Entre dos lugares 2/2

Esta texto es la segunda parte de la publicación que realizamos durante una residencia de investigación artística en el Centro de Arte Contemporáneo Huarte durante los meses de septiembre y octubre de 2019.

Monólogo para un inmóvil

Es un objeto con en el que te identificas. Ves algo muy cercano en su forma, algo que te produce una atracción, una especie de viaje hacia el futuro. Su forma, sus colores y su postura te hacen pensar en un momento, no muy lejano, en el que el cuerpo sea algo modificable. Un cuerpo por módulos, un cuerpo intercambiable con otros cuerpos, extremidades móviles de quita y pon, mentes sin cuerpo, cuerpos sin mente, mentes traspasables por varios cuerpos, cuerpos que crean otro tipo de vínculos, vínculos desconocidos. Y entonces, le quieres contar. Le quieres contar sobre su pasado, sobre sus orígenes. Quizás para que recuerde viejos momentos o para que pueda construir sobre una base sólida o simplemente por moderno romanticismo. Le quieres explicar las antiguas normas que regían sobre sus antecesores, cómo se organizaban y eran organizados.

La tarea era compleja, llegar a describir un momento de la historia sin juzgar, sin opinar sobre si era positivo o negativo que se manejasen de tal o cual manera. Para ello había que llegar a los movimientos más básicos, a las acciones que estaban más a la vista como coger un avión, sacar una fotografía o conducir por una autopista. Acciones que conformaban una trayectoria en las rutinas diarias, una coreografía de movimientos corporales que era transmitida de padres a hijos durante generaciones y que, en un momento, cambiaban y esto cambiaba las formas de ver y estar en el mundo. Porque él o ella ya no experimentaba la vida de la misma manera que se había experimentado durante siglos. Su entorno se modificaba rápidamente, más de lo que había sucedido nunca. Un gran cambio no significaba que este fuese a perdurar. Sucedían cambios profundos uno detrás de otro y el tiempo de asimilación era nulo. Quizás por eso, ese objeto, ese cuerpo estaba así, inmóvil, por lo menos físicamente. Inmóvil por la burocracia, inmóvil por la ley, inmóvil por la tecnología, inmóvil por placer. Una inmovilidad que abocaba al sujeto a no hacer nada, pero…  ¿había algo que hacer?

1.
Estás en un lugar amplio circulando por calles anchas y avenidas bien pintadas. Mientras conduces vas girando hacia la derecha o hacia la izquierda, suavemente, sin prisa, la visión es apacible. Van pasando casas y jardines, espacios vacíos, gasolineras, señales de tráfico y cientos de rutas posibles. El tráfico es suave, puedes disfrutar de la conducción, es un día entre semana a las once de la mañana. De pronto, ves a una persona caminar por el lado de la carretera, sola, desprotegida, poniendo su cuerpo en peligro. Te das cuenta de cómo el viento de los coches agita su cuerpo y por un momento recuerdas: recuerdas la ciudad, recuerdas esquivar otros cuerpos y pedir permiso para pasar. La ciudad: ese lugar que se convirtió, casi sin darte cuenta, en un lugar del pasado transformado en una escenografía para jugar, para tener la experiencia del flaneur, ese antiguo paseante de las calles.

2.
Los momentos previos a coger el vuelo te sentías como en un sueño extraño. Una vez pasado el check-in te conectabas con un sistema implacable. Perdías todo el control sobre tu cuerpo: piernas y brazos se movían solos, la cabeza solo podía asentir. Como una pieza en una fábrica, ibas pasando por diferentes controles que cada año eran más extenuantes. Lo más curioso es que te sentías ilusionada. Llegabas al aeropuerto recién duchada, aseada, con ropa limpia y cómoda. El paisaje visual que percibías al entrar era ordenado, con un diseño cuidado, con personas yendo y viniendo exhalando una alegría especial. El cerebro te enviaba una señal incrustada en tus registros: la del placer de viajar, la de conocer lugares nuevos y gentes especiales, la de aprender de lo desconocido. Pero en esos momentos del tránsito hacia el avión todo te parecía difuso. ¿Algún día fue así o era todo parte de ese sueño?

3.
Te daba la sensación de estar en un palacio. Suelos de mármol, techos acristalados y pasamanos de color dorado. La temperatura era muy agradable y la sensación de seguridad total. No te iban a robar ni a atracar. No podías tener un accidente ni caerte por una alcantarilla mal tapada. No te mojabas cuando llovía. No pasabas frío en invierno ni calor en verano. Las compras, que era a lo que ibas allí, resultaban más baratas y tenías de todo al alcance de la mano. Lo más curioso era que, aún viviendo en un lugar alejado de una gran urbe, te sentías en el centro del mundo. Estabas conectado. Conectado a las últimas tendencias, conectado a los nuevos dispositivos, conectado a los últimos estrenos. Ya, no eras diferente.

