Escribir, existir y querer

A Txalo Toloza,
como complemento a nuestro intercambio epistolar.

Las personas estaban dispuestas a irse. Las relaciones eran frágiles. A nadie le importaba, en este bochorno, lo que los demás hicieran. Las consecuencias de los actos se asumían a voluntad. Un juramento, una promesa, carecían de significación.
Rosario Castellanos

Tengo una anécdota que quiero contar porque en ella se expresa algo importante de
mi vida. Estaba dando clases en el bachillerato del pueblo donde vivo y como tenía
que ver con video, foto y celulares, naturalmente tuvimos una conversación sobre
redes sociales. En un momento, uno de los alumnos me preguntó:
⁃ ¿Cómo está en el face, profa?
⁃ No, no tengo face, pero si buscas el de mi colectivo…
⁃ ¿Tiene insta?
⁃ No. Tenía twitter pero…
⁃ Equis…
⁃ Sí, equis, pero ya no… en realidad no tengo redes sociales más que el
whatsapp…
⁃ ¿Nada, nada?
⁃ No…
⁃ Entonces usted no existe.
⁃ …
Fue un momento curioso. Hoy considero que ese comentario me provocó, además de
un difuso malestar y una risa forzada, visualizar las diversas dimensiones en que
existimos.
Cuando pienso en todo lo que desconozco al no tener redes sociales siento una
especie de culpa fugaz por mi aparente actitud de desinterés por ese mundo que ya
existe y donde pueden existir lxs otrxs. También de pronto siento pena por tener esa
desidia de adaptarme a una manera (relativamente nueva) de existir. Cuando me
encuentro con alguien, cuando salgo con amigas, cuando estamos de gira, me doy
cuenta de que las personas se mantienen al día y comparten gran parte de sus vidas
produciendo “contenido” (la verdad no sé cómo llamarlo) y consumiendo “contenidos”
(Idem) de otrxs. Saben que tal se fue al mar, que a no sé quién le pasó no sé qué,
saben sus opiniones, sus escándalos, saben cuando alguien se enfiestó y posteó
borrachx. Comparten canciones, anécdotas de tiktok, son seguidores de influencers.
Las personas viven toda una vida a través de las redes en internet, ese espacio
increíble, infinito, inimaginable, difuso y ambiguo donde se mezclan lo público y lo privado sin demasiada consciencia; ese espacio donde se habla sin límites de alegría,
amor y sufrimiento. A veces pienso que no participo porque tengo miedo: miedo a
construir personajes públicos que se salgan de control, miedo a las críticas por ser un
blanco directo e identificable, miedo a las etiquetas, miedo al escrutinio. A veces
relaciono mi evasión a las redes con la eficiencia: quizá evito tener redes sociales para
descontar otra muy probable fuga de atención en mi vida. Ninguna justificación me
satisface y a veces pienso que debería echarle más ganas para lograr entender mi
autoexilio. Por otro lado, quizá debería superar los miedos, hacer la prueba y abrirme
una cuenta… pero… ¿de qué?
Es cierto que con el hecho de usar whatsapp ya tuve asegurado un cambio
revolucionado de velocidad, una especie de vorágine laboral y vincular; un 24/7 de
ansiedad al esperar o emitir respuestas, audios, textos, llamadas, fotos, videos, pdf’s,
mensajes de amor. Hace poco más de dos años tenía el consuelo de que en la
montaña donde vivo no hubiera señal, tenía que subir a un cerro para alcanzar un poco
de las ondas que lanzan los satélites y contactarme con ese otro mundo del no
presente físico. Vivía más concentrada, pasaba más tiempo enfocada
ininterrumpidamente en una actividad. Pero la rueda está echada a andar, hoy, aunque
solo tenga un mínimo de señal, vivo la misma ansiedad que antes veía en lxs demás.
Ahí está y me pregunto ¿por qué no puedo desconectarme aunque quiera? ¿Por qué
se despierta esa sensación de pérdida? ¿Por qué de pronto siento prisa de revisar el
celular? ¿Cómo cada uno de los formatos de las redes han transformado nuestras
formas de comunicarnos? ¿Qué tan elocuente se puede ser usando el whatsapp?
¿Cuánto bien y cuánto mal nos ha hecho acostumbrarnos a comunicar nuestras
emociones a través de mensajes cortos, stickers, imágenes? ¿Cómo digerimos los
mensajes de amor, desolación, enojo, si todo se ha vuelto tan veloz? ¿En qué medida
un mensaje de whatsapp (o de cualquier otra red) nos otorga la sensación de existir?
Me pasa poco, pero de vez en cuando me preocupa mi existencia. Y entonces asumo:
escribir es una manera de existir. Manifestarse en las redes, también.
Paradójicamente escribo sobre no tener redes digitales propias, pero este texto será
publicado en redes digitales. O sea que, aunque sea de una manera parcial, existe un
personaje (¿o varios?) en redes que me representa(n). Y me remito a esta frase de
Nazareth Castellanos: “Es imposible escapar del universo que nos hospeda”.
Pero, ¿qué nos otorgan la velocidad y los mensajes cortos? ¿Qué nos quitan?
Llevo meses reflexionando sobre esto e intentando avanzar en este texto sin encontrar
cuál es el punto medular. Empecé a escribirlo un triste día en que me di cuenta de que
varias personas habían prometido (sí, prometido, qué raro) escribirme, responderme
cartas, pero no lo habían hecho. Ese mismo día miré mi buzón de mensajes de
whatsapp y fui consciente de la cantidad de mensajes cortos (flashazos, chisguetes,
migajas), de las que penden varias de mis relaciones. ¿Qué es una promesa hoy en día en que todo está aparentemente tan presente, resuelto y cercano en las redes? ¿Cómo resolvemos nuestras dudas existenciales, nuestros dolores, las molestias? ¿Podemos extrañar a alguien? ¿Con qué herramientas resolvemos la confrontación con una persona en una red social? ¿Cómo se miden el tiempo y la distancia? ¿La profundidad de nuestras reflexiones y reacciones? ¿Cómo funciona la palabra en medio del implacable devenir de imágenes que nos ofrecen las redes y el constante scroll al que sometemos a nuestra mirada e inteligencia varias veces al día?
….
Es como vivir en una tormenta constante: viento que no nos deja escuchar del todo,
llovizna que nos pega en los ojos y nos hace ver a medias, un frescor envolvente que
nos entumece el cuerpo.

En medio de la vorágine, relaciono los correos electrónicos (antes cartas escritas a
mano) con un paréntesis, con la decisión de pensar lo que se va compartir, con la
incertidumbre de si la otra persona lo recibió o no, con el tiempo y la paciencia. A casi
nadie le gusta que le escriba correos, me lo han dicho en varias ocasiones. Es como si
les obligara a poner atención a algo que ya no vale la pena. Perder un tiempo valioso
en un espacio que se relaciona más con el trabajo, con el deber. Además, si ya están
tan presentes las otras personas en las redes sociales ¿por qué sentarse a leer el
correo de alguien que no tiene la gentileza de participar de ese mundo? A veces me
siento obsoleta y pesada, la abuela indeseable del grupo.
Volteo a la montaña, esta montaña donde también pasan cosas, pero no hay nadie
aquí para registrarlas, enmarcarlas y compartirlas para que existan y hagan sentido en
aquel otro mundo que, sin tener cuerpo, es omnipresente como cualquier dios.
Imagino por ahí empezar mi cuenta de Instagram, como Lupa, un personaje marginal
que registra la montaña y todo lo que sucede en su aparente quietud. Pero no, porque
pienso que merecemos ser partícipes del misterio, porque quiero creer que el ruido
también necesita del silencio. Y todo esto me hace recordar aquel dicho chino que se
traduce como «¿Hace ruido un árbol al caer en el bosque si nadie lo escucha?”. Sobre
esto me dice la IA: “Desde un punto de vista filosófico, la pregunta se refiere a la
percepción y la existencia. Si nadie está presente para escuchar el ruido, ¿existe
realmente el sonido?”.
También pensaba en esa antigua creencia de que una fotografía nos roba el alma…
Ayer, en una comida, en una mesa redonda, en una terraza, en medio de la montaña,
un señor otomí ocultó su rostro en las ocasiones en que se intentó sacar una foto del
grupo que irremediablemente sería compartida en redes, y dimensioné lo importante
de la intimidad, del guardarse y del cuidar nuestra mirada. Antes, mucho antes, escribía cartas largas en papel. Me acuerdo de la emoción que me daba escribirlas y hacerles dibujos, adornarlas para mandárselas o dárselas a mis amigas, amigos y novios en la niñez y adolescencia. Pensar en los detalles, en qué contar, en los colores, en las fotos que metía en los sobres o las postales que compraba. Me acuerdo de caminar a la oficina de correos de Xalapa y pedir el sello, escribir las direcciones, desear que la carta no se perdiera en el camino. Pocas cosas guardo con tanto cariño como las cartas que me escribieron en esa época. Cartas de queridas amigas a las que veo cada varios años, con las que tengo breves
intercambios de mensajes cortos, o gente amada que desapareció de mi vida y no ha
contestado mis mails desde hace años. El hecho de reconocer la redacción y la letra
de las personas, el papel, el olor, los secretos y los detalles, en fin, el amor que sus
escritos contenían. ¿Qué era para nuestra vida esa manera que teníamos de expresar
el cariño? Para mí, ahora me doy cuenta, significó mucho. Y no solo para mi vida
personal, en varios procesos creativos las cartas físicas han sido elementos clave,
tanto en contenido como en la forma, en las texturas que le brindan a una obra.
….
En febrero del 2023 escribí cartas largas, pedí perdón, dije cosas lindas, reiteré mi
cariño, conté sobre mi presente a la orilla de un arroyo en la ceja de la selva profunda.
Experimenté una inspiración intensa e ineludible solo por el hecho que de que estuve
10 días aislada sin celular, sin poder hablar con nadie y de tener papel y pluma
disponibles. No entregué todas las cartas que escribí, pero de las que sí, solo una fue
correspondida. Las otras respuestas que obtuve fueron breves mensajes escritos o un
abrazo en su momento. Me inquieta mucho pensar en eso.
No sé cuál será la respuesta a las preguntas que contiene este texto que, sin entender
por qué, dejo inconcluso. No sé ni siquiera si considero bueno o malo no tener redes.
A veces pienso en dejar el whatsapp y a veces pienso en que sí sería buena idea
abrirme una cuenta en alguna de esas otras redes. Pero, al escribir estas últimas
palabras, sigo en la incertidumbre.

