La Mutant apuesta en diciembre por la experimentación

Diciembre ofrecerá un cierre de año lleno de citas con la creación experimental. El 3 de diciembre, sube a las tablas, en colaboración con Escalante, La Mula con su poema escénico ‘Thauma’, centrado en la capacidad de maravillarse y quedarnos suspendidos en un terreno poético que no tiene ni finalidad, ni conclusión, ni cierre.

El día 6 de diciembre, La Mutant recupera, en colaboración con la plataforma IF Barcelona y el centro de creación La Caldera, una pieza de creación colectiva emblemática que se remonta a 2009, ‘Blue’, cocreada por Juan Domínguez junto a Luis Miguel Felix, Maria Jerez, Arantxa Martínez, Naiara Mendioroz y Emilio Tomé.

El teatro municipal del Graó complementa esta representación con un estreno de Domínguez, un coreógrafo y performer reconocido internacionalmente, cuyas propuestas tienen siempre un fuerte tono conceptual, a partir del cual, y con imaginación desatada, trabaja con especial foco en el tratamiento del concepto de tiempo, el trabajo del lenguaje, la teatralidad y la relación con el público. De esta manera, y como ya ha sucedido en otras temporadas, La Mutant apuesta por profundizar en el trabajo de los artistas facilitando que el público pueda disfrutar de varias piezas.

Los días 12 y 13 de diciembre, acercará su instalación performativa ‘Dirty’, que se centra en el trabajo con arcilla, explorando su maleabilidad y su capacidad para grabar nuestras huellas táctiles. Se genera una escultura entre todos.

También proponen una instalación performativa el colectivo NYAMNYAM, que los días 19 y 20 de diciembre hacen convivir la ficción especulativa, la música en directo, la poética y la danza en ‘Cinemática’.

Por último, ya el año que viene, en enero de 2026, Mutant Oberta volverá a abrir sus puertas a centros educativos, fomentando la interacción entre estudiantes y artistas para consolidar vínculos entre educación y creación escénica.

“La Mutant se vuelca en generar sinergias con centros educativos cuya docencia guarda relación con las artes escénicas y las artes vivas. La Mutant quiere abrir este espacio necesario, no únicamente con carácter instrumental, sino como una forma de generar enlaces”, explica Tatiana Clavel.

Thauma de La Mula | 03 diciembre 2025

Premio Teatre Barcelona 2024 al Mejor espectáculo de escena híbrida. Premio Max 2025 al mejor diseño de espacio y videoescena per a Víctor Peralta.

La obra es un poema escénico completamente visual y sin diálogo, centrado en la sorpresa y en la capacidad de maravillar al público. Esta pieza crea un terreno poético donde se confunden arriba y abajo, fondo y figura, lo grande y lo pequeño, ofreciendo diferentes maneras de ver lo mismo. De hecho, el título, ‘Thauma’, proviene de un término griego que significa sorpresa, asombro, acto de maravillarse.

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Blue de Juan Domínguez | 06 diciembre 2025

El coreógrafo Juan Domínguez en “Blue trabaja con el lenguaje y juega con la realidad proponiendo al espectador la responsabilidad narrativa de la obra, obteniendo una creación en la que se eliminan las jerarquías y se crean nuevos contextos.

Un trabajo que experimenta e investiga a través de la lengua, el cuerpo, el movimiento, el público y los intérpretes.

«…en el transcurso de la pieza se invierten las relaciones entre realidad y ficción: la ficción deviene estado real de experimentación mientras que la realidad se introduce en la ficción como representación. Y esto se consigue a partir de una suerte de inserción del tiempo en el cuerpo de les espectadores. La aspiración de ‘BLUE’: hacer que el tiempo devenga un verbo capaz de transformar nuestra percepción física.»

Con Luis Miguel Felix, Maria Jerez, Arantxa Martínez, Julia Rodríguez, Emilio Tomé.

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Dirty de Juan Domínguez | 12 y 13 diciembre 2025

Una instalación performativa que se centra en el trabajo con arcilla, explorando su maleabilidad y su capacidad para grabar nuestras huellas táctiles. Los participantes intervienen en el proceso de modelado sin resultados predefinidos ni conocimientos técnicos, dentro de un paisaje auditivo dinámico. ‘Dirty’ ralentiza el ritmo de interacción, fomentando una relación más reflexiva con el tiempo, el trabajo y la presencia, animando a los participantes a plantearse qué tocan cuando escuchan y que escuchan cuando tocan.

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Motors de creació sobre els processos de creació 2025 – APDCV | 14 diciembre 2025

Un proyecto de la APDCV que fomenta la divulgación de los procesos de creación en danza a través la investigación. Dos artistas valencianas trabajan con otras artistas, explorando con un grupo interesado en la temática los procesos de creación de las artistas valencianas. Las parejas este año son: Elena Córdoba con Núria Crespo y Lara Brown con Marta Sofía Gallego.

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Cinemática de nyamnyam | 19 y 20 diciembre 2025

Una pieza arqueológica que especula en torno a los oficios y actividades que ya no podemos recordar o que quizá aún no existen. Una instalación performativa que se centra en la genealogía del (los) movimiento(s) desde perspectivas que incorporan lo coreográfico, espacial, musical, relacional, social y sobrenatural.

Cinemática es también «una síntesis notable de los movimientos del trabajo y la vida cotidiana», una teoría desarrollada por Raymond Duncan, hermano de la bailarina Isadora Duncan, a principios del siglo XX. Desde una aproximación crítica y no epistemológica, se ha llevado a cabo una investigación de largo recorrido que resignifica este legado.

Cinemática es un espacio intermedio entre el público y los performers, donde lo instalativo toma forma a través de la ficción especulativa, la música en directo, la poética y la danza.

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Entrevista a Rosana Sánchez y Elena Carvajal

El 19 de noviembre, en La Mutant, Rosana Sánchez y Elena Carvajal presentan respectivamente Las Chachis llevan trajes de colores y zapatos inclinados y I was told not to make eye contact with Tom Cruise, dentro de una programación de La Mutant que también traerá a la sala de València los últimos trabajos de Los Detectives (14 de noviembre), Serrucho (22 de noviembre) y Núria Crespo (28 y 29 de noviembre).

Entrevistamos a Rosana Sánchez (parte del colectivo rosanayaris) y a Elena Carvajal para que nos cuenten más sobre sus respectivos trabajos, que se presentarán juntos en una única sesión dentro del marco de Zona Grisa.

