Notas que patinan #105: un nuevo Sâlmon

La semana pasada se celebró en Barcelona una nueva edición del festival Sâlmon. Diría que esto es un hecho y me parece que hasta aquí todo el mundo estaremos de acuerdo. Más allá me temo que no, porque todo lo demás es opinable. En cada una de las opiniones, con un mínimo de perspicacia, es posible observar desde qué ventanita mira cada emisor de opinión, incluso cuando se intenta dotar de objetividad crítica cada una de las opiniones. Es incluso divertido observar todas estas reacciones (comenzando por las de uno mismo) que dejan al descubierto tal cantidad de costuras que, si las observamos con detenimiento, podemos ver en ellas, como en un fractal, todo un mundo: el mundo en el que vivimos. Hay quien cree que para eso sirve el arte: para poder observar con otros ojos la vida que nos rodea. Si fuésemos capaces de verla de verdad, de experimentarla por completo, quizá ya no sería necesario ningún tipo de arte: ni las artes vivas ni las artes muertas ni las artes moribundas. Para que todas estas opiniones lleguen a expresarse en público se necesitaría una libertad de expresión que actualmente está muy lejos de ser una realidad palpable. Expresarse libremente en público, a parte del esfuerzo, conlleva múltiples riesgos que la mayoría no está dispuesta a asumir, por razones evidentes y no tan evidentes. Las evidentes son, por ejemplo, las que actualmente castiga la ley. Pero hay otras no tan evidentes que tienen que ver con la intolerancia, con la economía, con el poder, con el ego, con el miedo, con el reconocimiento y, en definitiva, y por resumir, con la libertad, esa quimera, o más bien con la falta de ella.

Esta edición ha sido excepcional, por muchos factores. El primero es que se ha celebrado en mitad de una mortífera pandemia que todavía no somos capaces de controlar. El solo hecho de que se celebre este festival es excepcional porque debemos de ser de los pocos lugares de Europa donde, ahora mismo, aunque con múltiples restricciones, los teatros, los auditorios y los cines están abiertos. Cuando hace más o menos medio año el nuevo equipo curatorial tomó el relevo, como a quien uno le pasa una patata caliente, ni siquiera sabían si se iba a poder celebrar el festival. Sofía Asencio, Ariadna Rodríguez, Bea Fernández e Iñaki Álvarez, las curanderas, como internamente se llaman a sí mismas, optaron por un formato que pudiese resistir cualquier adversidad: un programa de televisión en riguroso directo y retransmitido por streaming. Por supuesto, con público en el plató, pero contando con la posibilidad de que, si el público no pudiese asistir por las restricciones impuestas por las autoridades, el festival podría seguir celebrándose mientras tuviesen el permiso para emitir desde un plató televisivo. No era la primera vez (ni una ni dos) que se planteaba un formato televisivo para un festival de estas características (y cuando digo formato televisivo no me refiero a emitirlo por streaming sino a pensarlo como un programa de televisión) pero sí la primera vez que, después de una década de intentos, se ha conseguido llevarlo a término con éxito. Incluso han conseguido que una televisión convencional, Barcelona Televisió (la televisión pública municipal), emita parte de la programación durante varios días consecutivos. Otro hecho excepcional.

El equipo curatorial por primera vez eran artistas pero también experimentadas curanderas, por utilizar sus propios términos, que llevan empujando el carro en el circuito de las mal llamadas artes vivas antes de que alguien pusiese en órbita esa etiqueta e incluso mucho antes de que se convirtiesen en las artes moribundas, esas que, como están de moda como recurso para dotar de una fina capa de modernidad a cualquier festival o sala institucional, en muchas ocasiones son vampirizadas por comisarios y artistas que ni entienden ni quieren entender de qué va el asunto sino simplemente sacar rendimiento de él para que no les acusen de ser unos retrógrados que dan la espalda a las nuevas tendencias, la innovación, el riesgo y todos esos apelativos que soportamos con paciencia y vergüenza ajena, mientras lo que se consigue, poco a poco, es desnaturalizar el asunto al mismo tiempo que, con suerte, se acerca el trabajo de algunos artistas a lo que se conoce como el gran público. Nos felicitamos de esto último mientras nos tapamos la nariz por lo demás. Pero las curanderas del Sâlmon de este año son otra cosa, lo siento, son las que nos han regalado momentos memorables creando y sosteniendo durante años el ya desaparecido Festival Mapa, La Poderosa o el nyamnyam y contaban con el apoyo de espacios imprescindibles de la ciudad para este circuito como lo son el Antic Teatre y La Caldera (la actual, la dirigida por Òscar Dasí, uno de los directores de la desaparecida La Porta, y esto último no es un detalle baladí). Por supuesto, nada de esto hubiese sido posible sin el Graner, que fue quien se inventó el festival hace ya unos años, y el Mercat de les flors, que es quien lo ha acogido, pero la novedad de este año era ese equipo de curanderas y artistas, las dos cosas a un tiempo, como corresponde a un sinfín de gente de este circuito, acostumbrado a hacérselo todo uno mismo, ya que nadie más lo va a hacer por ti. No entendemos de disciplinas ni tampoco de jerarquías.

