LA ROTACIÓN EL GRITO Y LO SORDO: Tres montajes en el Festival de Otoño de Madrid 2019

Archivo, de El Serrucho / Colores para no colorear, de La-Resentida / Artaud, de Sergio Boris

LA ROTACIÓN

Escribo desde un sitio poco festivalero. El Festival de Otoño de Madrid está ya acabando y no puedo trasladar una impresión porque he asistido bien poco.

Aún así, quería compartir impresiones sobre tres de los trabajos que he visto. El primero es ARCHIVO, del colectivo Serrucho que son: Ana Cortés, Raúl Alaejos y Paadín.  Creadores que vienen del audiovisual pero siempre han tenido una relación hermosa y fructífera con colectivos mixtos entre las escénicas y el audiovisual como Neokino (televisión libre) o creadores como Nilo Gallego o Chus Dominguez (power leonés). Siempre los he visto en proyectos imposibles, de carácter inclusivo y colectivo, y siempre con un toque excelso de cuidado técnico y estético. No puedo olvidarme de aquella maravilla en el río Mondego (una de las cotas más altas del site-specific ibérico) llamada precisamente “Pigmeos do Mondego” que pudo verse hace años en el Festival Internacional de Montemor, Portugal.

Esto también se cumple en ARCHIVO, instalación escénica que pudo verse en la Sala Negra de los Teatros del Canal. Pases durante seis días de manera continuada por la mañana y por la tarde en grupos de cuatro personas. El visitante entra en el espacio con unos cascos desde los que recibirá instrucciones, la primera de ellas vestirse con un guardapolvos que reza en su espalda la palabra “archivo”. Como oficiante pues entras al espacio, un espacio donde reina un bloque/cubo impresionante de 8x8x5 metros. Como si de una kaaba del conocimiento se tratara se conmina al oficiante a dar vueltas alrededor de ella. Al final cada “archivero” queda enfrentado a uno de los lados del cubo frente a numerosos archivos numerados.  A partir de ahí se nos irá indicando el número del archivo que deberemos abrir, nos iremos encontrando con historias, objetos, juegos, reflexiones, interacciones… No sabremos lo que a los otros les está pasando, imaginamos que algo similar, incluso idéntico. La primera sensación que tuve es encontrarme ante un mundo en plan Foucault, un mundo heterotópico donde yo era Borges director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, mendicante de una biblioteca de Babel donde se recogía todo el saber. Y… uno tiende a lo que tiende.

La pieza poco a poco va descubriendo una mirada propia y diferente. Una mirada que  es reacción ante el archivo como contenedor donde las cosas quedan almacenadas, una visión sobre el mundo donde la acción y la inacción tiene consecuencias en lugares que el que acciona posiblemente ni conozca. La pieza poco a poco va descubriendo su interior, el interior de ese gran cubo/metáfora donde vemos una interacción de bielas en el que cada acción nuestra tiene una consecuencia en otro lado de la kaaba, del mundo. Lo que pensábamos que era rectilíneo, rota.

El cuidado de la luz en la sala, de los objetos que uno va encontrando y de la voz que desde una tranquilidad neutra y cercana te va hablando ponen al espectador/oficiante en una predisposición de mirada y escucha muy fructífera. Todo esto, unido a la manera de exponer los problemas -abierta, nada impositiva-, crea un espacio reflexivo, horizontal… muy habitable. Quizá la única cuestión que juega en contra de ARCHIVO es el contraste entre el espacio encontrado, conquistado, y el aprovechamiento que de él se hace. No se trataría de complicar el juego propuesto, pero sí quizá de transitarlo más, de poder exprimir la capacidad reflexiva en comunidad que el espacio abierto por ARCHIVO permite.

La instalación escénica, si uno mira en derredor, es casi inexistente en el panorama estatal… Creo que Serrucho tiene el conocimiento interdisciplinar preciso para poder seguir indagando y profundizando, y, sobre todo, tienen esa mirada abierta, esa capacidad de subtexto que les puede permitir conquistar espacios tan llenos de cuidado y sutileza como de fuerza.