Rosana Sánchez en el taller de escultura de XImo Ortega aprendiendo a tornear péndulos

Tu trabajo en solitario o en el colectivo rosanayaris está en un territorio liminal entre las artes vivas, las artes visuales, el arte conceptual, el arte de acción y otras nomenclaturas posibles para describir una práctica singular, con un particular sentido del humor, centrada en el vínculo y la creación de situaciones. ¿Qué supone para ti una invitación a trabajar en un teatro y en solitario?

Rosana Sánchez: Estoy encantada, aunque es un doble compromiso, por hacer algo sola y por hacer algo en un teatro. Últimamente intento hacer cosas sola, y todo el rato me equivoco. Me confronto conmigo misma, es un proceso psicológico.

¿Cómo describirías tu práctica personal durante los últimos años?

Rosana Sánchez: Lo que me ha estado pasando los últimos cinco años tiene que ver con que caí enferma. Todo este tiempo, el proceso ha sido el de encontrarme a mí misma para poder recuperarme y salir de aquel estado. Esto empezó cuando vivíamos en Atenas, llegó el Covid y volvimos a mi pueblo, a casa, un espacio donde yo estaba segura, para poder ir saliendo de donde había comido. Vivimos en un pueblo de 200 habitantes donde la población es principalmente de personas mayores. Crecí en otro pueblo de la Vega Baja del Segura, donde pasaba mucho tiempo con mi abuela, por lo que tengo mucha relación con la gente mayor.

En el proceso de intentar ponerme bien, volví a establecer relación con las mujeres mayores, con las curanderas de los pueblos. Iba a hablar mucho tiempo con ellas, y decidí que ese conocimiento no se perdiera. Así que lo que he estado haciendo estos últimos tiempos es encontrarme con ellas una vez al año para que me vayan transmitiendo sus conocimientos. Desde sacarte el mal de ojo hasta colocarte los riñones con cañas o quitar verrugas. Ese es mi nuevo currículum, aunque todavía no sabía bien qué hacer con ello. Pero mientras iba viendo qué me pasaba a mí, había mucho del sentido de la vida y de dónde me situaba yo. Era muy trascendental todo y, aunque los amigos sabían qué estaba haciendo, solo lo había practicado conmigo.

El año pasado presentaste Caldo de huesos también en La Mutant, ¿cómo fue aquel trabajo?

Rosana Sánchez: En estas me llamó Tatiana Clavel, directora de La Mutant, y me propuso que fuera e hiciera algo, tal cual. Todas estas cuestiones de las que hablaba me sirven entonces como metodología de trabajo fruto de la investigación al preguntarme cómo se pueden poner en práctica. Así nació el Caldo de huesos que hicimos el año pasado en La Mutant. Mi tía me enseñó a matar una gallina, que fue con la que hicimos el caldo para ese día. Mi abuela lo hacía cuando yo era niña y andaba por ahí. Fue como reencontrarme con mis abuelas. Luego hicimos una sesión de antigimnasia. En estos contextos pasan cosas personales. Por eso yo no quiero que se hagan fotografías. Quien viene se lo lleva.

¿Cómo siguió tu investigación después de Caldo de huesos?

Rosana Sánchez: Continué con Muy fuerte tía, ni ciencia ni mierda somos energía en residencia en L’Escorxador con una beca de LaGranja, donde seguí trabajando con las curanderas de la zona, donde también estaba La ruta del bakalao, preguntándome por su relación, ya que no tenían que ser tan diferentes. Estas dos cosas juntas tenían que ser lo mismo. La presentación coincidió con la Dana, y el proceso se quedó en el aire.

¿Qué relación tiene Muy fuerte tía con Las Chachis?

Rosana Sánchez: Muy fuerte tía es como una caja de herramientas que engloba todas estas prácticas o lo que he aprendido. Llamo Las Chachis a todas estas señoras con las que yo he estado estos años. En Chile las curanderas se llaman Las Machis. Aquí están mucho más escondidas que allí, así que me preguntaba cómo se llamarían aquí.

Los últimos seis meses estoy aprendiendo a predecir el tiempo con una señora que era la panadera del pueblo. Ahora está jubilada. La mayoría tienen de 87 para arriba. Lo que hago es sentarme con ella, y me ha enseñado a ver las nubes y el cielo. Ella lo aprendió de su abuelo que era pastor. Cuando éramos niños y queríamos saber si iba a nevar, por si estudiábamos o no, le preguntábamos a ella.

Yo la había visto dibujar cuando pasaba por la calle, y dije: esta es la mía. Le pregunté si podíamos intercambiar, yo le regalaba un cuaderno de dibujo y unos pasteles para pintar, y ella me enseñaba a predecir el tiempo mientras pintábamos juntas. Dice que no sabe dibujar pero sí que sabe. Empieza describiendo, diciendo por ejemplo que esa nube preciosa se llama Isidoro, y que sale por el Pico del Águila Mola de Serrelles, que abajo tiene un poco de gris y de azul… Isidoro por ejemplo tiene una predicción de tres días, o incluso de una semana según otras variables. A mí lo que me interesa es crear vínculos. El otro día mi madre me dice: “Que dice Anita que bajes, que se te ha olvidado pintar una nube”. Lo que me interesa de estas mujeres, es saber por qué funciona. Hay algo de la creencia colectiva. Cuando hay un colectivo que cree en algo ya lo hace existir.

¿Qué y cómo será Las Chachis en La Mutant?

Rosana Sánchez: Me permite colocarme en un lugar en el que yo no tengo que mostrar nada. Estos conocimientos los manejo de la manera que me sirven a mí. Cada uno tenemos una manera de curarnos o de vivir. La información está ahí, cada uno tenemos que cogerla de forma que nos sirva. Es el uso de la información. Que te sirva.

Para La Mutant usaremos una serie de cacharros. (Rosana muestra objetos) Tengo este péndulo que se apareció después de trabajar en la Duncan Dance Research Center en Atenas. Luego está este otro péndulo que nos lo regaló una señora en Chile haciendo el proyecto Walk to work. También están las varillas de zahorí… Vamos, que tengo un arsenal. Hay mucho de agua en toda esta investigación. No sé cuánto desvelar de lo que va a pasar en La Mutant. Yo no hago obras y no estoy acostumbrada a hacer las cosas sola. Yo hago las cosas en comunidad. Cuando es algo mío me gusta hacerlo con los otros. En La Mutant quiero proponer una sesión de adivinación. Mañana he quedado con Raúl León y Ximo Ortega, que trabajan en la UPV, y tienen un aserradero y un proyecto en el que recogen los árboles de la ciudad que van a tirar porque están enfermos u otros motivos. La idea es tornear unos péndulos con los eucaliptos para hacer un desconjuradero para desconjurar tormentas. Estos proyectos me sirven para transmitir conocimiento desde otro lugar.

