Jaime Conde-Salazar ha publicado un texto sobre ciencia_ficción en la nueva revista digital continuum que él y sus colaboradores definen así:
Continuum es un espacio para la investigación y la experimentación en el campo de las artes vivas: prácticas afectadas por ciertos procesos de desaparición en los que la obra deja de ser un objeto y se convierte en parte de nuestros cuerpos vivos, de nuestra memoria.

Aquí el texto, gracias Jaime, por el texto y por continuum!

El placer de verse de vez en cuando

ciencia_ficción de Cristina Blanco
Ciclo Tránsitos. La Casa Encendida. Madrid. 16 y 17 de octubre de 2010

En un extremo de la escena, una mesa plegable de camping con un ordenador encima y otros cacharros electrónicos. En el otro una guitarra conectada a un altavoz y un micrófono. Entre medias, una pantalla. Cristina Blanco sale a escena con un organito Casio, de esos que tienen muy pocas teclas y separadas. Se sienta en el borde del escenario y comienza a hacer un ritmo. Canta. No conocemos la canción. Pero suena un poco pop. Acaba, nos saluda y nos explica que la ciencia le fascina y que ha decidido que esta obra está dedicada a las teorías científicas. Cada teoría, una canción. Así que ciencia_ficción va a ser algo así como un concierto. Equipada con sus cacharritos electrónicos o con la guitarra y el micrófono, desgrana su repertorio canción a canción. Cuando ha cantado todos los temas, se acaba el espectáculo.
Podríamos decir a lo bruto que Cristina Blanco es una artista que trabaja dentro de lo que llamamos “artes escénicas”. Y simplificando más aún podríamos decir que ella es lo que se conoce hoy en día como “performer”. Así, podríamos llegar a convencernos de que con nuestra entrada, hemos comprado el derecho a acceder a un espectáculo que es parte de un ciclo de artes escénicas. Todo bajo control. Armados con todo nuestro aparato crítico especializado, con todas nuestras expectativas disciplinares, nos aposentamos en nuestras butacas y esperamos a ser seducidos una vez más. Vamos a por lo que esperamos. Y, de repente, la artista se pone a hacer algo inesperado: es evidente que lo suyo no es ni el pop ni la divulgación científica. En cuanto abre la boca y se pone a cantar nos damos cuenta de que estamos tan fuera de lugar como ella: no estamos preparados para eso, nadie nos va a dar lo que el contexto, lo que el propio teatro y sus ceremonias prometían. Sin duda, la opción más cobarde es salir corriendo y hacer el papelón del consumidor airado y consciente de sus derechos: aquel producto no es el anunciado. Pero también cabe la posibilidad de aceptar el reto y pasar juntos un rato, desnudos de criterios, sumidos en nuestra propia incompetencia. Si ella se atreve a cantar ¿por qué no nos vamos a atrever nosotros a escuchar y, sobre todo, a renunciar a nuestro poder de espectadores-consumidores adquirido con la entrada? No hay lugar para el virtuosismo y para la seducción propia del teatro tradicional. Si algo tiene que pasar en esa escena, tiene que ser otra cosa. Cristina Blanco ha renunciado a su propia competencia como performer abandonando el lugar seguro de sus talentos. En muchos sentidos tanto el pop como la divulgación científica dan igual, son meras excusas para colocarse en una posición de extrema vulnerabilidad. Y eso hace que, de inmediato, aparezca la posibilidad del placer: si uno decide quedarse es por el gusto de pasar el rato con ella que, además, se ha preparado para cantarnos unas canciones muy graciosas sobre temas intrigantes, cuando menos. Evidentemente, se trata de seducción, pero una seducción distinta a la del teatro cuyo fin es reafirmar la separación que existe entre quien mira y el objeto de la mirada. Esta seducción se podría decir que es compartida y bidireccional. Ella se muestra desarmada e incompetente y, al hacerlo, desactiva todo el aparato simbólico del teatro. Y a los que miramos no nos queda otra que rendirnos: estamos allí por el puro placer de estar. Las luces, el sonido amplificado, las canciones, la sala etc. son solo el sitio en el que hemos quedado para vernos y pasar un ratillo en buena compañía. El teatro se convierte en algo parecido a una casa. Y entonces aparece el autorreproche: “no está bien dejar pasar tanto tiempo sin saber los unos de los otros, deberíamos encontrarnos más a menudo…”

Jaime Conde-Salazar

el placer de verse de vez en cuando, por Jaime Conde-Salazar