Ben Attia en Algeciras. Sobre “Opus nigrum” y “Opus cero”, de Ben Attia, vistas en Box Levante – Centro escénico del Estrecho, Festival SUR (Algeciras), el 29 y 30 de octubre de 2025

Ben Attia en Algeciras. Casi como quien dice Tintín en el Congo. Porque todo esto no deja de ser una aventura intrépida. En el marco del festival SUR, Ahmed Ben Attia presentó la semana pasada en esta ciudad (donde él vive actualmente), en días consecutivos, sus dos últimas obras, estrenadas antes en Madrid. La segunda de ellas, Opus cero, se presentaba los días siguientes en Chiclana y en Granada. Curiosa gira. Como curioso es su perfil. De madre catalana y padre tunecino, nacido en Granada y criado entre Granada y Tánger. Habla dariya, el dialecto árabe marroquí. Estudia Ciencias políticas en Madrid, no termina la carrera. Muy joven, en Granada, trabaja con la directora escénica Sara Molina –aunque periférica, todo un referente de las primeras hornadas del teatro independiente español–. Supongo que esa fue su escuela, porque, por lo demás, es autodidacta en cuanto a su quehacer teatral, no ha pasado por enseñanzas oficiales. Luego vive en Madrid durante algunos años. Y supongo que es su compañera y madre de sus hijos, algecireña, la que lo trajo a esta ciudad, aunque se conocieron cuando ambos vivían en Madrid. No cuento todo esto por indiscreción o por rellenar espacio, sino porque creo que su obra tiene mucho que ver con su biografía (como casi siempre, pero hay casos y casos, y este es bastante particular).

El miércoles asistimos a Opus nigrum, una acción que había presentado por primera vez hacía unas pocas semanas en el festival Free Tour de Madrid, comisariado por Carmen Aldama y Fran Weber. Una creación muy reciente. Lo primero que resuena de ese título, claro, es la novela homónima de Marguerite Yourcenar. Si buscamos en internet, la IA nos dice: “Opus nigrum tiene dos significados principales: en alquimia, se refiere a la etapa de disolución y caos necesaria para la transformación, mientras que en la novela  de Marguerite Yourcenar, simboliza la libertad de elegir y actuar en el mundo (…)”. (Recomiendo hacer la búsqueda y seguir leyendo). El texto que Ben Attia usa para promocionar la obra es, en principio, poco sugerente o poco explicativo: “Opus nigrum es un peregrinaje desde el centro de la ciudad hasta su periferia, hasta el lugar donde acaba lo humano. Justo en esa frontera es donde habitan los ascetas y los santos. Es allí donde aparecen los profetas. Donde el campo abierto pasa a ser descampado y el pasto se convierte en rastrojo; donde los caminos se desdibujan y se acumulan los escombros. Es allí donde nos dirigimos. Pero para venir hay que estar en silencio primero. Encerrarse primero un tiempo en el silencio. Y guardar el ayuno también. Sólo entonces estaremos listos”. Sin embargo, después de asistir a la acción, resulta bastante preciso. Primera pista: Ben Attia no juega a seducir al público.

La cita era a las 5 de la tarde (¡qué hora tan lorquiana!) en Boxes Alcultura, ya saben, ahí en un rincón del Puerto de Algeciras. Un día desapacible y con previsión de lluvia intensa. (En esta punta tan desabrigada de la Península lo desapacible parece aún más desapacible). Esto no estaba previsto, claro, se le sumó. Lo que estaba previsto era, al parecer, realizar la acción en un lugar a la intemperie, en el campo, a las afueras de la ciudad. Ante el pronóstico de fuertes lluvias, deciden hacerlo en otro lugar, ‘cubierto’. Así lo anuncia Ahmed cuando presenta la obra en el ambigú de los Boxes. A lo que asistiremos tiene que ver con una tradición de sanación que practican algunos pueblos del Atlas marroquí a través de la representación de los sueños. A lo que vamos a asistir es a la representación de un sueño recurrente de Ben Attia.