CHILE

Llegamos a uno de lo que me imagino han sido los momentos “vibrantes” del Festival, la presencia de los chilenos de La-Resentida de Chile en la capilla del Teatro de La Abadía. La compañía dirigida por Marco Layera ya estuvo en este festival el año pasado con “Tratando de hacer una obra que cambie el mundo”. Llegaban con “Paisajes para no colorear”, obra estrenada en 2018 en Chile que ha pasado con éxito entre otros países en Brasil, Alemania y Holanda y que venía de recibir un aplauso de más de nueve minutos en el Teatre Lliure de Barcelona (dice EFE). Pero el rollo es europeo, no español.  Nosotros cuando recibimos en el 2011 a esta compañía en España, en Cádiz, ni nos enteramos ni ganas que teníamos.

Todo este rollo europeo realmente comenzó en el Festival chileno Santiago a Mil (cuenta la historia, tampoco es verdad ya que Bélgica y París ya estaban presentes). Allí representaban en el 2014 la obra “La imaginación del futuro” (con que ganas me he quedado de ver esa obra), obra crítica con el devenir de la izquierda en Chile, pieza “punk” que orbita sobre la figura de Allende sin remilgos:

“Los programadores franceses que estuvieron en Santiago a Mil no demoraron en pedir la obra para el próximo Festival de Avignon, el más grande del mundo y donde solo Gemelos de La Troppa ha representado a Chile. “A la programadora de Avignon le gustó tanto que nos abrió un cupo en la programación para estar este año. Es increíble, salimos hace 6 años de la escuela y mira donde estamos, ha sido meteórico”, sigue Layera (…)”, crónica la página chilena THECLINIC.CL en un artículo titulado: “La Resentida: El triunfo de los punks del teatro chileno” .

Así es el circuito “A” europeo, instantáneo, fulgurante: ese mismo año 2014 presentan la obra del 2011 “Tratando de hacer una obra que cambie el mundo” en el Festival Internacional Nuevo Drama (F.I.N.D.), certamen que reúne lo “mejor” del teatro de vanguardia del mundo en la Schaubühne berlinesa. Comparten cartel con Angélica Liddell, Rodrigo García, Lagartijas tiradas al sol, el serbio Biljana Srbljanović y el ruso Kirill Serebrennikov, que adaptó la película “Idiotas” de Lars von Trier.

Ya en 2016 su nuevo montaje, “La dictadura de lo cool”, lo produjo el HAU Hebbel am Ufer de Berlin, obra con la que recorren toda Europa e incluso representan en Nueva York en abril de 2018. A pesar de la internacionalización bestial en menos de tres años hay que decir que La-Resentida tiene una fuerte identidad chilena y una base en su país sólida y que cuidan. No es baladí que digan que uno de sus referentes es el Colectivo La Patogallina, compañía teatral ya veterana de corte político, social y transgresor de aquel país. Tampoco, por otro lado, es baladí que sean la única compañía chilena que haya ido al Festival de Avignon desde La Troppa allá en los noventa. La relevancia de la compañía en el país y lo que están consiguiendo fuera de él carga de peso y responsabilidad, me imagino, al colectivo.

Llegaron al Teatro de la Abadía con esta nueva pieza para la que La-Resentida primero realizó talleres en comunas de Santiago para conocer su realidad, luego más de 150 entrevistas con jóvenes de las cuales fueron seleccionadas 25 adolescentes y se eligieron finalmente a nueve para la puesta en escena y a dos para integrar el equipo de dramaturgia. Es curioso que en las primeras fichas artísticas la dramaturgia se recoge como como creación colectiva (palabra de profundas raíces en Latinoamérica) y en el Festival de Otoño varía y reza: Dramaturgia de Marcos Layera y Carolina de la Maza.

