JAN FABRE BESTIALIZA SALAMANCA

Obra: “Loros y cobayas”
Jan Fabre
Publicado en La Razón, 19-10-2002


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Jan Fabre bestializa Salamanca
El estreno mundial del montaje «Loros y cobayas» conmociona al público del Liceo.

El creador belga Jan Fabre desglosó en la noche del miércoles y en estreno mundial su gran maquinaria en el Teatro Liceo de Salamanca. Actos de zooñlia, fluidos corporales, omnipresencia del cuerpo, exceso, acciones físicas alargadas hasta la inconsciencia y una reflexión amoral y abierta en la que se combinaba la danza, la palabra y la «performance» describen el nuevo trabajo del creador más irreverente que existe ahora en Europa. El mismo ministro de Cultura de Flandes, Van Grembergen, verá hoy el espectáculo.

Un gran y colorido loro, al que se le hacía repetir «yo soy el patrón», presidía la escena. Un loro al que se comparaba con un dios fracasado presidía con extrañeza e indiferencia el gran  laboratorio animal, animista, amoral y fisiológico que Fabre había preparado. Durante dos horas, animales y hombres fueron estudiados y expuestos ante un público que asistió atónito y en sepulcral silencio a este tremendo ritual. Entre el público, aparte de las autoridades locales, se encontraban el coordinador de la otra capital europea de la cultura, Brujas 2002, y su alcalde. Hoy será el ministro de Cultura de Flandes, Van Grembergen, quien asistirá a la nueva obra de su creador teatral y artista plástico más irreverente y reconocido en toda Europa.

Peluches encubiertos
Pero el teatro de raíz artaudiana de este artista belga ha querido dar una vuelta de tuerca más. En vez de experimentar con animales de verdad o animalizar a los actores con materiales orgánicos -lo que hubiera tenido un claro impacto retinal-,Fabre representa a los perros cobayas, ratas, ranas y demás animales carne de laboratorio con unos disfraces simpáticos de peluche articulados por los mismos actores que bailan al son de una música naíf y didáctica, «Talk to the animáis».
Los animales al principio de la obra ofician de científicos que estudian al hombre como si fuera una verdadera cobaya de laboratorio. Una reinversión de papeles que Fabre parece necesitar para poder igualar al supuesto rey de la creación, el hombre, con -palabras de Fabre- los verdaderos filósofos y sabios, los animales. A partir de ahí, Fabre convierte el escenario en un espacio fuera del tiempo, anterior a la moral, donde el instinto prima: copulaciones, zoofilia, cuerpos que mutan, defecaciones y una increíble multiplicidad de foco. Imposible seguir las múltiples acciones que ocurrían simultáneamente en escena.
Como diapasón, los actores iban colocando sobre unos ganchos colgantes tarros de confitura en los que iban guardando el semen, el sudor, la sangre y el orín de los diferentes animales. La obra, que combinaba momentos de gran fuerza –como las proyecciones de un matadero vacuno sobre las paredes metálicas del escenario- con momentos de gran ironía, recibió un aplauso frío y ambiguo cuando la última escena -en la que los actores orinaban en sus vestidos para luego estrujarlos y beber de ellos- concluyó. Tras Salamanca, la obra comenzará su gran periplo europeo.

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