Nos envía una ubicación y salimos de ahí en caravana de coches. Lluvia intensa. Tráfico. Cola en una de las rotondas de salida de Algeciras, que está en obras. Obviamente, aunque en principio íbamos en caravana, nos dispersamos. Unos de Algeciras, más conocedores, otros no. El Google Maps se vuelve loco si te equivocas… Confieso, por mi parte, cierta incomodidad. ¿Es todo esto necesario? Además, Ahmed había demandado silencio en el camino, curiosa demanda, que traspasa el marco de la convención teatral. Segunda pista. (¿Le hacemos caso o no?).

Al final, casi todos llegamos al destino, unos dando más vueltas que otros, sospecho que con más o menos enojo o curiosidad. Una barriada entre descampados y carreteras en obras, con construcciones coloridas que parecerían informales (como en Latinoamérica u otros lugares, aunque seguramente aquí no sean de autoconstrucción, simplemente es como han quedado…). Un paisaje periurbano que podría ser de Lima, o de Ciudad de México, o de alguna gran ciudad del Magreb, a falta de los minaretes. En realidad, un lugar que podría ser de cualquier lugar del mundo. Pero de esos que no vemos. (¿Quiénes?). Tercera pista. Alguna obsesión debe de tener Ben Attia con lo suburbial y con lo periférico. Si lo pensamos, no es baladí. Ya solo el hecho de sacarnos de la ciudad, o más bien dicho, del centro de la ciudad. (Y una vez más, extralimitarse de las convenciones teatrales, para empezar, la espacial). La reflexión que surge es bastante evidente, pero no nos la hacemos todos los días. La mayoría de las manifestaciones culturales ocurren en los centros (ya me entienden cuando hablo de ‘centros’: grandes ciudades, o más bien, centros de las grandes ciudades, polos culturales, etc.). Y no solo ocurren en, sino que se piensan y se escriben, y se ‘espectúan’ desde ellos. Sin embargo, es evidente que la mayoría de la población mundial no habita los centros. En realidad, son muy pocos los que habitan, y cada vez menos, los centros de las grandes ciudades. Este desplazamiento (físico y real) que propone Ben Attia es ya toda una declaración de intenciones.

Ese era el paisaje (peri)urbano exterior, pero la cita era en el interior de una enorme nave (¡enorme!) de concreto y hierro, presumiblemente una antigua fábrica de metal, ahora semi en ruinas, convertida en escombrera. Desconozco el paraje exterior que Ben Attia había pensado como escenario para esta acción, pero este lugar era sobrecogedor, espectral, angustiante. Ya toda una performance en sí mismo. Le perdoné con creces (no solo yo, creo) la incomodidad de llegar hasta ahí. Insisto en la enormidad (¿un Matadero – Madrid?). Todo el suelo (lo que quedaba transitable del suelo), un barrizal. Por los agujeros de la cubierta caía el agua a chorros. El resto: escombros, materiales de derribo, montones de neumáticos usados, plásticos, sacas, objetos insospechados, basura… Reflexiones inmediatas: ¿cómo somos capaces de generar tal cantidad de residuos y de no saber qué hacer con ellos? ¡Qué invisibles que nos son! ¿Será esto legal o ilegal? Etc., etc. En un rincón del fondo, indicios de que algunas personas (migrantes, claro) viven ahí. Un par de días más tarde, una amiga algecireña, que no asistió ese día, me contaba: “no sé cómo estará ahora ese lugar, pero era ahí donde yo iba de joven a pillar”.

