MORIR

PLAY

Texto abierto sobre el estreno de “Liberté, Egalité, Beyoncé” de Play Dramaturgia, Teatro Pradillo 11 de diciembre de 2014

Vemos unos jóvenes abducidos, venidos de un mundo formal que no abstracto pero siempre contemporáneo. Un mundo ágil, accionista, disparador eficiente de nuestras neuronas ávidas. Y los vemos atrapados en las disquisiciones escénicas de volumen, espacio y tiempo. Han sido avispados y han visto que el misterio estaba en el cuerpo, en la danza, esa materia incomprendida y simplificada y al mismo tiempo agujero de los escenarios en los últimos decenios. No esperen ver una amalgama de ideas, quedan fuera las ocurrencias, el espacio se vuelve ring, metros cuadrados de tiempo laxo, de una acción intuida donde importan más las voluntades hechas músculos que las ideas ejemplificadas.

Y uno se pregunta cuántas veces ha visto esto, y si esto, lo que uno está viendo, está o es diferenciado… Puto volumen, así hablan lo teatreros. Ves algo en escena, no sabes qué es pero si se va dando se dice que va cogiendo volumen. Eso dicen. Pero lo que ves en esta obra, ya lo has visto. Has visto trabajos de cuerpo similares, incluso con “más volumen” que dirían lo teatreros. Todo te suena, corporalmente. 40 minutos de confrontación de fuerzas. Cuerpo contra cuerpo, equlibrio surgido de la tensión. Novas y Cruz se enfrentan como dos cabestros, sin cuernos, con brazos que acogen al mismo tiempo que soportan y miden la manera de no sucumbir, de no dejar vencerse por el otro. Cuántas veces hemos visto obras con esta materia de trabajo. Aún así, el dichoso volumen aparece, y Javier es todo espaldas,  y Janet todo caderas, en tensión, insistiendo, llegando a un cuadrilátero de danza mínimo, de 1 metro por 1 metro veinte aproximadamente, y allí se juega a las escalas y esos cuerpos exhaustos parecen colosos en un mundo reducido, me acuerdo de Goya, Javier me habla de Bacon…

En definitiva me pregunto sobre este giro de Play, giro lógico. Llevan más de un año bebiendo, follando, hablando y compartiendo con estos teatreros de Pradillo y alrededores. Y además, llevan meses viendo la potencia de bailarinas rotas y potentes, capaces de sonsacar al pasado voces mudas a través de la experiencia que es cansancio y olvido.

Y ahora pienso que necesitaba y pedía que lo pusiesen todo dado la vuelta. Necesitaba que Play, o quien viniese, le diese la vuelta a todo, cansado de esto, cansado de una escena que conozco, melancólico por la fuerza epistemológica que una vez vi en una función de Rodrigo. Y veía eso en los Play, su capacidad de vislumbrar en el futuro, capacidad que tendría que ir acompañada de una nueva manera de presentar y hacer… Y me pregunto si esto está presente en esta obra o estamos encallados en una manera de hacer madrileña y consabida.

La obra parece una pieza del 96, pero en teoría el contexto la cambia. Cojonudo. El contexto: El comienzo de la obra, con jóvenes idos, los textos que se miran y circunvalan como buitres sobre un cuerpo joven, el mismo cuerpo que el que habla… Ahora me da por pensar que contexto es una palabra excluyente, o exclusiva. Minituariza. Quiero decir, qué importancia tienen en esta pieza los textos proyectados, los 15 minutos de Javier diciendo, los 10 minutos de esos jóvenes ocupando la escena al comienzo, qué importancia tienen las imágenes proyectadas de aglomeración y alejamiento. No puedes decir que algo es centro y lo demás alrededor. Esa separación la hacemos más por hábito de separar lo distinto que por capacidad de analizar sin compartimentar ni entender sin clasificaciones.

Y Pienso en Javier diciendo y me rompo. Siempre me he roto más fácil por este lado íntimo de palabra certera y llena de imagen y pensamiento. Pero además, está ese relato compartido del cementerio de la Almudena, de Javier que soy yo subido a un pequeño andamio sobre un terraplén hecho de la tierra excavada para ir metiendo los cuerpos en sus fosas, esa tierra que está hecha de muertos, Javier y yo ahí encima, exactamente a la altura donde llegará esa pequeña montaña cuando estemos muertos, mirando Madrid sobre un hueco, sobre un vacío que es nuestra muerte futura, nuestros restos, con un horizonte donde las tumbas y los edificios de esta ciudad se confunden… Y sé que esa imagen me va a acompañar toda la vida.