Texto de Rosana Sánchez sobre Las Chachis:

Las Chachis llevan trajes de colores y zapatos inclinados. Para ser una Chachi se es elegida, este anuncio puede llegar a través de los sueños. Ellas han experimentado el mundo de las tinieblas y han confrontado sin miedos su propia sombra y la de los otros. En su cultura el bien y el mal se complementan. Una Chachi puede dar vida u ocasionar la muerte. Las Chachis estudian la observación de los hechos en la realidad. Las Chachis observan, saben cosas que los demás hemos olvidado. Ellas tienen el secreto de los trajes de flores y los peinados cardados, de los azules claros, de los rojos, amarillos, violetas y de los verdes. Las Chachis saben que la gravedad tiene un compañero invisible, una fuerza poderosa que explica cómo caminan los árboles, por qué flotan las nubes, qué desencadena la lluvia y cómo vuelan los pájaros.

Elena Carvajal disfrazada de árbol

I was told not to make eye contact with Tom Cruise se estrena en 2026, en junio, en el Almost Summer Festival en Buda, y en el otoño en el Festival TNT, después de haberse presentado en proceso en El corralito o en el nyamnyam. ¿En qué momento se abre en La Mutant?

Elena Carvajal: Se abre en un momento inicial, a pesar de que es un material sobre el que ya llevo trabajando un tiempo. Para mí en Valencia es como un inicio del inicio, no sé si por alargar el inicio o por crear muchos inicios.

En el trabajo parece clave la figura del figurante, rol que tú misma has desempeñado en distintas ocasiones. ¿Cómo trabajas al figurante en este trabajo?

Elena Carvajal: La obra tiene que ver con figuras por las que yo he transitado, pero también con la ficción de esto. Viene de experiencias personales que viví y que sigo viviendo en relación a ponerse fuera del foco, y de cómo se ven las cosas desde ahí. Una vez, por ejemplo, me llamaron para disfrazarme de un koala en el que se suponía que estaba dentro Janet Novás. Aquello fue el detonante. No sabía si quería hacer una pieza, pero tenía que contar estas cuestiones. Hay algo en el no estar que es flipante, pero también divertido. El trabajo está tomando muchas derivas. Me interesa el figurante tanto literal como metafóricamente.

¿Por qué es importante en tu investigación la idea de fuera de campo?

Elena Carvajal: Me interesa cuál es el foco de dentro para que veamos lo de afuera. Qué hay en el centro que hace afuera. Pero aquí no hay centro. En lo que estoy trabajando no hay nada en el centro. Lo que se está poniendo ahí es todo lo que hay fuera. ¿Qué pasa afuera cuando no hay un centro? Estas cuestiones estando en escena cobran otro peso. Otras derivas han sido explorar otras narrativas que no me pertenecen a mí. Habitar narrativas y subjetividades que no son las mías propias. Hay algo importante que es el idioma. He hablado muchos años en otro idioma que no es el mío, que es como no ser yo. Cuando hablo de otras derivas me refiero a qué lugares voy habitando dentro de esta narrativa que no pertenece a mi propia subjetividad. En principio pensé no usar la palabra, porque esos lugares no tienen voz, pero precisamente por eso me pareció importante meterle voz a eso que estoy habitando. Estoy hablando inglés, aunque de rabia y no apetece por ser el idioma que hay que hablar, pero soy yo con acento extremeño hablando inglés y eso ya es otra cosa.

El figurante es la excusa para atravesar la escena desde otros lugares, casi deformes diría. Me interesa imaginar otra cosas que están sucediendo por allí a las que podemos acceder, que no sea solo mirar el cuerpo de una persona en escena. Ahora estoy en el inicio, pero me gustaría llegar a otro lugar. De momento hay objetos, espacio sonoro… Estos días estoy viendo una peli en relación al trabajo en el que el protagonista es un sonido, solo un sonido que se repite durante toda la película.

En tu trabajo, como en tus colaboraciones con Fran Martínez, hay algo de reflexión sobre lo teatral, de cierta metateatralidad y parateatralidad. ¿Cuál es tu relación con estas cuestiones y cómo las estás trabajando en esta obra?

Elena Carvajal: Desde que empecé tengo muchas preguntas en relación a la escena, a la expectativa, a la mirada, al diálogo que se genera, y a otro diálogo casi secreto que ocurre entre la propia escena y las personas que lo reciben. Con Fran Martínez, en realmente no ahora ya no, montamos un dispositivo en el que nos interesaba cómo la gente se relaciona con un texto desde la puesta en cuestión del propio dispositivo escénico.

A lo largo del proceso de la obra has ido trabajando sobre distintas figuras como la del árbol, que ya aparecía en realmente no ahora ya no, ¿qué figuras estás trabajando ahora?

Elena Carvajal: Ahora estoy trabajando sobre el árbol y la piedra. Hay algo de teatro infantil, de cartón piedra, pero a la vez es extraño. He vuelto a la figura del árbol, que para mí tiene que ver con la ausencia. En realmente no ahora ya no, a partir de un relato de Margaret Atwood, el árbol aparece como ausencia del cuerpo de una adolescente que no se sabe si se ha suicidado o no.

¿Qué papel juega el humor en tu manera de trabajar?

Elena Carvajal: El humor no es algo que yo busque a propósito. En mi vida diaria me relaciono con la ironía casi como una estrategia de supervivencia. Este trabajo es hablar de la escena pero al mismo tiempo querer irse de ella. ¿Cómo no va a haber humor si te llaman a ti y diez personas más para estar metidas 7 horas haciendo de piedra para supuestamente hablar en un evento del cambio climático?

¿Cómo se relaciona la fascia-terapia con tu trabajo artístico?

Elena Carvajal: La fascia-terapia puede no tener nada que ver con lo que hago y al mismo tiempo todo. Es una práctica que conocía desde hace tiempo, pero desde hace dos años me he metido más o fondo y he hecho una formación en la que nos han enseñado a hacer terapia manual. Aunque no haya link conceptual con mi trabajo artístico, me acompaña y está siempre ahí, y no puedo desligarlo de mi trabajo como bailarina o artista. Hace poco di un taller disfrazada del árbol para ver qué grieta se generaba, y al final la gente se olvidó del árbol y nos metimos en la fascia-terapia como si nada. Para mí es una manera de cuidar -aunque no me gusta la palabra- no discursiva, desde el hacer.

¿Qué calendario le espera a la obra antes de estrenar?

Elena Carvajal: La presentación en La Mutant, una residencia en diciembre en Fondo, las residencias del TNT, también al estrenar en Buda quizás puedo volver, y luego otras estancias, como por ejemplo en el espacio Nononon en Vigo, que es un lugar de amigas muy queridas y siempre me apetece volver allí.