 Y ahí en medio, una pequeña hoguera, un árbol seco, una silla… elementos simples, pero diferentes a los de la inmensa escombrera, nos indican que ahí nos debemos dirigir. Un hombre fabrica con tablas de madera algo que podría ser un ataúd. ¿Otra de las obsesiones de Ben Attia: la muerte y sus ritos? De lo que sigue, no contaré mucho más. Algo de tosquedad y sensación de obra inacabada. Momentos muy potentes y otros que se desvanecían o alargaban demasiado (siempre dentro de la espectacularidad del lugar, y de la extrañeza, ya de por sí valiosa). Aquello recordaba a muchas cosas y al tiempo a ninguna. ¿Beckett, Artaud, un happening de los 70, Rodrigo García…? Algo de antiguo, y al tiempo, de terriblemente valiente para nuestros días. El peso de la acción lo llevan Maxi Labrador, un actor amateur que solo trabaja con Ben Attia, y el todoterreno y experimentadísimo Juan Navarro. Curioso equipo. Ambos lo dan todo, cada uno a su estilo. La acción deja una cierta sensación de desconcierto, que respira mejor al día siguiente.

Pero, ¿qué es lo que le atormenta en sueños a Ben Attia? ¿Contradicciones vitales, espirituales, culturales? (Vividas con violencia, tal vez). Agradezco que nos hable de esto. ¿Cuántos mundos caben y se pelean en su universo? Entre bromas y vinos, un amigo mío y suyo también, de la manera más afectuosa y reconocedora hacia él, me dijo: “lo que le pasa a Ahmed es que es un moro español”. Y me pareció algo de una gran trascendencia y belleza.

El día siguiente asistimos a Opus cero, ya en la caja negra de Box Levante. Una vez más, el texto de presentación es, a priori, poco esclarecedor y sugerente: “Opus cero es una entrevista de Carmen Aldama a Ibrahim Bah, Bastian Ponce y Maxi Labrador (…)”. A eso le sigue una cita de Rilke, que luego Ahmed escribe –algo alterada– en un momento álgido de la performance, con tiza en un muro: “¿Quién, si yo gritara, me oiría desde ahí arriba?”. Efectivamente, todo empieza como si fuera una serie de entrevistas. ¿Sobre qué? Pues sobre las biografías de todas esas personas / personajes, y sobre un ‘suceso’ que nunca acabaremos de saber del todo en qué consistió. A los nombres antes citados (una soberbia entrevistadora, un emigrante de Guinea Conakry, otro de Ecuador y un poeta – pastor nómada que vive en los Pirineos) hay que sumar los de Carlos Pulpón, María Moncada y el propio Ben Attia. Todos sobresalientes, perfectamente en su sitio, aportando cada uno a su manera al todo (un todo muy complicado). Y ya puestos, una iluminación adecuadísima, minimalista, bella, perfecta, de Antoine Forgeron.

Si Opus nigrum tenía un aire deslavazado, Opus cero parecía estar calculada al milímetro (aunque no lo fuera, en escénicas nunca acaba de serlo). (Por cierto, me parece un acierto programar las dos seguidas, ayuda a comprender). Opus cero genera un interés máximo desde el principio, con muchas fugas y requiebros y detalles interesantísimos, muchas rarezas muy bien superpuestas. A mi parecer, obra mayor. Aquello de la entrevista se va enrareciendo, hasta llegar a un grado de tensión máxima, y no diré mucho más. Hay violencia, pero poética también, en todo momento. Una vez más, por momentos parece que se traspasan los límites de la convención teatral. Antes hablaba de Artaud como referencia, ahora hablo de un teatro de la crueldad, real. ¿Un drama lorquiano, cien años después, con todo lo que ha cambiado el mundo, pero no tanto?

Creo que una de las cosas bellas y fuertes que nos pueden pasar, al asistir a la obra de un artista (sea plástico, literario, músico, escénico, etc.) es preguntarnos por su mundo interior. Que supongo es, al fin y al cabo, el que nos está intentando transmitir. Pues esto sucede en este caso. ¿Qué se le pasa por la cabeza y el corazón y el alma a este moro español? ¿Juega un poco al enfant terrible? Puede ser. En cualquier caso, creo que Ben Attia está en un excelente momento creativo. Irreverente y libérrimo. Con una gran mochila a la que deberíamos prestar mucha atención. No te conocía de mucho antes. Bienvenido seas. Me estás hablando.

Fernando Renjifo

 

 

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