Master 4×13

Por supuesto que me había quedado claro. No tenía ya ninguna duda de con quién estaba tratando. Se me había pasado el hambre. Estaba al borde de un ataque de nervios. Recuerdo que pensé en eso: Lucía, estás al borde de un ataque de nervios. Y me acordé de la peli de Almodóvar, la de Mujeres al borde de un ataque de nervios. No sé, sería porque estaba en Madrid. El caso es que lo primero que hice fue cerrar los ojos porque no soportaba más esa mirada de ojos grises. Luego pensé en eso, en los ojos grises y todas esas historias de los ojos grises y la mutación y los esenios y bla bla bla. Ya conocéis todas esas historias. Y, como muchos de vosotros sabéis, yo también tengo los ojos grises. Y me dije: mira Lucía, tú acabas de pasar por una experiencia increíble en la que te han pasado cosas increíbles. Desde pequeña te han pasado cosas increíbles que te desorientaban mucho porque si se las contabas a tus padres o a tus amigos te hacían sentir como si estuvieses loca. Pero yo nunca he pensado que estuviese loca. Hasta que entré en la organización siempre había pensado que estas cosas sólo me pasaban a mí. Pero ya hace bastante tiempo que sé que todo esto que veo no es ningún sueño, que todas estas cosas que escucho y que siento no son fruto de una imaginación enferma. Todo esto ya lo sabéis, no quiero enrollarme. Vosotros ya sabéis lo que hay y la guerra en la que estamos metidos. Pero lo que quiero decir es que tuve que recordármelo a mí misma para no volverme loca, esta vez de verdad. Y entonces me concentré, siempre con los ojos cerrados, y me dije que había tocado hueso. Que todo esto era demasiado para una sola persona, que no estaba preparada, ni para todo lo que había vivido desde que me dio ese yuyu en el tren ni para encontrarme con Ellos, así en mayúscula, de frente y en persona. Que necesitaba ayuda pero que todo esto me había pillado sola, muy sola. Y que tenía que apechugar. Que ya buscaría ayuda y que, como me pidió la señora, porque lo que hizo fue pedírmelo, al menos yo lo recibí así, lo que tenía que hacer era contaros a vosotros todo lo que había pasado en estos tres últimos días que, en realidad habían pasado en unas horas, como ahora todo esto que me estaba pasando por la cabeza en realidad estaba pasando en un segundo. Pero que en ese momento no podía hacer otra cosa que enfrentarme a Ellos, porque si entraba en esa salita estaba convencida de que realmente lo olvidaría todo y sería como si no hubiese pasado nada, y eso no podía ser. Cualquier cosa pero eso no. Y que si me estaban amenazando así, con tal despliegue de medios, por algo sería. Cuando el miedo cambia de bando quiere decir que somos una amenaza para Ellos. Y si me enviaban a un pingüino telepático y a dos lecheras de antidisturbios debía de ser porque Ellos lo debían ver como necesario, que un simple pingüino mutante de ojos grises no era suficiente. Que, por si aún lo dudaba (y yo aún lo dudaba), lo de volar y todas esas movidas eran más reales que ese puto pingüino que tenía delante y que las mismísimas torres de Mordor para las que el pingüino trabajaba. Y que si Ellos veían necesario enviarme a La Caixa y a la policía nacional a ocuparse de una jovenzuela como yo eso sólo podía significar una cosa: quizá yo no me sentía preparada pero yo ya estaba preparada. Así que para qué aplazarlo más. Y entonces, lo que os decía, me acordé de Rossy de Palma en Mujeres al borde de un ataque de nervios y me dio un poco de risa. Y entonces sentí otra vez el flash en la nuca, busqué el zumbido en mis oídos, abrí los ojos y me reí en su cara. Me reí en la puta cara del pingüino de La Caixa. Escuché el zumbido más intenso que nunca, me volvieron todas las fuerzas y todo el ánimo, le miré a los ojos con una sonrisa de oreja a oreja y le dije: que te zurzan, capullo. Se lo dije así, muy lento: que te zurzan, capullo, a ti y a todos tus colegas. Me levanté, antes de darle la espalda le vi la cara de susto que tenía y salí de su despacho sin volver la vista atrás.

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