DE TE FABULA NARRATUR, EL CASO NILO (Llorenç Barber)

– El XVI de los «sonetos de Orfeo» de Rilke acaba así­: «a nosotros se nos ofrece sólo el ruido./ y el cordero pide su esquila/ desde su instinto callado».

Plantea Rilke en este soneto la dificultad extrema para los humanos de atisbar la «natura sive deus», tan llenos como estamos de «nuestro» ruido, mientras el dios, el dios de Rilke, silencioso, alegre, sereno, disperso e inmóvil es «el lugar que cura» .

«Locus iste a deus factus est» , o «terribilis is locus iste», así­ reza la fórmula mágica de los cristianos para consagrar un templo.

Rilke recrea y continúa la tradición: enlaza la cura y el silencio a un lugar donde dios, inmóvil, se opone «al libre acabamiento».

– Cuando comencé a proponer intervenciones de exterior (1978, londres music/context) la insensibilidad para la escucha urbana (¡no hablemos de la otra!) equilibrada era -entre nosotros- inexistente. claro que las cosas hoy van mucho peor, pero ya al fin surgió (le vimos la cara al monstruo) una cierta consciencia ciudadana, ya no se puede polucionar nuestras machacadas cócleas impunemente (más o menos). Hay incluso dí­as, como hoy, en que la prensa diarias nos regala comentarios como este: en tal aldea «se oye el andar de las vacas», y hasta ciertas casas de automóviles basan la estrategia de venta de sus productos apelando al silencio de sus motores! ¡cosas veredes!.

– El mundo orquestal, por otro lado, va de mal en peor: se refugia cada vez más en pasados laureles y auditoriums. además el presente les va achacoso -por más dinero y burocracia que el poder le insufle- desde aquel monstruoso y moderno estornudo (ascensión cromática de las maderas en súbito enlace estornudador de glissando de trompas) con que comienza en bonito drama musical «Henry janos» de Zoltan Kodály (16 de octubre de 1926). dicen las leyendas húngaras que toda narración que comienza con un estornudo es verdad. ésta lo es, claro.

– De patitas en la calle, los músicos nos la jugamos unos con los inmóviles campanarios preñados de badajos, otros -como nilo gallego- con las inquietas ovejas de callado instinto y estruendosa esquila, todos, manoseando fugacidades que es la materia del sonar con la que sin orden ni concierto está hecha la eternidad. en efecto, sin abrigo, al pairo de brisas y eolos, y con todo el juego de resonancias, sequedades y ecos, nos es más fácil degustar esas «identidades flotantes» (Levy Strauss) que son los móviles sones, aparentemente ubí­cuos pero -corno el dios de Rilke- pegados al locus, y no solitarios sino agrupados en archipiélagos o clusters o rebaños o como sea que se le quiera denominar al hecho de darse en manada.

– Para comenzar, toda intervención sin techo -de intemperie- es una «site-specific work», esto es, un entrar en conversación con el cosmos a través de lo particular de un » locus iste» más un muy concreto meteoro (ese «dios» que hace «señas» del que habla Rilke en su soneto).

– Cantamos, pues, el fin de la música uniforme y de la música de uniforme (de corbata y auditorium). afirmamos las músicas singulares, sean de potente ventisca, sean de sutileza de pájaro (gran maestro) con variable umbral de percepción e intensidad auditiva.

– En realidad, naturaleza, más que memoria (que también lo es) es hoy para nosotros promesa («el lugar que cura» ), última oportunidad de aprendizaje y subsistencia.

– Abandonados los refugios, al salir a cielo abierto, entramos en zona de conflicto. fenómeno –corno dirí­a Henry Michaux- de muchedumbre í­nfimas, infinitamente encabritadas («phenomène des frules, mais infimes, infiniment houleuses» ).

– Recordemos aquí­ a Nietzsche, para el que el mundo verdadero es el de la música: el problema es cómo soportar el sinsentido de la existencia cuando el mundo ya no suena, pues devino basura, acumule, motor y plástico en arrebuje, y los humanos andan ya por ahí­ además con cascos y orejeras, dicen que escuchando otra cosa, distraí­dos, esto es, sordos y alienados, con productos de mercado y ocasión, convenientemente enlatados y encelofanados.

– Lejos de las músicas «representativas» con sus manieras y metamorfosis, las músicas del exterior son, o deben ser, músicas presentativas, de bulto, repetición, aire y sonancia, esto es música de «praesentia», de ese presente que según S. Mallarmé no existe: muchedumbre vací­a. y ¿vací­a de qué? sobre todo de autoexpresión del inflado ego postromántico invadelotodo .

(» …il n´est pas de present, non -un present n´existe pas. faute que se déclare la foule, faute -de tout» ).

– Abrevar en los atisbos o en la ausencia o movilidad de la meta es conditio sine qua non para un musicar de otreidades. caso contrario, recordar a Orfeo/Rilke: «tan sólo el muerto bebe/ de la fuente que escuchamos aquí­» .

– Además, la naturaleza siempre está «desatada» .

– El espacio con sus dimensiones, recovecos, nudos, apelotones y huecos, ese es el tema de las músicas de hoy. (viejo tema, pues ya Wagner, en su Parsifal, leí­a así­ la música: «en espacio se convierte aquí­ el tiempo»):

– Pero el entorno, el habitat, necesita ser no sólo ocupado, sino compartido y reflexionado. y no con ideas fijas sino con acercamientos en permanente adecuación y transformación (¿improvisación?) . eso sí­, ninguna intervención es inocente o inocua: se impone, pues, el máximo de atención y cuidado. Compartir no es manchar ni imponer. hemos de modificar nuestra forma de oí­r con, junto a. para comenzar: huir de la idea de concierto. el quieto ahí­, de frente, unifocalizando y atendiendo «todo de un tirón», ha de ponerse en suspenso, así­ como el valorar la escucha más que la acción, y esta siempre fragmentada, ricamente imperfecta y contaminada y crí­tica, reordenada, redispuesta.