4.
Por aburrimiento, por ocio o por necesidad mirabas las noticias todos los días. Era como una adicción. Cada mañana, o al mediodía, te enterabas de lo que sucedía en el mundo y en tu ciudad. En los periódicos, en la radio o en internet, era casi imposible no enterarse. A veces te sorprendía lo diferentes que eran unas noticias de las otras, lo alejadas que estaban entre ellas. Una sobre Afganistán y la siguiente sobre las flores en primavera. Una sobre un tiroteo en Wisconsin y la siguiente sobre la sanidad pública. El resultado era siempre el mismo, momentos de ilusión y generalmente pesimismo. Pesimismo sobre el futuro, sobre el presente y sobre el pasado. Una visión negativa de la situación ofrecida por profesionales del texto y de la imagen audiovisual. Y tú, tú confiabas. Confiabas en lo que te contaban. Confiabas en las guerras y en la violencia, en el paro y en la pobreza, en el miedo y en la amenaza. Cuando terminabas de escuchar, todo volvía a la normalidad y entonces, entonces actuabas en consecuencia.

5.
Antes tenían un valor, inmortalizar un momento para siempre. Recordarlo durante décadas. Cuando perdió el soporte del papel, del objeto físico, cambió su uso principal. Ya no volverías a mirarla, ya no descubrirías nuevos detalles cada vez que la observabas, ya no cambiaría tu percepción sobre la misma, ya no verías el paso del tiempo en su color. De pronto, sacar una fotografía se convirtió en un tic, en un acto repetitivo, en un acto involuntario, en un gesto recurrente. Un movimiento que se producía con un único objetivo: el de ver una imagen congelada en una pantalla justo antes de ser olvidada en un mar de información digital. Un tic involuntario, un tic traicionero, un tic cariñoso, un tic amoroso, un tic como el que tenía en la cara ese chico de tu pueblo. Ese tic que tanto, tanto, tanto le costó hacerlo desaparecer.

6.
Soñabas con cortar lazos, con irte y nunca más volver, con hacer tu propia vida. De vez en cuando te podías comunicar, por supuesto. Llamar por navidad, por los cumpleaños o cada vez que sucedía algo importante. Te gustaba escuchar esa voz conocida al otro lado del cable, sentirte como en casa y pasar un buen rato hablando. Cuando llegaste a la adolescencia, todo dió un giro inesperado. Empezaste a poder hablar desde la calle, desde el baño o desde la playa. Podías comunicarte a diario, contar cada cosa que pasaba, compartir deseos y frustraciones, enviar fotos, pequeños mensajes, poemas, notas de cariño o de ruptura. Se abrió un canal de comunicación constante, sin filtro ni mesura. Cuando te quisiste dar cuenta te viste siempre disponible, para todos, para todo. Y el sueño de cortar lazos, de irte y nunca más volver, de hacer tu propia vida, ese sueño, entonces, lo pudiste compartir.

 

 

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ENTRE DOS LUGARES / 1

Esta texto es parte de la publicación realizada por Itsaso Iribarren y Germán de la Riva durante una residencia de investigación artística en el Centro de Arte Contemporáneo Huarte durante los meses de septiembre y octubre de 2019.

Estar entre dos lugares es estar en crisis constante, es estar entre lo técnico y lo físico, entre lo virtual y lo real, entre el objeto y la acción. ¿Cómo hablar de un cuerpo que está y que no está presente, en un momento en que el verbo estar ha cambiado de significado? Es, a partir de un juego con un objeto artificial, cuando entramos en ese lugar intermedio. Ser un lugar intermedio, estar en un lugar intermedio nos permite hablar de ese lugar intermedio. Al estar embutido en un rollo de plástico, la cercanía física con el material te obliga a permanecer en una postura con muy poca movilidad. Resguardado en un lugar con escasa visibilidad hacia el exterior y con una extraña sensación de seguridad, el cuerpo está descansado, permanece tumbado en el suelo con una única expectativa: la de hacer nada. 