Luisa Pardo
Yuxaxino, abril-diciembre 2025
Cualquier aclaración, sugerencia o comentario,
favor de escribir a luisitapardo@gmail.com

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Yivi. Actuar que el mundo puede ser un lugar mejor

El Proyecto Yivi es una iniciativa de Luisa Pardo y Pedro Pizarro que inició hace unos 10 años. Fue la coincidencia de un movimiento vital, en el que deciden salir de Morelos y mudarse a vivir a la Mixteca. Al mismo tiempo fue una manera de integrarse a la comunidad a la que llegaban.

Montaron un taller en el centro de Santo Domingo Yanhuitlán para ofrecer clases gratuitas de teatro y pintura a lxs niñxs de la comunidad. En febrero de 2016, después de una breve experiencia pedagógica en el Cenformix de Nochixtlán, consiguieron hacer un intercambio para ocupar una casa perteneciente a la familia Cruz en la esquina de Allende y Porfirio Díaz, y la convirtieron en el taller Yivi. Podrían ocupar el inmueble a cambio de hacer reparaciones y mejoras en la casa.

Después pegaron carteles, lo anunciaron en los altavoces del municipio y muy pronto esa casa se convirtió en un lugar frecuente para algunxs niñxs que se volvieron habituales, también para las mamás que a veces los llevan o los recogen, se formó una pequeña sociedad: niñxs que van a pasar las tardes, perros sedientos que buscan un descanso, habitantes de Yanhuitlán que vienen a vender comida o que se acercan a hablar, a pedir consejos o a desahogarse.

El taller es una ofrenda, una “gueza”, una manera de no llegar a la fiesta con las manos vacías. De poner algo sobre la mesa, de compartirse, de enseñar lo que se sabe. Una carta de presentación. Una forma de estar.

El giro educativo

Alrededor de 2008 se comenzó a hablar del giro educativo en el mundo del arte. Muchos proyectos artísticos comenzaron a considerar la educación como una forma de hacer arte. La obra se convirtió en un espacio de aprendizaje. Programas pedagógicos que se volvieron, en muchas ocasiones, parte central de lo que se mostraba en bienales o museos. Teóricos y artistas como Luis Camnitzer, Ahmet Öğüt, Chto Delat?, Tania Bruguera, Theaster Gates, KUNCI o ruangrupa. Teóricxs y curadorxs como Luis Camnitzer o Maria Lind ayudaron a pensar y pusieron en práctica estas ideas. Libros como Creating And The educational Turn publicado por De Apple, Akademie X publicado por Phaidon entre muchos otros, las divulgaron.

Había una búsqueda de marcos de enseñanza y aprendizaje fuera de las estructuras tradicionales y una profunda necesidad de generar espacios para compartir de otras maneras y el usar la plataforma artística como un soporte para enseñar y aprender.

¿Qué es, qué hace y cómo se hace?

En Yivi se vincula a lxs niñxs con procesos artísticos que se inspiran en la práctica arquitectónica y pictórica de Pedro Pizarro y en el trabajo escénico de Lagartijas tiradas al sol. Son una serie de principios éticos y estéticos que sobrevuelan la pedagogía y gravitan hacia la creación de un arte muy ligado al contexto, al reciclaje, a la promiscuidad de ideas, a la confianza en lo arbitrario del gusto, a la disciplina, al compromiso y a la auto observación.

Tengo la impresión que en estos tiempos tenemos mucho miedo de enseñar, se oye mal decir que alguien va a enseñar algo, preferimos decir que vamos a “compartir”, como si enseñar no fuera, en el fondo, el más alto grado del compartir. Fingimos una horizontalidad inexistente por miedo a asumir una direccionalidad en la transmisión del conocimiento. Siento que hemos dejado que los malos maestros nos arrebaten la palabra. (Y así con tantas palabras). En Yivi se enseña y se aprende. Sin pena y sin eufemismos.

Pero los roles no son fijos ni innamovibles. Desde antes de Freire, sabemos que los maestros acaban aprendiendo de sus alumnos igual o más de lo que acaban enseñando y eso es parte de lo que sucede en el taller. Que lxs niñxs traen cosas que quienes damos la clase no sabemos y ellos nos enseñan. No es una metáfora, es una realidad. Aprenden quienes enseñan y enseñan lxs que aprenden.

El taller no sólo pretende enseñar las disciplinas: pintura, teatro, arquitectura y cine. Busca mostrar a lxs niñxs que el arte puede reflejar su vida cotidiana en formas que que otros espacios de convivencia no pueden, que así como para Luisa y Pedro, el arte puede ser una manera de vivir.

Yivi asume desde un inicio su falta de método. Pero, creo, que asumir ese no saber es necesario para aprender y para enseñar. Es una especie de escuela que genera conocimiento experimental. Se enseñan algunas cosas, se aprenden otras, pero sobre todo se forma un espacio en el que se comparte vida. Nunca se trata de pasar de A a B.

Contexto

Yanhuitlán es un pueblo muy antiguo, rico en historia y tradiciones. Desde tiempos prehispánicos fue un centro muy importante dentro de la región Mixteca. Tan es así que en el siglo XVI los dominicos construyeron un convento inmenso que hoy sigue siendo un atractivo turístico importante. Como en muchos pueblos oaxaqueños, las fiestas organizan y determinan el calendario. Fiestas que muchas veces contienen elementos de una teatralidad muy elaborada: máscaras, muñecos, disfraces, chilolos, procesiones, representaciones, misas y demás son habituales para los habitantes del pueblo. El teatro y la danza están integrados a la fiesta.

Aun así no hay un edificio teatral, el más cercano está en la ciudad de Oaxaca, a más de una hora en carretera. La ausencia del Estado, como garante del acceso a las manifestaciones artísticas contemporáneas, provoca que estas queden en manos del capital. La televisión, las plataformas y demás negocios son quienes acaban moldeando la percepción de lo que es el arte más allá de la tradición, sus límites y alcances.

Yivi busca proveer un espacio, un tiempo y un contexto para que lxs niñxs de Yanhuitlán puedan explorar formas de sensibilidad ligadas a las prácticas artísticas que no están supeditadas a la tradición de su pueblo ni a los designios del capital.

La convicción de que lo que nos importa a nosotrxs les puede interesar a nuestros vecinos.

Proyectos

Yivi tiene dos momentos. Uno donde se imparten clases y otro donde se desarrollan proyectos. El cambio de status de lxs niñxs de alumnxs a creadorxs es la piedra de toque del mecanismo en el taller. Un cambio en el que se asume que los roles no son fijos ni definitivos, se evidencia que alguien puede enseñar en un momento y aprender en otro. Que el “saber” es un estado contingente y no un escalón al que se accede.

Es mucho lo que se ha hecho en Yivi. Además de las clases hemos hecho varias películas cortas: “7 mono” sobre el último cacique de Yanhuitlán. “Yutata´ti/Spieglein” que fue una co producción con LE STUDIO Film und Bühne de Viena y un intercambio con niñxs de allá. ”La historia del Yucuate” un cortometraje sobre el incendio de el cerro del cacahuate.
También hemos hecho obras de teatro: “Alina” que fue la contraparte de un proyecto que hicimos con estudiantes de CalArts. “Las fiestas patrias” una pequeña puesta en escena que criticaba los vicios de ciertas actitudes de lxs habitantes de Yanhuitlán, “La Pastorela”,
“Noti Yanhui”, “Los superheroes”, entre otros

Los proyectos se han presentado tanto en Yanhuitlán como fuera del pueblo. Durante estos años hemos realizado varias giras con lxs niñxs y sus mamás que les acompañan. En tres ocasiones a la Ciudad de México, a Guelatao y en una a la ciudad de Oaxaca. Yivi se ha presentado en el Centro Cultural España, Ex Teresa Arte Actual, Centro Cultural Universitario UNAM, Museo Carrillo Gil, Cine Too en Guelatao, entre varios espacios más.

Esas giras han permitido compartirles nuestros espacios de trabajo habituales: teatros, museos, y centros culturales. Además de que en cada gira se procura hacer un programa para ir a ver exposiciones, cines, teatros y la ciudad.

Luisa ha presentado el proyecto Yivi en forma de conferencia o activación en el Fusebox de Austin y en La Favorita en Asturias, en el MUAC, UNAM, en el Primer Encuentro de Escuelas de Arte UDLAP.

Estos proyectos han recibido apoyo de algunas instituciones: Municipio de Yanhuitlán, Festival Ambulante, Patronato de Arte Contemporáneo, Cátedra Bergman UNAM, Universidad de Oklahoma, Oaxaca Cine, Cine Too, La buena impresión, Ibomex, CalArts, etc.

Yivi son lxs niñxs que han pasado por Yivi: Eduardo (Yayo) Jimenez Cruz, Aranza Jimenez Cruz, Ximena Camarillo, América Jimena, Melissa Paz, Amara Paz, Stalin Aquino, Balam Aquino, Sebastián Reyes, Jacqueline Cruz, Adrián Cruz, Samantha Cruz, María Victoria Mayoral, Bruno Montiel, Luis Ángel Osorio, Donaji Cabrera, Alexa Surel, Denise Amelco, Rebquita y Nachito, Tanek, Karen Vázquez, Viany Ojeda, Alexa y Axel Sampedro, Uriel y Jearim Santos, Karla Amelco, Ariza González, Kenia, Sharon y Ani Bautista, entre otrxs.

