Las ideas, una crónica temprana

crónica publicada en El lugar sin límitesfede

La nueva pieza de Federico León llegó a Madrid recién hecha, con tan solo el estreno del Kunsten a la espalda. Atrás quedaban todos los trabajos desde “Cachetazo de campo” hasta “Las multitudes”. León adapta el Valle-Inclán a las dimensiones y la cercanía de un espacio de medio formato. No hay peine, los dos actores (el mismo Federico y Julián Tello) la juegan a tres metros de la primera fila de una grada reducida a un aforo en torno a los 130 espectadores. En el espacio, una mesa de pimpón dos sillas y aparatos de grabación y reproducción. Ese es el pequeño dispositivo de “Las ideas”.

Y llegó Federico con una pieza de sesenta minutos de duración que es un pequeño juguete escénico. Juguete redondo y solvente que sigue ahondando en los tres temas que atraviesan todas sus creaciones: ficción / realidad, meta-teatro / vida, y familia / generaciones. Este último soslayado, casi imperceptible.

La pieza en un principio se presenta como un laboratorio-garaje chusco en plan comienzos de Apple (ese mitificado momento creativo a lo Steve Jobs)  donde se está generando la nueva creación del futuro. Allí dos colgados, que se nos hacen cercanos y comprensibles, dan vueltas, investigan, sobre su propio proceso de creación. Tres cuestiones circunvalan estas disquisiciones: hacer las acciones de verdad (beber whisky o té), qué hacer con lo descartado; y dónde queda el punto de vista del observador /creador en la grabación de lo observado. Tres cuestiones eternas, vease “Las meninas” de Velázquez.

Todo está realizado desde el hoy. Así la primera dialoga con la dicotomía performance / representación, la segunda con las huellas y lo fijado; y la tercera ahonda en la presencia en las piezas creadas, ya fijadas, de lo no dicho, de lo incluso olvidado, y de cómo trabajar con ello. La pieza trata este proceso de creación representándolo con una cierta distancia socarrona, sin llegar a la parodia, pero ahí vemos a estos dos “enganchados” flipando con la capacidad, en teoría libertaria, de la asociación que da vueltas. Vueltas a la obsesión y a la ocurrencia como métodos de trabajo, como instrucciones de uso…

Y como siempre Federico va metiendo pequeñas cargas de profundidad en este, en teoría, amable juguete. Dos ejemplos. Primero: la actuación. Sorprende, sobre todo viniendo de Argentina, la interpretación de ambos actores. Una actuación que camina en un hilo frágil entre el personaje y la persona. Sorprende, en una primera ojeada, esa actuación relajada, donde los textos son dichos sin mecanismo teatral, casi conversacional. Una actuación que al mismo tiempo no tiene intención de ruptura (algo que conocemos bien en España y especialmente en Madrid), ni pierde cierta composición en cada personaje, más visible en el actuado por Federico. Subtexto no dicho: esta opción, este terreno de la actuación, nos sigue hablando del concepto de veracidad en escena.

Segundo: las cajas chinas. La aventura de arriesgarse en el pensamiento no reglado lleva a zonas desconocidas, pero en este “dramolette” ese gesto queda lastrado a una búsqueda idiota hacia el infinito, búsqueda aparentemente inteligente, deslumbrante, que quiere “ver” en el reflejo de un reflejo que a su vez solo puede reflejar un aforismo que supuestamente entraña misterio. Si bien esto es común a cualquier geografía suena tres veces duro viniendo de un país tan dado al artificio pseudo-intelectual como es Argentina, más cuando es dicho sin apuntar valoraciones, es más, se presenta de manera atractiva, como sofisticado pensamiento.

Y así pasa nueve décimos de la obra. Quepa resaltar en clave madrileña el momento donde en escena se discute sobre cómo hacer una escena donde se fuma marihuana: ¿hacerlo?, ¿buscar un dispositivo que simule el olor? Se dice en escena lo interesante que sería ver como el texto, la actuación y lo hecho, es afectado por las drogas si se opta por fumar realmente un porro. Uno se acuerda de la pieza presentada en marzo de este año en Pradillo “Amasijos de la gran puta”, dentro del ciclo Apuntes en sucio, donde una actriz ingería keta para decir un texto. Tan vilipendiado con aspavientos. Creo que donde “Las ideas” pone el alcance del debate de la “veracidad en escena” sitúa las cosas, sino en su sitio, sí en cierto lugar más que asumible. Quizá la pieza de Davila, de la Rosa y Krapoola estuviera haciendo lo mismo por caminos casi opuestos.

Y así la obra llega a su cenit absurdo en una escena donde un gran globo se va hinchando sin límite y en la que el público espera con cierta sensación de miedo y deseo a que explote. Ahí la obra vira, vira en un sueño propio de “Blade Runner”. Se quema, a consecuencia de la explosión, el laboratorio de Apple, se quema ese semidios al que confiamos la resolución de todo que es el ordenador. Esa máquina en donde creímos que podíamos aglutinar la condición humana, donde creímos que podíamos reglar los mecanismos de nuestra memoria, dominarlos. Y la creación vuelve a cero en ausencia del registro. Ahí, en un sueño cibernético, surgen diez minutos de libertad creadora hecha film. El sueño de un sueño, a la Borges, donde se muestra la capacidad del arte de mirar y revelar sin dar ninguna pista.

Y la gran “enseñanza” para el que escribe de esta obra metafórica es que uno encuentra en ese milagro (que no es ni más ni menos que registro hecho film) todas las huellas que han ido quedando en la pieza, pero transfiguradas. De esa alquimia, uno podría decirse, no se ha hablado en la pieza. O quizá sí. Ese pequeño oasis fuera del tiempo que apunta a que la vida está en otra parte no es comprensible sin haber pasado por el garaje. Lo que parecía una pseudo-parodia de la creación, ese garaje común del día a día, retoma valor como camino necesario, como materia de trabajo.  Una materia hecha de trazos humanos, de limitaciones, de estupidez necearia, de amistad y de constancia. La vida como representación chusca de un anhelo, de un deseo.

Y sobre volado queda ese film donde todo se resignifica en semántica anti-ilustrativa, en frames breves, rápidos, que abren puertas y detrases. ¿Dónde quedan las ideas? ¿Qué valor tienen éstas en la creación? ¿Por qué son omnipresentes en todo proceso? ¿Qué relación y valor tienen frente a lo creado?

Pablo Caruana

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