Notas que patinan #94: Nubes pasajeras

Nubes pasajeras es el título de una película de Aki Kaurismaki de los años noventa que probablemente no hubiese visto nunca si no fuese porque también es el título de la instalación sonora que Nilo Gallego presenta durante estos días en la fachada del MUSAC de León. Vi la película hace unos días después de visitar la instalación una tarde lluviosa de agosto. Buscaba en ella alguna clave oculta sobre la instalación. No encontré nada parecido. Me quedé pensando un rato largo. El texto que acompaña a la instalación cita explícitamente esa referencia del director de cine finlandés dentro de un párrafo en el que señala el componente cinematográfico que impregna este trabajo de Nilo Gallego. Cine para las orejas, dice textualmente. Ese sería el planteamiento de Nilo Gallego para esta instalación sonora.

Para ello, siete altavoces distribuidos por la fachada principal del edificio emiten siete pistas diferentes de sonido en pases que se suceden durante dos horas y veinte minutos prácticamente todo el día, con unos minutos de descanso entre pase y pase. La fachada que acoge a la instalación delimita un espacio rectangular, una plaza abierta por uno solo de sus lados, por donde los visitantes entran y salen del museo, vengan o no a gozar de la instalación (yo, por ejemplo, no llegué a entrar al museo: viajé durante dos horas en coche desde la vecina Galicia con el objetivo de visitar únicamente esa instalación). Los altavoces de la fachada son potentes pero discretos, no se ven en una primera mirada distraída, camuflados entre el colorido del edificio, un colorido inspirado en los vitrales de la catedral de León, según me contaron algunos leoneses en alguna otra visita anterior. Una instalación sonora que toma el título de una película finlandesa en una fachada de un museo de colores inspirados en las vidrieras de la catedral de la ciudad. No muy lejos pasan los coches, por la Avenida de los Reyes Católicos. El sonido que producen esos coches se mezcla con el de la instalación, igual que cualquier otro sonido que llegue hasta la plaza. Este sería el marco en el que un espectador puede deambular modificando su perspectiva sonora mientras goza del sonido a través de esas antenas a las que llamamos oídos e, incluso, en ocasiones, a través de todo el cuerpo, sobre todo si las frecuencias del sonido que recibimos son muy graves. A veces ni nos damos cuenta de que somos capaces de sentir determinados sonidos sin utilizar nuestros oídos, a no ser que seamos sordos. En ese caso probablemente seamos mucho más sensibles a esas frecuencias graves. Sin llegar a la sordera también te das cuenta de eso cuando bailas música electrónica rodeado de unos buenos subwoofers.

Nilo Gallego es un artista nacido en Ponferrada que siempre trabaja a partir del sonido. Bueno, también podríamos decir que es músico y punto. Lo que pasa es que pasa como con Ponferrada, que puedes decir que es el Bierzo, aunque pertenece a la provincia de León, que a su vez, aunque pertenece a la comunidad autónoma de Castilla y León, también hay quien defiende su tradicional independencia de Castilla. Aunque músico es una palabra que se le ajusta muy bien también se le queda corta porque digamos que él es un músico que comenzó tocando la batería en grupos punk y ha acabado siendo responsable de, por ejemplo, performances, llamémosle así a falta de algo mejor, en las que, de acuerdo, casi siempre hay un componente relacionado con el sonido, con lo sonoro, con la música, pero van mucho más allá y tocan muchos otros palos. Sus trabajos con la Orquestina de Pigmeos (junto a Chus Domínguez), por ejemplo, son ejemplares. La exposición sobre artes vivas, Laboratorio 987, en el MUSAC, de la que se responsabilizó hace ya unos años, junto a Silvia Zayas y Chus Domínguez, iba bastante más allá de la música o lo sonoro, por poner otro ejemplo.