Arte y educación

Siempre hay una tensión cuando las prácticas artísticas se desprenden del sistema de valores del arte mismo y se desplazan hacia los terrenos del activismo o el trabajo social. Cuando buscan convertirse en una herramienta para servir propósitos que desbordan el campo del arte. Surgen preguntas: ¿Cuál es el impacto real de tal o cual proyecto? ¿Incide en la realidad de manera concreta o se mantiene en el terreno de lo simbólico?

La legítima desazón que nos produce el mundo en el que vivimos por sus injusticias sistémicas y su inequidad, nos hacen querer actuar e incidir en la construcción de un mundo mejor. Así se ha intentado que el arte y sus instituciones actúen como contrapesos de lo que consideramos que no funciona en la sociedad. Hemos visto museos que se transforman en guarderías, galerías en comedores, teatros en tribunales etc.

Los modelos y estrategias que usan los proyectos artísticos que buscan un impacto verificable en la realidad son muchos y muy variados. Los hay más simplones y más sofisticados. Pero, la inmensa mayoría de ellos comparten una especie de “imperativo moral”, una suerte de denominación de origen: estar haciendo un bien a la sociedad.

Podría parecer que cualquier proyecto de este tipo es en sí mismo emancipador pero no hay nada inherente que por sí mismo los vuelva progresistas. Trabajar con la realidad y más allá de las intenciones quienes los crean puede ser: reaccionario, colonialista, inútil, ingenuo.

¿Qué le da el signo político a un proyecto artístico? ¿Cómo diferenciamos entre lo que creen que hacen y lo que realmente están haciendo?

Gratuidad

En un mundo en el que casi todo está mediado por el dinero, Yivi se sostiene como un proyecto al margen de esos intercambios. Nadie paga y nadie cobra. Es una inversión: de tiempo, de esfuerzo, de dinero. Es obvio que un taller así se sostiene de otros trabajos. Pero eso es lo que mantiene el carácter del proyecto, su excepcionalidad. Es un lujo que nos damos quienes participamos. La absoluta convicción de que a quienes la suerte nos permitió tener acceso a la práctica artística, tenemos la responsabilidad de compartirla, de esparcirla.

El dinero que se consigue en Yivi (pequeñas becas o modestos apoyos) se usa para pagar los transportes y los hospedajes de lxs talleristas. Y cuando es tiempo de hacer un proyecto, las mamás de lxs niñxs organizan rondas en las que nos reciben a comer en sus casas.

Somos muchxs lxs talleristas que hemos formado parte de Yivi. En mayor o menor medida, hemos pasado por ahí: Toztli Abril de Dios, Esthel Vogrig, Marcela Flores, Chantal Peñalosa, Sara Vanhee, Luis Jurado, Fernando Aceves, Macarena Hernández, y yo entre otrxs. Además de todas esas personas que se sumaron de inicio en talleres, fiestas de recaudación y donaciones: Eduardo Pizarro, Paulina Parlange, Nadia Lartigue, Carlos Gamboa, Alejandra España, Alejandra Moffat, Carlos López Tavera, Lucia Uribe, Fernanda Pardo, Emiliano Urteaga, Corine Montes, Guillermina Fuentes, Luna Marán, Mariana Villegas, Lupita Valenzuela, Julie Ward, Stephanie Janaina, Itzel Martinez del Canizo, etc, etc, etc.

Como lxs maestrxs y talleristas somos de otras partes, se crea un lugar de encuentro con adultos que viven de otras maneras, que piensan otras cosas. Se construyen otros referentes.
Lxs niñxs se hacen conscientes de las particularidades de su territorio, de su historia, y de su manera de ser. Nos asomamos a su mundo y también creamos las condiciones para que se asomen al nuestro. El espacio se ha vuelto el marco para tener las más variadas conversaciones sobre la justicia, el futuro, el machismo, el sentido de la vida, el miedo, el género y las lenguas originarias.

A lxs talleristas, Yivi nos plantea la pregunta ¿Cuál es el campo de acción de una obra artística, dónde empieza, y dónde termina el rol del artista?

Paso del tiempo

La continuidad en el tiempo es lo que da solidez a la propuesta y lo que hace que la comunidad tome en serio la iniciativa.

En Yivi, a diferencia de muchos proyectos en los que participo, los procesos son igual o más importantes que los resultados. Y eso se dice mucho y suena bien, pero aquí es en serio: no importa tanto cómo quedan las cosas, ni que las obras sean lo mejor posibles. Lo que sí es indispensable es que los procesos sean lo más coherentes posibles. Que lxs niñxs aprendan cosas que desconocían y que los resultados sean el reflejo más fiel a lo que se trabajó.

La convivencia intergeneracional es crucial en Yivi. Muchas diferentes experiencias conviviendo en un mismo espacio sin una secuencial edad. La persona que lleva 10 años en el taller trabaja codo a codo con la que acaba de entrar. Igual que hay niñas de 8 y jóvenes de 20. No hay grados, un solo grupo.

Hace unos meses, en el proyecto de “La historia del Yucuate”, Yayo, uno de lxs alumnxs más antiguos del taller, tuvo la responsabilidad de coordinar una parte importante del guión de la película. Se quedó a cargo del grupo y, durante varias sesiones, fue encauzando las ideas hasta que se plasmaron en un guión. Ahí se cumplió un ciclo y sobre todo se perfiló una aspiración: Yivi como un espacio de artistas, enseñando a artistas.

También se alterna el rol de alumnos y profesionales. Pedro Pizarro ha pintado todos los telones que hemos usado durante los últimos 10 años en los proyectos de Lagartijas tiradas al sol. Todos se han producido en el taller y en la inmensa mayoría con la participación de niñxs que ya venían tomando clases. Lxs alumnxs más experimentados acaban siendo contratados con un sueldo para participar en nuestros proyectos profesionales.

Esto quiere decir que así como nosotrxs participamos en los proyectos de ellxs, también ellxs acaban metiendo mano en nuestros procesos. En los de Lagartijas así como en los proyectos arquitectónicos y pictóricos de Pedro.

Las cosas han cambiado mucho en estos años, la pandemia trastocó la manera en la que los niñxs viven. Cuando la educación se volvió “en línea” lxs niñxs necesitaron un celular para tomar clases. Fue algo que llegó para quedarse. El alcance de lo virtual en un pueblo como Yanhuitlán se aceleró exponencialmente. Transformó lo que pensábamos que era la vida en un pueblo. Lxs niñxs se juntan cada vez menos en el espacio físico y muchas de sus interacciones se mudaron al mundo virtual.
Parte de la importancia de Yivi, hoy, tiene que ver con proveer un espacio físico en el que lxs niñxs se pueden encontrar fuera de la escuela

Al momento

Ningún proyecto artístico y cultural es fácil. Yivi es insistencia. Y la insistencia implica fe. Creer en que las cosas tienen sentido, en que vale la pena empezar desde cero una vez más. En que vale la pena poner la energía otra vez. Insitir a pesar de saber las limitaciones propias, las limitaciones del proyecto.

Pero como dijo el sabio: más vale un proyecto hecho que mil pensados. Hay algo heroico en tener una idea y llevarla acabo. No es un gran proyecto con grandes instituciones, no aspira a serlo. Se opera desde lo sencillo, desde lo cotidiano. Desde lo que se puede hacer aquí y ahora.
El taller se ha ido consolidando pero, al igual que en Lagartijas tiradas al sol, hemos practicado activamente la resistencia al crecimiento. No caer en la lógica de querer abarcar más, que más grande siempre es mejor. Tenemos la certeza de que la independencia y las características de algunos proyectos sólo se pueden conservar conteniendo el crecimiento, manteniendo su tamaño.

Después de 10 años no romantizo la vida en el pueblo, pero si reconozco que Yanhuitlán, Yuxaxino y las demás comunidades a las que nos hemos acercado, también nos han mostrado nuestras carencias: los lazos comunitarios tan sólidos, la cultura asamblearia, la certeza de pertenencia a un cuerpo social, el saberse parte de unas tradiciones concretas… Es algo de lo que yo por lo menos, carezco en la ciudad. En mi edificio no nos enteramos ni de los velorios de nuestros vecinos. He y hemos aprendido mucho durante estos años.

Estas prácticas enfocadas en el proceso y situadas en una comunidad muy específica, acaban formando una micro sociedad. El impacto del taller es parecido a cuando tiramos una piedra en un lago. El primer círculo es la gente que estamos directamente involucrados maestrxs y alumnxs, pero los demás círculos son menos obvios pero no menos importantes. Las familias y amigos de quienes participamos en el taller, y eventualmente, y de manera muy sutil, el pueblo todo.

En última instancia Yivi es una obra de arte. Parte de la convicción, sin necesidad de mostrarla, de que el arte es necesario.
Yo agradezco enormemente el espacio que me recuerda que sí hay que dar paso sin huarache. Que el mundo se puede vivir no solo en la creación de lo propio sino en la generosidad de dar tiempo, vida, espacio y conocimiento para lxs demás.

El Proyecto Yivi es una voluntad y una afirmación: la voluntad de transformar el mundo a partir de articular formas de solidaridad y la afirmación de que la pedagogía artística es una de ellas.

Lázaro G. Rodríguez

 

 

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¿Por qué se nos está muriendo tanta gente?

 
Este texto no trata del genocidio que es el símbolo de la muerte en nuestro tiempo. Tampoco habla de los asesinatos en México, que desde hace una década rondan los treinta mil por año. No es sobre Sudán y la insoportable crueldad de esa guerra encarnizada que nadie mira y a nadie le importa. Es sobre algo más modesto y más privado, algo más quien sabe como.

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Desde hace semanas, en México, se abrió una puerta al Mictlán. Cuando nos dimos cuenta, muchxs ya no estaban aquí, se habían ido al inframundo. Al lugar del descanso eterno, al reino de Mictlantecuhtli y Mictlancihuatl.

