Las metamorfosis de Sergi Fäustino, nº 0 de Artributos, por Quim Pujol

 Esta mañana al despertar descubrí que me había convertido en un modelo Calvin Klein. Mi torso musculoso y sin vello relucía sobre las sábanas de seda y a mi lado un adolescente rubio jugueteaba indolente con la goma de sus calzoncillos. Frente a los cristales inmaculados una escuálida chica desnuda sorbía un dry martini y escudriñaba el mar desde mi loft de la Villa Olímpica.

El primer espectáculo de Sergi Fäustino era un solo/monólogo que se llamaba Nutritivo. En esta primera obra Fäustino mostraba una virtud que ha ido repitiendo sin falta a lo largo de sus siguientes espectáculos: es un buen narrador. En Nutritivo hilaba tres historias aparentemente inconexas y sabíamos de la vida de un blackero, un heavy reciclado en macarra y un alto ejecutivo de una multinacional. Tres formas extremas de vivir. Y al final de la obra Fäustino ofrecía al público una morcilla cocinada en directo con su propia sangre y explicaba que muchos la rechazarían aún sabiendo que no había peligro alguno, que para él el miedo era eso. La obra terminaba allí. Toma tus decisiones, escoge tu camino: manual en blanco para la vida.

Vi tres versiones de F.r.a.n.z P.e.t.e.r, su cuarto espectáculo. La primera era una puesta en escena estilizada donde los textos, las imágenes y los lieder de Schubert (interpretados de forma soberbia por la soprano Mª Dolors Aldea) estaban relacionados de forma laxa. Me gustó.

La segunda versión recurría a la narrativa para explicar la vida de un personaje que tenía mucho en común con Schubert. Entre texto y texto, los lieder servían de ilustración. Me gustó.

La tercera y definitiva versión satisfizo por completo a Fäustino, que consideró que había culminado el proceso de creación. Era una charla informal entre la soprano, el pianista y el director. Como si estuviesen de tertulia hablaban de la época de Schubert, de la historia de cada composición, de la vida del músico. Los lieder seguían siendo maravillosos y lo que parecía una charla informal escondía un trabajo actoral basado en la improvisación. Por si fuera poco, los lieder dejaban de pertenecer al exclusivo y enjoyado público de las Schubertíadas y se ponían al alcance de todo el mundo. Estaba bien, pero aún así me quedó un regusto amargo. Los espectáculos de Fäustino tienen un punto de austera simplicidad. Y a mí, que tengo un espíritu barroco, esta sobriedad me desconcierta.

«El gran arte consiste en educar sin revelar el propósito de la educación, de modo que se cumpla la función educativa sin que el sujeto de tal educación se dé cuenta de que está siendo educado». La representación es un asunto muy serio. Las historias son el reflejo de lo que somos, de lo que podríamos ser, de lo que nos preocupa. Las historias cambian nuestra visión del mundo e inciden en nuestras acciones. ¿Quién controla hoy en día la mayor parte de la representación? La cita que encabeza este párrafo es de Goebbels.

Fäustino no podría ser un buen narrador si no tuviese otra virtud: la sutilidad. En La historia de Mª Engracia Morales nos explicaba la ambigua relación de una anciana solitaria con el representante de una marca de embutidos. Y la historia te conquistaba. Por la indeterminación. Porque no sabías si los protagonistas eran amigos, amantes o simplemente se hacían compañía.

Esta característica se manifiesta también en sus obras a través de la elipsis. Un personaje está explicando algo importante y la música sube y oculta el discurso por completo mientras el personaje sigue hablando. Y eso jode, pero engancha mogollón.

En su último trabajo, De los condenados, dos actores valencianos interpretan una pequeña obra con todos los referentes fäustinianos. Sin embargo se trata sólo de la primera escena. Al terminar, los actores fingen que se van a los camerinos, a cenar y a tomar unas copas. El resto de la obra se apoya en una estructura fijada de antemano pero donde cada escena se improvisa en gran medida.

El resultado es una interpretación de alto nivel, muy creíble y muy original: otra vuelta de tuerca dentro de la carrera del director. Fäustino cambia de registro constantemente porque tiene una idea del arte ligada a las vanguardias: es necesario innovar. Esta voluntad de innovación es loable y característica de los auténticos artistas (por oposición a los individuos que se aferran al sistema de subvenciones repitiendo machaconamente la misma fórmula temporada tras temporada), pero yo sin embargo pediría a Fäustino que se relajase respecto a esta cuestión. No pasa nada si un artista se repite en ciertos aspectos en dos creaciones consecutivas. Que nos deje disfrutar un poco más del estilo que crea antes de transformarlo.

Si obra tras obra no para de innovar, hay que reconocer sin embargo que no por eso su mundo deja de tener personalidad propia. Un mundo donde tiene tanta importancia Schubert como la música heavy, los fenómenos paranormales o las fallas de Valencia.

También su forma de plantear las cuestiones tiene su propia idiosincrasia. En sus obras trufadas de humor negro no hay desmanes emocionales. Cada nueva historia implica un tema distinto, y la visión del director se desprende de una exposición paulatina y sistemática, brechtiana. Sí, sus obras tienen un mensaje y hacen pensar (frívolos incondicionales abstenerse) y además te hacen entender que es un punto de vista particular y que si no estás de acuerdo no pasa nada.

¿Qué tienen en común los personajes de las obras de Sergi Fäustino? Hemos dicho que sus creaciones son inteligentes, amenas, innovadoras… ¿Qué falta? Pues lo más importante. Las obras de Fäustino son de una claridad diáfana pero, como en los clásicos, los personajes constituyen una excusa para reflexionar sobre lo que somos como individuos y como sociedad. Cuando la sencillez de una historia conlleva una reflexión profunda sobre la naturaleza del hombre te marchas del teatro pensando (por fin) que ha valido la pena. En cada una de sus piezas tienes la impresión de que oyes de fondo una canción que el director utilizaba en su primer espectáculo: «¡Viva la gente! La hay donde quiera que vas. Viva la gente, es lo que nos gusta más…» En este sentido, las obras de Fäustino son una celebración sincera y cariñosa de la condición humana.

La anciana de Mª Engracia Morales me hace pensar en mi madre solitaria. Los desquiciados protagonistas de Nutritivo son versiones de mí mismo que se han soltado el pelo. Las proyecciones de F.r.a.n.z P.e.t.e.r muestran toda la poesía que se desprende de las centrales eléctricas. En definitiva, cuando veo una obra de Sergi Fäustino me veo a mí mismo. Aparece la vida y los problemas que atañen a la gente de mi entorno. En una sociedad donde la publicidad ha acaparado la representación, encuentro una burbuja de aire. Y doy gracias por no vivir en un anuncio de calzoncillos.

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