Escribir, existir y querer

A Txalo Toloza,
como complemento a nuestro intercambio epistolar.

Las personas estaban dispuestas a irse. Las relaciones eran frágiles. A nadie le importaba, en este bochorno, lo que los demás hicieran. Las consecuencias de los actos se asumían a voluntad. Un juramento, una promesa, carecían de significación.
Rosario Castellanos

Tengo una anécdota que quiero contar porque en ella se expresa algo importante de
mi vida. Estaba dando clases en el bachillerato del pueblo donde vivo y como tenía
que ver con video, foto y celulares, naturalmente tuvimos una conversación sobre
redes sociales. En un momento, uno de los alumnos me preguntó:
⁃ ¿Cómo está en el face, profa?
⁃ No, no tengo face, pero si buscas el de mi colectivo…
⁃ ¿Tiene insta?
⁃ No. Tenía twitter pero…
⁃ Equis…
⁃ Sí, equis, pero ya no… en realidad no tengo redes sociales más que el
whatsapp…
⁃ ¿Nada, nada?
⁃ No…
⁃ Entonces usted no existe.
⁃ …
Fue un momento curioso. Hoy considero que ese comentario me provocó, además de
un difuso malestar y una risa forzada, visualizar las diversas dimensiones en que
existimos.
Cuando pienso en todo lo que desconozco al no tener redes sociales siento una
especie de culpa fugaz por mi aparente actitud de desinterés por ese mundo que ya
existe y donde pueden existir lxs otrxs. También de pronto siento pena por tener esa
desidia de adaptarme a una manera (relativamente nueva) de existir. Cuando me
encuentro con alguien, cuando salgo con amigas, cuando estamos de gira, me doy
cuenta de que las personas se mantienen al día y comparten gran parte de sus vidas
produciendo “contenido” (la verdad no sé cómo llamarlo) y consumiendo “contenidos”
(Idem) de otrxs. Saben que tal se fue al mar, que a no sé quién le pasó no sé qué,
saben sus opiniones, sus escándalos, saben cuando alguien se enfiestó y posteó
borrachx. Comparten canciones, anécdotas de tiktok, son seguidores de influencers.
Las personas viven toda una vida a través de las redes en internet, ese espacio
increíble, infinito, inimaginable, difuso y ambiguo donde se mezclan lo público y lo privado sin demasiada consciencia; ese espacio donde se habla sin límites de alegría,
amor y sufrimiento. A veces pienso que no participo porque tengo miedo: miedo a
construir personajes públicos que se salgan de control, miedo a las críticas por ser un
blanco directo e identificable, miedo a las etiquetas, miedo al escrutinio. A veces
relaciono mi evasión a las redes con la eficiencia: quizá evito tener redes sociales para
descontar otra muy probable fuga de atención en mi vida. Ninguna justificación me
satisface y a veces pienso que debería echarle más ganas para lograr entender mi
autoexilio. Por otro lado, quizá debería superar los miedos, hacer la prueba y abrirme
una cuenta… pero… ¿de qué?
Es cierto que con el hecho de usar whatsapp ya tuve asegurado un cambio
revolucionado de velocidad, una especie de vorágine laboral y vincular; un 24/7 de
