— MuroTRON

Las virtudes

Esther Gatón | Del 18.04 – 20.05  en el Museo Patio Herreriano, Valladolid

 

“Importa qué materias usamos para pensar otras materias;

importa qué cuentos contamos para contar otros cuentos;

importa qué nudos anudan nudos,

qué pensamientos piensan pensamientos,

 qué ataduras atan ataduras.

      Importa qué historias hacen mundos,

qué mundos hacen historias.”

Donna Haraway, Staying with the trouble

 

      Por fin has llegado; te esperábamos. Entra sin miedo. Te están esperando.


      La última guerra nuclear del periodo de la Gran Debacle que asoló el planeta fue la más decisiva de todas, aquella cuyas consecuencias fueron determinantes para la vida en la Tierra. La corteza terrestre absorbió cantidades ingentes de radiación, hasta rebasar sus límites, haciendo la vida en la superficie insostenible. Toda la materia se transformó radicalmente y de manera irreversible al ser recubierta por una membrana de toxicidad nunca antes vista, que provocó el desarrollo de una nueva serie de virtudes, insospechadas. Pronto, una ola de cambio en las formas de sentir, actuar, pensar y moverse azotó el planeta. Empezó a difundirse de manera sincronizada, desde diferentes puntos geográficos, como un manto. Grupos de humanos y no-humanos comenzaron a reunirse, a formar comunidades, a practicar una misma intensidad en torno a una necesidad compartida: diseñar nuevas pieles, para reinventar con y a través de ellas, las formas de habitar el planeta. La piel —tanto de los cuerpos como de la Tierra— devino a partir de entonces el campo de experimentación sobre el que ensayar nuevas formas de (super)vivencia, pero también de relacionalidad entre los cuerpos humanos, no- humanos, más que humanos. Este nuevo escenario impuso dos nuevos horizontes. El primero, fue el desarrollo de nuevas formas de atención y percepción hacia las nuevas virtudes que la materia presentaba, para poder entender y hablar con ellas su lenguaje. El segundo, suponía una agudización extrema de la inteligencia y sensibilidad háptica, que buscaba potencializar en este caso las virtudes de las pieles: formas inéditas de tocar y ser tocado, formas inéditas de sensibilidad y comunicación. En un breve lapso de tiempo, emergió con fuerza un nuevo pensar y actuar a través de la piel, entendida como barrera permeable e índice de procesos tanto internos como externos. La nueva filosofía empezó a articular formas de existencia basadas un intercambio continuo y contaminado, mediado por la empatía y las economías afectivas. De alguna manera, muchos entendían que un siglo después, era a nivel epitelial y material que se había conseguido llevar a cabo la proclama de la pensadora especulativa Donna Haraway de inventar nuevas artes y formas de vivir y morir bien en un planeta dañado.

      Las comunidades se agruparon bajo tierra, en cabañas construidas en connivencia con las inteligencias telúricas del topo, del mineral, del suelo. Ahí montaron los primeros laboratorios, arropados entre capas de silicio que les protegían de la radioactividad. Combinando átomos de este mineral con oxígeno, empezaron a sintetizar pieles a partir de la experimentación con siliconas. La silicona es una materia de consistencia variable, pero de una viscosidad poderosa, en la que se acumulan multitud de partículas afectivas y narrativas. Resistente a temperaturas extremas, a la intemperie, al ozono, a la radiación, a la humedad, e incluso, en gran medida al fuego, su composición a partir de elementos minerales terrestres y partículas aéreas confiere a las pieles siliconadas capacidades inigualables de resistencia, resiliencia y adaptación al medio. Posee, además, una mecánica elástica, flexible y aislante, elegante y lustrosa. Su comportamiento no es corrosivo, sino permeable y lubricante: permeable a otras fuerzas de afectación, a otros relatos que la habiten, a otros sucesos que la deformen. Es una piel porosa, con una disposición amable a la adherencia; a que otros se adhieran a ella, y adherirse ella a otros. Probablemente esto se deba a su estructura molecular de polímero, compartida con otras materias de textura amable, lubricante y pegajosa, como son el almidón, la seda, o la celulosa. También el ADN es un polímero: diferentes materias, mismas estructuras. De ahí la inclinación protésica de la silicona, su adhesividad a los cuerpos, su adaptación a otros medios, pero también su cercanía con el lenguaje quirúrgico, su gramática de implante, de vendaje, de aplique médico y su biocompatibilidad con otras materias. Para profundizar en la reparación de relaciones en el entorno, las comunidades post-Debacle decidieron profundizar en esta resonancia estructural, ensayando formas de simbiosis molecular a través de injertos de otras pieles. Así, se crearon pieles y exo-esqueletos tornasolados a partir de implantes de células madre extraídas de las carcasas de insectos y las mudas de reptiles. Se provocaron cruces coevolutivos entre pieles singulares, como por ejemplo, las células del plasmodio de los mohos deslizantes, que disuelven su membrana individual para fundirse en un ente colectivo cuando el contexto lo exige. A cierta horneada de pieles se le injertaron cromatóforos, células con pigmentos que reflejan la luz, presentes en el cuerpo de pulpos y calamares. Se convertían de este modo en superficies dérmicas mutantes según las variaciones lumínicas, haciendo de sus cuerpos lienzos de luz iridiscente. En todos los casos, las historias de los cuerpos de origen quedaban registradas en las nuevas pieles, que eran implantadas tanto sobre cuerpos como sobre la corteza terrestre —no se hacía distinción entre los cuerpos. Aquellos que heredaban cromatóforos de los calamares, heredaban también las vivencias y mitologías téutidas, la destreza bioluminiscente y las historias de lucha contra la pesca intensiva. Esta memoria elástica se almacenaba en archivos vivos, elocuentes y espesos, que las comunidades enseñaban a transmitir y respetar.

