Notas que patinan #67 | El conde de Torrefiel en el TNT

Estuve en el segundo día del Festival TNT, el viernes, desde el mediodía hasta la madrugada. Comencé con la Guerrilla conferencia de El conde de Torrefiel en la Faktoria d’Arts. Me encontré con algunos espectadores que habían estado en el estreno de La posibilidad que desaparece frente al paisaje en El lugar sin límites, en Madrid, en el Valle-Inclán, en el CDN. La jornada del viernes en Terrassa acabaría en el mismo lugar donde nos encontrábamos a la una del mediodía, esta vez a medianoche, con otra Guerrilla (ahora concierto), después de la presentación de La posibilidad en el Teatre Alegria, con una platea abarrotada por un público que aplaudió a rabiar a El conde, mucho más entusiasta (me dio esa impresión) que en el estreno en Madrid.

guerrilla

Las Guerrillas de El conde y La posibilidad son objetos que se pueden separar y presentar aisladamente, por supuesto, pero su gestación y su concepción están unidas. A El conde les ha costado programarlas juntas. No es fácil, por muchos motivos. Algunos de esos motivos son logísticos, de producción, pero otros me parece que tienen más que ver con el circuito que presta atención a lo que hace El conde (y otros creadores por el estilo), un circuito en el que, al final, el plato fuerte siempre es lo que se haga dentro de un teatro, porque lo estándar en ese circuito, en definitiva, siempre acaba siendo lo que pase en un teatro. En mi opinión, y en la de mucha otra gente (me parece que es un clamor), ya es hora de que se le dé la vuelta a eso. Tantas décadas de arte de siglo XX, y quince años ya de siglo XXI, y aún seguimos así, con esta especie de apartheid entre disciplinas que sólo existe en la cabeza de algunos, normalmente en la cabeza de quienes parten el bacalao, impregnando las instituciones que dirigen. Es una verdadera lástima. Mientras esperamos que eso cambie de una puñetera vez, gracias a la insistencia de El conde, el viernes pudimos ver dos de sus Guerrillas antes y después de una pieza escénica diseñada específicamente para un teatro.

En la primera Guerrilla nos sentamos ante un cuadro viviente compuesto por una docena de personas que estaban en un bar. De hecho, estaban en un bar real. Algunos de ellos estaban solos tomándose algo y escribiendo. Otros estaban en grupos de dos o tres, compartiendo mesa y conversación. Parte de ellos eran los performers que luego veríamos en el teatro (David Mallols, Tirso Orive, Nicolás Carvajal y Albert Pérez), también estaba Pablo Gisbert, miembro de El conde, y Anna Rovira, quien se ocupaba de la técnica sentada en una de las mesas de ese escenario, discretamente, sin que te dieses cuenta si no te fijabas mucho. Había un futbolín. En algún momento parte de los performers jugaban al futbolín. A través de unos ventanales veíamos el exterior, la calle. Iban pasando cosas, a veces casi imperceptiblemente. Uno de ellos parecía fijarse en una chica que estaba sola. Sin darte apenas cuenta, de pronto, los dos compartían mesa y charla. No te dabas cuenta porque, a la izquierda, había una pantalla donde se proyectaba el texto de la pieza. Cuando girabas la cabeza para leerlo la vida de ese retablo continuaba. Al volver de nuevo la mirada todo podía haber cambiado. La historia es que vamos a escuchar una conferencia de un tipo alemán. De hecho, la escuchamos, en alemán, un idioma que la mayoría no entendemos. Y la pantalla lo que nos cuenta es lo que se les pasa por la cabeza a los asistentes a esa conferencia mientras el conferenciante va desgranando su discurso. Y ahí aparecen muchos de los temas recurrentes en los textos de El conde. Ideas disparadas como balas a partir de narraciones sencillas y muchas veces oscuras y retorcidas, aunque siempre con un trasfondo de humor, fieles a uno de los lemas de El conde: todo da mucha puta risa.

En la Guerrilla concierto, a medianoche, la acción se desarrolla en el mismo local pero en la sala de conciertos. Un grupo ruidista formado por un batería, un teclista y un guitarra tocan sin parar. Aunque en algún momento utilizan la voz no hay letras en esas canciones. Hay un juego de luces, como en un concierto. Detrás de los músicos, en medio del escenario, hay una pantalla donde se proyectan los textos. Esos textos, muy ácidos, nos hablan de gente que ha entrado en la sala, que está entre el público. El conde convierte al público en el protagonista de los textos. El público está como estaría en un concierto de rock: de pie tomándose algo que puede pedir en la barra. Al acabar el concierto muchos nos quedamos en el local y seguimos tomándonos algo y charlando hasta bien entrada la madrugada.