Hacer nada, una promesa muy jugosa en la que uno puede regocijarse y pasar el tiempo tranquilamente: mover un poco los pies, acomodarse para estar mejor, rascarse la cabeza… pero, esos pequeños movimientos, producen una gran resonancia en el exterior. Amplificado por el objeto, ese cuerpo ocioso y preso al mismo tiempo, se mueve, de hecho es lo único que puede hacer, moverse. Moverse sin saber para qué, hacia dónde o desde dónde. Moverse sin un objetivo claro mas que el de acomodarse o el de respirar más aire. Construyendo así, un momento de reposo, de meditación: respiramos y nos concentramos en ese acto, inhalar y exhalar. Sentir como un fino hilo de aire entra por la nariz, pasa por la faringe, llega a los pulmones y desde ahí, se expande hacia todo el cuerpo. Desde el primer pelo de la cabeza al último dedo del pie. Todo el cuerpo se infla y desinfla como un globo. Respirar con los pulmones, respirar con la tripa, respirar con la cabeza y con las manos. Sentir como cada célula disfruta de ese pequeño acto automático de respirar. Cada parte del cuerpo es independiente y quiere saborear ese precioso oxígeno que nos mantiene vivos. Durante la inhalación el cuerpo se mantiene en pausa, como si se preparase para algo. Durante la exhalación movemos alguna parte del cuerpo: quizás sea una pequeña acomodación de la postura o simplemente un movimiento por placer o por sentir una parte del cuerpo. Otras veces, al inhalar y exhalar, trasladamos el aire a alguna otra parte del cuerpo, como si tuviésemos los pulmones en un dedo de la mano, en los omóplatos o en la rodilla. Respiramos con esa parte del cuerpo, inhalamos desde la rodilla y exhalamos desde la rodilla, permitiendo que sea un cuerpo en sí mismo, un cuerpo que necesita funcionar. 

Huarte, 3 de octubre de 2019

En los últimos días he construido con un gran plástico varios nidos y crisálidas; lugares de protección, resguardo y maduración. Me extraño de la relación entre la temperatura fría del plástico y la calidez del nido. Hasta ahora, han sido intentos fallidos de consolidar una forma.

Envuelvo mi cuerpo en tiras largas de plástico negro, un gesto que me hace pensar en el gusano de seda, en una lombriz que escarba y construye un túnel por el que pasar su cuerpo. Despliego en el suelo una tira de plástico de tres metros de ancho por seis de largo, me tumbo en un extremo y rodando termino con el cuerpo dentro de este material. Respiro en el interior; entre el aire que respiro y el sudor, el calor va en aumento. Capas de ropa y plástico pegadas a mi piel, me cuesta respirar. ¿Cómo respira un topo bajo la tierra? Muevo mi cuerpo envuelto por la piel de plástico. Brazos y piernas desaparecen, entre arriba y abajo, entre un lado y otro. Oscuridad. Límites. Este es el espacio que ocupo.

Pasado un tiempo, repto hacia la apertura superior. Cerca de mi cabeza, veo la luz. Respiro con normalidad. Una vez que consigo sacar los brazos, me desprendo de lo que hasta ahora había sido mi piel. He creado una forma efímera que me revela diversas relaciones con otros cuerpos, seres y modos de vida. Decido hacerla perdurar, así cuando vuelva mañana al estudio, seguirá aquí.

Huarte, 4 de octubre de 2019

Hoy comienzo de nuevo a construir el nido, la crisálida. Deshago la forma que hice ayer y vuelvo a desplegar el plástico negro en el suelo. Tengo en mis manos unas tijeras y cinta adhesiva. Estoy decidida a construir una forma que perdure, que pueda mover de un estudio a otro, que cuando vuelva mañana siga en las mismas condiciones. Me tumbo sobre el plástico, rodeo mi cuerpo con él, marco en la superficie el espacio que ocupa mi cuerpo. Hago un tubo de plástico negro del diámetro de mi cuerpo. Envuelvo este tubo con el plástico sobrante, surgen pliegues que decido pegar, envolturas que perduran gracias al adhesivo. Descubro en la cinta adhesiva el hilo de seda con el que seguir tejiendo el nido.

 

 