Fernando Gandasegui

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If it were a movie

Macarena Recuerda Shepherd presenta If it were a movie en La Mutant el 23 y 24 de mayo. 

En la nota de prensa a propósito de COSA. Intervenir un cuerpo presentada en Teatro Ensalle (Vigo) del 18 al 20 de octubre de 2024 pone lo que sigue:

En 2017, Macarena Recuerda Shepherd, comenzó la creación de la Trilogía del Ilusionismo. Es la puesta en escena de una investigación que la ha llevado a pensar cómo la ilusión conecta con la esencia de lo teatral, exponiendo sobre la escena la convención y la magia, la realidad y su doble, la acción y la ficción. Son piezas que juegan de manera muy creativa, divertida, estética y provocativa con nuestra percepción de la realidad. Lo hacen sin trampa ni cartón o, mejor dicho, con “el cartón a la vista”, conformando piezas en las que nuestro cerebro cae inevitablemente en la trampa, le demos permiso o no. Un canto (in)consciente de la imaginación en detrimento de la certeza.

[en COSA] se convierten en una especie de “animantras” que “prestan su cuerpo” para literalmente, animar a los objetos que se topan en el escenario.

Lo que sigue a dicha trilogía es un juego muy diferente (como lo son las tres piezas anteriores entre sí) pero continúa explorando y explotando la capacidad de Macarena Recuerda para desubicar al público, dicho esto en sentido tan figurado o literal como cada una quiera. Pienso, por ejemplo, en el uso de la “¿cuarta pared?” de esta pieza y me entra la risa. Macarena y George Marinov nos proponen que la obra, la verdadera obra, sucede en un lugar figurado por encima de nuestras cabezas. Yo veía claro por dónde discurría la cinta (en el caso de Ensalle en una viga que hay sobre la boca de escenario), pero entonces ¿dónde estoy yo? La atención hiperconcentrada de George y Macarena está fija durante toda la primera parte de la pieza en un lugar hipotético, una especie de nube que flota sobre nuestras cabezas. La sucesión de imágenes de dicha nube atrapa a las creadoras en una expectación absoluta, que me hace desaparecer absolutamente de mi sitio. Es algo que sucede a menudo con Macarena. Me gustan las piezas que incomodan, y ella tiende, más bien, a “in-acomodarme”. ¿Está la atención visual de las intérpretes más presente que la mía? ¿Esta pieza sucede más en la maldita viga que en el escenario? ¿Qué hago aquí? ¿De verdad estoy viendo el estudio de sonido de una peli de animación en la que los actores ignoran, inconscientemente o con alevosía, nuestra presencia (ríanse de nuevo de la cuarta pared)? Eh, sí, Artús, esa parece la propuesta, es una obra de teatro que se hace llamar Si fuese (o fuera) una película, aún no lo han decidido, lo tienen más claro en inglés. Nada más sentarme, alguien en el patio de butacas cuchichea “con ese título no empieza bien” o algo así, tampoco lo tengo claro, tengo los auriculares puestos. Los auriculares, por cierto, son como un tabique muy fino que me separa del resto del patio de butacas para sumergirme en la pieza, que me aíslan al tiempo que me funden de manera excepcional con el resto de cándidas dispuestas a disfrutar como crías.

Sobre la técnica, por así decirlo, de Macarena habría que mentar alguna cosita. La pieza exige una enorme precisión técnica en el manejo de la luz y el sonido, combinada con una interpretación “intensa” como exige un buen doblaje y a la vez no olvidemos el nivel de atención mantenida sobre la pinche viga. Está clara su disciplina desde hace años, su larga, variada y multidisciplinar formación, su experiencia y currículum con compañías de fuste y todo eso, pero aquí Macarena lo juega como una herramienta u objeto más entre todos los que hay dispuestos en el escenario. Su experiencia es un elemento más, otra herramienta, aplicación o juguete. Porque se toman el juego muy en serio, ¿qué si no?

Sin ánimo de ser un “spoiler” (lo que en mi época se llamaba “auténtico gilipollas”) procedo a un repaso por el recuerdo de este último invento que Macarena Recuerda me dejó:

Desubicado en mi sitio e in-acomodado en mi silla, me dispongo a que Macarena y George me tomen el pelo, pongo mi atención para no perderme ninguna jugarreta. Han venido estudiantes de la ESAD de Vigo, seguramente recomendados por alguna profesora con sentido del humor. No envidio su juventud tanto como su desconocimiento de la compañía programada cuando caen a la primera. No me preocupo, sé que mi neocórtex pagará con gusto las que siguen. A continuación una especie de pequeño calentamiento para creadores y público, un preámbulo que vislumbra la propuesta. Como decía en aquella nota de prensa nos presentan la trampa y el cartón. Esto no es un espectáculo de magia. En todo caso sería más bien la contra de un espectáculo y, en cuanto a la magia, compañeras y compañeros de patio, depende de cada quien. Entonces empieza la peli, el cinexín de Macarena Recuerda. Al igual que la compañía le voy a dar para adelante a la cinta que tengo en la cabeza. Solo mentar la compenetración en escena entre las intérpretes que me dispone fácil a la candidez, a que el sonido produzca imágenes muy claras que te colocan por completo en medio de la cinta que, supuestamente, ocurre en el lugar en el que te encuentras (de hecho eres parte de la proyección). Recuerdo ahora un ejemplo del nivel de inmersión en que me hallaba cuando el sonido de un ave nocturna en plena mañana produce una fabulosa extrañeza. Así transcurre en mi recuerdo la primera parte de la obra a la que se incorporan “desubiques”, por decirlo de algún modo, que producen una curiosa paradoja al mezclar una realidad ficcionada externa a la ficción real que se da en el escenario. Es como un juego de reflejos que te pierde entre sus retroproyecciones hasta el punto de sumergirte en su/tu propia ficción, una/otra ficción que se apropia del espectáculo. Me recuerda un poco, aunque temo explicarme mal, al juego de La Historia Interminable o de El mundo de Sofía o, mejor, me recuerda a la paradoja del maestro Zhuang Zhou quien sentía por las cosas una inquietud muy similar a la de Macarena Recuerda, lo que me hace pensar en el matiz crítico (no sé si decir político) que encuentro (no sé si por tendencia propia) en el trabajo de la compañía. Es una interpretación que me recuerda a la que hace Borges de la paradoja del maestro chino. Lo dejo para el final de este artículo porque queda mejor y porque antes quiero hablar de la segunda parte de la pieza o epílogo esencial.

