CRITICA DE VILLÁN SOBRE LA LIDDELL

Venganza, belleza y triunfo de la Liddell
Critica de Javier Villán.
Publicada en El Mundo el 24-5-11

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Llevo días pensando y charlando sobre el último espectáculo de Atra Bilis presentado en este horrible festival de primavera que se ha ido fraguando entre vergüenzas, elecciones, plazas llenas y burguesías complacientes. Todo esperando un poco que llegase la escritura sobre esta última pieza de Liddell producida por este festival y por Aviñón. Poder escribir, saber qué decir. Se me agolpaba demasiada información y demasiados años. Y llegó este texto de Villán, crítico “agé” de El Mundo. Primero una satisfacción, habemus critico en Madrid, seguimos teniendo un crítico, una visión capaz de meterse a fondo, con sus recuerdos y su vida, con toda la distancia crítica posible y poniendo el dedo sobre dos de las tres llagas esenciales de un espectáculo.

Publico su texto porque me parece relevante lo que dice sobre la obra y porque creo que se puede aprender mucho sobre desde dónde uno puede escribir. No siempre se podrá escribir desde donde lo hace Villán en esta ocasión, pero si se puede colegir que a la crítica en diario (que tiene un espacio muy limitado) habrá que acercarse: con distancia, sin miedo, sin corrección politica, con implicación y buscando siempre el meollo, la sustancia, de la obra que uno ha visto.

Lo dicho, seguimos teniendo un crítico en Madrid. Y también mucho idiota, sino miren la crítica cristiana de este tal señor Deus. Dejo aquí algunos otros links de otras críticas aparecidas en Madrid: de Vallejo de El país, de Ayanz de La Razón, de Eduardo Pérez Rasilla,  y de Centeno, el antiguo crítico del desaparecido Diario 16.


Angélica Liddell./Intérpretes: Grupo de acróbatas chinos, niñas y otros actores. Festival de
Primavera. Escenario: Naves del Matadero. Calificación: ***
JAVIER VILLÁN

Liddell escribe para vengarse de la sociedad, lo que supone un anhelo de devastación. Tener anhelos, aunque sea desde el odio oel sentimiento de culpa es peligroso para tan radical aventura. Maldito sea el hombre que confía en el hombre es su último título. Pero a mí los malditismos de la Liddell me la sudan de la misma manera que a ella se la suda el hombre y sus miserias. Umbral partía de una premisa parecida, lo cual a la Liddell se la sudaba: sólo se puede escribir desde el rencor. Umbral decía que Artaud o nada y que la ballestería del escenario vale de muy poco. O el pistoletazo de Maiakowsky o el
manicomio de Artaud.
Fascina esta adorable burguesita maltratada por una infancia que sugiere debió de ser atroz. Algún día tendría que explicar ese episodio oscuro de una casa de militares parapetados tras las estrellas de la bocamanga. Se lo debe a sus fans a los que escupe e insulta desde el escenario sin pegarse después un tiro como Maiakowiky traicionado por la vida y por la Revolución. Desde que empezó la he seguido en ese vértigo, siempre al borde de un abismo, que no sé si responde al abismo de su alma o es una paradoja más, la paradoja del comediante. La poética escénica de la Liddell es de una sor Angélica a la inversa, que acaba parafraseando un Ave María maldito. Se la nota que ha amado mucho. Incluso esta obra
arranca de un desamor, lo cual a mí me la suda y es favor que le hago, pues su poética nace de un rechazo absoluto de esta perra vida. El mundo se la suda y a mí también me la suda el mundo y a muchísimos otros que lo sienten y padecen. O sea, que no está tan sola como cree. El mundo es una mierda y lo sabemos sin necesidad de que nos lo cuente Angélica Liddell. Y todos somos víctimas de una mala educación, aunque unos más que otros. Yo amo cada vez más el recuerdo de mi madre que dirigía comedias aunque apenas sabía escribir pero tenía una dicción maravillosa; y a mi padre, un herrero con poder sobre el hierro y sobre el fuego. Su visión de la vida le da a la Liddell derecho al brutal y, a veces, bellísimo vómito con que inunda la escena y se desgarra y grita. La belleza de esta escenografía nfantil conmueve; y el gran grupo escultórico del final es como El grito de Munch.
Salir a un escenario para vengarse del mundo es una utopía macabra. De hecho, cuando dice cosas atroces el público se descojona y la ovaciona. El público o no se cree sus diatribas o sus diatribas se la sudan. Ocurre que Angélica Liddell es muy buena actriz con todos los resortes del cuerpo y de la voz; cruel, a la vez óptico, de la escena y curre que es una triunfadora, una privilegiada. Esa es la venganza de la sociedad que odia y de la que pretende vengarse; la aplauden, y sale a saludar como una niña feliz y mide su alegría por los minutos que le dedican de aplausos. Por eso no creo que se pegue un tiro. Maldito sea el hombre que confía en el hombre es un título retórico para un bello espectáculo. Los insoportables
tiempos muertos de Perro muerto o de La casa de la fuerza se han atenuado, llenado de significaciones teatrales y con una banda sonora bellísima: Jeanet, Por qué te vas; la pureza de un Schubert contaminado por pianistas malditos, la ópera, La muerte tenía un precio. No sé si la vuelta de Sindo tiene que ver algo con este equilibrio, relativo. Pero que la Liddell no se pegue un tiro; porque a mí me gustaría seguir viéndola en escena; aunque ella no sepa que jamás podrá vengarse de la vida; que la vida se está vengando de ella haciéndola una triunfadora.

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