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BAILA


Baila (2020),  video, 9 min 5 seg

Baila

Estamos en un frontón cubierto. Sonido de guitarras y batería. La guitarra eléctrica retumba. La batería marca un ritmo frenético. La voz de un joven canta en inglés. You tell me that I make no difference. Well, at least I’m fucking trying. Los cuerpos se agolpan saltando unos contra otros al ritmo vertiginoso de la música. Todo sucede muy cerca del escenario, en primera línea. Me concentro en no dejarme llevar hacia adelante y permanecer en la parte central del grupo para no salir disparada contra el escenario o hacia el espacio de alrededor. Empujo. Empujo y salto. Empujo y me impulso. Empujo con los codos hacia los lados. Me apoyo contra los cuerpos que hay detrás de mí. Abro un pequeño espacio y tomo aire. Dejo de botar unos segundos y la masa de cuerpos vuelve a rodearme. Mis codos me protegen, endurezco mis abdominales. Me golpeo contra todo el que tengo a mi alrededor. Lo que tengo alrededor me golpea. Una danza que tiene tanto de lucha individual como de dejarse llevar por las luchas de los demás. Miro hacia la derecha y veo a una chica con un vestido amarillo y zapatillas blancas. Irradia luz rodeada de la tenebrosa oscuridad del concierto. Baila moviendo sus brazos a su alrededor, golpea el suelo con los pies y su larga melena se agita en cada giro que da. La masa de cuerpos sigue rebotando. Ella continua bailando un baile ancestral combinado con la música radical de Minor Threat. Nosotros seguimos rebotando. Conformamos una masa rítmica de cuerpos que se sacuden absortos por el frenético ritmo de la música. No hay palabras. Solo ojos abiertos y mandíbulas apretadas. Sudor. Carne. Huesos. Pelo mojado. Camisetas humedas. De entre el grupo de personas comienzan a salir las chicas de mi pueblo. Se ponen en parejas para bailar. La chica del vestido amarillo resulta ser de un pueblo del al lado y baila con sus amigas. Mucha gente ha venido hoy a las fiestas. Es fin de semana. Seguimos en el frontón al aire libre que tantas veces he habitado a lo largo de mi vida. Juegos. Besos. Peleas. Sangre. Fantasía. Disfraces y darlo todo cinco días al año. La fuente de agua y las grandes escaleras de piedra. Se hace el silencio y tras unos segundos comienza a sonar una música flamenca. Siento que las chicas me miran. Ahora es mi turno. Mi madre es andaluza y debo saber mover mi cuerpo y dar palmas al mismo tiempo. Cara seria. Unas cuantas se ponen a mi alrededor para bailar conmigo. ¡Olé! Me miran con respeto y admiración. Mira que cara más seria. Es verdad, es así como bailan. Elijo bailar sola mirando a cada una de ellas e invitándoles a que den palmas y animen mi danza. ¡Olé! Gritamos todas subiendo los hombros y moviendo brazos y cabeza de un lado al otro. Cara seria y zapatazos contra el suelo de piedra. Se disponen en medio círculo a mi alrededor. Sigo con la danza flamenca. Combinación de danza y tradición. Palmas. Gritos. Una fiesta familiar de celebración. Los hombres y mujeres sentados en los bancos de madera jalean. Las palmas suenan marcando el ritmo y el contra ritmo completando la melodía suave de la flauta, los acordes de la guitarra y la fuerte voz de una de las mujeres. Las chicas animan. Bulerías. Bailando con nosotras hay una mujer de melena rubia con flequillo. Viste pantalones y top oscuros. Americana de lentejuelas brillantes. Ojos pintados de negro intenso. Labios rojos. Nos seguimos moviendo. Nos miramos. Palmas. Las señoras cantan.  La música retumba en este estrecho valle del Pirineo. Rodeadas por montañas, ubicadas en una estrecha grieta del paisaje, habitamos la noche. La oscuridad borra la identidad de los cuerpos que tengo alrededor. El baile continúa al ritmo de la música disco de los años setenta. La música da significado a nuestras danzas. Somos las mismas pero esta nueva banda sonora nos transporta a otro tiempo, a otra cultura. Me siento libre. Viajera. Conozco otras culturas porque he bailado al ritmo de sus músicas. El cielo se tapa. La noche es más oscura. Siento la humedad. Estamos en un bajo de un edificio antiguo cerca de la ría. El ventanal, las molduras y la barra tienen las esquinas redondeadas. Entre la multitud reconozco caras de artistas, ilustradores, pintores, bailarinas, directores de cine, músicos, actores, actrices, escritores, críticos y aquella mujer rubia. Faldas de encaje y pantalones. Vestidos estampados. Botas camperas. Vaqueros ajustados. Tops brillantes. Pantalones de campana. Pelo largo. Cazadoras de cuero. Cuerpos delgados. Gafas grandes. Abrigos de piel. Cervezas en vaso de tubo y humo de cigarrillo. Les he visto infinidad de veces en la universidad, en inauguraciones, jams, festivales, proyecciones, charlas, fiestas, conciertos… Son personas que siempre me cruzo. Conocidos desconocidos. Se quien eres. Sabes quien soy. No cruzamos palabra. Solo miradas de curiosidad y admiración. Os he visto actuar en escenarios. Me he comunicado con vuestros cuerpos en escena a través de mis recuerdos. He explorado vuestras pinturas. He absorbido vuestras imágenes a través de la pantalla. He paseado junto a vuestras esculturas. He capturado vuestras palabras escritas. Una vez ví un autorretrato tuyo profanado por un spray. Decía: volveré. Pero nunca volviste. Me he colado en vuestros estudios para contemplar vuestras