Relato naveano número 1

interior de la casa de mis bisabuelos

Hoy no me puedo levantar. Toda la noche sin dormir. Bebiendo, fumando, sin dejar de pensar en el culo de Warris, ¿se habrá lavado?

El fantasma de mi abuelo me ha llamado tres veces al móvil, me ha dejado un mensaje de voz y un SMS desde un número de teléfono oculto. El mensaje de voz dice lo siguiente: Lo natural es mover… el culo. Es su voz, eso seguro. De fondo se escucha esa canción que le gustaba tanto, hacia el final de sus días, cuando el Alzheimer se le subió a la cabeza y adquirió esa costumbre suya de administrarse morfina por vía intravenosa. Me refiero a esa canción de Lou Reed: Éxtasis.

Hace tiempo que he comenzado a encontrar absolutamente natural que mi abuelo Graciano me deje mensajes de voz en el móvil, sobre todo desde que decidí ocupar ilegítimamente la alcoba que compartió toda su vida con mi abuela, auténtico motor de la casa. Mientras mi abuelita Dolores desnucaba a un tierno conejito, mientras le rajaba el cuello con un cuchillo para que se desangrase gota a gota sobre el canal de riego que pasaba (y aún pasa) por el patio para luego arrancarle la piel dándole la vuelta como si fuese un calcetín, ¿alguien vio alguna vez en qué se ocupaba mi abuelo? Yo lo vi leyendo La Voz de Galicia, moviendo los labios en silencio, mientras se tocaba la calva de vez en cuando para ahuyentar a las moscas. Era verano y en el cementerio de Navea aún quedaba espacio para sus futuros huéspedes.

No me importa dormir ilegítimamente en el lecho de mis abuelos, es la mejor habitación de la casa, mejor que la habitación de su primogénito, jamás entra una mosca, ni un mosquito, aunque abra la ventana de par en par, no se atreven, algunas generaciones anteriores de insectos conocieron a mi abuelo bastante bien y, aunque haya quien no se lo crea, yo sé que los insectos que habitan Navea poseen una cultura milenaria que transmiten los unos a los otros en los tiempos muertos que suceden a esos folleteos rápidos que practican, aquí te pillo, aquí te mato. En esos instantes después del breve éxtasis, utilizan un lenguaje no precisamente oral (al contrario de lo que se estila en las aldeas de la zona, por cierto), pero cargado igualmente de significado. Es la danza de las moscas, cuyas influencias aún son perceptibles en ciertas danzas humanas típicas de la zona, como la muñeira y los cuchufellos, practicadas desde tiempos ancestrales por los aldeanos, entre ellos mi abuelo el día de San Miguel, en mayo, cuando las montañas se tiñen de violeta y mi abuelo morado, bajo la dionisíaca influencia del orujo destilado de las uvas recogidas por él mismo en la Borrén, donde nació mi abuela.

No me importa dormir en la cama de mis abuelos porque sospecho que no debían practicar demasiado el sexo en ella, aunque sólo de pensarlo me pongo enfermo. Me parece estupendo llenar su armario con mi ropa, abrir su puerta con absoluta familiaridad, ejecutar ese gesto mil veces repetido al poner un pie en el suelo al levantarme de la cama, el derecho, porque me despierto cada día en ese lado de la cama, el mismo que ocupaba él, me acuerdo perfectamente. Lo que de verdad me inquieta, lo que me ha impedido conciliar el sueño toda la noche, no es este viento huracanado que dura toda la noche y que me trae el ruido de todo un ejército de carballos milenarios que se mueven como poseídos por algún espíritu errante del valle. Lo que me deja totalmente perplejo es el SMS que me ha enviado mi abuelo Graciano desde dondea sea que se encuentre en esta noche de lluvia de estrellas: Has visto demasiadas películas en tu vida.

Lou Reed – Ecstasy

Los secretos – No es amor

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