sabemos, pero nos increpa y compartimos. Si se crean ambientes de confianza, de tránsito cómodo, en ese espacio común aparece todo lo relacional: me mezclo contigo, te pones conmigo, nos ponemos unos con los otros, y de ahí…

JL: Y ahora, Oscar, ¿qué planes tienes para el futuro? 

OD: Muchas ganas de pasar más tiempo con mi padre en el pueblo, está muy mayor. Ahora o nunca. También creo que necesito descansar, tomar un poco de distancia, coger perspectiva. Seguramente viajar con Petros, mi compañero, es su gran pasión. Pero, más allá de eso… Este sitio es maravilloso (La Caldera). Decidir no seguir no fue fácil, porque en nuestro país no hay casi ningún otro lugar donde se pueda hacer lo que hemos hecho y de la manera que lo hicimos. Y de repente, ¿no voy a tener dinero? ¿Me voy a morir de asco? Pues mira, no lo sé. Si algo me preocupa realmente, es no dejarme atrapar por el miedo. Es increíble la manipulación constante de nuestras vidas a través del miedo. Sí, te vas a morir, ¿sabes? En ese sentido, el SIDA fue muy importante. Estaba muy cerca, estaban muriendo todos los compañeros. Teníamos mucho miedo. Y cuando de repente estábamos viviendo el COVID, yo flipaba. De verdad, ¿no hemos aprendido nada como sociedad? ¿De todo el dolor, de todo aquel sufrimiento y todas aquellas muertes, no hemos aprendido nada? En el fondo, mucho de lo que nos pasa tiene que ver con el miedo a la muerte. Porque el dolor y el sufrimiento es el mismo, viene pasando desde siempre y, lamentablemente, no parece que vaya a cesar. Hasta hace nada era Ucrania (que sigue, aunque ya no se habla), ahora mismo el horror en Gaza… que vienen los fascistas, están por todas partes, en realidad nunca se fueron… Estamos sometidos a esa gestión descarada del miedo. En un momento me dije: «¡¿Vas a tomar la decisión de qué hacer con tu vida condicionado por el miedo?!» . Hay que escuchar ese aliento. ¿Que qué voy a hacer? De momento me bailo en La Caldera el día 28. Es algo que me apetece mucho y está resultando una aventura bien hermosa.

João Lima

¹ Brut Nature es un dispositivo que pone en relación a una parte de los creadores acogidos en residencia en La Caldera. Durante dos semanas ocupan La Caldera para seguir elaborando sus proyectos individuales pero también, y sobre todo, para adentrarse y dejarse intoxicar por los universos creativos de los demás.

² Arar: Hacer del ahora (ara, en catalán) verbo de acción. Son las propuestas de nuestras cómplices para la celebración de los 25 años de La Caldera. Un mes de mayo que teníamos que dedicar a estar juntas imaginando y practicando otras maneras de compartir el tiempo y que ha sido atravesado por el ahora que estamos viviendo

³ Brutal: ¿Y si los contextos para compartir prácticas artísticas ocupan el centro de nuestras actividades? ¿Y si pasamos de diseñar los contenidos a posibilitar espacios de encuentro y diálogo desde donde emerjan los contenidos de La Caldera? ¿Y si las prácticas artísticas son prácticas sensibles que van más allá del contexto artístico?

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Entrevista a Sandra Gómez – Resonancias del acontecer

Sandra Gómez. Imagen: José Jordán

Sandra Gómez estrena Coses que sonen en La Mutant 17, 18 y 19 de noviembre. Coreógrafa y bailarina, artista fundamental para los lenguajes performativos peninsulares de los últimos lustros, lleva tiempo y varias obras dedicada a una investigación que pone en movimiento el vínculo entre cuerpos y sonidos, generando para ello sus propias tecnologías coreográficas y de escucha. Acompañada como en obras anteriores por el músico Javi Vela, en Coses que sonen Vicent Gisbert se une a Sandra en escena, un dúo de cuerpos y máquinas resonando este fin de semana en Valencia. 

