Notas que patinan #74 | Una habitación propia

En breve, El Mercat de les Flors de Barcelona, que depende de un consorcio entre el Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat, debe renovar su dirección. La nueva dirección se decidirá en un concurso público cuyas bases aún deben redactarse. Para redactar estas bases, el Consell de la Cultura de Barcelona, dentro del Pla de Cultures 2016-2026, ha realizado en las últimas semanas un proceso participativo en el que se ha entrevistado al actual director y se ha realizado una sesión de trabajo con una mesa integrada por profesionales, colectivos de artistas independientes, fábricas y espacios de creación. Como último paso dentro de ese proceso, el viernes pasado participé en el debate público Quin Mercat de les Flors volem? No sólo estuve en el debate sino que también acepté la invitación que me enviaron los organizadores para participar en el taller sobre Programación/producción junto a 11 personas más, un taller que duró una hora y media y cuyas conclusiones presentamos en el debate posterior abierto al público y retransmitido por streaming.

Los otros dos talleres que se realizaron en paralelo al de Programación/producción, Buen gobierno y Mediación, también presentaron sus conclusiones en el mismo debate. A los participantes se nos avisó con poco tiempo y no todos recibieron el material de las sesiones: dos preguntas y algunos puntos destacados fruto de las discusiones de las sesiones anteriores. No es fácil aportar buenas ideas con tan poco espacio para la reflexión. También es verdad que si se pide mucho más esfuerzo de participación mucha gente que podría aportar buenas ideas se tiraría para atrás. Es una cuestión de equilibrio y no es fácil encontrarlo. En todo caso, me parece encomiable todo este esfuerzo organizativo. Desgraciadamente, hasta hace nada, podríamos decir que es algo que no pasaba todos los días. A pesar de la rapidez con la que se desarrolló el debate, entre las conclusiones de la mesa en la que participé se recogieron propuestas que me parecieron interesantes, como la de abrir la puerta a una dirección o curadoría compartidas o un mayor acompañamiento a los creadores no focalizado exclusivamente en la exhibición. Y también se dijo que el Mercat no puede hacerse cargo de todas las carencias de Catalunya, lo cual me pareció un mensaje directo a la representante del Departament de Cultura de la Generalitat, presente en el debate público posterior que, recordemos, tiene un jefe, el conseller de Cultura de la Generalitat, que va anunciando por ahí propuestas tan extemporáneas como la creación de una compañía nacional de danza catalana, con el ánimo, supongo, de subsanar una carencia real para la gente real. Pero, en general, tengo la impresión de que la mayoría de las respuestas a las preguntas planteadas se ponían a sí mismas un techo que se correspondía con las limitaciones de la situación actual. Me dio la impresión de que casi nadie piensa que esos techos pueden modificarse. Así es difícil imaginarse nada que se salga de los límites actuales. Por poner un ejemplo, si el Mercat dedica más esfuerzos a lo que no es puramente exhibición la tendencia es a pensar que habrá que disminuir la exhibición porque el presupuesto es el que es. El presupuesto anual del Mercat, por lo visto, es muchísimo menor que el del Festival Grec, por ejemplo. Nadie parece confiar en que esa relación presupuestaria pueda variar si, producto de todos estos debates, así se decidiese. Confieso que mi sensación, después de, en total, casi 4 horas de debate, es agridulce.

Debate público Quin Mercat de les Flors volem?

Hay algo que me llamó la atención. Si se hace un proceso participativo para decidir qué Mercat de les Flors queremos y, a parte de los que son llamados personalmente para las mesas de trabajo (como fue mi caso), la inmensa mayoría de los que acuden y participan son los seguidores de la actual línea artística del Mercat (porque son los únicos que se enteran de que se va a producir el debate o porque son los únicos a quienes interesa o porque nadie cree que lo que se decide en estos debates sea realmente vinculante, como insisten en afirmar sus organizadores, o por la razón que sea, que estaría bien analizar) las propuestas que salen reforzadas son las que quieren que todo siga igual, las posiciones continuistas y conservadoras de quienes lo único que temen es que algo cambie. Si el Mercat se define como un centro de la danza y las artes del movimiento (y no se pone en duda esta definición de cara a imaginar un nuevo futuro posible) está claro que lo que esta gente entiende por danza es lo que se va a potenciar (que, a lo bruto, y resumiendo, es lo que se entiende por danza contemporánea desde, pongamos, los años 90). Está claro que, en el subtítulo danza y artes del movimiento, las artes del movimiento es la coletilla, el cajón de sastre donde va a ir a parar todo lo que se salga de la ortodoxia de la danza, es decir, el circo (que, al menos tiene una etiqueta con los suficientes años de historia como para merecer un respeto) y el resto. Y en esos restitos están los que no encajan ni en la danza ni en el circo y que ni los del teatro ni los del cine ni las artes visuales ni la música (otras categorías consolidadas que tienen sus espacios y sus recursos perfectamente asignados) quieren acoger como algo propio.

