Tres apuntes sobre «La función por hacer»

SEIS PERSONAJES 74

Tres apuntes de “La función por hacer”, dirigida por Miguel del Arco. Adaptación libre de” 6 personajes en busca de autor” de Luigi Pirandello.

TEXTO. El texto de Pirandello es brillante, y en 2010, sigue siéndolo. Lo inevitable como única salida de unos personajes que lo único que esperan es poder cambiar aquello que saben inalterable. La ilusión de lo que cada uno de nosotros somos porque a cada momento cambia. La  mentira del teatro como premisa de verdad. Todo lo conocíamos pero suena tan bien y tan claro en esta ocasión.

ACTORES. Fabulosos actores que desprenden energía con sólo mirarlos. Te giras, nada más entrar los personajes a la sala, y ya ves la mirada de Israel Prieto a punto de explotar, entre el Travis de Taxi Driver y un pobre diablo de bar.  La mano de Bárbara Lennie indicando temblando a un niño que no está pero que sí que está. Israel Elejalde apoyado en una columna devastado, derrotado, ante una pregunta que no sabe o no puede responder…y todos los demás, todos,  dejan al público absolutamente abrumado y físicamente exhausto después de la pieza. Esta gente te hace correr los cien metros miles de veces sin moverte de la silla.

ESPACIO. Increíble experiencia escénica la del off del Lara en Madrid. Los actores te envuelven, te tocan, responden ante cualquier tosido, cualquier risa. Notas la respiración de cada uno de ellos en el cogote, los tienes ahí, a 2 centímetros con una potencia que te abruma. Placer de estar, placer de vivirlo y deseo de que haya mil más.

Publicado en General | Comentarios desactivados en Tres apuntes sobre «La función por hacer»

Notas sobre «Actos de juventud» de La Tristura

boca

Unas notas sobre la última obra que la compañía La Tristura ha presentado en Escena Contemporánea 2010: «Actos de juventud».

No había podido ir a ver a La Tristura antes. Uno de los grupos de teatro más jóvenes y que más ha dado que hablar en Madrid durante los últimos años.  En 2006 estrenan La velocidad del padre, la velocidad de la madre. En 2008 llega Años 90. Nacimos para ser estrellas con la que ganan el premio Injuve 2008 Propuestas escénicas, además de ser aclamados por la crítica. En resumen: No podía faltar a la cita de este año.

En la información administrada se dice que La tristura “desde 2004, comen, trabajan, duermen y escriben juntos”. Eso y que son cuatro. Se trata del mejor resumen posible de la obra. La obra repasa, a través de las fases de un día, el inicio [amanecer], la madurez [mediodía], el declive [atardecer] y la fiesta y posterior resaca [noche] de la amistad y amor de los cuatro integrantes. Ellos cuatro y sólo ellos cuatro son el epicentro desde el que se construyen todos los pensamientos, las reflexiones y las acciones de la pieza. Un trabajo egocéntrico y ensimismado en el que aparecen momentos de verdadera fuerza escénica al lado de otros cuya intensidad desaparece.

En las cuatro fases del día los cuatro autores nos adentran en un universo personal donde aparecen juegos, amores cruzados, cartas, fiestas, cosquillas, desayunos,… una sucesión de atractivos ritos de amistad. Pienso en la obra desde ahí  y me gusta. Me siento atraído por todos esos pequeños gestos, por ese puño que una de las actrices mete en la boca de la otra. Un gesto que, sin haberlo vivido, me evoca años de adolescencia donde la inocencia te hace probar las cosas para vivirlas en primera persona. Un tirón en el brazo y su respuesta en forma de mirada cómplice me transmite recuerdos de amistades plenas, sin responsabilidades que las separen. Ahí radica una de las potencias de la obra: La pieza trata de la presentación pura de su realidad y de su mundo. A través de esos gestos y esos ritos uno va vislumbrando [1] una realidad que no conoce, a la que se siente ligeramente ajeno pero que puede entender. Ese misterio atrapa. La iluminación [bravo a David Benito] y la música [bravísimo a Merran Laginestra] aportan un halo de nostalgia, sobretodo en los primeros compases de la pieza, que te absorben. Uno de los mejores momentos aparece cuando Pablo Hidalgo lee una de las cartas dirigidas a sus compañeros/amantes. La palabra, que en muchos otros momentos de la obra no tiene la fuerza necesaria para que te conecte, en este momento aparece fuerte, clara y emocionante.
La obra, desde este punto de vista, me hace pensar en un artista que expone su obra en una galería. El artista vuelca todo su interior en una pieza así como los componentes de la Tristura vuelcan toda su realidad sobre el escenario. La ritualizan, la segmentan, la colocan para ser vista. Enseñan a los demás lo que sólo ellos son. La reflexión sobre su naturaleza y cómo se relacionan es su base argumentativa. Y esa base transmite verdad, complicidad, conflicto y fuerza.