ansiedad al esperar o emitir respuestas, audios, textos, llamadas, fotos, videos, pdf’s,
mensajes de amor. Hace poco más de dos años tenía el consuelo de que en la
montaña donde vivo no hubiera señal, tenía que subir a un cerro para alcanzar un poco
de las ondas que lanzan los satélites y contactarme con ese otro mundo del no
presente físico. Vivía más concentrada, pasaba más tiempo enfocada
ininterrumpidamente en una actividad. Pero la rueda está echada a andar, hoy, aunque
solo tenga un mínimo de señal, vivo la misma ansiedad que antes veía en lxs demás.
Ahí está y me pregunto ¿por qué no puedo desconectarme aunque quiera? ¿Por qué
se despierta esa sensación de pérdida? ¿Por qué de pronto siento prisa de revisar el
celular? ¿Cómo cada uno de los formatos de las redes han transformado nuestras
formas de comunicarnos? ¿Qué tan elocuente se puede ser usando el whatsapp?
¿Cuánto bien y cuánto mal nos ha hecho acostumbrarnos a comunicar nuestras
emociones a través de mensajes cortos, stickers, imágenes? ¿Cómo digerimos los
mensajes de amor, desolación, enojo, si todo se ha vuelto tan veloz? ¿En qué medida
un mensaje de whatsapp (o de cualquier otra red) nos otorga la sensación de existir?
Me pasa poco, pero de vez en cuando me preocupa mi existencia. Y entonces asumo:
escribir es una manera de existir. Manifestarse en las redes, también.
Paradójicamente escribo sobre no tener redes digitales propias, pero este texto será
publicado en redes digitales. O sea que, aunque sea de una manera parcial, existe un
personaje (¿o varios?) en redes que me representa(n). Y me remito a esta frase de
Nazareth Castellanos: “Es imposible escapar del universo que nos hospeda”.
Pero, ¿qué nos otorgan la velocidad y los mensajes cortos? ¿Qué nos quitan?
Llevo meses reflexionando sobre esto e intentando avanzar en este texto sin encontrar
cuál es el punto medular. Empecé a escribirlo un triste día en que me di cuenta de que
varias personas habían prometido (sí, prometido, qué raro) escribirme, responderme
cartas, pero no lo habían hecho. Ese mismo día miré mi buzón de mensajes de
whatsapp y fui consciente de la cantidad de mensajes cortos (flashazos, chisguetes,
migajas), de las que penden varias de mis relaciones. ¿Qué es una promesa hoy en día en que todo está aparentemente tan presente, resuelto y cercano en las redes? ¿Cómo resolvemos nuestras dudas existenciales, nuestros dolores, las molestias? ¿Podemos extrañar a alguien? ¿Con qué herramientas resolvemos la confrontación con una persona en una red social? ¿Cómo se miden el tiempo y la distancia? ¿La profundidad de nuestras reflexiones y reacciones? ¿Cómo funciona la palabra en medio del implacable devenir de imágenes que nos ofrecen las redes y el constante scroll al que sometemos a nuestra mirada e inteligencia varias veces al día?
….
Es como vivir en una tormenta constante: viento que no nos deja escuchar del todo,
llovizna que nos pega en los ojos y nos hace ver a medias, un frescor envolvente que
nos entumece el cuerpo.

