Notas que patinan #61: 3, 2, 1, The Quiet Volume

Llegué a Bilbao ayer por la noche. Nada más salir de la estación de tren, de camino hacia el hotel, la primera imagen que llamó mi atención fue esta.

Maniquí vestida de novia con la bufanda del Athletic de Bilbao

Todo tiene una explicación. El sábado por la noche el Athletic de Bilbao juega la final de la Copa del Rey contra el Barça en el Camp Nou, en Barcelona, de donde vengo. En las pocas horas que llevo en Bilbao me he dado cuenta de que esto se vive aquí de una manera bastante especial. Hace una hora me acabo de cruzar con un autobús que, en el letrero electrónico, alternaba la información sobre a dónde se dirigía con un Aupa Athletic que me ha hecho frotarme los ojos y volver a mirar, por si me habían puesto alguna seta alucinógena en el restaurante japonés que hay enfrente de la Alhondiga. Pudiera ser que quizá mi percepción se hubiese visto alterada por mi paso, unas horas antes, por la Mediateka de la tercera planta del Azkuna Zentroa, el-centro-de-arte-antes-conocido-como-Alhondiga Bilbao, donde he tenido mi primer contacto con el 3,2,1, también llamado Encuentro internacional de nuevas formas escénicas. Esto es lo que he venido a ver a Bilbao, sin tener ni idea que muchos bilbaínos están más pendientes de la performance que se juega el sábado en la ciudad de donde vengo. Y para empezar lo que promete ser una sobredosis de actuaciones y demás, en la Alhondiga, junto a una compañera que me han presentado unos instantes antes, he experimentado lo que en el programa llaman autoteatro para dos con The Quiet Volume, una propuesta de Ant Hampton y Tim Etchells.

Había oído hablar de The Quiet Volume. La primera vez fue cuando se presentó en la Secció Irregular del Mercat de les Flors, a finales de 2013. Sabía que para verlo había que ir a la Biblioteca Nacional de Catalunya. Pero no pude ir. Más tarde, Azala publicó un extenso texto de Camila Téllez, que experimentó la pieza en Vitoria-Gasteiz, en diciembre de 2014. Pero la verdad es que me lo había leído todo en diagonal. Sabía que era algo que había que ver en una biblioteca. Pensaba que podías ir solo (error). Y había visto en fotos que la gente llevaba auriculares. Pero cuando hoy la chica de la Mediateka me ha preguntado si sabía de qué iba la historia he pensado: me ha pillado. Como cuando creías que te sabías un tema y al preguntártelo en clase te dabas cuenta de que lo que pasa es que tu problema es el exceso de confianza. En realidad no tenía ni idea. Tampoco recordaba (aunque ahora estoy seguro de haberlo leído hace tiempo) que Tim Etchells es el director artístico de Forced Entertainment. De lo que sí que estoy seguro es de que no tenía ni idea de que Ant Hampton lleva desde el 1998 investigando con su proyecto Rotozaza el Autoteatro, entendido como el uso de las instrucciones que se dan a artistas invitados sin ningún ensayo previo, directamente sobre el escenario y en formatos más íntimos, en que los intérpretes son los mismos espectadores (según leo en la web de la Secció Irregular).

Puedes ir solo pero esta experiencia la vas a vivir con un compañero o compañera. Como el que estaba previsto que me acompañase ha fallado la organización ha buscado rápidamente una nueva compañera. Estamos en una biblioteca. Nos han sentado en una mesa junto a otra gente, pero en unos asientos reservados. Ante nosotros, cada uno tenía unos cuantos libros. Nos han dado un ipod a cada uno conectado a unos auriculares. Hemos leído unas sencillas instrucciones, nos hemos puesto los auriculares y hemos comenzado a escuchar una voz con acento argentino. Enfrente tenía una chica muy joven que me miraba raro. Parecía una estudiante. Nos hemos cruzado las miradas y me he sentido como un impostor. Ella debía estar estudiando, que es algo por lo que la gente visita las bibliotecas. Yo estaba ahí como un alienígena que hubiese bajado a la Tierra y se mezclase con los humanos para observarlos como a insectos. Siguiendo las instrucciones de nuestro anfitrión con acento argentino, mitad guía y mitad tirano, a quien obedecíamos casi siempre (confieso haberme rebelado un par de veces, con cierto sentimiento de culpabilidad), mi compañera y yo cogíamos libros, los leíamos y, a veces compartíamos cuaderno y ciertas señales, o simplemente observábamos el espacio y las gentes que allí habitaban, en una estudiada y delicada coreografía (compuesta por alguien a quien no veíamos y de la que el anfitrión-tirano simplemente era un intérprete más, como nosotros) que no me extraña que nos hiciese parecer bichos raros a los ojos de esa chica (que al cabo de un rato se ha ido) y del resto de gente que poblaba la biblioteca. Hacía tiempo que no visitaba una biblioteca. Leer junto a más gente, si lo piensas un rato, es algo bien extraño. Entre relajante, tenso y excitante. Recuerdo preguntarme: ¿qué hace tanta gente leyendo a la 1 de la tarde?

No tengo tiempo para más. Me voy a ver a Rosa Casado y Mike Brooks, Keith Jarrett, L’Alakran y Llorenç Barber. Luego os cuento.

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