Es en esa fragmentación, en esa catalogación de la vida [su vida] expuesta la que me hace pensar la obra desde otro punto de vista. Ahí ya no me gusta tanto. Hay momentos en la obra en que te preguntas si las palabras o los gestos son demasiado explícitos, forzados,  pretendidamente reales. Pongo un ejemplo: Cuando los 4 autores se ponen a dar saltos ininterrumpidamente, evocando desde una carrera, el esfuerzo de crecer, el sexo o mil cosas más, de repente uno a uno se van dejando caer, «haciendo ver» que están exhaustos, o bien cuando se leía y hablaba «haciendo ver» que se dudaba. Hay ahí una incursión en lo interpretado que no cuadra demasiado bien con el trabajo más expositivo que comentaba anteriormente. Vuelvo a pensar la obra desde ahí y veo que aparecen muchos altibajos donde se pasa de un momento emocionante a otro que te distancia, precisamente por esa pretendida verdad. ¡Qué pena que todo ese trabajo no esté más unido a todo lo demás! Qué pena no salir del teatro con la certeza que lo que se ha visto es una porción de la vida de los cuatro amantes y no la explicación de esa misma vida.  Qué pena ver la maquinaria que genera la pieza en vez de ver la pieza en sí.

Me da la impresión que Actos de juventud está colocada entre dos mundos: Uno expositivo, gestual, ritual, y otro más argumental, interpretado, analizado. La mezcla, aunque podría ser perfecta, no lo es. Hay demasiados altibajos como para que esa unión de los dos mundos funcione.¿Quizás en el siguiente proyecto logren esa unidad? Espero que sí.

[1] De hecho, vislumbrar es lo que hace uno desde el primer momento en que entra en la sala ya que, a la entrada del público, uno se encuentra con una niebla espesa que no permite ver lo que hay en el escenario. Cuando todo el mundo está ya preparado, la niebla, lentamente, desaparece. Muy buen inicio.
[2] La fotografía forma parte de la serie de fotos de la compañía. Extraída de su página web.

Publicado en General | 3 comentarios

Notas sobre «La casa de la fuerza» de Angelica Liddell

La pieza que pude ver ayer noche con una duración de 5 horas y media en Matadero está estructurada en tres actos. Me gustaría escribir algunas notas sobre cada uno de las partes:

Primer acto.
Tres personajes [casi diría tres personas] están sentadas alrededor de una mesa tomando cervezas. Beben, escuchan a unos mariachis, ríen, charlan sobre películas, callan, fuman,…están.
La presentación de unos hechos que suceden sin impostura, sin esfuerzo. Unos hechos que no deben su origen a nada que no sea el aquí y el ahora. Esta presentación de acciones se opone a la construcción dramática de re-presentación y es una de las características relacionadas con el teatro posdramático[1], en el que Angélica Liddell se enmarca.
Los personajes se emborrachan, callan, hacen ruidos, desarrollan una serie de mini-acciones sin ningún tipo de orden ni finalidad ni tampoco ningún tipo de interés por mostrarse como algo más que lo que son: pequeñas acciones de una personas delante de otras.
El primer acto consiste en llevar al límite esa situación. Pareciera que Liddell ha querido convertirse en el ejemplo más ortodoxo de este tipo de piezas teatrales. Pareciera una clase de teatro donde se aglutinara todo aquello que se ha pensado sobre la mesa de trabajo y se ha leído en los libros. Un largo espacio de tiempo de silencio de unos 10 minutos ocupa el tramo final del primer acto. Un largo y sostenido espacio de nada. Un destensado Cage llevado a los 10.32.
Roger Bernat, en referencia a su espectáculo LA LA LA LA LA LA, presentado en el Mercat de les Flors, en 2004, dijo:

“Yo encuentro mucho placer en esas dilaciones, en esas esperas. Porque es en esas esperas donde los textos se enraizan, adquieren sentido. El pensamiento se produce en situaciones de inactividad.” O también: ”El espectáculo es moroso porque está hablando más de lo que no ocurre que de lo que ocurre, de lo que desearías que ocurriera y no ocurre, de todo aquello que te provoca la no acción, todos esos pensamientos que no te dejan actuar…»