Desde hace años llevas a cabo una investigación sobre el sonido o lo sonoro y sus materialidades que se ha concretado en varias obras y otros formatos. ¿Cuáles son las preguntas que han movido estos trabajos? 

Muchas de las preguntas que me han puesto a trabajar los últimos años son las mismas. Algunas de ellas serían qué pasaría si la escucha desplazara a la visión como sentido hegemónico; qué relación hay entre el sonido, la escucha y silencio; qué espacio revela el silencio; qué silencios somos capaces de poner en juego; de qué manera afecta lo sonoro a la corporalidad y el movimiento… 

Recordamos el final de obras de etapas anteriores como The love thing piece o Heartbeat, en las que ya se apuntaba un trabajo del sonido con el cuerpo, el cual has ido profundizando y transformando en tus últimas piezas. ¿Cómo y por qué arranca este motor de trabajo y cómo se ha ido transformando en cada una de sus formalizaciones? 

Todo esto empezó al hacer un taller en 2010 en Bruselas que se llamaba Sound as space con la coreógrafa Lilia Mestre y la artista sonora Els Viaene. Fue una revelación que me abrió el mundo de lo sonoro. En 2013 hice The love thing piece, obra en la que ya había en su final un juego bastante abstracto haciendo con el minijack en el cuerpo después de haber bailado un ruido de masa. En Heartbeat (2016) usaba un doppler para sacar el sonido del corazón y exteriorizarlo. Después conozco al músico Javi Vela, él me abrió un campo de posibilidades con respecto a máquinas sonoras, y a partir de entonces empiezo a jugar con estas tecnologías. La siguiente obra, Tot per l´aire (2018), es un trabajo creo de transición en el que hay música enlatada como en las anteriores, pero ya aparece la gestación en directo de material sonoro, haciendo por ejemplo derivas sonoras con un pedal y amplificando mi voz. Las siguientes piezas ya incorporan la utilización de estas máquinas y comienzo a investigar el espacio sonoro. En Volumen II (2020) sigo investigando a partir de acciones con el cuerpo para accionar cualidades de sonidos y que éstos se registren para que se puedan procesar. En Bailar el sonido (2022) ya reúno y pongo en práctica de forma más clara cuestiones que he probado en obras anteriores. 

En Tot per l´aireVolumen II y Bailar el sonido trabajo con Javi Vela, quien se encarga del espacio sonoro, de sus viajes y modulaciones, y yo estoy en escena accionando para que a través de mi cuerpo se generen materiales sonoros. Tanto Javi como yo nos introducimos en un terreno que no conocíamos, trabajando a partir de la prueba y el error, sin saber muy bien cómo se hacía. Nos preguntamos cómo se crea un espacio sonoro a partir del cuerpo y qué tecnologías necesitamos para eso. Esa búsqueda nos llevó bastante tiempo y nunca trabajamos con ordenador. Por ejemplo, en Bailar al sonido probamos muchos micros hasta que dimos con los que funcionaban para nuestra idea, que resultaron ser unos que se usan en flamenco. 

¿Cómo ha cambiado la investigación con el sonido tu lenguaje corporal? 

Esta investigación supuso un gran cambio en mi trabajo corporal. Yo estaba muy acostumbrada, incluso viciada, a usar temazos para conseguir una energía determinada. Trabajar por ejemplo a partir del silencio y generar yo el sonido a través de mi cuerpo fue una gran transformación. Igualmente lo fue investigar sobre el tacto y el contacto a partir de la misma premisa. 

Coses que sonen. Imagen: Raúl Sánchez

Para Coses que sonen hablas del concepto de “resonancia del acontecer”. ¿En qué consiste y cómo la trabajas?