Lo excepcional es que este equipo, a quien se ha llamado en circunstancias excepcionales, han hecho algo excepcional: es decir, lo absolutamente normal, lo que hubiesen hecho en cualquiera de los proyectos que han llevado a cabo en las dos últimas décadas. Es un clásico: en momentos de crisis se recurre a este tipo de artistas. Suelen ser gente con ideas que se adapta a cualquier circunstancia. Estamos entrenados. Llevamos toda la vida así. A este tipo de gente primero se la rechaza, se la critica, se la denosta, se la margina y se la ahoga. Luego, se los copia. Y, si sobreviven, se los intenta comprar o vampirizar. HJ Darger lo contó muy bien el sábado en el plató del Sâlmon, junto a Marta Echaves, cuando habló de la experiencia del Bloque.tv, un programa de televisión dedicado al mal llamado trap, al que en un principio nadie quiso en su casa (por eso se emitió en internet) para luego acabar siendo copiado por la televisión pública. Hay muchos más paralelismos entre esos dos mundos (el mal llamado trap y las mal llamadas artes vivas). Es todo una cuestión de actitud.

Pero lo normal para nosotros no es lo normal para todo el mundo. Lo normal para nosotros es no separar las disciplinas artísticas, por ejemplo. Por eso el formato televisivo es tan normal como la música, la danza, el vídeo, la performance, el arte sonoro, el texto, la improvisación, la charla y la mezcla de cualquier formato sin pudor que hemos experimentado en esta edición del Sâlmon. Lo normal no siempre ha sido crear piezas escénicas de una duración determinada para que los programadores convencionales puedan escoger su producto, comprarlo y sacarle el máximo rendimiento en giras interminables. Nos hemos acomodado a eso como hemos podido porque parecía que no quedaba otro remedio y porque, para el ínfimo porcentaje de artistas relacionados con lo escénico que consigue tener un éxito suficiente, es la única manera de convertir esto en un trabajo que te dé para pagar el alquiler (para el resto de artistas ni siquiera, porque sus piezas, una vez creadas, no se ven más que un puñado de veces, con suerte, debido a que los mismos que les ayudan a crearlas, si tienen esa suerte, les impiden mostrarlas el número suficiente de veces como para poder vivir de ellas). Pero no es la única manera de funcionar, lo siento. Y parece que algunos no sean capaces de concebir otra. No es el caso de este Sâlmon. Es como lo que decía del mal llamado trap, es como si los del trap siguiesen sacando LPs con discográficas, como los viejos grupos de rock. Los LPs molan mucho, como las piezas escénicas, pero no es la única manera, lo siento. Y, cuando estás en manos de las discográficas, y el mundo discográfico no trata bien a sus artistas, quizás es mejor que caigan las discográficas y que nazca otra cosa, aunque no se sepa muy bien aún qué cosa. Es la típica historia de poder y dominación. Lo de siempre.

Pero las cosas podrían ser de otra manera, como se ha encargado de recordarnos el Sâlmon en esta edición y como hemos vivido en otras ocasiones no tan lejanas (aunque parece mentira que ya casi nadie se acuerde). La Genie (esa plataforma articulada que permite elevarse por los aires a los técnicos cuando tienen que subir hasta techos muy altos) que el viernes apareció en el plató del Mercat de les flors, para que un técnico subido en ella cambiase el filtro de uno de los proyectores que se había estropeado, parecía una cita y un homenaje a una escena de una pieza, The Rehearsal, que vimos en ese mismo escenario en la edición del 2009 del festival LP organizado por La Porta, en la que Gilles Gentner se subía también en una Genie para cambiar el filtro de un foco. El público aplaudió a rabiar, a la Genie y al técnico, el viernes pasado y hace más de una década. En ese festival de la primera década del siglo XXI ya se llenaban espacios como el CCCB o el Mercat de les flors para ver propuestas del estilo de lo que hemos visto en esta edición del Sâlmon.

No he hablado de esas propuestas ni de los cincuenta artistas que han pasado por el festival ni de quienes se han encargado de la realización televisiva. Excepto una de las piezas, durante cinco días lo he visto todo, presencialmente, por televisión o en streaming. Podríamos hablar durante horas o llenar ríos de bits escribiendo sobre ellas. Ya lo ha hecho Ingrid Guardiola, cada noche, a vuelapluma, durante la mayor parte del festival. Sus crónicas son exhaustivas (en la web del Sâlmon se pueden leer las del jueves, viernes y sábado). Sus opiniones son las suyas, no siempre estoy de acuerdo con ellas, como es natural, pero las recomiendo encarecidamente para quien no haya podido asistir al festival, como también recomiendo esta estupenda reflexión de Paulina Chamorro en VAHO. En realidad, todo el mundo ha podido ver el festival, se emitía por televisión, excepto un par de piezas. Sobran los críticos e incluso los cronistas. Si alguien no lo pudo ver espero que el festival publique los vídeos de toda la programación en un futuro no muy lejano. No será lo mismo que verlo en vivo y en directo pero será mejor que cualquier artículo que te lo cuente. Espero que la cosa no termine aquí. Pero aunque así fuera creo que hay suficientes pruebas ya de que en algún sitio, en algún momento, volvería a resucitar. No hablo ya del Sâlmon.

Esta entrada fue publicada en Notas que patinan. Guarda el enlace permanente.