piezas en proceso. Aquellos objetos libres de discursos hablados. Quiero ver movimientos. Manchas. Formas. Danzas. Ensamblajes. Sonidos. Toda la experimentación con la materia. Menos palabras. Menos discursos. Menos frases de crítica a lo que otros hacen. Menos paralización de la acción de las manos por la mente. Menos apoyarse en la puerta de la galería con una copa en la mano mirando quién entra y quién sale. Menos hablar de lo que se debería hacer. Menos virtuosismo. Menos transformaciones, menos magia y menos hacer creer. Menos héroes. Menos antihéroes. Menos imaginería basura. Menos seducción del espectador por las artimañas del intérprete. ¿Bailas? Bailo. Bailamos. De cerca y de lejos. Nuestro movimiento es subterráneo y nocturno. Nos trasladamos a otra temporalidad. Hace calor. El aire es denso y húmedo. Cojo un vaso. Bebo. No hay diferencia entre respirar y tragar. El ambiente se vuelve líquido. Nuestros sentidos se difuminan. Mi movimiento es el tuyo. Mi mirada y tu mirada. Tú y yo. Muchas somos tú y muchos somos yo. Respiramos y nos nutrimos. Atmósfera líquida. El tiempo se detiene. La música para. El grupo se desplaza en diferentes direcciones. A veces uno va delante, otras detrás. Líderes cambiantes. En ocasiones es el propio grupo el que lidera. El liderazgo se disuelve entre la multitud. Percibo a lo lejos el dulce silbido del txistu acompañado del tamboril. Es una melodía que he escuchado en muchos días señalados a lo largo de mi vida. Bodas. Manifestaciones. Conmemoraciones. Funerales. Permanezco quieta escuchando. Recuerdo que a esta melodía sin letra la acompaña una danza. Adopto la pose de solemnidad que el homenaje requiere. ¿Qué es lo que hoy se celebra? Siento un nudo en la garganta. Las lágrimas acercándose a mis ojos. La tripa tensa. Imagino que soy yo la que salta y da la gran patada en el aire. También que salto moviendo rápidamente los pies. Todos nos miramos serios mientras tarareamos para nuestros adentros la conocida melodía sin letra. Siento que al escuchar las notas de la canción la solemnidad embarga mi cuerpo. Cada pequeño rincón, cada célula recuerda y percibe este momento entre pasado, presente y futuro. Cierro los ojos. Negro. Intento contener las lágrimas. Nudo en la garganta. Respiro profundamente. Trago saliva. Se que esta noche es la noche. Seguimos nuestro camino guiados por el color burdeos de una fachada, una bicicleta, un mirador hacia la ría, una caja de libros cerca de un contenedor, otro grupo que pasa a nuestro lado… Hablamos de nuestra vida mientras caminamos. ¿Hace cuanto que salimos? ¿Cuándo llegaremos? Caminamos hablando de nuestros miedos. Orgullosos de nuestra amistad habitamos y descubrimos una vez más cada rincón del casco antiguo. Una de nosotras sube por unas escaleras, se agarra a las verjas de metal de las puertas del mercado y termina encaramada agarrando fuertemente los barrotes. La seguimos. Juntos construimos una imagen: un grupo de personas subido a una vaya ¿clamando por salir? Hoy nosotros estamos fuera. Celebramos la noche infinita. Subimos. Subimos más. Nos elevamos y llegamos al tejado del edificio. Esta noche templada durará toda la eternidad. Miro los tejados de alrededor. Parece que no hubiera nadie en los otros edificios. Hoy solo existimos nosotros cerca del cielo. Caminamos por las tejas de barro. Pasos cuidadosos. Rodillas flexionadas, manos cerca del suelo y tronco agachado para no resbalar. Nos sentamos en la superficie inclinada del edificio. Nuestros cuerpos en penumbra. Detrás, el cielo nocturno. Cuerpos en cuclillas. Abrazamos nuestras rodillas. Una de nosotras sube más arriba. Hasta el vórtice donde se juntan los dos planos inclinados del tejado. En mi pueblo a la viga que sostiene el eje del tejado se le llama bizkarra, espalda. También es una loma, una colina, una cresta. El eje y su sostén crean un hueco. El espacio íntimo y cotidiano de la casa. La bizkarra. Quiero que esta aventura en las alturas sea interminable. Me quedo. Permanezco. En el tejado de enfrente veo a una chica bailar. Realiza una coreografía sin sobresaltos. Contínua. Fluida. Constante. Seguro que ese movimiento lo ha hecho miles de veces. Y ese otro me recuerda a una persona que pasea un perro. Un niño rueda igual que ella. ¿Hace cuánto que no camino de puntillas? ¿Y con los talones? Me encantaba poner mis pies sobre los de mi padre y que él caminara por el suelo de madera del piso del ensanche como si fuéramos una sola persona. Quiero aprender a hacer ese movimiento. Seguro que puedo. No parece difícil. Debe ser placentero repetir ese abecedario de movimientos sencillos. Tal vez cuando los aprenda se los pueda enseñar a otras personas. Sin sobresaltos, sin música, sin color, todo es sencillo y tranquilo. Blanco. Silencio. No quiero irme. Camino y cada vez que asciendo, al llegar a la cresta, vuelve esa sensación de acercarme al cielo. No quiero volver. No quiero bajar. No quiero salir. Mis oídos se taponan. No oigo. No escucho. Mis ojos se cubren. No veo. Me fundo, me desparramo, mis límites se desdibujan, mi carne se deshace y lo que antes era tangible ya no lo es. Siento que un rayo de sol da en mi cara. El cielo comienza a iluminarse. Los afilados rayos de sol pasan a través de los edificios. Abro los párpados. La luz es muy intensa. Blanca. Brillante. El sol me ciega. Debe de haber amanecido.