Hace tiempo leí un libro que me influyó mucho, Resonancia de Hartmut Rosa. La resonancia ya estaba presente en Bailar el sonido, y la podría describir así: al bailar, mi cuerpo genera un sonido que acaba creando una banda sonora que a su vez afecta a mi baile o movimiento. Algo así como un sistema de retroalimentación entre el cuerpo y el sonido. En Coses que sonen este sistema también está, pero además, los sonidos se van quedando con nosotros en el espacio sonoro, conformando una huella o residuo sonoro que se va acumulando en capas. Eso comienza a afectarnos y a afectar a la partitura que acabamos rompiendo de forma progresiva. También hay una resonancia visual con la huella. Empezamos limpios, como un lienzo en blanco, pero a través de las acciones nos vamos manchando.

¿Cómo ha sido el trabajo con objetos en Coses que sonen?

El trabajo con los objetos viene de una residencia de investigación que hice en Espai La Granja llamado Materias sonoras. Allí yo quería trabajar la resonancia o afectación sonora entre más cuerpos. En este proyecto invité al músico Avelino Saavedra, quien nos compartió su técnica y ejercicios con objetos cotidianos, con sus cualidades sonoras. Esto se quedó conmigo y después de Bailar el sonido, donde el cuerpo estaba en primer plano, quise desplazarlo y trabajar desde este otro lugar donde los objetos son lo que te dan la sonoridad.

En Coses que sonen investigamos la textura sonora de muchos objetos y materiales, trabajando con una partitura de repetición, de loop analógico, no al unísono sino en decalage, con varias capas en diferentes tiempos que se acumulan y vamos creando Vicent Gisbert y yo en directo y al descubierto en escena, cada una con su set de máquinas. 

Para Coses que sonen también fue importante hacer talleres como alumna organizados por Diàleg obert en el Teatre El Musical, uno de partituras con objetos impartido por Steffi Weismann que viene del campo de lo sonoro, de improvisación musical con Wade Mathews, y también otros de música experimental y performance de Christian Kesten. Me apetece mucho seguir formándome e investigar sobre estos campos. 

Coses que sonen. Imagen: Raúl Sánchez

Llevas 20 años de carrera en los que has creado 7 solos. Los últimos años también has estado desarrollando una investigación llamada Solo los solos sobre, precisamente, la creación de solos y la soledad. Para Coses que sonen, a la colaboración habitual de Javi Vela en el sonido se suma Vicent Gisbert en escena. ¿Cómo han sido las colaboraciones en esta obra a diferencia de las anteriores?

Esta obra la empiezo sola también. Gracias a una beca de Comitè Escèniques pude continuar la investigación sobre materias sonoras. Si bien comencé a crear la partitura sola, llegó un momento en que pensé cómo sería el trabajo con dos cuerpos. En Solo los solos, entre otras cosas, entrevisté a coreógrafas y coreógrafos valencianos que hubiesen trabajado solos. Vicent también ha trabajado mucho solo. Cuando lo entrevisté hubo algo que me quedó resonando. También había visto varios trabajos suyos y me parecía alguien muy sensible a la cuestión sonora. Por todo ello, al pensar la partitura con dos cuerpos, apareció él. 

Javi Vela nos ha acompañado proponiéndonos máquinas, configurando los sets, y también trabajando el espacio sonoro desde la tridimensionalidad o su cualidad envolvente. En otros trabajos no lo habíamos conseguido, pero en Cosas que suenan sí, hay diversas fuentes de sonido repartidas por el espacio. Esta es la primera vez en varias obras que Javi no está llevando en directo el registro de sonido y haciendo sus efectos, sino que somos Vicent y yo. 

Para Coses que sonen también hablas de la importancia de la respiración y el silencio en tu proceso de trabajo. 

