Me llamo Rubén Ramos Nogueira, como todo el mundo. John Cage.

Asistir a una conferencia de John Cage debió de ser en su día una experiencia refrescante. Hace tiempo, cuando Silence aún no se había publicado en castellano, leí un libro que se llamaba Escritos al oído, que recogía muchos de los textos publicados por John Cage. Curiosamente debemos esa publicación, en 1999, al Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Murcia (sí, Murcia), en una edición presentada y traducida por Carmen Pardo. En ella podemos encontrar conferencias de Cage realmente curiosas en las que intercala sin ningún tipo de pudor historias como la siguiente:

Era miércoles. Yo estaba en sexto curso. Escuché que papá le decía mi madre: «Prepárate: el sábado nos vamos a Nueva Zelanda». Me preparé. Leí todo lo que pude encontrar sobre Nueva Zelanda en la biblioteca de la escuela. Llegó el sábado. No ocurrió nada. El proyecto no se volvió a mencionar, ni aquel día ni ningún otro.

Esta historia la podemos encontrar hacia el final de El futuro de la música: credo, originariamente una charla que Cage dio en un encuentro de la sociedad de arte de Seattle en 1937. En esa charla, lanza su profecía sobre el futuro de la música en forma de sermón de la montaña mientras, al mismo tiempo, interrumpe su discurso constantemente para hablar con más detalle de cada idea o referencia que introduce. Y al final, suelta tres historias. La primera es esa de Nueva Zelanda. La tercera, con la que acaba su intervención, es esta otra:

En Japón, un joven se las arregló para poder viajar a una isla lejana a estudiar Zen con cierto maestro, durante un periodo de tres años. Al terminar estos tres años, sintiendo que había fracasado, se presentó al maestro y le anunció su partida. El maestro dijo: “Has estado aquí tres años. ¿Por qué no te quedas tres meses más?”. El estudiante aceptó, pero al final de los tres meses les seguía pareciendo que no había hecho ningún progreso. Entonces le dijo de nuevo al maestro que se iba, y el maestro dijo: “Mira, has estado aquí tres años y tres meses. Quédate otras tres semanas”. El estudiante lo hizo, pero sin éxito. Cuando le dijo al maestro que no había ocurrido absolutamente nada, el maestro le dijo: “Has estado aquí tres años, tres meses y tres semanas. Quédate tres días más, y si al final de este tiempo no has alcanzado la iluminación, suicídate”. Hacia el final del segundo día, el estudiante alcanzó la iluminación.

Pero hay más. Cage escribió una serie de relatos como acompañamiento irrelevante de una pieza de Merce Cunningham, Cómo pasar, patear, caer y correr. El mismo Cage los leía espaciadamente, sentado a un lado del escenario en una mesa con micrófono, cenicero y una botella de vino. Por lo visto los críticos le decían que chupaba cámara. Si no lo he entendido mal, algunos de esos relatos formaron el texto de una conferencia titulada Indeterminacy: New Aspect of Form in Instrumental and Electronic Music, que impartió en la Exposición de Bruselas, en 1958. Alguno de ellos vuelve a estar protagonizado por monjes budistas. El Zen, un tema muy Cage. El final de uno de esos relatos, del que utilizo sólo el principio, es el siguiente:

La vida está cambiando. Una de las maneras en que estoy intentando cambiar la mía es liberándome de mis deseos, para dejar de ser sordo y ciego al mundo que me rodea. Cuando menciono mi interés por las setas, la mayor parte de la gente me pregunta en seguida si he tenido visiones. Tengo que decirles que soy muy anticuado, prácticamente un puritano, que todo lo que hago es fumar como una chimenea –ahora con dos filtros y un cupón en cada paquete- y que bebo café por la mañana, por la tarde y por la noche. También bebería alcohol pero cometí el error de ir al médico que me lo prohibió. Las visiones de las que he oído hablar no me interesan. Dick Higgins dice que comió una muscaria pequeña que le hizo ver algunos conejos. Valentina Wasson comió los hongos sagrados de México y se imaginó que estaba en el Versalles del siglo XVIII escuchando a Mozart. Sin tomar ninguna droga, fuera de la cafeína y la nicotina, estaré mañana en San Francisco, escuchando mi propia música y el domingo, si Dios quiere, despertaré en Hawaii con papayas y piñas tropicales para el desayuno. Habrá flores aromáticas, pájaros de colores brillantes, gente nadando en el oleaje y (me apuesto una moneda) un arcoiris en el cielo en algún momento del día.

En fin. Dado que el Fòrum Indigestió tiene un origen musical con el que yo también me reconozco, me apetecía abusar de autores musicales. Ya van tres. Y aún queda un cuarto. Además me interesaba mucho Cage porque, como ha quedado demostrado, Cage era capaz de subvertir brillantemente el orden establecido de una conferencia haciendo gala, además, de un gran sentido del humor. Lo peor de John Cage son los seguidores de John Cage.

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Una Respuesta a Me llamo Rubén Ramos Nogueira, como todo el mundo. John Cage.

  1. Anónimo dijo:

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