La niebla cierra la primera parte y nos envuelve para introducirnos en la segunda parte de la obra. Aquí el sonido “ya viene hecho”, ahora la protagonista es la luz. Recordemos que estamos en la proyección, una proyección que atraviesa la niebla para cubrir al público. Me estoy dando cuenta mientras escribo que para mí el tema central es el espacio, esa pregunta que me hago todo el rato: “¿Dónde leches estoy? ¿Dónde está mi atención? ¿Dónde está la pieza? ¿Dónde está lo que pasa?”.

Sobre la fachada de mi rostro se proyectan imágenes. Por lo general las imágenes suelen ser recogidas por mis ojos gracias a la luz que rebota sobre la materia, esa información continúa por un canal hasta un punto de mi cerebro que procesa la información. Pero en este nuevo juego de reflejos esa zona de mi cerebro se convierte en una caja negra donde es proyectada la película, es decir, la imagen se da dentro de mi cerebro, es decir, mi cráneo es la sala de cine y lo que tengo delante no es más que luz y color, es decir, la imagen sin decodificar, de manera que el cerebro ¿es el proyector? Sé que suena delirante, a paranoia, suena a “craneada”, es desconcertante y divertido, desconcertante como es todo lo divertido, divertido como es todo lo desconcertante. La culpa de este desconcierto es de George Marinov, un tipo con un gusto para la luz que nos hará hablar de él a menudo, créanme. En este viaje transcurre la segunda parte para finalizar la obra (perdón, la peli) con, como no… (¡¡¡ATENCIÓN, PELIGRO, CUIDADO QUE VIENE EL SPOILER!!!)… los títulos de crédito.

Es la comidilla, como decían en el pueblo, que la realidad está constantemente en proceso de creación, que es un work in progress y, también dirían en mi pueblo, Macarena, aunque divertida, tiene su punto macarra, es una saboteadora.

Aquí va esa reflexión que prometí, en ella siento que Zhuang Zhou nos presenta, alegóricamente, este trabajo de Macarena Recuerda con George Marinov y Borges me explica, por fin, (gracias JL) un poco dónde estaba yo:

Hace un tiempo, yo, Zhuang Zhou soñé que era una mariposa, una mariposa que volaba alegre y tranquila, de aquí para allá con total libertad. Inmerso en ese sueño, no sabía que yo era Zhou. Repentinamente desperté de ese sueño y me di cuenta que sin dudas yo era el mismo Zhou. Pero tuve una duda, ¿acaso era yo Zhou, el que había soñado que era una mariposa, o bien podía ser que fuera una mariposa soñando que era Zhou? Sin embargo, necesariamente debe haber una diferencia entre Zhou y la mariposa. A esto le llamo “la transformación de las cosas”.

Zhuangzi, Capítulo Qi wu lun o La discusión de las cosas.

En la China, el sueño de Chuang Tzu (Zhuangzi) es proverbial; imaginemos que de sus casi infinitos lectores, uno sueña que es una mariposa y luego que es Chuang Tzu. Imaginemos que, por un azar no imposible, este sueño repite puntualmente el que soñó el maestro. Postulada esa igualdad, cabe preguntar: Esos instantes que coinciden ¿no son el mismo? ¿No basta un solo término repetido para desbaratar y confundir la historia del mundo, para denunciar que no hay tal historia?

J. L. Borges (1899-1986), Nueva Refutación del Tiempo, en Otras inquisiciones (1952).

Artús Rei 

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Entrevista a Sara Manente

Sara Manente, artista e investigadora italiana afincada en Bruselas, presenta Mold en La Mutant el 28 de febrero y 1 de marzo.

En 2018 comienzas Wicked Technologies / Wild Fermentation, marco de trabajo en el que vinculas “las prácticas de fermentación, el feminismo y la investigación artística”, a partir del cual reúnes técnicas que “transformen el pensamiento, la percepción y el hacer (de estar juntos) en culturas vivas y artes en vivo”. En la fenomenología queer, Sara Ahmed presta atención a la mesa donde sucede la escritura, y por aquel entonces dices que tu mesa de trabajo era la cocina. ¿En qué momento vital y laboral comienzas esta investigación? ¿Cómo relacionas las culturas vivas y las artes vivas en tu práctica? 

Esta investigación coincide con el gran cambio en mi vida que supuso el embarazo y la maternidad. Estaba más en casa, no iba de residencia todo el año de un sitio a otro, pero al mismo tiempo quería seguir trabajando, en el sentido de seguir pensando y haciendo. Así que me encontré trabajando desde un espacio doméstico como es la cocina. En particular, los fuegos de la cocina y donde tenía todos mis fermentos, no solo la cocina como espacio comunal o de convivencia. Así que en relación a lo que dice Sara Ahmed, dependiendo de tu lugar de trabajo, el trabajo cambia. Yo ya cocinaba mucho, aprendí a cocinar kimchi en viajes a Corea, y la fermentación era algo que me interesaba. Y empecé a ver una relación entre guardar y monitorear las bacterias (controlando algunas condiciones ideales pero a la vez viéndolas crecer sin intervenir demasiado), y las artes vivas. A la vez, estar embarazada supone una experiencia fenomenológica muy extraña con el cuerpo, en cuanto que hay algo extraño a ti misma creciendo que a la vez eres tú. Yo no era de esas mujeres que sueñan con estar embarazada, lo vivía bien pero también con los miedos y las cosas desagradables que son partes de aquello. La relación con las artes vivas es que el cuerpo cambia, que lo tienes que entrenar y cuidar, pero también me interesa una danza que tenga algo que no soy yo quien pueda decidirlo todo, una danza que pueda emerger. Igualmente sobre los formatos, yo nunca hago tours muy largos. Hay unas pocas fechas y luego en teoría se muere. Así que la pregunta era cómo conservar los trabajos vivos, y que también sucedan en los workshops, en las publicaciones, y que se contaminen estas maneras de trabajar, respondiendo a la pregunta de qué hacer con que la performance brote poco tiempo y se vuelva ruina. En esa época aprendí a fermentar con amigos que son chefs, y preparamos un laboratorio de fermentación en Constant, una asociación feminista en Bruselas. Este fue el principio de una investigación en la que triangularon las prácticas de cocina, la teoría, lecturas que mezclan biología y feminismo, y mi trabajo de danza y sonido. 

Una de las primeras formalizaciones de tu investigación fue Rot (2020-2024), un proyecto editorial y curatorial con diversidad de gestos y procesos artísticos. 

La investigación Wicked Technologies / Wild Fermentation se desarrolló en parte en el Research Center de a.pass. Nos propusieron hacer una publicación performativa y yo decidí trabajar a partir del formato glossy magazine, que son revistas traslúcidas, con muchas fotos, mayormente para mujeres, y que se leen en espacios intersticiales como las salas de espera del médico, de viaje o en el baño. No quería que fuera un formato de biblioteca de alta literatura, sino que el conocimiento pudiera circular de otra manera. También son publicaciones que da gusto tocar, mirar, que son sexys. Dentro de estas publicaciones hay recetas, entrevistas, ensayos o reportajes. A pesar de la rigidez de una glossy magazine, jugamos a incluir otro tipo de contenidos, y a mezclar temas, géneros, linealidades, pluralidades e incluso cosas que se pudieran contradecir. También estuvieron en quioscos normales, camuflados entre otro tipo de revistas al uso. Eso ya era una performance, otra fue la edición o selecciones de contenidos que permitieran desplegar la investigación en relación a otras muchas cosas. Por ejemplo, hicimos la publicidad de un perfume que al final inventamos. En la publicación hay artistas, cocineros, arquitectos… La publicación performativa es un concepto que me interesa mucho. Publishing también significa hacer algo público. En el momento en que empiezas a pensar en el público te cambia la propia investigación. La publicación es una performance y la performance es una publicación. Esto viene de las maneras de trabajar de a.pass, que yo utilizo mucho cuando doy clases. Me gusta decir público en vez de audiencia o espectadores, en el sentido de lanzar algo a la esfera pública, y que no sabemos dónde terminará.  

¿Qué fueron los Rot Gardens

Rot Garden fue una serie de pequeños festivales de diferentes artistas de la revista, que a su vez parasitaban otros festivales. Entonces la revista se convirtió en un catálogo de performance y de ideas que se podían llevar del 2D al 3D. Por ejemplo, invité a Arantxa Martínez, que había escrito sobre una performance suya, a hacer un launch de la revista de allí salió la idea de los Rot Gardens. El esquema es que yo propongo al comisario o comisaria de un festival llevar a un grupo de gente a un espacio con una instalación, donde sucede una performance, un workshop, una lecture o algo más divulgativo o participativo. Esto lo hicimos en varias ocasiones, en Far Festival en Suiza donde invité a Santiago Ribelles, o en Buda en Bélgica donde invité a Paz Rojo, y más tarde a Norberto Llopis. Siempre hay personas del magazine, pero también gente local, por contaminación y por ecología, para que no viaje todo el mundo. La revista y yo somos un poco como el pegamento entre todas estas agentes. 

En 2021 fuiste artista residente en el centro de arte contemporáneo Wiels, declinando tu investigación artística hacia lo escultórico. ¿Cómo influyó esta fase después en Mold?

Con la residencia en Wiels, por primera vez tuve un estudio. Antes estaba cultivando en casa kombucha, un ser simbiótico de bacterias y levaduras. Es importante señalar colaboraciones de distintos cómplices fundamentales durante toda esta investigación, como la de Deborah Robbiano, quien entre otras cosas hizo la gráfica para Rot magazine, habiendo además estudiado Radical Mycology con Peter McCoy. Después de la revista quería hacer una performance que parte del doble sentido que tiene mold en inglés: moho y molde. Reflexionando cómo podría encajar los dos sentidos en una manera de ver el cuerpo, pero también la escultura. Las levaduras son de la familia de las setas. El libro de La seta del fin del mundo de Anna Tsing fue clave para la investigación. Con Deborah empezamos a hacer esculturas con el micelios. La idea inicial fue hacer bondage con setas. El molde nos daba una estética de bondage, y las setas como algo que no puedes controlar dentro de ese molde. Ella empezó’ a inocular con micelio paja dentro de moldes de algodón y al juntar varios en el estudio empezaron a crecer juntos. Cuando se secan parecen poliestireno. Para mí es importante trabajar con cuerpos no humanos también. Desde ahí empecé a trabajar lo escultórico y a preguntarme sobre el proceso de creación, se me estaba haciendo muy difícil hacer obras planificándolas dos años antes, con residencias, subvenciones, etc., así que lo escultórico fue una manera de trabajar con las manos, no solo intelectualmente. Ese momento en el estudio me ha permitido pasar de la cocina a otra mesa, trabajar los cuerpos de otras maneras, y establecer colaboraciones con otras artistas. Cuando empezamos a trabajar con Marcos Simoes y Gitte Hendrikx, los otros dos performers en Mold, yo ya llevaba investigando desde antes esta idea del cuerpo como molde o estructura ósea, la de la fascia, la piel o la estructura social, y al mismo tiempo como un moho que no podemos controlar y que convive con las estructuras. 

Sobre el el trabajo coreográfico en Mold hablas de dos prácticas de movimiento que habéis trabajado: el picnic y el desfile de moda, del cuerpo como paradoja, y de la danza como “una bisagra entre el cuidado y la ingobernabilidad: hacer la danza y dejar que la danza haga”. 

El picnic, como práctica, viene de la idea de tratar los cuerpos y los objetos de la misma manera, en una indiferenciación humana y no humana, a partir de características como el peso o la textura. La pregunta es qué significa estar en esa indiferenciación antes de que algo aparezca de una manera muy clara e identificable, que se pueda nombrar. El trabajo coreográfico consiste en estar entre la indiferenciación y algo más diferenciado. Al trabajar también sobre comida, hay una serie de prácticas que tienen que ver con hacer y deshacer, o poner adentro y afuera. También otras más específicas como trenzar, empujar, o con pautas como estar en la playa, mirar el sol, y mirar a otra gente del público como miras a la gente en la playa (mirando el cuerpo pero no a los ojos). Vamos de lo abstracto a lo concreto. Tenemos varias versiones del trabajo. Hay una que se llama Molding, donde no está toda la escenografía, somosnosotras y algunos objetos, y la podemos hacer tanto en un museo como en un parque.

El vestuario de la obra está hecho por Sofie Durnez, con quien hice también el perfume. Nos gusta la moda, pero al mismo tiempo nos reímos o hay algo de ridículo en la obra con respecto a ella, aunque a nivel de cuerpo estemos haciendo un desfile de verdad. Toda la pieza va de intentar llegar a varias situaciones: picnic, teatro, galería, desfile, fiesta… la cuestión es que el público vaya estando en cada una de esas situaciones. La paradoja está en toda la obra, y a nivel de cuerpo lo trabajamos como si tuviera dos centros. El centro único en ballet es alto y el de la danza contemporánea es bajo, por ejemplo. Pero qué pasa si no hubiera un solo centro en el cuerpo, como en el micelio. Entonces trabajamos con dos centros, con muchos es muy difícil, los cuales pueden estar en el cuerpo o fuera del cuerpo, pero también puede ser otro performer, por lo que habría un centro que se mueve. Cada una de las performers tiene su manera de hacerlo y nos contaminamos. 

Describes Mold como un ecosistema “en el que la danza, los objetos, el público, la luz, la música, los aromas y el vestuario interactúan como culturas vivas. Un jardín dedicado a cultivar, abandonar, inocular, trenzar, duplicar, brotar, calentar y descomponer”. ¿Cómo opera este ecosistema con la máquina teatral?

El cuerpo es múltiple, está hecho de varios cuerpos y de varias materias, y es un ecosistema. El teatro es un cuerpo y un ecosistema. Qué pasa si hacemos una dramaturgia de las temperaturas (en la fermentación son muy importantes), contando una historia con calor, frío, luego otro tipo de calor… y cómo usar la maquinaria teatral para esta dramaturgia. Con el cuerpo contamos algunas cosas que suceden con la máquina de humo, a la vez que hay una luz roja que no solo ilumina, también calienta al público, activándolo de otra manera. Luego para hacer frío hay una tela que huele a cloro trayendo el imaginario de la piscina… Consiste en usar la maquinaria teatral con el público dentro de ella, también está dentro la luz de Estelle Gaultier el sonido de Christophe Albertijn, nosotros performamos detrás del público cuando no se nos ve mucho. También pensamos la institución como ecosistema, los técnicos también tendrían que estar adentro, no solo que las artistas lleguemos allí una noche, hagamos nuestra performance, y que luego fuera como si nada hubiera pasado. Por ejemplo, donde se ha podido hacer, aunque en Valencia lo estamos haciendo de otra manera, siempre hay setas frescas. Eso supone que para cada estreno dejamos setas creciendo en el teatro, con los técnicos ayudándonos. La idea es hacerlo juntas para que aprendamos. Ahora con el programa Mold – Unmold ya hemos empezado. Manel Bafaluy con, Antonio Lo Schiavo y Estelle Julian con Balikypopoy hicieron dos talleres en los que trabajaron con la paja de arroz para inocularla a las setas, y poder tener así setas frescas en las presentaciones de Mold en La Mutant. 

Antes de Mold hiciste Ruined. En relación a la ruina dices que te interesa “como un proceso, algo que está en transición y que podría cambiar nuestra perspectiva sobre el pasado, el presente y el futuro”. Y llevado al campo escénico, que “todo lo que hacemos y producimos se convertirá en una ruina y un desperdicio”. Te quería preguntar por la ruina en tu trabajo, y cómo tras la presentación en La Mutant, los restos de Mold van a trabajarse dentro de tu marco de trabajo Mold – Unmold junto con Santiago Ribelles en diferentes espacios de Valencia como La Mutant, Espai La Granja o Sala 7. 

Todo lo que producimos, una performance también, se hará ruina. Cuando trabajamos con Deborah también lo hicimos con Sébastian Tripod, que es arquitecto, y empezamos a hacer ruinas romanas de setas. Las setas ya tienen una estética de ruina que va a desaparecer, pero de una manera biodegradable. Ahora están estudiándose para ser una alternativa al cemento, los plásticos del supermercado o la piel vegana. 

El problema de la ruina es que hay mucho ruin porn, una idea nostálgica y melancólica de la belleza de la ruina, como los jardines británicos. Anna Tsing dice que estamos en las ruinas del capitalismo, y que podemos aprender a vivir de las setas. Ahora trabajando con estudiantes de Exerce Montpellier, lo primero que hicimos fue ir al taller a buscar restos de las escenografías de otras artistas, y las llevamos al teatro grande, y empezamos a hacer cada día una escultura a partir de esas ruinas. La ruina es procesual. Hay que asumir que lo que hacemos, por ejemplo una casa, cambia, se mueve, y quizás empezar a proyectarlas desde esa transformación y sostenibilidad, pero filosóficamente también creo que es interesante la idea de tiempo estratificada. Las setas tienen algo de eso, arcaico y futurista a la vez. Y luego están los restos. Qué hacemos con lo que sobra. Con Santiago Ribelles, que me ha ayudado a llevar Mold a Valencia, hemos trabajado con la idea del spillover, del más allá de la pieza. Es decir, cuando se termina Mold, a partir de ella, hacemos un programa con eventos, workshop, etc., es como un Rot garden pero a partir de Mold. Estarán también Jaime Llopis, que es el dramaturgo, Marcos y Gitte, que son artistas  performers, Santiago, las Du-da de Barcelona, que conocí en Hangar, pero también otras personas de Valencia como Taller Placer, Marina Delicado, Begoña Tena y Norberto Llopis. La idea es, a partir de los restos de la obra, abrir el trabajo a una comunidad no para hacer otra pieza, sino para hacer un evento público en el que se mezcla lo performativo y lo divulgativo. 

Eres italiana, y vives y trabajas en Bruselas, pero mantienes un largo y vivo diálogo en tu trabajo con artistas del contexto del estado español. Ya has nombrado a Arantxa Martínez, Jaime Llopis, Paz Rojo o Santiago Ribelles, pero te quería preguntar por otras artistas del contexto y de tu relación con este territorio.

Antes de ir a Bruselas hice el Erasmus en Madrid, y ahí fue mi primer enamoramiento de España. Allí tomé clases y conocí a gente como Aitana Cordero. En Bruselas hicimos el colectivo Cabra del que formamos parte Jaime Llopis, Marcos Simoes, Varinia Canto Vila, Norberto Llopis, Santiago Ribelles, Kyung Ae Ro y yo. Es una historia muy larga de artistas independientes en Bruselas que trabajamos en la periferia, pero marcando también este territorio. Aquí también conocí a Vicente Arlandis, después trabajé con Jorge Dutor, Guillem Mont de Palol, Juan Domínguez, y me interesé por el trabajo de María Jerez, Cuqui Jerez, Paz Rojo, María Jerez… Sigo mucho el trabajo de las artistas en España y lo siento muy cercano. He podido mostrar algunas veces mi trabajo en España, y en Valencia también vine el año pasado gracias a la invitación de Norberto Llopis y Societat Doctor Alonso. Mi ligazón con las artistas de aquí viene con verdadera estima, interés, y amistad. 

Fernando Gandasegui

Imágenes de Christophe Albertijn, Deborah Robbiano, Sara Manente, Anne Laroze, Deborah Robbiano y André Delhaye.

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Entrevista a Javier J Hedrosa

Javier J Hedrosa estrena Escrituras no creativas el 18 y 19 de octubre en La Mutant.

¿Cuál ha sido el proceso de investigación de Escrituras no creativas?  