Hemos de modificar hábitos negativos de «utilización del locus»: éste no se utiliza ni se lee: se abre, se acoge, nos recibe. la escucha deviene ecolocativa y plurifocal, esto es, nos vuelve a poner ante un repensar la música como fértil y complejo «aire sónico» de va y ven, con sus residua, sus reverberaciones, sus periferias de no-son que también son, sus lejaní­as, desplazamientos, etc.

– El «contexto» no es algo preexistente, se crea al devenir tiempo.

– La hilación es tan fundamental como la fuente del sonar, e hilación es aire de sorprendente y aceptado interruptus.

– Todo está (o estuvo) lleno de dioses. hurgar, adivinar sus nombres. dar pie a (des)(a) lumbramiento.

– Por una «unlimited music» que atienda la textura de la escucha. introducir lo eterno en el seno del aire ese ahí­.

– Avatar. escuchar el reverso de los sones y silencios (y dejarse de lamentos poéticos, de cantos al hastí­o, a los dolores, las tristezas, las melancolí­as, las sombras…).

– Se repite hasta la saciedad que «lo bueno de los animales es que te quieren sin preguntar(se) nada» . yo añado que eso es verdad tan sólo porque no les escuchamos, no atendemos adecuadamente su cantar. (además hoy Hay otro motivo de fraternidad: todos estamos en extinción) (peligro de).

– Frente al oí­r ciego de la modernidad (las partituras especulativas, la radio, los fondos sonoros de film o de TV., las músicas de estudio, etc) algunos optamos por un oí­r sinestésicamente activo, esto es, fluido.

– El sonido habita su tiempo y ya. su vida es breve y efí­mera. sólo desde la invención del fonógrafo (poco más de un siglo hace) el sonido -bien que no del todo completo- puede permanecer y vivir sin vivir, esto es, fantasmalmente. ello permitió que el son se saliese de auditoriums, teatros, iglesias, estudios, bibliotecas, literaturas, ideas artí­sticas, conceptos y filosofí­as y poblase livings-rooms, fábricas, camiones, autobuses, almacenes y cloacas. un oí­r nuevo y puede que alienador, acompaña a la humanidad desde la muy moderna invención de aquella .

– Componer debiera ser más y más una cuestión morfológica que sintáctica , esto es, un preguntarse qué es el sonido y cómo, de qué se compone el sonar, en vez de sólo repetir convenciones formales recibidas del pasado sobre cómo longanizar algo -el son- que nadie sabe qué es ni cómo se manifiesta.

Componer es cada vez más una composición del sonar que una composición con sonidos. sólo cuando lo formulamos así­, atendemos y centramos el tema en los sonidos del mundo y no en las humanas convenciones.

-Estamos en el comienzo, o ni siquiera en ello, sino a menos cero: tanto es lo que hemos perdido en nuestro escuchar atentamente a las otras especies, que la sordera se nos ha hecho tapón y ya. Hay que limpiar, recomenzar. somos la minorí­a, no ya rica, sino acaparadoramente única del todo este perdido todo. insostenible.

– El poder salví­fico del sonar/escuchar: ahí­ está el nudo. el otro comienza a estar ahí­ cuando suena, y nosotros comenzamos a abultar cuando auscultamos y resoplamos.

– Lo más difí­cil: no manejar sino entrar a otros tempos, otras lejaní­as, otros reconcomios y sensibilidades ( ¡más etologí­a y menos psicoanálisis!).

Sobre vacas y músicas locas. un modelo llega a su fin: las intensas y rentables músicas de establo y producción «ayudada» y rápida, pero de alimentación insegura, antinatura y, por lo que se oye, de espongiformes resultados,

Hay alternativas: la crí­a sosegada y expansiva, que pone a cada quien en su lugar, en un mundo en el que cabemos todos (y no sólo los primeros, los más rápidos, los que tienen partitura), cada quien en su singularidad y no según su rentabilidad y nec-otium, en casa de todos, un tanto revuelta y anárquica, eso sí­, pero sin la casta amenaza de los «elegidos» . sólo limpios si no hurgamos en su infecto pesebre (con su uranio, rico en empobrecimientos y todo).

– y por supuesto Nilo Gallego, que no me olvido. pertenece a esa clase de músicos cuyo paradigma es más la asechanza que la fórmula, la intriga más que la posesión de datos, el bricolage más que el protocolo. Y eso entre nosotros no abunda.

Demasiados huecos en las programaciones dan la sensación de que música es, una vez más, vuelta a lo mismo de anteayer, esto es: muertecita academia. pero nilo, como algunos otros, intuye donde se haya «el lugar que cura» de Rilke, y se prepara (se entrena, como decí­amos en el taller de música mundana) para ello , arriesgando, husmeando resonancias nada obvias, pertrechándose de residua casi calladas, enredándose con los ritmos circadianos, bebiendo de fuentes que aquí­ no escuchamos y hablando sin bozales ni sordinas.

Levanta Nilo Gallego inseguros mapas de valles donde la esquila trama conciertos inter especies, narraciones de no acabamiento, para hombres ya -al fin- serenos y dispersos, sin peligro de extinción.