La obra recoge cientos de testimonios obtenidos en los talleres y noticias de Chile para ir dibujando la situación de la mujer y, más concretamente, de las adolescentes en aquel país, adolescentes que se enfrentan por primera vez con todo un sistema patriarcal todavía lastrado por años de fascismo y catolicismo acérrimo con el hándicap de además no ser adultas, es decir, sin opinión ni lugar validado. Esos testimonios están presentados a través de las nueve actrices, entregadas y sujetas a una fuerza vital y de convencimiento irredento, que van “encarnando” historias cotidianas que por ello no dejan de ser atroces (bullying, relaciones con sus padres, desligitimación continua de sus opiniones por parte de los adultos, manoseos e insultos por el simple hecho de ser mujer, comentarios vejatorios, etc. etc.); y van también relatando comportamientos criminales de la sociedad y el aparato del Estado que sino cotidianas se repiten de manera sistemática. Así, podemos escuchar testimonios de adolescentes violadas o una representación de como Lissette Villa con 11 años murió asfixiada a manos de unas cuidadoras de un centro de menores estatal. Once años.

Layera trabaja la composición de estas escenas testimoniales a la manera posdramática, donde los personajes se desdibujan en la identidad propia del actor, con un espacio mínimo en el que se usa la pantalla, el micrófono pos-brecthiano y el trabajo corporal como argamasa. Algunas escenas tiran de un lenguaje teatral tradicional, el trabajo corporal de las actrices, aunque “funcione”, “sirva”, a la estructura de la obra está más fijado que interiorizado de manera orgánica… No es en esto en lo que la pieza destaca, quizá lo que más me sorprendió es cómo se aproxima la pieza a eso que despectivamente llamamos “edad del pavo”: una enfermedad que hay que pasar, las hormonas que gobiernan el juicio, histeria, idiotez…, se dicen habitualmente. Sin embargo, la pieza consigue transmitir esa etapa del ser humano de otro modo. A través de la fiesta, el baile, el grito, o en esa escena larga donde las actrices se desgañitan cantando el tema de Mon Laferte “Tu falta de querer”, el espectador puede ver que la hormona no rige, sino que rige las ganas de vivir con libertad, las ganas de respirar en un sistema embudo e idiotizador al que los jóvenes van viendo con angustia que están abocados. Ves la angustia muda del que calla y obedece porque no tiene otra, del que no ve salida y explota en vida, en energía esperanzadora. La energía liberadora del grito, de lo extremo ante un fósil rígido pero caníbal que es la sociedad… Ahí, la obra sube de decibelios espirituales, se vuelve carne y piel, rompe. Y es imposible no estremecerse antes esas jóvenes persiguiendo la atención de una cámara, buscando que escuches y puedas entender lo que les pasa, que están hartas de ser manoseadas, de ver como compañeras se quitan la vida, de asistir al ritual diario de la humillación. La obra se sostiene en que las actrices viven lo que están haciendo en escena. Ese momento no es representación. Y eso provoca un gran respeto antes estas, no “proyectos de personas”, sino personas ya hechas, fuertes, empoderadas e informadas, con criterio, opinión y capacidad de acción.

Layera trufa la obra de contexto, videos de políticos actuales paternalistas al mismo nivel que clasistas, representación de la clase alta chilena en su versión fémina represora, o información sobre la ley del aborto marciana que todavía rige en Chile. Y poco a poco, va entrando también la realidad presente de un país roto pero en lucha. Inteligentes insertos para que el público también pueda situar de dónde vienen estas mujeres que ya están en otra, que son homosexuales, hetero o no binarias, que tienen un posicionamiento político claro, que saben en qué sistema están creciendo y que tienen una respuesta política ante ello. Acusan al mundo de “adultocentrista”, donde el único referente es el hombre blanco y hetero que basa su status en la dominación de la mujer, el menor y cualquier minoría.

Escribo esto mientras en el Telediario de la 1 reza: SEXTA SEMANA DE PROSTESTAS, con un antetítulo, VIOLENCIA EN CHILE. A este elenco le tocó estar en el Festival de Cádiz en los días más “temerarios” del gobierno de Piñera, con los toques de queda y las portadas de los periódicos con listados de chilenos que rezaban “muerto a manos de los militares”. Regresión esquizoide de más de 25 años que estremece. La izquierda española, la de nuestros padres y la nuestra, siempre se ha sentido unida a la historia de este país, por pionera primero, por trágica después, por hermana en sistema represor más tarde… Los españoles, aun a pesar del silencio vergonzoso de los partidos ante lo que está ocurriendo en Chile (y en Bolivia), vibran de manera especial con lo que pasa en aquel país. Y esto se dejaba notar en la platea cuasi circular de la Abadía. Se aunaba la realidad de la obra, la de las actrices y la del propio presente chileno.

El montaje no desdeña ninguna oportunidad de subir la emoción que transmiten las intérpretes y se apoya en una “estructura tobogán” en lo emocional, tampoco desdeña la fuerza del presente político de Chile como, por otro lado, no podía ser de otro modo. Este es un video tras acabar la función en Cádiz el 21 de octubre: AQUI

“Colores…” termina con las actrices con su uniforme del colegio, como se las ve en el video, en pura proclama política: se enumeran muertas, se promete lucha, se da fe, se hace con la fuerza de los quince y la platea tiembla. El que escribe, en un momento, se sintió atacado por este sistema “facho” de la emoción obligada, sentimiento contradictorio con el respeto al trabajo visto, a lo entregado en escena… Salí de la obra congestionado, sin poder haber hecho plena comunión con el aplauso entregado de la izquierda cultural nada divina propia de la capital festivalera. Desde entonces y hasta ahora he ido mascando la obra y mirándome también en ella, como público, como padre y como ciudadano español. No tengo conclusión. O tengo varias.

Para más inri, trabajando sobre este texto me encontré la carta abierta sobre este montaje de la dramaturga chilena actual que más está trabajando y que tiene una proyección internacional mayor, Manuela Infante, titulada: No quiero ni verla.

No sé si tiene razón y me da un poco igual. Pero trazos de esa carta se me han pegado al aparato reflexivo: “Si eres hombre y quieres aportar, anda a pararte al final de la marcha” / Un teatro feminista no es un teatro que instrumentaliza escénicamente el abuso hacia las mujeres. Sino uno que critique la instrumentalización de cualquier forma de “otro” como estrategia, artística en este caso, y porque no decirlo, también comercial / No quiero que me parezca bien hecha, ni que me conmueva / Estamos llenos de películas, series y comerciales de retail, cuyos equipos de marketing han comprendido que nada vende hoy mejor que “mujer”. ¿Vamos a hacer lo mismo en el teatro? / Se trata de resistir la instrumentalización propia de este capitalismo desenfrenado, partiendo por erradicar también, de cada uno de nosotr-s, prácticas abusivas, costumbres del privilegio / En suma, confío en las genuinas ganas de Marco Layera de aportar. Pero, esta obra, no te tocaba a ti Layera. Esta vez, te tocaba ir a pararte al final de la marcha.

Para muestra un botón de instrumentalización capitalista (con todo el respeto a los instrumentalizados, entre ellos la compañía y Flores): AQUÍ

 

LA CAMARA SORDA

                                                                                   Allí donde huele a mierda, huele a ser

Antonin Artaud. “Para acabar con el juicio de Dios”, programa de radio grabado entre el 22 y el 29 de noviembre de 1947 por encargo de la Radiodifusión Francesa, organismo que finalmente prohibiría su emisión (traducción de Mauro Armiño).

 

Me quedan pocas fuerzas para escribir pero el domingo pasado vi una maravilla. La obra que el argentino Sergio Boris montó para el encargo del especial proyecto bonarense llamado Invocaciones en el Centro Cultural San Martin. Un ciclo en el que se invita a creadores escénicos a trabajar sobre figuras relevantes del siglo XX. Bertolt Brecht, Alfred Jarry, Vsévolod Meyerhold, Tadeusz Kantor, Pier Paolo Pasolini y Rainer Werner Fassbinder son otras de las figuras que han motivado creaciones. Este año Ciro Zorzoli estrenó un trabajo sobre Konstantín Stanislavski. Sergio Boris estrenó este montaje inspirado en la figura de Antonin Artaud en 2015. Me hubiera gustado ver el montaje de Mariana Chaud de Jarry o el de Matias Feldman de Pasolini.