 

2020 Itsaso Iribarren & Germán de la Riva

 

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INSTALACIÓN HABITADA

Esta publicación es parte del trabajo realizado por Itsaso Iribarren y Germán de la Riva durante la residencia de investigación artística en Estruch Fábrica de Creación durante los meses de noviembre y diciembre de 2019.


 

ella

 

Cuando algo está desordenado
intenta ordenarlo, cuando algo
está ordenado tiende a
desordenarlo

para comprenderlo,
para experimentarlo,
para vivirlo,
para sentirlo suyo,
para poseerlo,
para manosearlo,
para rasgarlo y olerlo,
para deshacerlo y hacer que muestre su interior,
para forzarlo,
para tratarlo con cariño,
para acariciarlo,
para mostrarle otras posibilidades,
para ocultar el caos,
para hacer ver el caos,
para ocultar la estructura,
para mostrar la estructura,
para cubrir con algodón una maraña de vísceras sintéticas,
para darle vida a aquello olvidado en el garaje,
para estructurar desperdicios,
para que se apoyen,
para que plásticos anudados conformen nubes y cúmulos limbóticos,
para que un plástico de la sección de jardinería tome forma de cadena montañosa,
para que el pan duro se convierta en un manjar.

 

Ceder y empujar

1.

Ambos fueron a trabajar a Sabadell. Allí pasaron cuatro semanas. Les asignaron un estudio en una nave junto al bar. Dormían en una habitación del primer piso de un edificio industrial. No conocían la institución, ni la población, tampoco al equipo de personas que los acogería durante este periodo. 

Al llegar, la institución les comunicó que la presentación final de la residencia sería en el teatro. A ellos les pareció extraño este espacio para una residencia de artes visuales. El montaje y desmontaje tendría que ser rápido, ya que antes y después habría otras presentaciones. En la reunión técnica hablaron de sus necesidades con el equipo de producción y les explicaron que la presentación no podía ser en el teatro. Su nuevo trabajo estaba tomando un formato instalativo más que escénico; consistiría en objetos escultóricos y materiales desplegados acompañados de acciones corporales. En esa reunión también hablaron otros artistas, técnicos y gestores sobre sus necesidades. Había muchas personas y cada una era diferente, tenían necesidades que chocaban y que eran difícil articularlas con un fin común. Parecía que cada persona quería hacer bien su trabajo, cada una luchaba por sus derechos y necesidades. Una negociación, un ir y venir de espacios, horarios, materiales y personas que les terminó abrumando. Finalmente, y no muy convencidos, accedieron a hacer la  la presentación en el teatro. Así, la reunión terminó.

Cuando salieron al patio se dieron cuenta de que habían tomado una decisión que no les convenía. La sala no era la adecuada. Habían cedido. Se habían dejado llevar por los argumentos de los demás, por desconocimiento, por empatía, por querer seguir hacia adelante… Queriendo facilitar el trabajo ajeno habían ido en su contra. Hablaron entre ellos otro largo tiempo. Querían entender cómo había ocurrido aquello, cómo habían llegado a escoger una opción que no estaba acorde con las necesidades del trabajo artístico ni con sus deseos.

Un poco más tarde, a través de una serie de argumentos caóticos presentados nerviosamente a los responsables de la institución y entremezclando necesidades personales, ideas profesionales y un poco de falta de intuición, solicitaron repensar el lugar donde se haría esa presentación. Hablaron de empatía, de poner el foco en el proceso, de dejar abiertas posibilidades, de sorprenderse de los resultados, de arriesgar, de no ir a lo seguro, de producir sin pensar en la forma final… esto es, de lo que la investigación y la creación artística es para ellos. Superado el caos argumental y gracias a la disposición de las personas con las que estaban, hubo entendimiento. Estudiaron nuevas posibilidades y repasaron juntos el calendario y los horarios. Encontraron una nueva solución, todo iba poniéndose en su sitio para seguir avanzando. 

2.

Releo el texto escrito hasta el momento y recuerdo los patrones que estudian el desarrollo del movimiento del ser humano desde el nacimiento hasta la bipedestación (1). Uno de los principios básicos para el movimiento es ceder. Ceder el peso hacia la tierra, hacia los brazos del padre, hacia el pecho de la madre. La acción de ceder precede a la acción de empujar. Ceder y empujar conforman la primera categoría de movimientos que realizamos después del nacimiento (2).