      Ahora que has llegado hasta aquí, tómate tu tiempo. Puedes palpar cada pellejo con los ojos, o puedes pasear tu cuerpo entre los suyos, dejándote rozar por los extremos colgantes. Puedes seguir la coreografía que dibujan las barras de cobre y latón desde donde penden las pieles, seguir el movimiento estático que trazan, mientras esperan tranquilas. Presta atención a la relacionalidad que se establece entre tu cuerpo, los cuerpos colgados, los cuerpos en el suelo, y las fuerzas que los atraviesan: la tensión del que sostiene, la seriedad del que estructura, la gravedad del que cuelga, la parsimonia del que espera. Presta atención, también, al ritmo general del espacio, al que se establece entre las piezas, al que se aloja en los espacios entre y junto a; escucha las repeticiones, las corcheas, y los silencios que escriben. Escucha la densidad del tiempo contenido en esta sala: es un presente grueso, en el que se acumulan herencias materiales y cargas afectivas. Pareciera que la sustancia de las pieles está congelada en un proceso de cristalización constante, casi infinito, durante el que su consistencia se va definiendo, lentamente; es difícil determinar si están en estado líquido y mojadas, o si están ya secas y firmes. El ambiente está cargado de una calma tensa, que oscila entre luces largas y sombras suaves a diferentes horas del día —aunque hace tiempo que no sabemos ya con seguridad qué significa el día, o la noche. Y a pesar de todo, no es una atmósfera quieta la que se percibe aquí. Si se presta bien atención, se puede notar una suerte de circulación subterránea, prácticamente imperceptible; una suerte de hormigueo subcutáneo y sutil, producido por la respiración de las piezas y la sala.

      Por último, fíjate, sobre todo, en las texturas de estas pieles y estos cuerpos. Puedes acariciar su rugosidad estriada, lamer su suntuosidad brillante, abrazar sus pliegos de voluptuosidad. Estas texturas permiten leer por momentos un raspado excesivo, un derrame baboso repetido, un injerto brusco puntual, la marca de pelusas pasajeras, o de otros que han tocado con anterioridad. No borran las intenciones, fuerzas, gestos, y accidentes de los que son el resultado, sino al contrario: el remache y la memoria se llevan tatuadas, inaugurando una nueva estética de la reparación y la lectura táctil.

      Las antenas de las pieles van filtrando las corrientes, leyendo tentacularmente el entorno, leyendo tu presencia aquí. Tu cuerpo también se va modificando, en este intercambio relacional con ellas. Las virtudes de estas nuevas pieles, cuerpos, apósitos y estructuras estriban precisamente en esto: en despertar la capacidad de fabular, de provocar un tormenta especulativa que transforme tu capacidad sensorial.

      Bienvenidos.

  • Texto de Julia Morandeira
  • Imagen de Jorge Mirón