Pienso en los textos proyectados, y aunque sé de donde viene la forma y el dispositivo, los salvo, aunque se peleen con berzas, con indefiniciones que son salvavidas, quiero decir: aunque conscientemente se busquen al mismo tiempo que se guardan. Y comienzo a pensar que esos textos tienen relación con la más de media hora de danza consabida. Y cierro los ojos como Ito y comienzo a ver la pieza como un ruido de fondo en mi cerebro.

Play habla sobre la juventud en esta obra. De esa franja que va de los 16 a los 30. Y este es el resultado. Esta obra es el resultado. Esos cuarenta minutos de danza, esos textos proyectados. Y Javier hablando. Y yo envejeciendo. Leyendo novelas negras como un poseso, como si en esas lecturas estuviese la clave de algo.

Entiendo su lenguaje. Entiendo su distanciamiento que no es tal. Esa manera de posicionarse como cuando teníamos quince años y estábamos en la fiesta de quien creíamos nuestra mejor amiga en ese momento y en la que tan solo conocíamos a dos personas de soslayo. Distancia e ironía, sabe Dios que las apoyo. Distancia y descreimiento es quizá más ajustado. La palabra ironía se me va, se nos va, de las manos.

Entiendo esa amalgama donde nada llega a ser pronunciado, dicho, al mismo tiempo que se dicen las verdades del barquero, donde nada adquiere entidad de verdad, donde no hay una mirada unívoca, donde jugamos a la pregunta por contraposición, comparación, consecución o cualquier otra treta de “arrejuntamiento”. Mi pensamiento siempre fue débil y desde ahí siempre lo defendí, a ultranza.

Y entiendo, y aquí comparto, que el punto de vista está en los tiempos. “Me interesa el silencio entre dos notas: ese sonido”, decía Castellucci. Entiendo eso. Y veo el interés de Play por pillar ese retumbe, un interés que está en la obra, que estará en futuras piezas más nítido. Pero quiero centrarme en este trabajo sobre una juventud lacerada e ida, sobre ese sentimiento de no haber acabado siendo lo que uno mostraba y hacía vislumbrar en una barra de bar ¿Dónde está ese fuego? ¿Dónde nuestra convicción de que la vida solo puede ser descarga y advenimiento? ¿Qué hay después de la voluntad de euforia?

Y me queda ese último gran texto proyectado con Janet lacerando su cuerpo a ritmo de maquinón… Momento que se agradece, momento de subidón léxico corporal y energético. Como molan los subidones en escena. Alguien dirá, yo mismo, que son fáciles… Y vuelvo a pensar en Rodrigo… Acaba la escena, con subidón lacerante, con el espacio vacío lleno de despojos… Y vuelvo a estar en los noventa.

Morir, esa es la pregunta. Dónde, cómo. Morir en una barricada, en el Madrid Arena, en un teatro… Barry decía que morías a los ocho años, como apoyaba Panero, Schubert murió con 31, el padre del romanticismo. El romanticismo acaba cuando recaes, en la recaída, se dice en la pieza. Y muchos mueren cuando dejan de insistir y se dejan ir, cuando dejan de ser jóvenes. La juventud es insistencia, es euforia dice Play. Y el romanticismo acaba cuando recaes, recalcan. Y sigo cerrando los ojos como Ito para ver si veo. Y me digo que Dios es madrileño, que morir es infinitivo y que los Play son toreros en un ruedo de cenizas capitalino. Toreros que caminan sobre cenizas con manoletinas de fuego.

 

 

 

This entry was posted in PLAY DRAMATURGIA. Bookmark the permalink.

3 Responses to MORIR

  1. tomas says:

    ole tus letras!

  2. pablo says:

    Jaime Conde Salazar escribe sobre Play aquí: http://www.continuumlivearts.com/wp/?p=4015

  3. Pingback: Notas que patinan #65 | El TNT | Rubén Ramos Nogueira

Comments are closed.