Algo pasó que empezó a morir gente. Todxs más o menos contemporáneos míos. Algunas más cercanas que otros. Pero todos próximos. Amigos o amigas de amigos. Gente “de la cultura”.

Rosita, Gándara, Fabiola, Calera, Huemantzin , Mosca, Ariadnalí…

Se han ido muchxs en muy poco tiempo. Las muertes duelen y también asustan, todxs hemos pensado que nosotrxs podríamos ser los siguientes. Ver morir a nuestros contemporáneos nos recuerda que todo este circo se nos puede acabar hoy o mañana. Que la vida es prestada y dura un ratito, un suspiro, 5 minutos.

Enterarnos de estas muertes nos confronta con el valor de estar aquí y ahora. Nos permite separar lo importante de lo accesorio. Nos ayuda a poner en perspectiva nuestros dramas cotidianos, que al final no son tan importantes. Nunca son tan importantes.

Se de cierto que muchxs de quienes se fueron se querían quedar, querían vivir más y no pudieron. Se les reventó el cuerpo y se les escapó la vida. No pudieron aferrarse. Dejaron muchas cosas inconclusas. Algunas dejaron hijos, y eso inevitablemente me recuerda como hace años mi Mamá me dejó a mí.

¿Cuándo se va a cerrar esa puerta? ¿Ya estuvo bueno, no? ¿Cuándo van a volver las cosas a la “normalidad”, la muerte a su ritmo y las cosas a estar en paz? ¿O será que éste es el nuevo ritmo, la nueva normalidad?
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Ayer me enteré de tu muerte. Te vi en un post de Instagram. Estás mirando a la cámara. Escrita en la esquina inferior derecha tu fecha de nacimiento, un guión y la fecha de hoy.

Te conocí poco. Coincidimos en una película, dos días. Tu eras actriz y yo actor. Teníamos papeles pequeños. Casi prescindibles. Eras muy amable y también bonita. No puedo decir mucho más.

Me contaste que tenías un hijo ¿o dos? Me dijiste que habías hecho una película “importante” ¿Bardo? Y pude intuir que confiabas en que eso te ayudaría a trabajar más. Creo que no hemos hablado lo suficiente sobre las ilusiones de las actrices y los actores, las distancias entre lo que soñamos y lo que vivimos, entre el querer y el poder.

Me hablaste del teatro que hacías y hablamos de Ray con mucho cariño.
Nos seguimos en Instagram y ahí te veía de vez en cuando. Te vi más ahí que en la vida. Mucho más. En las redes que cada vez son más la vida. Ese habitar en el celular de otrxs.

¿Qué se hace en instagram con la gente que muere? ¿Les dejamos de seguir? ¿Cerramos sus perfiles? ¿Las ponemos un moño negro para que queda claro que el cuerpo de las fotos ya no tiene su correlato en el mundo de los vivos?

Cuentan que cuando las personas usaban agendas telefónicas de papel, tachaban el número y el nombre de quienes morían.

¿Cómo tachamos a la gente en nuestro celular? ¿Habría que inventar un gesto análogo? ¿Habría que inventar un servicio funerario virtual? ¿Rituales que nos ayuden a transitar en la red el camino de la vida a la muerte? ¿Funerales? ¿Panteones? ¿Plañideras?

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La muerte es un tabú en la sociedad en la que nací y crecí. Todo eso de que en México convivimos con la muerte y que las claveras y las fiestas y James Bond, no son, desde mi experiencia, más que ideas folklóricas que no tienen relación con la vida de millones de personas que habitamos el valle de México.

En donde yo vivo no sabemos hablar de la muerte y no sabemos como sobrellevar la enfermedad. Nos asustan tanto que no las nombramos. Pensamos que si no las pensamos no se nos van a aparecer.

Salvo honrosas excepciones la gente se muere como puede y donde puede. Sin planes, ni rituales, ni leyes que ayuden o orienten a quienes tienen que sobrellevar esos procesos. No sabemos cuidar enfermos hasta que hay que cuidarlos, tampoco  sabemos quien sí sabe.

¿Dónde quedó ese tiempo en que la sociedad transmitía el conocimiento de unxs a otrxs, de generación en generación? ¿A dónde se fueron las abuelas que acompañaban el transito de la vida a la muerte? ¿Cuando se chingó el país? ¿Cómo llegamos a una sociedad en la que no sabemos ni morirnos?

Vivimos en descampado, en el desamparo. Comiéndonos las uñas cuando escuchamos la palabra cáncer. Esa maldición que nos sobrevuela a todxs, esa lotería envenenada. Esa enfermedad que es también una metáfora tan obvia y burda… tan literal.

Pensar en nuestra muerte. Hablar sobre la muerte. Elaborar la muerte. Mirar la muerte. Sostenerle la mirada.

Mi abuela Esperanza, en su fiesta de 95 años, con toda la familia presente tomó el micrófono y dijo: hagan todo lo posible por no llegar vivos a los 95 años.

Hace unas semanas un micrófono que se quedó encendido nos permitió escuchar a Xi Jinping hablando con Putin sobre vivir 150 años a base de transplantes de órganos.
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¿A dónde se va la gente que se muere? ¿Después de esto hay algo o no hay nada? ¿Que nos enseñan los muertos a los vivos? ¿Los muertos siguen deseando? ¿Qué esperan de nosotrxs?

Varios amigos me han contado que han estado soñando con quienes han muerto recientemente. Les visitan en la noche y ellxs lo cuentan en la mañana.

Siguen rondando. No nos dejan solos. Se resisten al olvido. Y supongo que algo tenemos que hacer con esas muertes. Tenemos que encontrar maneras de honrar esas vidas que no pudieron seguir siendo vividas. Cada quien encontrará su forma de relacionarse con quienes habitan el Mictlán.

El arte siempre ha tenido que ver con pelearle a la muerte, coquetear con la trascendencia y confiar en el futuro. Crear es, en el fondo, decir aquí hubo alguien, es hacer algo que es nuestro pero está afuera de nosotrxs. Nuestra intimidad a la intemperie, ese confiar en que las cosas que sentimos pueden ser significativas para alguien más. Ese reconocernos parte de la humanidad.

En un mundo fuera de quicio, en un país plagado de muertos y desaparecidos, sin grandes esperanzas ni relatos que nos salven, tal vez apostar por el arte, es decir por la afirmación de que la vida merece ser vivida, sea una manera de agarrar valor para mirar lo que nos aterra. Tal vez ahí encontremos algún consuelo frente a la angustia y la ansiedad. Hospitalidad. Excitación frente al hastío. Consuelo frente a la barbarie. Re encantamiento hacia este vivir que nunca debemos dar por hecho. Y sí, suena cursi, pero es lo que siento, esto es lo que hay.

¿Por qué se nos está muriendo tanta gente? Quién sabe… pero mientras buscamos respuestas ojalá que se angoste el portal para que no se nos vaya tanta. Ojalá que nuestra vida sea, entre muchas otras cosas, un honrar a quienes se fueron antes, a quienes en algún momento vamos a alcanzar, en el Mictlán.

 

Lázaro G. Rodríguez

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¿Es odio esto que siento por Israel?

 

(Este texto lo escribí hace un mes… y en el fondo, es tan poco lo que ha cambiado la situación… Es la toma dos de un texto anterior)

¿El odio puede ser un sentimiento legítimo? ¿Odiar a alguien o a algo implica necesariamente desearle el mal? ¿Es cierto eso de que el odio sólo genera más odio? ¿Cómo puedo sentir algo mejor de lo que siento? ¿Me puedo convencer de sentir algo que no me nace? ¿No fue exactamente el odio el que nos trajo hasta aquí? ¿Por qué siento esto que siento?

La pregunta que me impulsó a escribir este texto es muy simple ¿es odio lo que siento por  el Estado de Israel? Durante los últimos 22 meses hemos pasado demasiadas horas viendo un genocidio en la pantalla de nuestro celular. El desproporcionado uso de la fuerza contra civiles desarmados, la destrucción de casas, hospitales, universidades, comercios… todo. Vimos tantos videos que nos mostraron el horror: gente llorando, gente herida, gente muerta. Una región desesperada. Ojos vaciados, plegarias, gritos y clamores al cielo.

El genocidio en nuestros tiempos es, para quienes lo atestiguamos, la omnipresencia de la impotencia. Millones de personas nos convertimos en la imagen misma de la parálisis. El abismo entre lo que queremos y lo que podemos. Nos dolemos a nuestra manera, nos desbordamos de sentimientos que no podemos expresar más que acariciando suavemente la superficie del celular.

22 meses sintiendo enojo, indignación, desasosiego. Es tanto el desamparo, la tristeza y la rabia, la desesperación por querer que prive el sentido común, el respeto a la vida. Pero no pasa nada… pasan los días, los meses y los años y no pasa nada.

No quiero odiar a un país. No quiero caer en las generalidades. No quiero sentir esto que siento…  pero lo siento. Israel me produce un rechazo terrible, por la crueldad infinita con que han destruido la vida de tantas familias y la instrumentalización de todo lo que está a su paso para justificar actos de expansión y muerte.

¿Qué es esto que siento?

¿QUIÉN LE DIO EL PODER A QUIEN GOBIERNA?

Es común escuchar que el pueblo no es el gobierno, la idea sería condenar a los gobernantes y quitar responsabilidad a la población. Pero me parece que las cosas no son tan sencillas, ni los límites tan claros y después de 22 meses de barbarie hay algo de salida fácil en esa opción.

Israel nos ha repetido una y otra vez que es la única democracia de Medio Oriente, así que podemos pensar que una parte significativa de la población aprueba las acciones de su gobierno. Y lo que es más duro de aceptar es que el odio y la retórica de deshumanización hacia lxs palestinxs está muy normalizada entre la población israelí. Tik tokers como @hamzahpali se han dedicado a mostrar la opinión de muchos ciudadanos de a pie. Escucharles es devastador. En Israel la ocupación de los territorios palestinos se ha naturalizado. Las humillaciones diarias a los palestinos se han normalizado. Y la indiferencia, cuando no el apoyo, de una parte importante de la ciudadanía israelí ante la ocupación ha sido decisiva.