En medio de la vorágine, relaciono los correos electrónicos (antes cartas escritas a
mano) con un paréntesis, con la decisión de pensar lo que se va compartir, con la
incertidumbre de si la otra persona lo recibió o no, con el tiempo y la paciencia. A casi
nadie le gusta que le escriba correos, me lo han dicho en varias ocasiones. Es como si
les obligara a poner atención a algo que ya no vale la pena. Perder un tiempo valioso
en un espacio que se relaciona más con el trabajo, con el deber. Además, si ya están
tan presentes las otras personas en las redes sociales ¿por qué sentarse a leer el
correo de alguien que no tiene la gentileza de participar de ese mundo? A veces me
siento obsoleta y pesada, la abuela indeseable del grupo.
Volteo a la montaña, esta montaña donde también pasan cosas, pero no hay nadie
aquí para registrarlas, enmarcarlas y compartirlas para que existan y hagan sentido en
aquel otro mundo que, sin tener cuerpo, es omnipresente como cualquier dios.
Imagino por ahí empezar mi cuenta de Instagram, como Lupa, un personaje marginal
que registra la montaña y todo lo que sucede en su aparente quietud. Pero no, porque
pienso que merecemos ser partícipes del misterio, porque quiero creer que el ruido
también necesita del silencio. Y todo esto me hace recordar aquel dicho chino que se
traduce como «¿Hace ruido un árbol al caer en el bosque si nadie lo escucha?”. Sobre
esto me dice la IA: “Desde un punto de vista filosófico, la pregunta se refiere a la
percepción y la existencia. Si nadie está presente para escuchar el ruido, ¿existe
realmente el sonido?”.
También pensaba en esa antigua creencia de que una fotografía nos roba el alma…
Ayer, en una comida, en una mesa redonda, en una terraza, en medio de la montaña,
un señor otomí ocultó su rostro en las ocasiones en que se intentó sacar una foto del
grupo que irremediablemente sería compartida en redes, y dimensioné lo importante
de la intimidad, del guardarse y del cuidar nuestra mirada. Antes, mucho antes, escribía cartas largas en papel. Me acuerdo de la emoción que me daba escribirlas y hacerles dibujos, adornarlas para mandárselas o dárselas a mis amigas, amigos y novios en la niñez y adolescencia. Pensar en los detalles, en qué contar, en los colores, en las fotos que metía en los sobres o las postales que compraba. Me acuerdo de caminar a la oficina de correos de Xalapa y pedir el sello, escribir las direcciones, desear que la carta no se perdiera en el camino. Pocas cosas guardo con tanto cariño como las cartas que me escribieron en esa época. Cartas de queridas amigas a las que veo cada varios años, con las que tengo breves
intercambios de mensajes cortos, o gente amada que desapareció de mi vida y no ha
contestado mis mails desde hace años. El hecho de reconocer la redacción y la letra
de las personas, el papel, el olor, los secretos y los detalles, en fin, el amor que sus
escritos contenían. ¿Qué era para nuestra vida esa manera que teníamos de expresar
el cariño? Para mí, ahora me doy cuenta, significó mucho. Y no solo para mi vida
personal, en varios procesos creativos las cartas físicas han sido elementos clave,
tanto en contenido como en la forma, en las texturas que le brindan a una obra.
….
En febrero del 2023 escribí cartas largas, pedí perdón, dije cosas lindas, reiteré mi
cariño, conté sobre mi presente a la orilla de un arroyo en la ceja de la selva profunda.
Experimenté una inspiración intensa e ineludible solo por el hecho que de que estuve
10 días aislada sin celular, sin poder hablar con nadie y de tener papel y pluma
disponibles. No entregué todas las cartas que escribí, pero de las que sí, solo una fue
correspondida. Las otras respuestas que obtuve fueron breves mensajes escritos o un
abrazo en su momento. Me inquieta mucho pensar en eso.
No sé cuál será la respuesta a las preguntas que contiene este texto que, sin entender
por qué, dejo inconcluso. No sé ni siquiera si considero bueno o malo no tener redes.
A veces pienso en dejar el whatsapp y a veces pienso en que sí sería buena idea
abrirme una cuenta en alguna de esas otras redes. Pero, al escribir estas últimas
palabras, sigo en la incertidumbre.

Luisa Pardo
Yuxaxino, abril-diciembre 2025
Cualquier aclaración, sugerencia o comentario,
favor de escribir a luisitapardo@gmail.com

Acerca de lagartijastiradasalsol

Lagartijas Tiradas al Sol somos una cuadrilla de artistas. Trabajamos en escena, hacemos libros, radio, videos y procesos pedagógicos. Desde 2003, empezamos a desarrollar proyectos como un mecanismo para vincular el trabajo y la vida, para borrar y trazar fronteras. Nuestro trabajo busca crear narrativas a partir de hechos de la realidad. No tiene nada que ver con el entretenimiento; es un espacio para pensar, articular, desplazar y desentrañar lo que la vida cotidiana funde, pasa por alto y nos presenta como dado. Las cosas son lo que son, pero también pueden ser de otra manera.
Esta entrada fue publicada en General. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *