Papel e historia.

A algunos, nos cuesta darle la razón a la historia. Incluso, pensamos que es difícil saber lo real de nuestros recuerdos. Pese a esto, sospecho que los recuerdos son pequeñas presencias que pertenecen a los individuos y, por otro lado, la historia es una generalización de las experiencias colectivas.

En una charla en Estocolmo, Deborah Hay mencionaba que empezó a escribir porque quería ser dueña de su propia historia. En cierto modo, una forma de crear legado. Su decisión, venía más por las palabras y los comentarios que recibía de críticos que no por un deseo propio; se dio cuenta que los periodistas escribían una visión de su historia y de su trabajo que no coincidía de forma precisa con su contexto. Así pues, Deborah Hay decide controlar su legado, su historia y publicar(se)la.

Publicar un papel es darle una legitimación al discurso que no tenía anteriormente. Derrida habla a la perfección de este aspecto en “Paper or me you know…” en el cual comparte reflexiones alrededor de la hegemonía del papel y de la forma en cómo las estructuras sociales se han desarrollado alrededor-y-con el papel. Incluso, Internet es considerada una extensión de un papel debido a que sus fuentes residen, sobretodo, en lógicas “papiriles” (un blog o una página web no es más que una reproducción de aquello visualizado en papel). De todas formas, el papel físico, el objeto-sujeto, “trata de una experiencia que envuelve al cuerpo, empezando por los ojos, las manos, la voz, las orejas; pues moviliza tiempo y espacio”. Siguiendo con este pensamiento, considero que el concepto del papel, alejado de su presencia física y analógica, ha afectado nuestra forma de pensar el mundo y, sobretodo, de contar nuestras experiencias.

La experiencia es algo que ocurre al momento; cuando deja de ocurrir ya no es experiencia sino relato. Relatamos lo que vivimos y, a veces, nos perdemos en ese relato de tal forma que la experiencia (el sentir, la moción de nuestra transformación…) desaparece para reproducir estructuras y formas que ya nos son familiares. Esa propia idea del papel dentro de la experiencia, hace que proyectemos aquello que nos ocurre a partir del relato que narraremos sobre eso. Así pues, es posible que asistamos a lugares sabiendo de antemano lo que narraremos y, es posible, que no sepamos encontrar un presente más allá del relato que ya representamos.

“El paper sortirà de la història” menciona alguién en una de las activaciones de “APPRAISERS/aquesta conversa” dentro del Festival Sâlmón. Si sigo con mi mirada en Derrida, puedo leer que el papel es la culminación del narcisismo. “Desde hace varios siglo han sostenido, apuntalado y, por lo tanto, en verdad, construído, instituido la experiencia de la identificación consigo mismo («yo que puedo firmar y reconocer mi nombre sobre una superfície de papel», «el papel es mío», «el papel es un yo» «el papel, soy yo»). El papel se convertía con frecuencia en el lugar de la apropiación de sí mismo por uno mismo y, luego, de un devenir-sujeto de derecho, etc.» (Derrida, pàg 278). Si el papel desaparece, a lo mejor, esa representación de la presencia se transformaría en algo mucho más corpóreo. A lo mejor…. si el papel no existiese, nuestro cuerpo sería lo que nos legitímese. Esa idea, no está muy lejos, de las nuevas políticas de la información y de la forma en cómo se generan datos a partir de las acciones que realizamos online, así como de estudios de dispositivos aplicados a cuerpos de voluntarios que mandan información constante a una base de datos sobre rendimiento emocional, físico o social. Desde la perspectiva de la información, no existimos en papel sino que existimos dentro de algoritmos y números binarios. Somos una mercancía que no podemos leer porque su contenido está en transformación constante. Esa misma transformación constante también permite que surjan ofertas y posibilidades de consumo continuo, permitiendo que surja un historial, una representación de un ser que se une y se aleja de otros, que es segregado e, incluso, alienado. Pese a desearlo, las nuevas tecnologías no legitiman pero tampoco olvidan; comprimen.

Y los papeles son aquello que sostiene una/la historia. De todas formas, es importante reconocer el atisbo de sombra que se esconde dentro de cualquier evento. Es de una lógica aplastante reconocer que detrás de cualquier historia hay un secreto; hay algo que no ha sido contado. Existe la posibilidad que, pese a la legitimación del papel, la historia no plantee una verdad sino más bien la sombra que conlleva. Y podríamos llegar al acto escénico, algo así como un contexto con normas pre-establecidas que se sale de alguna lógica racional o estandarizada de la realidad; el acto escénico como una posible huida, como un estado liminal que nos suspende en relación a las normas de dónde venimos y que, a la vez, puede reafirmar ese lugar (el del cuerpo, el del afecto…); el acto escénico como un evento que tiene el potencial de ser simplemente y arrolladoramente un presente. ESTE PRESENTE.

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