Pero hay músicos así, Nilo Gallego no deja de formar parte de una tradición. Hasta los trece años, Erik Satie no tuvo más profesora de música que su madre, que era pianista amateur. A los 13 años pasó la prueba para entrar en el Conservatorio de París después de interpretar una balada de Chopin (que no es moco de pavo) ante un profesor que había sido alumno del mismísimo Chopin. Pero se aburrió tanto allí que ese mismo profesor acabó echándole por vago. Tiene aptitudes, sí, pero es un indolente, le dijo. Satie, por aquel tiempo, abrazó el antiacademicismo componiendo una Sonata burocrática para reírse del lenguaje académico de los compositores estirados a quienes los músicos bien vistos debían rendir pleitesía en aquel entonces, de la misma manera que ahora los artistas bien vistos rinden pleitesía a términos como devenir, afectar o atravesar. Nilo Gallego no es el tipo de artista que utilice ese tipo de términos, todo lo contrario. Jaime Altozano, un músico que se ha hecho famoso con sus vídeos de divulgación en YouTube, les decía en una clase que les dio a los triunfitos, en la que comentaba las composiciones de los concursantes de Operación Triunfo, que ellos partían de la intuición para llegar a soluciones compositivas, al contrario de lo que pasa en el conservatorio, donde primero te enseñan la teoría para que luego tú desarrolles (si puedes y no es demasiado tarde) la intuición. La academia no es el único camino, eso está claro, pero, a veces, es el peor de los caminos (excepto para obtener un puesto académico o burocrático, pero diría que estábamos hablando de otra cosa).

Nilo Gallego (primero por la izquierda) en la época en la que era el batería de Últimos resquicios

La mayor parte de esta instalación, Nilo Gallego la creó en una habitación en Bruselas, durante el confinamiento, con su ordenador y siete altavoces. Allí, quizá influido por la situación, intentó jugar con sonidos con los que no suele trabajar, de una manera que no es su manera habitual. Eso le condujo a utilizar cuerdas, a pensar en términos de notas (algo que es bastante ajeno a su trabajo) y a ir en la búsqueda de algo más bien contemplativo. Luego, cuando se acercaba el final, ya en León, pensó que no quedaba completa si no le añadía algo de su estilo más juvenil, podríamos decir, de sus primeras épocas, más de romper cosas, más punk. La banda sonora sin imágenes que ha compuesto, aprovechando el juego que le da la distribución espacial del sonido de la propuesta, es algo retrospectiva, juega con grabaciones y materiales sonoros que provienen de la propia historia de Nilo vista desde la atalaya de su personal presente e influida por el momento actual. El material de esa composición es muy diverso, proviene tanto de su archivo personal como de samplear a otros músicos. También ha grabado material específico para la instalación (incluidos sonidos generados electrónicamente y grabaciones de campo: gritos de niños o cencerros, por ejemplo), además de contar con colaboraciones de otros músicos como Luz Prado, Rodrigo Martínez y Julián Mayorga. Hay que tener en cuenta que la instalación es una invitación del MUSAC para celebrar su decimoquinto aniversario. Por tanto, la invitación a pensar en términos retrospectivos estaba ahí desde el principio.

Babelia entrevistó a Nilo Gallego con motivo de esta instalación. En esa entrevista en El País Nilo Gallego, muy consciente del espacio de visibilidad que le ofrecían, aprovechó cualquier ocasión que el entrevistador le daba para nombrar a los que nunca se nombra pero que no por ello merecerían menos ser nombrados (un poco como, en mi opinión, pasa con él y tantos otros artistas más o menos ocultos). Cuando le preguntaban en la entrevista que a quién daría el Premio Nacional de Música respondió que este año se lo daría al percusionista total Katsunori Nishimura, con quien colabora en ocasiones. Si alguien aún no lo conoce le recomiendo esta maravillosa serie de vídeos de Chus Domínguez dedicados al señor Nishimura.

He seguido pensando en la peli de Kaurismaki. En esa entrevista Nilo Gallego dice que se ha inspirado en las nubes que pasan por encima del museo, que en esta pieza los sonidos vienen y van, sin preguntar, a veces se juntan y chocan entre sí generando una descarga, una tormenta. Sigo sin ver la relación con la peli de Kaurismaki. En ella, los dos protagonistas, una pareja de finlandeses, se quedan en paro pero se resisten a aceptar el subsidio por desempleo porque lo consideran humillante. La peli tiene ese humor Kaurismaki tan particular, tan serio y escandinavo, y tan poco académico. Me reí bastante por momentos. El trabajo de Nilo Gallego también es un poco así. Lo que me transmite su trabajo siempre tiende hacia la luz, independientemente de las sombras de las que parta, como pasa con Kaurismaki. En la peli de Kaurismaki la cosa acaba bien, al final todo han sido unas nubes pasajeras. El día que fui a visitar la instalación de Nilo Gallego las nubes se instalaron por completo en León, llovió muchísimo. Una pausa entre las nubes me permitió disfrutar la instalación. Pero un día después, como casi siempre pasa, las nubes se fueron y acabó saliendo el sol.

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