También es bien sabido que hay miles y miles y miles de israelíes que se han manifestado contra el gobierno y la persona que lo encabeza. Pero esas manifestaciones no han conseguido extenderse y cohesionar un movimiento de oposición (después del 7 de octubre de 2023). La mayoría laica y la minoría ultraortodoxa han cedido terreno político frente a los sectores nacionalistas religiosos, que han transformado al país en un Estado racista e intolerante. Un proyecto populista con una deriva autoritaria, que lxs israelíes escogieron y han sido incapaces de deponer, con un liderazgo corrupto que ha debilitado sus instituciones y contrapesos democráticos (empezando por el poder judicial). Un grupo dispuesto a todo por no dejar el poder, ni permitir que su primer ministro vaya a juicio.

OJO POR CODO Y PIERNA POR DIENTE

Hay una especie de sentido común que nos hace pensar que las cosas se deben juzgar en relación, que nuestras acciones se evalúan no por lo que son en sí, sino en relación a lo que las provocó. Generalmente pensamos que gritarle a alguien que nos grita está justificado, que insultar a quien nos insulta es una reacción lógica. Pensamos que cierta reciprocidad y cierta proporcionalidad en las acciones es lo adecuado. Si nos tratan bien estamos “obligados” a tratar bien, si nos tratan mal se justifica que tratemos mal. En el fondo es la idea del ojo por ojo y el diente por diente.

Pero podríamos salir de esa lógica y pensar en las cosas por lo que son en sí mismas. Hay acciones que debemos condenar siempre, sin detenernos a pensar en el contexto: ninguna milicia de ningún tipo, bajo ninguna circunstancia, tiene derecho ni legitimidad para atacar a civiles desarmados. Nadie tiene ese derecho, nada justifica esa acción.
Ninguna ofensa anterior, nunca, ni bajo ninguna circunstancia, justifica ni justificará el asesinar a niñxs. Necesitamos fijar los límites de lo aceptable, dejar de hacernos bolas y coincidir en que hay acciones que siempre están mal. Vengan de donde vengan.

Los crímenes de Israel en los territorios ocupados durante más de 50 años no justifican la brutalidad del ataque de Hamás el 7 de octubre. Pienso que tenemos que condenar con firmeza esa terrible agresión y demandar el regreso de los rehenes con vida. Tampoco el 7 de octubre justificará nunca y de ninguna manera lo que Israel ha hecho después.

¿PODEMOS ESTAR DE ACUERDO EN ALGO?

Algunos números:

Más de 58 000 personas han sido asesinadas en Gaza desde el 7 de octubre de 2023.
Más de 18 000 niñxs han muerto asesinadxs en Gaza desde el 7 de octubre de 2023.
Se investigan los casos de 168 niñxs palestinxs asesinadxs por el ejército israelí con disparos en la cabeza o el pecho.
Se han registrado 137 ataques contra instalaciones médicas desde el 7 de octubre de 2023.
Más de 1 000 profesionales de la salud han muerto asesinados desde el 7 de octubre de 2023.
Entre 184 y 228 periodistas han sido asesinadas en Gaza desde el 7 de octubre de 2023.
Al menos 8 trabajadores de Médicos Sin Fronteras asesinadxs desde el 7 de octubre de 2023.
Todas las universidades de la Franja de Gaza han sido gravemente dañadas o destruidas.

Un Estado que presume a los cuatro vientos su tecnología militar y la preparación de su ejército ha matado a 18 000 niñxs. 18 000 niñxs. 18 000 niñxs. 18 000 niñxs. 18 000 niñxs. ¿18 000 errores?
Durante meses hemos escuchado mentiras de los gobernantes de Israel que han violado todos los tratados internacionales mientras imponen un cerco informativo que impide a los medios extranjeros reportar desde el terreno. ¿Por qué no permiten a los medios informar desde Gaza? ¿Qué quieren esconder? ¿No que eran una democracia? Pero aún así, vimos el video del convoy en el que quince trabajadores humanitarios fueron masacrados por el ejército israelí. También hemos visto las imágenes de los hospitales bombardeados, de las escuelas destruidas, de familias abandonando sus hogares una y otra vez, mujeres enterrando a sus muertos. Vimos las imágenes de los camiones con ayuda humanitaria detenidos en las fronteras. Vimos que no sólo bloquearon el ingreso de ayuda humanitaria provocando deliberadamente hambruna, sino que además desoyeron a las agencias internacionales que sí saben cómo distribuirla. Vimos al ejército Israelí disparar a civiles desarmados que buscaban comida.
Eso han hecho. Eso son. Todos lo vemos.
ANTISEMITISMO

Casi todas las críticas a Israel son atajadas usando la carta del antisemitismo. Creo que nadie niega que esa pulsión haya existido y aún exista. Pero estamos hablando de otra cosa. No es posible que no se pueda criticar a un Estado sin que se nos acuse de discurso de odio hacia la identidad de una comunidad.
El rechazo a las políticas de Israel no se basa en ningún factor étnico ni religioso, es una animadversión política.

En los judíos hay posturas diversas. Personas religiosas y no religiosas, sionistas y anti sionistas, progresistas y conservadoras, etc. El Estado israelí no representa ni honra esa pluralidad y muy por el contrario busca amalgamar e igualar la identidad judía con la israelí.
Ahora bien, Israel no es el único Estado que agrede y somete a pueblos vecinos o a minorías en su propio país. También siento un rechazo inmenso por el gobierno chino cuando veo lo que hacen a lxs musulmanxs en los campos de “re educación”. Siento rechazo por Marruecos y su represión a lxs sharahuis. Por Saudi y sus asesinatos de civiles en Yemen. Siento un rechazo enorme por Myanmar y el genocidio que perpetraron contra los rohingya. Por Turquía contra lxs kurdos… y tantos más. En todos los casos siento una profunda indignación por los crímenes cometidos por los gobiernos y también por lxs ciudadanxs que lxs apoyan, ignoran o minimizan. Pero ¿soy islamófobo por criticar y condenar que hayan asesinado al periodista en el consulado?
EL HOLOCAUSTO

Primo Levi dijo que si Dios existiera, Auschwitz no podría haber existido. El exterminio perpetrado por los nazis en contra de 6 millones de judíos (a los que hay que sumar a los gitanos, eslavos, comunistas, homosexuales, discapacitados, etc.) es el paradigma de la maldad en nuestras sociedades. Hoy volvemos a dudar de la existencia de Dios, por otras razones.

Después del horror del Holocausto, se dijo: “Nunca más”. La frase se volvió un compromiso moral, una advertencia, un conjuro. Creímos que la humanidad no volvería a tolerar el exterminio, el odio racial convertido en política de Estado, la deshumanización como plan programático. Se escribieron tratados y se fundaron organismos internacionales, se proclamaron convenciones y tribunales. Una arquitectura jurídica y diplomática que prometía vigilar y prevenir. Pero no fue así.

Las instituciones creadas para impedir el horror se han mostrado incapaces de detenerlo.
La cobardía de las naciones para frenar lo que está pasando es infame. Israel ha hecho lo que ha querido, apoyado por Estados Unidos y varios países europeos. Tolerado por los países árabes y por casi todos los demás. Una tolerancia que ya es complicidad.

Israel comete un genocidio porque puede hacerlo, porque están convencidos de que no existe fuerza alguna que pueda detenerlos. Y mientras no desafiemos la actual configuración geopolítica, incluyendo la capacidad de veto de EUA en el Consejo de Seguridad de la ONU, seguiremos atestiguando el horror. Israel ha ignorado a los organismos internacionales una y otra vez, que han calificado de genocidio lo que ocurre en Gaza y que consideran a Netanyahu un criminal de guerra.

Hay dolores que nos hacen mejores y dolores que nos hacen peores. El dolor de la población en Gaza nos hace peores a todxs porque constata el fracaso de un mundo que quisimos construir.

NARRATIVA VICTIMISTA

Israel es el más claro ejemplo de cómo un sufrimiento real cristalizó en una identidad, y esa identidad configuró una “narrativa victimista” que pretende blindar a ese Estado  contra cualquier crítica posible y justificar las acciones más viles. Una retórica que se atribuye un estatus de excepción y se da permiso para hacer en el presente y en el futuro cualquier cosa. Como si el sufrimiento del pasado fuera una exención de responsabilidad para el porvenir.

 Por eso cuando veo a Israel hablar en la ONU y acusar al régimen iraní de tener “manchadas las manos de sangre”, me quedo sin palabras…  porque efectivamente el régimen iraní tiene las manos sucias (basta que pensemos en las protestas de 2022), pero la acusación la hizo el representante de un Estado que había asesinado en ese entonces a 17 000 niñxs palestinxs. Pero los perpetradores de estos crímenes no lo ven y eso hace la retórica victimista: ciega a quien la esgrime.
La “narrativa victimista” justifica cualquier acción, por la violencia sufrida en el pasado (sea el holocausto o los rehenes) y nos ha llevado al extremo absurdo en el que nos encontramos: un genocidio donde el perpetrador se asume víctima.
De ahora en adelante los israelíes tendrán que acostumbrarse a pronunciar diferente la palabra genocidio. No solo con dolor, sino ahora también con vergüenza. Porque Israel ya no es solo el heredero de una memoria trágica, sino el perpetrador de un crimen que esa memoria juró no repetir.
NO PONGAS PALABRAS EN MI BOCA

“Ordené un cerco total sobre la Franja de Gaza. No habrá electricidad, no habrá comida, ni combustible. Todo está cerrado. Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia.”

Yoav Gallant, Ministro de Defensa de Israel. Octubre 2023
“Estoy orgullosa de las ruinas de Gaza. Que cada bebé, incluso dentro de 80 años, cuente a sus nietos lo que los judíos hicieron: ni una paloma, solo una espada — para cortar la cabeza de Sinwar.”