De Boris vimos el montaje anterior “Viejo, solo y puto” en el CDN dentro del Ciclo Una mirada al mundo, también estuvo en el Festival Temporada Alta. Pero a Boris también algún madrileño se acordará de verlo actuar en el milagro de Bartís llamado “El pecado que no se puede nombrar”, director con el que también actuó en una obra bien porteña y peronista como “La pesca”, junto a Machin y Defeo.

Boris fue alumno de Bartís, como tantos otros, aunque también trabajó con Audivert, Renán o Suardi (ahí es nada).  Ungido, según el mismo, en esa pieza oscura y misteriosa que es “El pecado que no se puede nombrar” (algo de ese misterio tiene este Artaud) luego formaría su compañía, La Bohemia, ejercería de dramaturgo y de director en ella (“El sabor de la derrota” o “El perpetuo socorro”), seguiría actuando en cine y televisión, dando talleres de teatro y centrado siempre en un teatro que bascula en el actor.  Con “Viejo, solo y puto” pega un gran salto en reconocimiento interno e internacional. Ahora, volvía con Artaud… Quizá sobren todos estos nombres para hablar de la pieza, pero quería poner negro sobre blanco que estamos tocando con una de las médulas espinales de la escena porteña.

Sergio Boris se hace acompañar en “Artaud” de excelentes actores, con especial atención en Elvira Oneto (cacho actriz veterana que parece la Paredes pasada por el ojo de Ripstein), Rafael Solano (que borda en cuerpo y gesto la duda en escena) y Federico Liss (actor que hemos visto con Catalán) y que aquí sustituye a Diego Cremonesi. Puto galimatías de nombres, vayamos a lo importante.

“Artaud” no es una pieza sobre el autor francés, dice el director inspirarse en las cartas que Antonin escribía a su psiquiatra desde el psiquiátrico de Rodez. Esto sirve como “nota al pie”, de poco más, ya que nada más comenzar la obra uno se adentra en un mundo inserto en un Buenos Aires perdido, entre cuadras que nadie bien sabe dónde están pero que reconoce. Nos hallamos en la trasera de un edificio, no sabemos dónde, dos hombres sacan mierda de un wáter atascado, suena una nevera vieja, parece que medio rota, la estancia en vez de paredes está flanqueada por un cristal biselado que bien pudiera ser un hospital o una cochera de los cincuenta. No huele a mierda pero bien que se siente. Allí, en ese despojo olvidado de la ciudad veremos convivir a cinco seres, no está clara la historia que los sostiene, uno la va descubriendo aunque sabe que ya no importa, que el juego está en otro lado. Hablaba Kartún en las redes de un “velo” sobre esta obra, no sigues el hilo, no ves la historia, ves un velo, un tejido. Y es cierto. Es quizá esto lo que la relaciona con “El pecado que no se puede nombrar”.

Allí ves a estos personajes actuar, repetir frases, repetir roles, sin creérselos, sin poder salir de ellos, sin poder ser otra cosa que lo que son, atrapados. Se aman, se odian, se gritan, se frotan, da igual lo que hagan, vuelve la repetición y lo consabido, el tiempo ido y la hiel que ya sustituyó cualquier melancolía. El cuadro es extremo, sin red, metidos los cuatro actores en la locura, con gesto, palabra y cuerpo. Y aun así, esos personajes son tan cercanos, tienen tanto que ver con nuestras vidas regladas que uno se asusta. Gustan de hablar cuando se refieren al trabajo de Boris del teatro de la crueldad, etc., quizá, no sé, no lo vi. A mí me pareció que el trabajo emana tanta humanidad como terror, de manera indisoluble. Además, se nota que es un trabajo construido desde la escena, es increíble el trabajo de los actores pero también el sonoro, como el sonido de la nevera que parece recoger toda la dramaturgia de la obra, de ese cerebro en descomposición que es la escena, por ejemplo. Se nota cómo se ha ido trabajando la repetición circular del texto con el trabajo de gesto y cuerpo, acompasándolos, construyendo un metrónomo kantoriano, beckettiano, grotowskyano… qué más da, un metrónomo del infierno porque habla de la repetición que es paso insondable del tiempo. Viendo la obra no podía dejar de retrotraerme a los trabajos de La Zaranda: la palabra como letanía, el cuerpo como atrofia, el espacio de otro mundo, el tiempo como dictador omnipresente.