Así no hay manera. En el Mercat de les Flors, en la lucha entre la danza y el resto gana la danza. El resto es una minoría étnica que tiene su cuota políticamente correcta pero que nadie, desde dentro, defiende como se merece ni nadie, desde dentro, acaba de sentir como suya. Se ve muy claro con el siguiente ejemplo: ¿os imagináis un Mercat de les Flors que se definiese como centro de las artes del movimiento y la danza? Así, en ese orden. El que va segundo es el hermano pequeño, a quien se trata como menor de edad, a quien se convence de que no puede tener los mismos derechos que el que va primero, a quien se convence de que no puede tener los mismos recursos ni la misma atención porque no tiene el mismo número de público, por ejemplo, aunque el público que nunca pisa el Mercat llene una y otra vez, repetidamente, nuestras propuestas cuando las programan en el Mercat. Y hasta nosotros mismos, los de la minoría étnica, nos llegamos a creer su discurso y pedimos perdón por ello. Pero, claro, nadie sabe si la minoría étnica no tiene el mismo número de público que los hermanos mayores (o más) porque no dispone de la misma atención por parte de la institución, ni del mismo presupuesto, ni de la misma publicidad, ni del mismo espacio en la programación, ni se presenta apropiadamente, porque quien tiene que ocuparse de ello ve a la minoría étnica como algo ajeno y cuando habla de ella o cuando no le queda más remedio que programarla siempre nos queda la sensación de que no le da el cuidado que necesita. Se ve claramente en el tratamiento que se le da en la comunicación del Mercat, incluso en el trato con el equipo técnico.  La minoría étnica presenta propuestas que no encajan con lo acostumbrado en la danza ni en el teatro y todos los creadores de la minoría étnica se quejan de lo mismo: ni el equipo técnico ni el artístico, salvo excepciones, entienden lo que estamos haciendo.

Pingüinos en el desierto

Nos piden que les enviemos urgentemente la descripción de una obra que coproducen ellos y que se estrenará de aquí a un año y les sorprende que no tengamos ninguna descripción cuando ni siquiera hemos creado la obra, me comenta un creador de la minoría étnica. Es decir, no entienden cómo funciona el proceso de creación de un creador de la minoría étnica. Quieren por anticipado los requisitos técnicos de las luces de un espectáculo necesarios para una residencia de creación en la que lo que se pretende es descubrir a través de un trabajo colectivo qué necesidades técnicas de luces vamos a tener, me dicen un colectivo de creadores de la minoría étnica. Pero si la residencia es para eso… Piensan que somos pocos profesionales y lo que pasa es que desconocen cómo se hace nuestro trabajo.

Se me ocurre que quizá podrían cambiar las cosas si en el proceso participativo para decidir qué Mercat queremos los miembros de la minoría étnica que, de vez en cuando y a cuentagotas, es acogida en la cuota que el Mercat destina a lo que no es danza, participase activamente y propusiese un giro radical hacia sus posiciones. Pero me da la impresión de que, después de 10 años de un Mercat con una línea muy clara en favor de la danza, esa comunidad a quien se trata como una minoría étnica tiene muy asumido que el Mercat no les quiere. Por tanto, esa minoría étnica no siente el Mercat como algo propio por lo que luchar, muy al contrario que los representantes de la danza, que tienen muy claro que el Mercat es su casa y defienden muy bien sus posiciones, temerosos de que el proceso participativo esté juzgando la labor del Mercat de estos últimos años, una labor que sus seguidores dejan bien claro que apoyan sin fisuras, cuando en realidad no se trata de juzgar a nadie sino de imaginar el Mercat que queremos. Está claro que, como comprobé en numerosas ocasiones durante el taller previo y el debate, cuanto más entregado estás a la causa menos capacidad para imaginar ningún cambio: quieres que todo siga igual. Es comprensible.