Para que el patrón de Ceder y empujar se ejecute de manera ordenada y eficaz, las dos acciones deben de darse equilibradamente. Primero ocurre el ceder: el bebé cede su peso hacia el pecho de la madre; después sucede el empuje: el bebé empuja suavemente para alejar la cabeza y mirar a su alrededor. Ceder es entregar y también es someterse. Empujar es presionar y también es impulsar o fomentar. 

Nosotros cedimos en un primer momento. Ceder te hace tener en cuenta al otro, te permite conocer al otro, te conecta con el entorno. Empujar te permite separarte para para ir hacia adelante. Suavemente empujas para separarte e impulsarte hacia un nuevo lugar y dar paso a tu propio movimiento. Te despegas del otro conociéndolo mejor, te llevas parte de él y dispuesta para el movimiento, te preparas para lo que vendrá a continuación. Sin saber qué te encontrarás, pero sabiendo quién eres y qué tienes para enfrentar esa nueva etapa.

 

hoy mientras iba a la piscina

he visto a un niño muy pequeño de escasos tres años haciendo equilibrio sobre una bici de dos ruedas su madre caminaba con una amiga por la acera el niño en cambio se deslizaba a gran velocidad por los estacionamientos vacíos continuamente probaba los límites aumentando la distancia con respecto a su madre hasta que esta le gritaba y él retrocedía se despegaba del cordón de la acera al tiempo que era cuidadosamente vigilado por la madre él empujaba la situación para separarse e ir ganando libertad y poder de decisión en un momento de despiste de la madre él ha aprovechado para apuntar a toda velocidad hacia el centro de la carretera por donde en ese momento se disponía a pasar un coche la madre ha salido corriendo hacia él gritando él advertido por los gritos de peligro ha torcido el manillar escondiéndose entre dos coches aparcados en este nuevo lugar protegido y oculto ha aprovechado para poner de nuevo a prueba los límites y ha metido un dedo en un charco para llevárselo a la boca probando límites empujando para aumentar la distancia enfrentando los nuevos hallazgos con curiosidad


(3)

 

él

 

Y crearon un paisaje. Crearon una mezcla de movimiento y quietud, de vida y muerte, un lugar de contemplación y de calma. 

Lo primero que hicieron fue centrarse en el espacio donde se iba a presentar el trabajo. Tenían objetos escultóricos, tenían acciones, tenían textos. Primero les ofrecieron una sala de teatro en la que otros artistas también presentarían el último día. Más tarde, les ofrecieron una sala de ensayo grande, en la que se podía ver a lo lejos, un espacio diáfano, cálido, con un suelo de madera que invitaba a descansar en él. Escogieron este último.

Una vez decidido el espacio comenzó una actividad frenética colocando objetos y distribuyendo acciones. Probaron todas las posibilidades que iban apareciendo. Pasaban por cada posición, cada secuencia de acciones, cada camino que podía ser transitado. Día a día iban sumando y descartando formas de hacer. Se dieron cuenta de que la investigación no tenía una forma fija sino que iba evolucionando y dependía del lugar y del momento en el que estaban trabajando.

Las necesidades del espacio
probar todas las posibilidades
agotar los diferentes caminos
¿cómo escoger una trayectoria sino has probado las demás?
¿cómo estar seguro de la decisión tomada? 

Escoger algo y hacerlo
escoger algo y hacerlo
comenzar
sobre todo comenzar
comenzar sin saber
así que hay que elegir

Tenemos unos diez objetos escultóricos
tenemos varias acciones corporales
podrían presentarse como otras veces
hablar a esos objetos desde su propio futuro
contarles cómo eran antes de llegar a su actual forma
también tenemos unas acciones
y algunos procesos del pensamiento

Pero el espacio
el nuevo espacio en el que estamos
tiene unas necesidades
no solo físicas
no solo arquitectónicas
sino de vida

Esta voluntad de integrar aquello que nos rodea
nos hace comenzar por lo que ya está hecho
dejamos que el espacio
y los objetos
hablen a través nuestro

Ponemos
nuestro cuerpo

a disposición

Esas semanas se encontraban trabajando en un gran centro cultural y artístico, un lugar habitado por multitud de personas diferentes, desde artistas a personas de la comunidad local que se acercaban a realizar actividades culturales, como cantar en el coro o actuar en un grupo de teatro. Interactuar diariamente con estas personas les indujo a preguntarse sobre las diferentes maneras en que estos usuarios podrían acercarse a su trabajo el día de la presentación. Entonces surgió la propuesta, para esa jornada, de permanecer en el espacio con las puertas abiertas y sin restricciones de horarios. Les gustaba la idea de que los usuarios del centro se encontrasen con el trabajo a cualquier hora del día. Pero en este formato, ¿qué pasaba con las acciones que habían creado? 