May Golan, Ministra para la Igualdad Social y de la Mujer. Febrero de 2024

“Nadie nos permitirá causar que dos millones de civiles mueran de hambre, aunque podría estar justificado y ser moral hasta que regresen nuestros rehenes”

Bezalel Smotrich, Ministro de Finanzas de Israel. Agosto 2024

“Cualquiera mayor de cuatro años es un simpatizante de Hamás… solo los menores de cuatro pueden considerarse niños”

Rami Igra, ex funcionario del Mossad. Febrero 2024
“No podemos permitir que mujeres y niños se acerquen a la frontera… cualquiera que se acerque debe recibir un balazo en la cabeza”

Itamar Ben‑Gvir, Ministro de Seguridad Nacional de Israel. Febrero 2024

Israel vivirá, producto de sus acciones, en un mundo que le será cada vez más hostil. Soñaron con un Estado que fuera un hogar y acabaron construyendo una fortaleza. Pero un búnker no es una casa. Israel es un Estado que está escribiendo uno de los episodios más aberrantes en la historia de la humanidad.

¿Cómo piensan que van a vivir después de hacer lo que han hecho, lo que siguen haciendo?

¿QUÉ ES ESTO QUE SIENTO?

La pregunta que me impulsó a escribir este texto es muy simple ¿es odio lo que siento por el Estado de Israel? Y la respuesta es no. El odio exige una voluntad de aniquilación que no reconozco en mí. No deseo que desaparezca ese país, ni que eliminen a sus ciudadanos. El odio quiere borrar, eliminar, suprimir… y ese no es mi sentir.

No siento odio hacia el Estado de Israel. Siento otras cosas: desprecio, asco, indignación, resentimiento.

Desprecio ante su arrogancia y su crueldad. Asco ante la sistemática deshumanización de la otredad y su instrumentalización del sufrimiento del pasado. Indignación por las familias desplazadas, la hambruna provocada, lxs civiles asesinadxs, los hospitales destruidos, los asentamientos ilegales, el cerco informativo y lo demás. Resentimiento por lo que hicieron al pueblo palestino y porque convirtieron el mundo en un lugar peor para todxs.
No odio a Israel, ni quiero su destrucción, pero sí el fin de su impunidad.
Quiero que se acabe este horror que están perpetrando y que después se haga justicia.
Quiero que se acabe este horror que están perpetrando y que después se haga justicia.
Quiero que se acabe este horror que están perpetrando y que después se haga justicia.

También quisiera dejar de sentir que “nosotros” no podemos hacer nada para incidir en el mundo. Dejar de sentir que nuestra agencia es mínima y que el mundo es de “otros”. Dejar de sentir que sólo actuamos en el terreno de lo simbólico, que aunque importante, no es suficiente. Dejar de sentir que estamos condenados a conformarnos con acciones paliativas, curitas sobre la hemorragia, historias que sólo ven nuestros “seguidores”, gritos bajo el agua. Dejar de sentir que no soñamos con construir un mundo más justo, que si acaso aspiramos a que este no se rompa del todo: que pare el genocidio y que los nuevos fascismos no se lleven lo que nos queda. Dejar de sentir que lo único que nos queda es apoyar las causas que consideramos justas, ese terrible “sentirnos bien porque nos sentimos mal”.

Lázaro G. Rodríguez

 

Este texto fue criticado amablemente por María Minera, Sergio López Vigueras y Luisa Pardo, a quienes agradezco su paciencia y sus ideas.

 

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La violencia de las víctimas

 

Tú no sabes, no puedes saber, no te puedes ni imaginar cuanto sufrí. Tengo el derecho a protegerme y el deber de evitarme nuevos sufrimientos. Como sufrí me quiero defender, aunque eso implique causar daño. Porque a mí me importa mi dolor, más que ningún otro, es lo natural. Para mí, mi experiencia es la que vale y voy a usar mi poder para legitimar mi versión. Las razones del otro que me dañó no me incumben, ni sus deseos, ni sus aspiraciones. En el fondo no me importan, no valen, no cuentan, no existen. Si es a costa de mi dolor, ese otro no debe ser reconocido, ni mirado, ni escuchado. Solo yo, yo, yo, yo, yo, yo, yo y yo. Nada importa más que mi dolor y… mi venganza.

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Hace varios años hice una performance sobre las víctimas en el mundo del arte a las que llamé las “víctimas profesionales” (https://somosreclamos.com/la-victima-profesional/).
Siempre me interesó la figura de la víctima. Pero a la luz de lo que estamos viviendo hoy me parece ineludible volver a pensar la categoría y preguntarnos cómo está operando en nuestras sociedades, la forma en que lo que llamaré, la “narrativa victimista” ha posibilitado un giro terrible: que las víctimas se conviertan en victimarios.

Simplificando un poco, podemos decir que el estado de Israel es el producto concreto de una de las mayores aberraciones que ha cometido la humanidad: el holocausto. El exterminio perpetrado por los nazis en contra de 6 millones de judíos (a los que hay que sumar a los gitanos, eslavos, comunistas, homosexuales, discapacitados etc.) es el paradigma de la maldad en nuestras sociedades y bajo ninguna circunstancia debe ser minimizado. Nadie debe tampoco matizar la desproporcionada violencia con la que Israel ha destruido Gaza y asesinado sistemáticamente a civiles, ni la infinita e ilegal crueldad de tener a un pueblo pasando hambre y sed, sin darle acceso a la ayuda humanitaria necesaria. Nadie debe soslayar que ese Estado ha ignorado a los organismos internacionales que han calificado de genocidio lo que ocurre en Gaza y a Netanyahu como criminal de guerra. Israel ha hecho lo que ha querido, apoyado por Estados Unidos y varios países europeos. Tolerado por los países árabes y por casi todos los demás.

Israel es el más claro ejemplo de cómo un sufrimiento real cristalizó en una identidad, y esa identidad configuró una “narrativa victimista” que pretende blindar a ese Estado  contra cualquier crítica posible y justificar las acciones más viles. Una retórica que se atribuye un status de excepción y se da permiso para hacer en el presente y en el futuro cualquier cosa. Como si el sufrimiento del pasado fuera una exención de responsabilidad para el porvenir.

Por eso cuando veo a Israel hablar en la ONU y acusar al régimen iraní de tener “manchadas las manos de sangre”… me quedo sin palabras…  porque efectivamente el regimen iraní tiene las manos sucias (basta que pensemos en las protestas de 2022), pero la acusación la hace el representante de un Estado que ha matado a 17 000 niños. 17 000 niños. 17 000 niños. 17 000 niños en menos de dos años. Además de 1500 médicxs, 200 periodistas, 350 trabajadorxs humanitarios, etc. Pero los perpetradores de estos crímenes no lo ven y eso hace la retórica victimista: ciega a quien la esgrime.

“Nadie nos permitirá causar que dos millones de civiles mueran de hambre, aunque podría estar justificado y ser moral hasta que regresen nuestros rehenes”

 
Bezalel Smotrich, Ministro de Finanzas de Israel. Agosto 2024

 


“Cualquiera mayor de cuatro años es un simpatizante de Hamas… solo los menores de cuatro pueden considerarse niños”

 
Rami Igra, ex funcionario del Mossad. Febrero 2024

 

“No podemos permitir que mujeres y niños se acerquen a la frontera… cualquiera que se acerque debe recibir un balazo en la cabeza”

 Itamar Ben‑Gvir, Ministro de Seguridad Nacional de Israel. Febrero 2024

 

La “narrativa victimista” justifica cualquier acción, por la violencia sufrida en el pasado (sea el holocausto o los rehenes) y nos ha llevado al extremo absurdo en el que nos encontramos: un genocidio donde el perpetrador se asume víctima.

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En esta segunda parte voy a comparar peras con manzanas, voy a cambiar de escala y a intentar desarrollar cómo la “narrativa victimsta” opera cada vez más ampliamente en la sociedad (en individuos, instituciones, colectivos, etc) y ha contribuido a crear un clima en el que a partir del agravio padecido (real o imaginario) se justifica la violencia. Esta violencia se expresa normalmente en la pulsión de eliminar (real o metafóricamente) a quien me hizo sufrir. Desaparecer, borrar, expulsar a quien o quienes causaron el daño.

No todas las personas que han sufrido agravio se inscriben en la “narrativa víctimista” (De hecho casi siempre las víctimas directas quieren dejar de serlo, buscan reparación y no necesariamente venganza, las madres buscadoras son el ejemplo más cercano que tenemos de eso). Ser víctima de una violencia no vuelve a alguien automáticamente participe de esa retórica, ésta aparece cuando el hecho de haber sufrido una violencia pasa de ser un estado contingente a una identidad y se vale del sufrimiento pasado como justificación para ejercer violencia.

Sucede en las izquierdas y las derechas, en gobiernos y en particulares, en público y en privado. Es un aire de nuestro tiempo que consagra el lugar de la víctima como el espacio de enunciación legítimo por antonomasia y cuando este lugar se construye desde la “narrativa victimista”, no solo tiene un peso importante sino que además blinda contra la rendición de cuentas.

Entonces erigirse como víctima se vuelve algo deseable y ya sabemos que todo lo que se desea se falsifica. Y como no hay ninguna instancia que diferencie entre víctimas reales y víctimas falsas, ni los diferentes grises que esta escala tiene…. pues proliferan: víctimas países, víctimas presidentes, víctimas históricas, víctimas despechadas, víctimas deportivas, víctimas pobres, víctimas ricas, víctimas de infancia, víctimas de las circunstancias, víctimas del poder, víctimas artísticas, víctimas golpeadoras,  víctimas de la moda, víctimas de las víctimas… y así.

Milei se dice víctima de “la casta” y habla así de quienes no piensan como el:
A los zurdos no les podés dar ni un milímetro, porque si les das un milímetro te pasan por encima. No hay que dejarlos crecer. Hay que aplastarlos.