spikelee

En el debate se nombró 400 veces la palabra danza. Una persona del público relacionada con el circo se quejó de eso. Yo mismo le recordé que una de las cuestiones que recogimos como primer punto de consenso en el grupo con el que estuve debatiendo sobre programación y producción fue que estaría bien que el Mercat asumiese un término más amplio como puede ser el de artes en vivo, una etiqueta más que, a mí, personalmente, se me queda corta. De hecho, en el grupo hablamos de que da igual la etiqueta, que el Mercat debe prestar atención a lo que está ocurriendo aquí y ahora, tenga la etiqueta que tenga. Pero, claro, incluso mientras se supone que llegábamos a ese consenso pero, sobre todo, una vez en el debate público, mi sensación es que lo que se sobreentiende es que el Mercat debe prestar atención a lo que está ocurriendo siempre y cuando esté ocurriendo en el territorio de la danza y las artes del movimiento. Es decir, nos encontramos como al principio. A lo máximo a lo que podemos aspirar los de la minoría étnica mientras compartamos piso con los de la danza y, en menor medida, con el circo es a tener una habitación mucho más pequeña que los de la danza y no mucho más grande que la del circo. Si estuviésemos en otro contexto, si se hiciese ese mismo proceso participativo en un lugar como el Teatre Lliure, sospecho que nos pasaría igual: en ningún caso podemos tener una habitación como los del teatro (acordaos del ciclo Radicals Lliure, por mucho que algunos que lo criticaban ahora lo añoren no era más que una anécdota en la programación del Lliure) y siempre bajo tutela de los hermanos mayores, los de la danza o los del teatro, que para ellos se construyó la casa donde tenemos la suerte de que nos dejen pasar algún tiempo, de vez en cuando, y sin mostrarnos mucho, no sea que espantemos a las visitas.

Familia de punks

Todo esto me conduce a la siguiente conclusión: parece que por mucho que se introduzcan algunas propuestas políticamente correctas en las bases de la convocatoria para dirigir el Mercat, quien lo dirija en el futuro inmediato va a tener que rendir cuentas al sector mayoritario pro-danza. Quizá la nueva dirección sea más sensible a la minoría étnica, siempre y cuando pueda encontrar argumentos para hacerla pasar por artes del movimiento con disimulo y sin molestar demasiado a los legítimos propietarios del Mercat, es decir, a los de la danza.

Esto es muy cansino. Muchos de nosotros no pertenecemos ni a la danza ni al teatro. Algunos estamos hartos de que se refieran a nosotros con la coletilla artes del movimiento, siempre detrás de la danza. O artes escénicas multidisciplinares o híbridas siempre detrás del teatro. O artes en vivo cuando no nos acabamos de creer esa terminología y simplemente hemos llegado a ella como un mal menor al que agarrarnos para que nos identifiquen como un grupo de gente que no somos danza ni teatro ni artes visuales ni música ni literatura, porque no tenemos prejuicios de disciplina y, en la mayoría de casos, sólo utilizamos etiquetas respetables por obligación, porque esos que quieren hacernos de hermanos mayores no entienden el mundo más que de esa manera. ¿Eres heterosexual, eres homosexual, eres lesbiana, eres trans? ¿Qué eres? A mí me da igual tu orientación sexual y estoy harto de que se utilice para dividirnos. Y ni siquiera quiero hacer apología de lo queer y que eso se convierta en mi bandera. ¿Eres blanco, eres negro, eres mulato? No juzgo a la gente por su color de piel. Somos creadores, artistas, hacedores, artesanos, trabajadores. Da igual, cada uno que se defina como quiera (o que no se defina) pero no les añadáis más adjetivos porque definitivamente, a muchos, no nos representan.

Nirvana?

Por otra parte, es curioso descubrir que el objetivo del Mercat de les Flors, cuando se fundó en los años 80, era ser un espacio escénico destinado a las nuevas tendencias, otra etiqueta más que, seguramente, en aquellos años era la que estaba en boga para referirse a gente como nosotros. Y es gracioso recordar que en el año 2006, es decir, hace sólo 10 años, tras el cierre de l’Espai de Dansa i Música, gestionado por la Generalitat, la gente de la danza se quejó de la falta de espacios e infraestructuras destinadas a la danza y fue esa la razón de que el Mercat se convirtiese en un centro para la danza y las artes del movimiento: para acoger a la gente de la danza, que se había quedado sin espacios. Es decir, la gente de la danza, en su diáspora, ocupa ahora una tierra prometida habitada décadas atras por otras gentes que, diez años más tarde, se han convertido en una minoría étnica incluso en la que, en principio, debía ser su propia casa. Para eso sirve la memoria. Te enteras de cosas curiosas. Para eso sirve el olvido. Repites algo durante diez años y se convierte en la realidad inmutable que nadie osa poner en duda.