En Coses que sonen hay acciones vocales que provienen directamente del trabajo con el silencio. Fue muy importante encontrar los ejercicios que propone Pauline de Oliveros en Deep Listening, porque tenía que entrar al trabajo desde otro lugar, parar y darme un tiempo de escucha. El trabajo en ese momento iba de la mano de la ansiedad por producir. Tenía que estar en el presente. Esta obra empieza y acaba en silencio. Partimos de un silencio que nos permite desarrollar todo un abanico de sonidos. Pero el silencio es imposible, corporalmente hablando también. Entiendo el silencio como una actitud de escucha. 

Antes del sonido, tu principal línea de investigación trataba sobre descentralizar el yo del trabajo dancístico y coreográfico, ejercicio que te acompaña y entiendo sigue presente en obras posteriores. ¿Qué queda de dicha descentralización en Coses que sonen

Al igual que con el sonido, vengo arrastrando preguntas desde hace tiempo. La cuestión de desplazar el yo del lugar central también. Dependiendo del trabajo está más o menos acentuada, pero siempre está presente. En Coses que sonen la estrategia, que no sé si funciona o no, es que los objetos, o más bien los sonidos que éstos generan, son los protagonistas de lo que pasa. La palabra manipulación con respecto a los objetos no me gusta. He intentado relacionarme con ellos no solamente a través de las manos, sino involucrando al cuerpo entero con esa acción, y suavizando la jerarquía sujeto-objeto. El foco no soy yo, la intérprete Sandra, cómo me muevo, si no que está en el sonido de la acción de nuestros cuerpos en relación a otros cuerpos que son los objetos. 

En Coses que sonen planteas la “resistencia frente al centralismo del yo en la era digital y principalmente en las redes sociales”. En una carrera de 20 años en danza imagino que habrás vivido un cambio profundo en los lenguajes coreográficos en cuanto a la relación con la imagen. ¿Cómo crees que han afectado las redes sociales y otras tecnologías de la imagen a los lenguajes escénicos en los últimos años? 

Las redes sociales son pura imagen y se explota al sujeto en esas imágenes. Toda esta cuestión con el sonido es quizás ir a la contra, ampliar las posibilidades sensoriales que tenemos. Yo frente a las redes sociales me siento bastante torpe y hay muchas cosas que desconozco. Sé que la gente joven se graba bailando coreografías en TikTok, pero la verdad es que no lo he visto. Claro que todo esto estará influyendo la manera de relacionarnos con la danza. En mi caso, por ejemplo, Vicent me propuso grabar los ensayos para poder vernos y yo le dije que nunca grabo mis ensayos. No los grabo para no buscar imágenes, para no juzgar lo que está pasando y decidir lo que queda bien o mal. No quiero relacionarme con el trabajo desde ahí, quiero que sea la propia práctica, la propia experiencia, el pasar el cuerpo una y otra vez por los mismos sitios, lo que vaya decidiendo dónde colocarse y de qué manera. 

Los apoyos más o menos institucionales a Coses que sonen son La Mutant, Espai La Granja, Comitè Escèniques, Taller Placer, Espai Pont Flotant… Todos ellos forman parte de una suerte de red de apoyo y cobijo a las artes escénicas experimentales en Valencia. ¿Cómo estáis viviendo el tejido escénico, y cuál es tu experiencia en particular, tras los últimos cambios políticos?

A nivel institucional todavía no se ha notado el cambio, aunque supongo que pasará en breve. De momento todo está igual, sólo han avisado ya que van a recortar en cultura, por ejemplo en las ayudas del IVC. Con respecto a espacios institucionales como el TEM o La Mutant, siguen las personas que están llevando la programación. Pero llegará el momento en que empecemos a notarlo. 

Yo por un lado estoy preocupada por ver qué es lo que va a pasar. Pero por otro lado, últimamente me he sentido más apoyada aquí en Valencia. He recibido becas y otras ayudas. Mi trabajo está en los límites. No siento que pertenezca al teatro ni a la danza y por tanto es difícil encontrar mi lugar. En relación a La Mutant, me he sentido muy acogida y arropada tanto por Marta Banyuls, la anterior directora, como ahora por Tatiana Clavel.

Fernando Gandasegui

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