Las acciones requerían de sus cuerpos como soporte al mismo tiempo que formaban parte de los objetos expuestos. Las llamaban escultura – acción. Eran acciones que involucraban algunos de los objetos de la instalación; durante un periodo de tiempo determinado el cuerpo del performer y el objeto se unían para realizar una acción performática. Se convertían en objetos temporales, objetos que escapaban a la permanencia en el tiempo pero que quedaban presentes después de la acción. Cuando pensaban en la escultura – acción recordaban las Dance constructions de la artista norteamericana Simone Forti(4)

Comenzaron a abrir el estudio durante varias hora al día para probar este ensamblaje que empezaban a intuir. La gente entraba y salía, metían la cabeza y preguntaban si podían pasar. Dentro, un gran espacio con objetos distribuidos, objetos que eran cuerpos y cuerpos que eran objetos. Cada cierto tiempo uno de los objetos se accionaba y se activaba junto a un ambiente sonoro, un cuerpo que se movía y una voz que hablaba. 

Un lugar de descanso
una música grave que te induce a la contemplación
los músculos
los huesos
las zapatillas
la camiseta
el pantalón
las cosas
el lenguaje de las cosas
su traducción
su proyección
¿hasta donde llega?
¿cual es su propósito?

El objeto inmóvil
es testigo de tu movimiento
su tiempo es eterno
su tiempo es quietud
y tu eres fugaz
como tu movimiento

El ladrillo es rígido
la madera porosa
la electricidad estática
la silla en su sitio
y el cuerpo un suspiro
una caricia que se acerca
y luego se va

Esos cuerpos diferentes
esos cuerpos a los que se les ha hecho creer
que no son completos
te permiten relajarte
Pies sin piernas
torsos sin brazos
cabeza con cabeza
pies en puntillas

La construcción de un paisaje a partir de unas rodillas combinadas con una cadera encima de una cabeza rodando sobre una vértebra en contacto con otra rodilla apoyada en un isquion que piensa en cómo soportar aquello que le viene encima

Es una sensación tranquila
ser el soporte de otro
de otra
quedarse quieto y ayudar
levantar
recoger
soportar
sostener
todo para permitir que algo suceda
estar ahí
haciendo reposar el espacio
permitiendo que sea
y acompañando
conversando
preguntando
escuchando la trayectoria de los visitantes
en ese no lugar lleno de vida
lleno de movimiento

Enroscarse sobre ti mismo
plantar cara a la rigidez
permitir el contacto
prepararse sin objetivo
son acciones que te obligan a entrar en un tiempo propio
propio para lo que sea que lo quieras usar
y te hacen preguntarte
¿cómo utilizar el tiempo?

Durante la apertura del proceso permanecieron y accionaron, permanecieron en un paisaje artificial accionando momentos a lo largo del tiempo. Y durante la calma las conversaciones se sucedían, se hablaba sobre las ideas, los conceptos que les habían llevado a presentar este trabajo. Recorrían la sala ayudando a que los usuarios del centro conociesen lo que el centro producía más allá de sus actividades diarias y charlaban con otros artistas y profesionales. Junto a las acciones performáticas que presentaron se sucedían otras acciones que los propios visitantes producían en los tiempos de exposición. Caminando, mirando, tumbados en el suelo o echando la siesta, esos cuerpos producían movimientos en el paisaje. Permanecían y accionaban. Permanecían con tranquilidad y accionaban sin presiones externas.

 

 

(1) Tuve la oportunidad de formarme en la técnica Body Mind Centering durante varios años en la ciudad de Buenos Aires con la profesora Silvia Mamana. Esta técnica somática, creada por Bonnie Bainbridge Cohen profundiza en las diferentes fases del movimiento por las que pasa el cuerpo desde el momento de la concepción hasta la acción de caminar.
(2) Bainbridge, Cohen, 1993, Bonnie, Sensing, feeling and action, The experiential anatomy of Body-MInd Centering, Northampton, Contact Editions, p. 101.
(3)  Badiola, Txomin, 2019, Malformalismo, Madrid, Caniche Editorial, p. 77.
(4)  Fuí uno de los performers de la exposición realizada en el Museo Reina Sofía, de la artista Simone Forti, con el nombre de +-1961: La expansión de las Artes durante el año 2013. Estas piezas constaban de un objeto escultórico expuesto continuamente en una sala del museo en la que, cada cierto tiempo, se realizaba una acción performática en la que el objeto era parte. Los objetos eran planos inclinadas, cuerdas o cajas por las que se podía subir, colgarse o tumbarse en ellos. Objetos que se transformaban con la presencia de sus cuerpos y del resto de los performers, los cuales, cada cierto número de horas, activaban estos dispositivos escultóricos. Dispositivos que permanecían y eran efímeros al mismo tiempo.

 

2020 Germán de la Riva – Itsaso Iribarren

ISBN 978-84-09-19885-6

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