Segundo acto.
En su más potente tramo la pieza deriva en un diario personal donde la artista presenta sus experiencias traumáticas, dudas, miedos, odios, a través de, entre muchas otras cosas, una serie de imágenes tomadas por ella misma en un viaje que hizo a Venecia en enero de 2009. Aparecen textos, una impresionante interpretación de Vivaldi a cargo de Pau de Nut, monólogos [donde Liddell se siente como pez en el agua y donde afloran los momentos más fácilmente digeribles], carreras, cortes en brazos y rodillas [marca de la casa al modo del accionismo vienés], canciones pop [de nuevo Bernat] y pesas, muchas pesas y ejercicios y cansancio. Porque ese es quizás uno de los núcleos de la obra. La redención de los males a través del esfuerzo físico puro y duro. Lo físico frente al pensamiento, -“frente a la inteligencia”, se referirá Liddell en uno de los monólogos-. Ese esfuerzo es el que va aflorando a medida que se va desarrollando este segundo acto cansino, con demoras, alargado hasta más no poder. El esfuerzo es llevado al límite durante todo el segundo acto tanto en el terreno físico como psíquico. Los tres personajes-personas sufren un desgaste físico palpable[2] al mover una quincena de sofás varias veces a pulso, hacer ejercicios de gimnasio con una serie de pesas y de vaciar sacos y más sacos de carbón en el centro del escenario para posteriormente volver a trasladar el contenido a palazos.
El movimiento inútil como catarsis emocional. Los sofás son metidos y sacados del escenario sin objetivo del mismo modo que se hacen flexiones. Se traslada el carbón desde la pared al centro y del centro al fondo de nuevo. El sinsentido y el absurdo asociado al esfuerzo. Es quizás esta última escena la más potente visualmente donde los personajes caen exhaustos sobre la montaña de carbón para poco a poco ser sepultadas por sus propias compañeras entre una humareda aplastante que se desliza suavemente por toda la nave.

Tercer acto.
En un modo más reposado, más concreto, relacionado con la memoria y lo político, este tercer acto se centra en las sucesivas violaciones y asesinatos de niñas entre 13 y 16 años en México. Angélica Liddell ha hecho una serie de talleres en México durante este verano y toda la obra está repleta de comentarios y asociaciones provenientes de esa experiencia, desde la aparición de una orquesta de mariachis en el primer acto, continuas referencias a la huida hacia México para encontrar el amor o la muerte de muchachas ya citada.
De un tiempo a esta parte este se ha convertido en un tema recurrente. En “2666”, Roberto Bolaño se explayaba durante una terrorífica “Parte de los muertos” en todos estas violaciones describiendo una a una a las víctimas y el modo en que se encontraron los cuerpos. Posteriormente Alex Rigola llevó al teatro dicha novela con un montaje con demasiados altibajos y demasiado oportunismo. Ahora Angélica Liddell nos vuelve a colocar en el escenario las mismas cruces rosas en el Matadero ¿Serán incluso las mismas?
Un tercer acto pues demasiado previsible y con falta de la fuerza que se había podido percibir en los actos anteriores.

En resumen una pieza de teatro en el límite, para cerebros, estómagos y culos pacientes e iniciados. Un esfuerzo en todo el sentido de la palabra tanto para los autores como para el público. Una obra donde te da tiempo de todo: de interesarte, de aburrirte, de llorar, de mirar la sala, de odiar, de amar, de pensar en otra cosa, de estremecerte, de pensar que te están tomando el pelo, de emocionarte, de hablar con el vecino y de muchas cosas más. Todo ello, aunque arduo, interesante.
De todos modos, da una sensación de haber tenido todo este trabajo en la cabeza. De haberla pensado, de haberla conversado. De haberlo leído. De ser, al fin, demasiado canónico.
Da la sensación de ser un traslado a las tablas de todo aquello que una generación de gente de teatro ha pensado. En la mente se me aparecen el antecesor y los sucesores de Liddell: Rodrigo García por un lado y La tristura por otro. La encarnación de toda una corriente, de toda una línea creativa.
Pero, pensando en lo irrevocable del planteamiento, finalmente me aparece la duda:
¿Para qué tanto tiempo para decirme algo que ya sé?
¿No debería un espectáculo hacerme olvidar lo aprendido en vez de recordar lo leído y visto?

[1] En el libro “Artes de la escena y de la acción en España:1978-2002” [Ediciones de la Universidad de Castilla la Mancha, colección Caleidoscopio, 2006] se pueden repasar las diferentes características que José Antonio Sánchez otorga al teatro posdramático.
[2] Por cierto ¿Cómo habría sido esta misma pieza en una sala de pequeñas dimensiones? No sé qué pensar con respecto a las Naves del Español en Matadero Madrid. Por un lado la sala es fantásticamente grande y potente pero por otro lado deja a los actores alejados, siempre alejados. De hecho, parece que Lidell en esta “La casa de la fuerza” haya incluso querido acrecentar la distancia colocando el 100% de la obra a 10m. de la primera fila de butacas.
[3] La imágen utilizada proviene de la edición digital de el diario El País.

Publicado en General | 10 comentarios