La posibilidad que desaparece frente al paisaje, de El conde de Torrefiel

Parte del público que ya había visto La posibilidad en Madrid me comentó que presenciar las Guerrillas le sirvió para entender mejor La posibilidad. Otros, los que el viernes sólo vieron La posibilidad, me dio la impresión de que extraían conclusiones precipitadas sobre ciertos cambios en el lenguaje de El conde, que muchos, el viernes en el TNT, después de algunos cambios con respecto a la versión que se vio en Madrid, consideran que les ha quedado absolutamente redonda. Aunque los cambios no modifican lo sustancial de la pieza, en mi opinión, es verdad que la pieza, en muchos aspectos, ha crecido. Se escuchan textos que antes se leían y parece que eso ayuda al público. Hay una alucinada escena de pollas a cambio de la desaparición de otra de culos. Los performers están aún más juguetones, más finos, si cabe. Y han incorporado una maravillosa escena final en la que las plantas, el paisaje y no los performers, son las protagonistas.

Pero lo que decía es que parte del público con el que hablé después de la función encontraron los textos más amables con respecto a otras creaciones anteriores. No sé yo si eso es así pero, en todo caso, si se refieren a la crudeza de ciertas historias que cuentan algunos textos de El conde, esa oscuridad sigue ahí en los textos de las dos Guerrillas que presenciamos el viernes. De hecho, algunos de los textos de las Guerrillas nos sonaban ya a los que llevamos siguiendo al Conde en cualquiera de los formatos en los que trabajan: en el fanzine Orxata (que fue como se plasmó su intervención en uno de los últimos ciclos de la desaparecida La Porta) o en la Guerrilla concierto de noviembre pasado en el Festival Inmediaciones de Iruña. Más bien creo que sus Guerrillas son como la música de cámara de ciertos antiguos compositores, que muchas veces componían con una mayor libertad cuando se enfrentaban a ese formato que cuando tenían que componer una ópera o una sinfonía, lo cual no quita que compusiesen maravillosas óperas y sinfonías. A esos compositores les pasaba un poco lo mismo que a El conde: lo importante para los empresarios era el gran formato. La música de cámara quedaba para la intimidad. Aunque eso no quita que, en ciertas épocas, sus partituras para formato de cámara, las que la gente podía tocar en su casa, fueron las que un mayor público aficionado pudo disfrutar. Por más que lo intente no me imagino a ninguno de los africanos que, en el estreno de Madrid, estaban sentados en las escaleras del Centro Dramático Nacional de la Plaza de Lavapiés, entrando a ver a El conde en esa majestuosa sala en la que la entrada te cuesta un ojo de la cara y que, a pesar de estar en el centro de uno de los barrios más populares de Madrid, en realidad, está más alejada de ellos que el lugar de origen de muchos de los que pueblan ese barrio. En cambio, veo algo más de posibilidades de que esos mismos africanos entren algún día a un bar donde está tocando una banda y donde la entrada es gratis, como lo fue la entrada a las Guerrillas en el TNT. No sé si me explico. Ni siquiera sé si tengo razón.

La posibilidad que desaparece frente al paisaje, de El conde de Torrefiel

Más allá de los textos me encantó comprobar cómo un grupo de indios (de la India), que estaban delante de mí viendo La posibilidad, disfrutaron muchísimo (a juzgar por los aplausos y los gestos de aprobación entusiasta) sin entender ni una sola palabra de castellano. Es decir, sin entender ni los textos que se proyectaban en la pantalla ni lo que oíamos por los altavoces. Un poco como lo que nos pasaba en la primera Guerrilla con el conferenciante alemán. Disfrutaron, entonces, de la coreografía, de las imágenes, de las construcciones efímeras y del sonido, del gong y del resto de paisaje sonoro de fondo que nos acompaña a lo largo de la pieza. Unos ingredientes que, por sí solos, crean unas capas, como en las Guerrillas, tan importantes o más que unos textos que, a muchos, desgraciadamente y seguramente por esta cosa tan occidental (digo yo, no sé) de la predominancia de todo lo que tiene que ver con la palabra (sobre todo si está escrita), les impide ver, y disfrutar, el paisaje.

La posibilidad que desaparece frente al paisaje, de El conde de Torrefiel

En cualquier caso, es curioso como El conde se ríe en la cara de muchos de los que le aplauden, que ni siquiera se dan por aludidos. Como dice uno de sus textos: unos lo encontrarán divertido y otros, los más intelectuales, comenzarán a citar referencias (o algo así, cito de memoria).

Si aún no lo han visto y les pica la curiosidad, las próximas citas para encontrarse con La posibilidad que desaparece frente al paisaje son el 21 de noviembre en el Festival Temporada Alta de Girona y el cinco de diciembre en el Festival Sâlmon, en el Mercat de les Flors de Barcelona.

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6 Respuestas a Notas que patinan #67 | El conde de Torrefiel en el TNT

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  2. pblo dijo:

    he intentado colaborar con el drop coin pero se me han bloqueado las claves, pero que conste, muy buen artículo

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