Maria Aurèlia Capmany

Decía Virgina Woolf que una mujer, si quiere ser escritora, necesita su propia habitación. Yo no sé si ha llegado el momento de reclamar que nos dejen vivir tranquilos en nuestra propia habitación, en vez de pelearnos constantemente para que nos dejen la habitación de invitados, de prestado, de vez en cuando, en los templos de la danza, del teatro o de las artes visuales. Deberíamos disponer de nuestra propia habitación, un lugar donde no tengamos que justificarnos constantemente por las cosas que hacemos y podamos encontrarnos tranquilamente con quien quiera acercarse por nuestra casa. Incluso donde, como sostiene Valcárcel Medina, todos seamos artistas y se diluya esa marcada diferencia que acaba en perversiones como intentar crear públicos que nos sostengan. Un sitio recogidito pero con las puertas abiertas de par en par, donde no se le pregunte a nadie por su procedencia, que no pida a nadie que se disfrace para que parezca que practica la misma respetable disciplina de los propietarios de la casa, que pueda cambiar constantemente de disciplina sin tener que pedir perdón, que no sea la disciplina lo que nos una como, de hecho, no lo hace. Muchos nos reconocemos en una manera de entender la creación que no tiene que ver con nada de todo eso. Nos gusta mezclarnos con gente diferente, todo lo que aún no tiene etiquetas, y también lo que tiene etiquetas perfectamente definidas. Nos da igual eso. No nos representa nadie, ni las asociaciones de danza, ni las de teatro, ni las de artistas visuales, ni las de músicos, ni las de escritores, ni las de cine. Esa es la gracia. Pero no por eso dejamos de compartir una misma comunidad o de habitar en comunidades hermanas. Nos dicen que debemos organizarnos y formar una asociación de profesionales para que las instituciones puedan dialogar con nosotros. Pero llevamos años organizados, sólo que no nos damos ni cuenta porque nos hemos creído que sólo estamos asociados si pagamos una cuota anual a algo que se llame Asociación de Profesionales de lo que sea con unos portavoces que irán a sitios y dirán que hablan en nombre de todos nosotros. Pero no es verdad, llevamos organizándonos de otras maneras, mucho más horizontales, donde la comunicación es directa y la libertad de acción e independencia de cada uno es total. ¿Cuántos años hace que existe Teatron? ¿Cuántos usuarios tiene Teatron? ¿Acaso los movimientos ciudadanos que han llegado al poder municipal tienen carnet de partido? ¿No pertenecemos a ellos y participamos en sus decisiones sólo con registrarnos en una web?

La habitación de Virgina Woolf

Los miembros de esta comunidad y otros electrones libres con quienes nos encontramos constantemente nos reconocemos y compartimos muchas cosas. Entre las más importantes es la de ser considerados una especie de minoría étnica. Mucha gente piensa que lo que pasa en esas minorías étnicas es de lo más apasionante que está sucediendo dentro del mundo de la creación, aquí, en Barcelona, en España y, algunos dicen, los que vienen de otros lugares míticos europeos, por ejemplo, que quizá sea algo que muchos de esos lugares míticos europeos envidiarían si supiesen de su existencia. Quizá en vez de intentar parecernos a las socialdemocracias europeas en declive deberíamos sacar pecho de movimientos y energías que puede que dentro de unos años acaben siendo modelos de referencia en otros lugares. Este tipo de minorías étnicas quizá deberían ser uno de los bienes más preciados en ciudades como Barcelona, quizá debería recibir una atención directa y no ocuparse de ella como la hermanita pobre a quien hay que atender con una cuota. Y el gobierno de esta ciudad, Barcelona, como el de Madrid y otras ciudades donde precisamente los movimientos ciudadanos han llegado al poder (unos movimientos que hasta hace poco eran tratados como una minoría étnica), deberían entender eso mejor que nadie, prestarle la debida atención y quizá dotar a la presunta minoría étnica de sus propios espacios y recursos no tutelados por los hermanos mayores de siempre. En vez de pasarnos el día discutiendo con los hermanos mayores sobre cuestiones tan obvias que no merecen ni un segundo de nuestras conversaciones cuando nos encontramos con el resto de nuestros hermanos, ahora que ya tenemos una edad (y antes de entrar en el geriátrico), ¿qué tal si tuviésemos la oportunidad de jugar en nuestra propia habitación sin molestar a nadie? Ese sí que sería un verdadero y revolucionario cambio.

