Celebrar La Caldera

La Caldera Centre de Creació de Dansa, ese espacio que se volvió casa para mí después de migrar de México a Barcelona en el año 2018, celebra sus 30 años. Y mientras escribo este texto me pregunto si es correcto que sea yo quien escriba sobre esta ceremonia que ha acontecido en el mes de mayo; yo, que solo he vivido poco menos de un cuarto de la existencia de este maravilloso lugar: solo sus últimos 7 años. 

También me pregunto sobre el tiempo de un espacio, si es posible pensar sus geografías por sobre su historia. Y cuestiono la identidad de un lugar, dudando de si son sus cimientos lo suficientemente fuertes o que si todo en realidad depende de quien está en la cabeza del mismo y el resto, decantará. 

Viví cinco años de La Caldera de Oscar Dasí y desde el año pasado La Caldera de Javier Cuevas. Y no sé cuántas otras Calderas me he perdido, pero he habitado esta fiesta de 30 años como un rito grupal del cambio; una fiesta a esta amplia forma de transformación tectónica que es el tiempo. Confiando que en esta metamorfosis se sigue pensando el tiempo profundo de las cosas, desde ese lugar donde se han formado y se forman saberes profundos y encarnados.

El cartel en tonalidades rojas de la celebración diseñado por la bailarina y comunicadora Iera Delp, aunque tallereado, entiendo, a varias manos, con la intención de reivindicar el trabajo en colectivo, nos da algunas pistas con tres verbos impresos en color blanco sobre lo que se ha pensado en torno a este evento: Honrar, Celebrar, Invocar. Mientras que la programación general se divide a su vez en cuatro partes: Conjurs, Complots, Clamors, Cosmogonies.

Yo solo presencié COMPLOTS, bueno, en realidad también COSMOGONIES: Un mural ubicado en la entrada interior de la Caldera creado por la artista plástica e ilustradora Clara Nubiola, en coordinación con uno de los impulsores de la creación de La Caldera en el año 1994, el bailarín Álvaro De La Peña, que refleja en tonalidades blanco y negro la constelación de nombres, influencias y relaciones a partir de las trayectorias de las y los artistas fundadores y socias de La Caldera a lo largo de estos 30 años.

Regresando a COMPLOTS, la parte de la celebración que va de la mano con el verbo Honrar, sugiriendo una mirada atenta y respetuosa a aquello que nos acompaña. En donde se propone que tres artistas se apropien de tres obras de socias o impulsoras de La Caldera, representantes de cada una de las tres décadas vividas. 

La curaduría desde el texto que nos invita a la celebración, invoca un ahora, un ahora lleno de preguntas sin resolver, que tal vez encuentra las respuestas en esta práctica de la apropiación, manipulación y reescritura de obras que sucedieron en otros tiempos; prácticas de traducción que generan una relación entre lenguajes, entre cuerpos, entre tiempos; entre Calderas. Prácticas que también confrontan mundos.

El formato de COMPLOTS, los tres días, consistió en que en la Sala 4 se presentaban rastros/archivos del original de la pieza, documentos, que para mí obviaban la inmaterialidad de la danza, la dificultad de captarla en otro tiempo que no es ese presente en el que sucedió. Esos rastros más tarde se reactivaban desde la apropiación de otro cuerpo, de otro tiempo y otra realidad, en alguna otra sala de La Caldera, y finalmente se cerraba con una conversación entre los artistas de la pieza original y los de la reapropiación. 

Este ejercicio me recuerda a mi pasado con el Colectivo AM en México y nuestras reflexiones sobre estas prácticas por las cuales tuvimos un especial interés, hace tiempo ya, y gracias a las cuales en algún momento concluimos algo así: Revisitar el pasado hoy, vuelve a activar un afecto que se resignifica en el contexto actual. Un gesto de vuelta a lo pasado, a los restos de la memoria, fragmentos que, en tensión con el presente, detonan una crítica al devenir histórico… desde el recuerdo, sin la fidelidad absoluta a los hechos y desde la distancia …

Lejos de buscar hacer una apología o un monumento al pasado, reconstruir la historia es un ejercicio de arqueología.

Nos cito porque no lo hubiera podido decir mejor yo, sola, frente a mi ordenador desde este día de junio de 2025.

No me detengo a analizar en profundidad cada una de las piezas, tal vez es injusto por el trabajo de todas, pero no creo que COMPLOTS vaya de eso específicamente, o por lo menos yo así no lo he vivido. Las piezas, las autorías, se desvanecen a favor de algo más que queda sobrevolándonos. Considero que funciona por la reflexión a la que te puede llevar en su conjunto, por lo que te queda después de esta experiencia de los tres fines de semana donde pudimos presenciar: Capricho Reloaded de Guillem Jiménez quien revisitó Capricho de Senza Tempo (Inés Boza i Carles Mallol), estrenada en el año de 1994 y que consiguió representarse hasta el 2018. Que me encantó por conocer un poco más de Inés y Carles, a quienes me suelo cruzar bastante en La Caldera y que me di cuenta de lo poco que sabía de ellos. Y también por descubrir a Guillem, a quien no conocía, y quien eligió relacionarse con la práctica desde la literalidad y la repetición. Su trabajo, interpretación sobre todo, me ha despertado un interés por conocerlo más.

FIN (Fantasmas invaden la nada) de Amaranta Velarde revistando END (Esto no danza) de Sol Picó, estrenada en 1998. Que me pareció un ejercicio bello e inteligente de una tarea que podría parecer imposible; y que logró ir más allá de estas imposibilidades; dialogando con el reto desde su cuerpo, sus sabidurías y su estilo propio. Consiguiendo así un resultado muy fino para honrar la memoria de la danza.

Y por último El amor de mi vida de Søren Evinson en colaboración con Irene G. Ontiveros revisitando The Lizard’s Skin de Roser López Espinosa. Si bien el lenguaje generado en esta ocasión, es un lenguaje que me confronta, la traducción que hicieron del trabajo de Roser me estimuló por el contraste tan grande de lo que se veía en video de la pieza original y de lo que más tarde vimos en la Sala 6. Entiendo que para este trabajo no solo se basaron en el material de la pieza original sino también en conversaciones que intercambiaron con Roser.

Los tres días hubo mucho público, y además un público de diferentes generaciones, cosa que siempre da gusto; sobre todo cuando sabemos que muchas veces nos encontramos con butacas vacías. Eso sí, cada función tuvo su público específico, podría decir que casi nadie estuvo presente en las tres sesiones de la propuesta, ni siquiera en dos. Lo cual me hace seguir pensando que el sistema autoral sigue estando por encima de las propuestas de danza en sí mismas, lo que yo creo que perpetúa que las prácticas corporales sigan siendo analizadas desde la individualidad y no como el fenómeno social que son. Lo que llamamos creación no es un suceso repentino, sino un diálogo profundo con lo que ya se ha hecho antes. Y solo entendiéndolo así y poniéndolo en práctica será posible que Las Calderas nos sigan sucediendo. 

Anabella Pareja Robinson

Fotos de Tristán Perez-Martín

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