Donald Trump asume que el sistema oprime a los americanos blancos y arremete contra los inmigrantes:
¿Por qué tenemos a toda esta gente de países de mierda viniendo aquí? (…) Vamos a sacar a todos esos criminales ilegales, uno por uno, rápido.

Mujeres que se saben víctimas de los hombres:
Cada vez que algo me sale mal, recuerdo que un hombre tuvo que ver. Literalmente todo lo malo que me ha pasado viene de ahí. #menaretrash.

Hombres que se sienten víctimas de las mujeres:
Si tú no tienes dinero, estatus o músculos, no existes para ellas. La mejor decisión que un hombre puede tomar es alejarse de las mujeres. #MGTOW (Men Going Their Own Way)

Mujeres cis se asumen víctimas de las mujeres trans:
Los hombres con vestido nunca serán mujeres. Nos costó décadas tener espacios solo para mujeres. Ahora cualquiera que ‘se identifique’ como tal puede entrar. Nos están borrando.

Los votantes de izquierda se sienten ultrajados por los de derecha:
En este momento estoy deseando un cáncer lento y doloroso al 55% de mis compatriotas que votaron con la cabeza llena de odio.

Y así podríamos seguir con todas las oposiciones que se nos ocurran. Un ciclo en el que alguien se siente agraviado y su respuesta implica (de manera real o metafórica) la “aniquilación” de quien “ultrajó”. La lógica de las redes sociales llevada a todas las esferas de la vida: si alguien me incomoda lo bloqueo, lo reporto, lo borro, lo desaparezco.

No se trata de obviar las violencias ni de no denunciarlas, ni de callar frente a las opresiones sistémicas que han sucedido y siguen operando en la sociedad, simplemente  hay que evitar la espiral discursiva a la que la “narrativa victimista” nos orilla, porque una vez que asumo esa retórica lo siguiente es construir categorías fijas. Convertimos a nuestros adversarios en enemigos, en figuras que pueden ser definidas con una palabra: zurdo, racista, puta, homófobo, populista, acosador, liberal, fascista, feminazi, corrupto, incel, violento. Una palabra que basta para definir a alguien y volverlo indeseable. Para colocarlo en una cesta, para zanjar la discusión.

La retórica victimista se niega a mostrar contradicciones, ambigüedades o complejidades. Frente a ella todxs sabemos que tenemos que sentir y que tenemos que pensar. No hay espacio para el matiz. Parte de asumir que cualquier conflicto conlleva un abuso. Pero la verdad es que esto no es así. Tener un problema con alguien no nos convierte automáticamente en víctimas. Pero casi todas las disputas de hoy derivan en la creación de una víctima y un victimario: desde un presidente al que critican los medios, el termino de un contrato laboral, una pareja que pone fin a su relación o una maestra que reprende a un alumno.

La “narrativa victimista” no es nueva, no es que antes viviéramos un tiempo en el que los conflictos se gestionaban de manera adecuada, simplemente como (casi) todo se ha ido exacerbando con el tiempo y con el internet.

Pero, es importante aclarar que, esta retórica no la inventaron las víctimas, sino que la construimos todxs quienes estamos alrededor. Nuestra indulgencia con quienes han sufrido, nuestra necesidad de compensarles, nuestras buenas intenciones, hacen que las víctimas capitalicen la culpa y la conviertan en status. Nuestra incapacidad de acompañar el dolor que alguien ha sufrido sin colocarle en un lugar de excepción. Nuestra torpeza social, el paternalismo disfrazado de empatía, es lo que no nos permite contener el sufrimiento ajeno. Tenemos que aprender a lidiar con el dolor de lxs demás. Acompañarlo, amortiguarlo. No mirarlo con lástima sino con respeto. Porque la lástima nos quita agencia, nos genera culpa, nos ata de manos y nos imposibilita exigir responsabilidad de sus actos a quien ha sufrido tanto como a quien no.

Si queremos seguir viviendo juntxs, tenemos que atajar la “narrativa victimista”, porque es un callejón sin salida. Es injusta por naturaleza. El mundo al que nos lleva es uno invivible: dividido, ensimismado y lleno de rencor. Es violencia disfrazada de auto cuidado. Porque en el fondo, la enorme polarización que se vive en nuestras sociedades solo refleja el pequeño Israel que llevamos dentro.

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Nosotros no sabemos, no podemos saber, no podemos ni imaginar cuánto sufrió. Creemos que tiene el derecho y el deber de evitarse nuevos sufrimientos. Como sufrió, puede defenderse, aunque eso implique causar daño. Porque lo que le importa es su dolor, más que ningún otro. Se cuida. Para él, su experiencia es la que vale y va a usar su poder para legitimar su versión. Las razones del otro no le incumben, ni sus deseos, ni sus aspiraciones. En el fondo no le importan, no valen, no cuentan, no existen. Si es a costa de su dolor, ese otro no debe ser reconocido, ni mirado, ni escuchado. Solo él, él, él, él, él, él, él y él. Nada importa más que su dolor… y su venganza.

Lázaro G. Rodríguez

Este texto se terminó de escribir el 9 de julio, en rebote con Matías Rodríguez, Marina Azahua, Luisa Pardo y María Minera.

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Lo contrario del bien, no es el mal, lo contrario del bien son las buenas intenciones

Llevábamos mucho tiempo fuera… mucho. Pero hemos vuelto. Así que estaremos por acá compartiendo inquietudes y desvelos. Polémicas y chismes. Un poco de lo que nos pasa al otro lado del océano, que es lo mismo pero no es igual.

 

Atravesamos un momento confuso en un mundo convulso.

El genocidio que Israel comete en Gaza, la invasión de Rusia a Ucrania, chat gpt y la inteligencia artificial, la posverdad, el Congo, Sudán, Somalia, Myanmar, Haití, Estados Unidos atacando Yemen, tiktok y la dictadura de Bukele erigiéndose como modelo para algunos incautos. Elon Musk y la promesa de Marte y las dictaduras de izquierda y los partidos de ultraderecha que crecen en tantos lugares. China y el nuevo orden mundial.

Mientras que aquí un gobierno auto celebratorio auto proclama una transformación radical, pero son tantos los casos que nos abruman: Izaguirre, y el rancho San Fernando, Allende, Ayotzinapa, Tlatlaya, las fosas, el velorio, el anexo y Zacatecas y el culiacanazo y nos podríamos pasar aquí toda la tarde enumerando horrores.
Nos hemos acostumbrado a que cada estado tenga grupos de madres buscadoras, ¿en qué momento se nos hizo habitual combinar los sustantivos “madre y buscadora”?, lo hemos normalizado como hemos normalizado que en nuestras redes sociales aparezcan fichas de búsqueda de muchachas y muchachos. Mientras rogamos para que no seamos nosotrxs los siguientes que veamos ahí a un familiar, un amigo, una hija.

Cuando volteo a verme a mi y a mis cercanos nos siento desorientados y no es solo por la falta de un proyecto político programático o el desencanto que se posa sobre las utopías de ayer. No es solo el lugar común de que antes había en qué creer y que un futuro mejor se intuía en el horizonte. No es solo que los sueños se hayan ido transformando en pesadillas: el comunismo, la revolución cubana y la nicaragüense, las primaveras árabes y el socialismo del siglo XXI. No es solo que otros proyectos se hayan ido deslavando hasta palidecer: la transición democrática, la democracia liberal como ideal de convivencia o el orden mundial regido por instituciones multilaterales. No es solo el colapso de ciertos ideales sino la imposibilidad de orientarnos en un mundo cada vez más difícil de asir.

Y es frente a esta realidad y el brillo de nuestra pantalla, que nos invade una sensación de angustia, en la que la confianza en el mañana se desdibuja. El futuro pasa de ser una promesa a una amenaza. Nos invade un extraña nostalgia por el pasado. La sensación de que lo peor está por venir, que todo tiempo futuro será peor.

Ante un futuro que es una amenaza  inevitablemente nos volvemos conservadores. La voluntad de cambiar el mundo, se convierte en un afán por conservar lo que tenemos: ciertas instituciones, algunos presupuestos, determinados valores. Y la crisis climática que ha desplazado el signo de la palabra cambio, pues pasó de ser algo positivo (había que cambiar la sociedad, la política, el mundo,) ha ser algo algo que hay que evitar a toda costa. Detener el cambio.

Miedo al mañana. Miedo. Vivir con miedo.

Y las preguntas  ¿Qué podemos desde el arte? ¿Qué queremos?

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Las prácticas artísticas no tienen un signo político claro, no son emancipadoras por naturaleza. Las hay de derechas y de izquierdas. Coercitivas, anti derechos, reaccionarias y emancipadoras. El arte no es algo en sí mismo, es nuestra responsabilidad darle un sentido, una dirección.

Voy a hablar desde y sobre un campo de lo artístico limitado que es en el que se enmarca mi trabajo y que José Antonio Sánchez aglutinó bajo el nombre prácticas de lo real. (Y que mal resumiendo se refiere a una serie de creaciones artísticas que toman como punto de partida eventos de la realidad problematizando su escenificación).

Para mi hay una diferencia fundamental entre el arte y el activismo. En mi experiencia el activismo parte de una convicción. Cuando apoyo una causa como la despenalización del aborto, tengo una certeza de qué es lo correcto y  no me interesa escuchar los argumentos que se dan en contra… no me interesa sentarme con los «provida» para ver si cambio lo que pienso. El activismo necesita certezas. Algunas certezas.

La tradición artística en la que yo me inserto, parte de lo contrario. Tanto como creador como espectador lo que busco es desestabilizar lo que pienso, dar espacio a la incertidumbre a la duda, a la paradoja… busco cambiar de opinión.

Por que aunque el arte decida emparejar sus fines con los del activismo o el periodismo sus medios son distintos. Y eso hace que habitemos espacios diferentes en la sociedad.

