Con su permiso, me permito añadir una breve nota a lo escrito por mi compañera Carmen sobre Lázaro, solo sobre un aspecto que me parece muy relevante.
Si, felizmente, la realidad trans (porque Lázaro, al fin y al cabo, es un trans, aunque no sea transexual, pero decidió cambiar de aspecto, identidad, nombre, manera de relacionarse con el mundo…) está teniendo desde hace algunos años, por fin, cierta visibilidad e incluso, diría, está de moda (entre otros, por la vía literaria), todos los relatos trans que yo conozco están narrados en primera persona. Desde la pionera Jam Morris, hasta, más recientemente, la argentina Camila Sosa Villada, la dominicana Johan Mijail, la española Alana S. Portero, o el mismo y cosmopolita Paul B. Preciado. Una de las genialidades de Lázaro es que su transformación, su tránsito, no está narrado en primera persona, sino por su amiga íntima, su compañera de trabajo, su testigo. Con todas sus dudas, sus claroscuros, sus desconfianzas, sus incomprensiones, sus desacompasamientos y su cariño. Porque una cosa, supongo, es transitar, y otra, acompañar a quien transita.
Ante cambios tan radicales, quien asiste también es afectade de algún modo. Por más de acuerdo que estemos, y por mucho amor que le tengamos y pongamos, no es fácil para el cerebro, por ejemplo, llamar de un día a otro a la misma persona por otro nombre. Cuesta, y hay un período de adaptación, en el que uno mete la pata, sin querer, muchas veces. Siendo esto solo un detalle.
Por eso, ese desplazamiento del sujeto narrador me parece un acierto, muy bello, y políticamente importante. Nos pone enfrente (no solo) de la realidad trans, sino del ejercicio e impacto emocional, intelectual, vital que ello puede acarrear para les otres. Una muy buena jugada narrativa, un paso más allá. Para ampliar el nosotres. Porque, de eso se trata, ¿no?
Estoy con Paul B. Preciado en que lo trans, ampliamente entendido y unido a las luchas feministas (no TERF), ecologistas, poscoloniales, antirracistas, antiheteropatriarcales, etc., es revolucionario, y socava y cuestiona los valores más arcaicos y nocivos, y genera esperanza, y otra episteme, tan necesaria.
¡Qué obra tan bella y profunda de Lagartijas tiradas al sol! Y qué poco hace falta (en recursos materiales y técnica) para hacer algo grande.
Fernando Renjifo