 

 

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8 Respuestas a Notas que patinan #74 | Una habitación propia

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  2. Adán dijo:

    Puede que haya un mínimo amargor pero hay mucha luz en este texto, que se agarra a las tripas. Que desde el principio pensé en invertir ‘artes del movimiento-danza’, también en ‘queer, no queer’ y que al final uno piensa en esa comunidad que somos por simplemente ser, y en que cosas como esta las debería leer todo el mundo.

  3. Elisa Arteta dijo:

    Hola Rubén,

    me alegra y me mueve leer tus palabras, estoy completamente de acuerdo con lo que comentas. Escribo estas líneas para recalcar una de tus ideas y desviar un poco el tema, exponiendo dos experiencias que he tenido aquí en Navarra en procesos participativos similares al que cuentas.

    Me paro en el punto en el que dices «lo que esta gente entiende por danza». Personalmente me siento identificada con el término danza, ya que mi formación ha sido sobre todo en ese campo, pero sin embargo me reconozco perfectamente dentro de esas etnias minoritarias de las que hablas, supongo que se debe a que me pregunto cómo debe ser la danza hoy en día y qué significado tiene más allá de lo escénico, y entonces el término se redefine y se aleja de lo que comúnmente se denomina con esa palabra. En mi caso incluso en algunas ocasiones hasta realizar obras que ni tan siquiera yo considero como danza pero que sí tienen mucho de coreográfico en cuanto a tiempos, espacios, sonidos y configuración de los cuerpos. El problema de raíz está justamente en lo que se entiende por danza y cómo se gestiona ésta a partir de esa definición tan restringida. En mi opinión es mucho más interesante la indefinición de formas y formatos.

    En cuanto a los procesos participativos, hace un mes se nos convocó desde el Gobierno de Navarra a la presentación de las nuevas bases de ayudas y subvenciones, que habían sido desarrolladas según lo que necesitábamos lxs profesionales (yo solo había asistido a una reunión junto a Laida y Ghis para hablar de Inmediaciones y no habíamos hablado expresamente de cómo mejorar las convocatorias). Me metí en el grupo de artes escénicas y me llevé una gran sorpresa al leer las bases y ver que no habían cambiado mucho con respecto a años anteriores. Ésta creció aún más cuando pregunté dónde encajaría un proyecto de investigación coreográfica en el que se asistiera a encuentros, seminarios, laboratorios, etc, para su desarrollo, y me respondieron con un «No, aquí no encaja, tal vez en las ayudas de artes visuales e innovación». Así que la idea de una danza basada en los modos de producción capitalistas, que es otra manera de definirla a partir de las políticas culturales, no ha cambiado ni hay muchas intenciones de que así sea en los próximos años.

    La segunda vez que he participado en un encuentro de estas características fue hace cuatro días en las Jornadas de Participación Ciudadana y Gestión Cultural, en las que se habló del proceso participativo que se ha comenzado a hacer desde el nuevo gobierno. Me parece realmente interesante que cambien la forma de hacer política, pero me cuestiono si eso va a tener repercusión en las formas de hacer arte y de si tienen ese objetivo en mente. Está muy bien que todo el mundo se sienta partícipe y que la cultura sea accesible y forme parte de las vidas de las personas, pero también creo necesario impulsar el arte en búsqueda de nuevas metodologías de trabajo, acordes precisamente con esos procesos políticos. Me temo que esto no va a suceder, ya que hay una falta importante de formación artística en esta comunidad y desde lxs mismxs hacedorxs, en general, los conceptos, procesos y dispositivos que se emplean no se muestran influenciados por las nuevas prácticas artísticas ni político-sociales. ¿Y entonces?

    Me viene a la cabeza una idea de Spangberg que desarrolla en su Spangbergianism, que viene a decir algo así como que en el momento en el que el arte está ya en el museo deja de ser contemporáneo, esto es, que lo nuevo, lo que redefine, lo que cuestiona, lo que está en su tiempo, necesariamente debe estar al margen de la institución, ya que ésta tarda en recoger esos nuevos modos de pensar y hacer, y además, la mayoría de las veces, los solidifica convirtiéndolos en fósiles descontextualizados. Para seguir vivxs tendremos que continuar situadxs en ese lugar al límite donde los términos no se definen bajo un prisma limitador, hegemónico y jerárquico, allí donde se provoca una ruptura de categorizaciones y delimitaciones entre áreas de trabajo y conocimiento. Un lugar incómodo a veces, pero interesante siempre.

    Supongo que sí, que una habitación propia es la solución para poder seguir trabajando desde ese lugar, o más bien, muchas habitaciones propias, con pasillos que las comuniquen.

    Un abrazo pamplonica,

    Elisa

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