En México el periodismo indudablemente es una amenaza para el poder, Artículo 19 reportó 162 periodistas asesinados entre el año 2000 y el 2023. Y aunque en el país existen obras artísticas que hablan sobre eventos políticos con nombres y apellidos, son muy pocos los casos de artistas que hayan sido amenazados por el contenido de su obra. ¿Por qué si hablamos sobre lo mismo que los periodistas es raro que se considere al arte una amenaza? Una respuesta es que el periodismo llega a más personas. Pero eso no es necesariamente así, muchas de las periodistas asesinadas reporteaban en medios locales, canales de Facebook o similares, es decir que no necesariamente llegaban a audiencias masivas. No es una cuestión de escala es una cuestión de enfoque.
En la actualidad, que yo sepa, en ningún lugar se mata a los artistas como a los periodistas o a los activistas. Y en todo caso, qué bueno que no sea así. Creo que podemos coincidir en que la relevancia del arte no se mide en su capacidad de amenazar a los poderosos, tiene otro potencial… lo difícil es definir cuál es.

El arte, como todo, está plagado de lugares comunes, de frases que de tanto repetirlas han ido perdiendo su significado. Durante décadas las dos ideas más recurrentes para justificar el arte que habla sobre lo real han sido: visibilizar y sensibilizar.

Hace unos días me encontré en YouTube a gusgri, un hombre que tiene un canal de entrevistas muy exitoso. Entre sus muchos videos, hay uno del 7 de noviembre de 2024 que se llama: Fui a una entrevista de trabajo y terminé en manos del CJNG. Para el día 12 de marzo, el video tenía 5 687 880 visualizaciones. En la entrevista el muchacho habla con detalle de lo que estamos discutiendo hoy.  Gusgri le dio visibilidad a una historia frente a casi 6 millones de personas. ¿Qué creemos que la visibilidad puede en un mundo en el que no paramos de ver cosas? ¿Qué queremos que haga el público con eso que le mostramos?

Por su parte la idea de “sensibilizar” sobre eventos concretos a través del arte, es tan ambigua que para mi es difícil de aprehender (con h). El teatro en su versión más ingenua y naive, busca que nos conmovamos, insertando la realidad en estructuras dramáticas archiconocidas. Esa la manera en la que las plataformas (Netflix, Amazon etc) han hecho de eventos reales, series que hacen parte de su catálogo de olvido. Esa indignación empaquetada que nos hace sentir que cumplimos con algo. Que estamos del lado de los buenos. La indignación tranquilizadora. La ingenuidad que cree que hacer llorar a los espectadores es un valor, cuando es exactamente lo mismo que ha buscado siempre cualquier telenovela. Y así nos va.

Y está siempre el riesgo de predicar al coro y de condenar lo condenable frente a personas que ya lo condenaban desde antes, de obviar a nuestros interlocutores y de crear espacios de consenso y palmadas en la espalda y buena ondita y sentir que hacemos algo sin saber exactamente qué.

¿Qué podemos desde el arte? ¿Qué queremos?

Pero no soy pesimista, confío plenamente en el arte, que en su mejor cara, hace algo que ninguna otra disciplina puede: inaugurar una manera de mirar la realidad, amplificar la complejidad de una situación, reelaborar nuestra experiencia en el mundo y ver de manera distinta lo que creíamos que conocíamos.

Cuando Milo Rau hace Congo tribunal y escenifica los juicios que no se han dado en la realidad con las personas reales, cuando Lola Arias pone en escena a veteranos de la guerra de las Malvinas argentinios e ingleses para que nos cuentan aquel conflicto, cuando Rimini Protokol pone en un teatro a una muestra representativa de la ciudad, cuando La Resentida re elabora la memoria petrificada del golpe del 73, cuando Samira Elagoz enmarca su violación en un experimento que realizó para salir con gente en craiglist, cuando Jaha Koo hace del kimchi el signo de su extranjería, Cuando Roger Bernat sienta a Hamlet en el banquillo de los acusados y lo juzga con abogados reales y el código penal vigente, cuando Anacarsis Ramos explora con su madre el historial de los empleos (de ella) desde el punto de vista de alguien cuyo trabajo es su sueño sin dejar de ser precario, cuando Renzo Martens les dice a los congoleses  que su pobreza es su mayor recurso en Enjoy Poverty o Angélica Lidell asumiendo como propia la responsabilidad de la masacre en el  Bataclán. Shaday Larios inventando una manera de mirar Acapulco a través de ínfimos residuos, Carolina Bianchi tomando en escena  la droga que en Brasil se conoce como la del abuso en su Cinderella y tantas más…

¿De qué depende que una obra me permita re pensar la realidad o no? No lo se.

Mi hipótesis (insegura) es que para conseguirlo el arte se tiene que preocupar, sobre todo, por el arte y sus medios de expresión. Ningún proyecto artístico puede soslayar el diálogo con la tradición que la enmarca, del quijote a debí tirar más fotos o de la Batalla de Argelia a la batalla de Orgrave. Lo ineludible para el arte es construir un andamiaje formal que permita a la obra posicionarse en relación a el arte mismo. Y cuando lo hace el arte tiene la posibilidad de vehicular muchas otras cosas, de traducir las intenciones en algo que pueda ser compartido con otrxs y así  generar un correlato entre la motivación y su expresión. Y en esa operación, y en el mejor de los casos de generar un sentimiento de confianza en quien lo experimenta. Confianza en la vida y eso no depende del contenido ni de las buenas intenciones sino de la combinación de inteligencia, sensibilidad y valor que implica inaugurar o re imaginar un ángulo para relacionarnos con la realidad. El arte tiene la capacidad de recordarnos que el mundo no está cerrado y que la realidad se puede transformar.

 

Lázaro G. Rodríguez

 

(Estas ideas las puse juntas por invitación de María Minera a una mesa dentro de un coloquio, sobre violencia y arte en la UNAM)

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Montserrat XIX

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Conversación entre Gabino y Ana Livia del 20/6/2011:

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-Déjala tranquila. Se murió. No gastes tiempo ni dinero. Usa tu viaje para pasarlo bien. Para visitar amigos que están vivos.

-No creo que esté muerta.

– Peor entonces ¿Nunca no has contestado el teléfono porque simplemente no quieres hablar, no quieres ver a nadie?

– Sí.

– ¿Te gustaría que te buscaran si no quisieras que te encontraran?

– Depende.

– Esa es un fantasía y es muy poderosa, creer que uno puede intervenir, ayudar. Los que se quieren matar, porque perderse como lo hizo tu mamá es una suerte de suicidio social si es que no se mató y punto, lo van a hacer si o si. Que un amigo o familiar intervenga y detenga una decisión tan personal es una falacia. A lo más retrasan una decisión. La decisión final, la decisión real, la toma otra persona. Tu mamá se mató, aunque no se haya matado.

– no creo yo creo que está viva.

Para todos los efectos se mató porque desapareció de los otros. ¿Te ha escrito? ¿Ha mantenido una relación secreta contigo, por escrito o por teléfono, a espaldas de su familia? Es algo que sucede. Yo soy el único lazo que tiene una prima mía con su familia. Pero ella cortó con cualquiera que conozca a alguien que conoce a alguien. Tu mamá no me parece una figura romántica, sino enferma. El tipo de gente que arrastra y hiere a otros

– ¿No sabemos que le habrá tocado?

– A todos nos pasan cosas, a todos nos han hecho cosas. Montserrat dejó de estar. Si se mató porque no pudo más, ojalá que descanse en paz. Respeto la decisión. Si está viva pero “lejos”, escondida, creo que está mal o, al menos, que todo le salió mal. Es como matarse y seguir viva.

Si está muerta y la encuentras , capaz que hasta es peor. La idea de que este viva se terminará, lo mismo que la esperanza.

– Pero la duda, la angustia, terminará.

– Tu familia no está angustiada, a lo más tiene curiosidad, que no es lo mismo. El más interesado en todo esto eres tu y, sé sincero, te atrae la historia, el personaje. Que este viva o muerta, te afecta, pero no tanto. Vas a seguir vivo. Tu vida nunca se ha congelado o se ha vuelto intolerable por la incertidumbre. Lo que tu necesitas es un final para tu historia. Cualquiera de las dos, este viva o muerta es un final. ¿Sí o no?

– Si.

– ¿Viste? Te conozco: todo esto es para ti una historia. Y la quieres vivir, está bien, pero todo esto tiene que ver contigo.

[…]

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12 comentarios

Montserrat XVIII

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Uno se puede perder de muchas maneras estando a plena luz,

pero perderse de verdad,

quemar las naves,

desaparecer, es otra cosa.

Huir.

Escapar.

Mi madre se perdió, pero se perdió de verdad.

Es, dentro de todo un acto de gran valentía o todo lo contrario.

No lo sé,

no lo he hecho,

no lo haré.

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Montserrat XVII

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En 1989 Montserrat Lines Molina, mi madre, se esfumó de la faz de la tierra, desde la ciudad de méxico, lejos de su natal San José, Costa Rica. Simplemente no la vimos más. Un día salió de la casa rumbo a su trabajo y no volvió.

Todos hicieron cosas por buscarla, mi Padre, aunque ya estaban divorciados, sus amigos y su familia. No apareció en ninguna morgue, ni en ningún hospital, ni con la policía. Nadie llamó para pedir rescate.

Yo no me enteré de mucho, tenía 6 años.

Desde entonces no hemos vuelto a saber de ella.

Desde entonces está desaparecida.

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Montserrat XVI

01.

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Descubrir lo que fue a través del proyecto

Inventar lo que fue a través del proyecto.

Entender lo que soy a partir de mi mamá.

Imaginar lo que seré a partir de mi mamá.

Recuperar alguna imagen de mi mamá.

Ingeniar otra imagen de mi mamá.

Acercarme a mi mamá por medio de la investigación.

Aproximarme a mi por medio de la investigación.

¿Quién fue Montserrat y quién soy yo?

¿Quién quiero que sea Montserrat y quién quiero ser yo?

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