Un día y una noche

Hacen falta un día y una noche para atender a lo que el baile viene a decir de la libertad y lo que la libertad viene a revelar del baile. No se trata de un capricho sino más bien de una rendición a la evidencia: la posibilidad de una experiencia de la libertad emerge del tránsito entre extremos aparentemente opuestos y contradictorios. En el diálogo entre la claridad y la oscuridad, entre la obediencia y  la resistencia, entre la verdad y la incertidumbre, entre la palabra y el silencio, entre la acción y la observación, entre el lleno y el vacío, entre el movimiento y la quietud, etc. aparecen condiciones en las que el cuerpo puede adentrarse en lo que podríamos llamar estados de libertad. Curiosamente, no hay lugar aquí para la lucha o el debate. Ni siquiera para la negociación. Lejos de la infinitud discursiva del lenguaje, el cuerpo que baila ofrece un ejemplo precioso de ese movimiento continuo entre extremos en el que se apuntan los perfiles de la libertad. Por eso, llegado el momento de compartir nuestro trabajo y convocar tu presencia, queremos proponerte un tránsito entre un día y una noche, un ejercicio en forma de viaje a través de las ideas, imágenes y corporalidades en las que hemos estado ocupadas a lo largo de este proceso.

Dos ocasiones que no son solo un gesto de insistencia sino también  de resistencia.  André Lepecki señalaba recientemente, de la mano de Hannah Arendt,  que “la desaparición de la cosa política del mundo es la desaparición de la experiencia y práctica del movimiento como libertad”. En efecto, parece que vivimos un tiempo en el que lo que nos permitimos imaginar como posible es demasiado estrecho y nos condena a una realidad cada vez más rígida e injusta, a un movimiento cada vez más pobre. Por eso, quizás ahora es más urgente que nunca enriquecer nuestra imaginación coreográfica. Esto es: necesitamos cuestionar los límites de lo que concebimos como posible y ampliar el alcance de lo que podemos llegar a mover y hacer. Por eso, queremos asomarnos a lo imposible, atrevernos a trascender el horizonte de lo que imaginamos que el cuerpo puede. Y, una vez más, el cuerpo que baila, es ejemplo extraordinario  de resistencia: un cuerpo que, más allá de las restricciones y vigilancias a las que es sometido cotidianamente, se entrega  a la exploración de sus posibilidades conocidas o no de movimiento.

El Centro José Guerrero ha acogido nuestro encuentro. Pero, como quizás era inevitable, el edificio no es solo un continente. Liberado de su oficio, de su uso habitual, antes de que comience la temporada cuando todavía no han llegado los cuadros que llenarán sus paredes, el edificio se nos ha ofrecido como un organismo más a disposición de nuestras investigaciones. A lo largo del proceso,  la arquitectura ha mostrado su carnalidad más íntima: sus luces, sus texturas, sus juegos sonoros, sus indisciplinas espaciales, sus movimientos imposibles, etc., han acompañado a nuestros cuerpos llegando a ser parte de la labor diaria y cotidiana. Así, el edificio también participa en este tránsito del día a la noche.