Es difícil explicar lo que apuntaba Kartún, pero es que es ahí donde está el quiz de la obra, en algo que no se puede decir, insondable. La pieza va construyendo un velo de carne, carne arrebatada y vencida, olvido, repetición, tiempo y fluido frustrado en el que van desapareciendo los actores y sus “historias” y aparece una visión oblicua de la vida. Perdonen la trascendencia, tampoco quiero que ésta equivoque, la obra en ningún momento tiene un lenguaje escénico trascendente, simbólico o algo similar… Es en la llana sordidez cotidiana de unos personajes vencidos, adictos, que esconden su necesidad como culpables atemorizados, donde este velo se va tejiendo.

Cumple la obra con otro requisito teatral, ese que decía Jardiel Poncela quien creía que si bien el segundo acto debía superar al primero, el tercero debía ser sublime… El final de la obra se acerca a este parámetro de la funcionalidad escénica. El final descubre, sintetiza y cierra el círculo histérico en el que nos ha ido sumiendo la obra. La heladera se convierte en Artaud, el médico en paciente y una Otero desinhibida vomita bajos luces estroboscópicas sobre la cabeza del electrocutado.

Pequeña maravilla que se vio en una Cuarta Pared abarrotada, llena de público argentino y que tampoco necesitó de vítores para agradecer de veras a actores y director el trabajo, como si supiesen que su relación con el trabajo de este hombre de teatro está ya hecha y va a ser duradera.

POSDATA FESTIVALERA:

En los primeros periódicos de edición nacional, tanto en papel como en digital, no ha salido ni una crónica o crítica de estas tres semanas de festival. Ojalá me equivoque y salga alguna, quizá el montaje de Tolcachir si lo tenga ya que se queda un mes en el Teatro de la Abadía. Esta es la razón que esgrimen los diarios para no sacar absolutamente nada. Y así, me permito hacerle una pregunta a los jefes de sección de cultura de nuestros medios: ¿desde cuándo la crítica o crónica teatral se fundó y tuvo su razón de ser como reclamo o información previa de una obra? ¿Son ustedes tan obtusos? Tampoco existe ningún artículo que hable de lo que a este festival le está pasando: qué ha supuesto el cambio de dirección artística del festival, qué el cambio de estructura expandida a este calendario abigarrado de tres semanas… Es una verdadera pobreza cultural que no haya ninguna lectura de lo que ha ido siendo el festival en ningún sitio. Más si cabe cuando las revistas de reflexión escénica también han desaparecido. Háganselo ver. La verdad es que esto ocurre durante todo el año. Así que por qué no tendría que ocurrir durante el Festival de Otoño. Hay incluso periódicos que han suprimido la información escénica de sus páginas. Me gustaría ver a los jefes de la sección de cultura de El País, ABC, La Razón, El Mundo, El Español, El Diario.es, El Confidencial, etc., todos juntitos en una mesa redonda de alta cultura, por ejemplo en la Feria de Guadalajara de México, explicando su visión sobre el tema, ¿a ustedes no?

 

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2 Responses to LA ROTACIÓN EL GRITO Y LO SORDO: Tres montajes en el Festival de Otoño de Madrid 2019

  1. Rubén says:

    Hay quien dice que es que la gente ya no lee pero creo que es la misma mentira de siempre: ¿cómo van a leer si nadie lo publica?

  2. Gigi says:

    Estaba comentando sobre las incógnitas de la dirección de Carlota Ferrer, otra más a dedo y con dudosas competencias, pero acaba de ser “relevada” como directora del Festival de Otoño. Ni un año. Menudo sainete. El mapa escénico de Madrid cambia más rápido que el de una guerra rápida: https://www.lavanguardia.com/politica/20191205/472067685374/carlota-ferrer-relevada-en-la-direccion-del-festival-de-otono.html

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