Cuando estuve haciendo Articulacions, el programa de estudios del IVAM, nos pidieron un trabajo teórico-práctico de escritura expandida. Entonces decido profundizar en la cuestión de la autoría en el campo de la coreografía, lo que es algo que me venía interesando desde hace tiempo y en lo que ya había trabajado. Al ponerme con ello aparecen otras cuestiones como en qué momento comienza la autoría, la escritura como signo, huella u objeto independiente de la persona que escribe, la copia y el plagio desde el campo legal pero sobre todo en la coreografía. Cualquier objeto cultural se podría desplazar. Da igual que sean cuatro notas, un sampleo, un estribillo de una canción, una partitura de movimiento completa o una frase coreográfica o cuatro pasos. ¿Cuál es el gesto mínimo coreográfico amparado por la autoridad o la autoría? 

Luego me pasa que, aunque tenga un foco determinado, cuando empiezo a cavar, inevitablemente acabo abriendo otros hoyos alrededor sin saber en cuál profundizaré. Este es el punto de partida, pero la cuestión autoral y la transmisión coreográfica es algo que he trabajado antes en Lo Memorable o en Fosc. Que, si bien trataban sobre la memoria del hecho escénico poniendo la mirada en quien recibe la obra y no en quien supuestamente la realiza, sí tenían que ver indirectamente con la cuestión de en qué punto se cierra la autoría, si se cierra efectivamente en quien recibe una obra de danza, un cuadro o un escrito. 

En algún momento de la investigación me topo y me adentro, porque ya lo conocía, en el trabajo de Kenneth Goldsmith sobre Uncreative writing, que además da título a la obra. Nunca estaré en la moda porque ya casi es antiguo y manido, pero me ayuda a trascender la escritura y centrarme en la coreografía, en cómo se registran los trabajos coreográficos. Y es que aunque haya coreógrafas que llevan la documentación hasta el final, de forma general es algo que queda desplazado por los regímenes económicos en los que trabajamos, donde ya es un milagro estrenar, como para tener que preocuparse por el registro o documentación coreográfica. Pienso mucho en esto e inevitablemente me tengo que ir a Laban, a los inicios de la coreografía en Europa… y sobre qué puede hacer la coreografía como objeto externo a esa autoridad para replicarlo, copiarlo, o simplemente cambiarlo de contexto como dice Goldsmith, quien también invita a dejar de ser originales porque ya está todo hecho. Desde aquí empezamos a trabajar de manera concreta con el cuerpo y a diseñar estrategias para llevar a cabo las operaciones que Goldsmith propone. 

La copia, el remake o la versión, cuestiones fundamentales en Escrituras no creativas, ya estaban presentes en trabajos tuyos anteriores como (bis), Lo Memorable o Fosc

Aunque la palabra metodología esté desgastada y ya casi no sé qué significa, hace poco alguien me decía que esta obra tenía que ver mucho con mi metodología, y me vino bien escucharlo porque sí que creo que hay algo metodológico en mis modos de trabajar con respecto a coger algo externo y retrabajarlo, reprocesarlo, reeditarlo o recomponerlo. Desde (bis), donde cojo La Macarena e imágenes de archivo, a otras propuestas en las que recogemos piezas de otras personas dentro del mismo ciclo de danza y volver a hacer un remaster de eso o Fosc, donde trabajo a partir de las memorias de espectadores que no son mías…

En relación a las operaciones de Kenneth Goldsmith, en todas tus obras se genera una suerte de máquina que pone en funcionamiento o activa operaciones coreográfica. ¿Cuál es la máquina de Escrituras no creativas

Como en mis obras anteriores, y creo que en todas las obras en general, se genera una gramática concreta con un funcionamiento particular. Para la máquina de Escrituras no creativas hemos trabajado sobre tres escenas de la película Suspiria de Darío Argento (en dos de ellas aparece la danza “académica”), a las que sometemos a repeticiones y a operaciones que las llamo “déspotas” porque sobre ese momento vamos a hablar encima de los diálogos originales en italiano, colocarnos como productores de doblaje, fijarnos solo en el sonido de los pies de la clase de danza… Así sometemos a la película, y sobre todo a nosotras mismas, a una serie de tareas para generar algo que no es original pero que tiene total autoría. La obra funciona como una máquina, ya que una vez que empieza no para, vamos realmente detrás. Cuando le dan al go del QLab la obra ya va sola y tenemos que seguirla. Pensando sobre cómo colarnos entre Suspiria y lo que estamos haciendo, sobre cuál es el gesto escénico, decidimos utilizar dispositivos de traducción simultánea para subrayar que lo que hacemos todo el rato tiene relación con un original. 

¿Por qué decidisteis trabajar sobre Suspiria de Dario Argento (1977)?  

Elegimos Suspiria como pudimos haber elegido cualquier otro objeto cultural. Aunque nos daba igual que fuera una película de culto, sí es verdad que hemos generado cierto fetiche con ella. La danza está presente, muy presente, y también se ha hecho un remake sobre ella, ya se ha hecho una película de la película. Podríamos hablar de que todas las películas son la misma película, todas las canciones pop son la misma canción pop, y así sucesivamente. 

Como cirujanos, hemos trabajado con 5 minutos del total de la película, escarbando en ellos, decapando y sustrayendo información para dar al espectador solo la información sonora descriptiva pero no visual, la escenografía que se utiliza, cómo se mueven los personajes en todo momento, especulando sobre cómo sería una posible regiduría en el momento en que se grabaron las escenas… Nos acercamos al universo de Suspiria para poco a poco añadir otras capas en torno a la repetición, la copia, la autoría, etc., y darnos cuenta de que, efectivamente, Suspiria ha sido copiada pero que también copia. Por ejemplo en ella hay una caída de danza que nos lleva a atravesar la genealogía de la caída en la danza moderna europea, que Beyoncé también utiliza la caída en un videoclip en el que a su vez se copia de Anne Teresa de Keersmaeker… Al final todo el mundo está hablando de la mismas cosas y sin querer o queriendo copiar nos estamos copiando todo el rato, y que cuando vas al original sigue habiendo otro original anterior, y otra huella y otra huella, y que nunca puedes atrapar la pezuña que hizo esa huella.  

En tus obras, el espectador o el público es una figura clave sobre la que trabajas, así como la creación de estrategias para darle agencia o posibilidades emancipatorias ¿Cuáles son esas estrategias en Escrituras no creativas

En Escrituras no creativas, y con respecto al dispositivo de traducción simultánea que comentaba antes, proponemos que el espectador tenga tres canales de audio y pueda elegir qué escuchar en cada momento de la obra. También se entrega un documento o partitura con una escritura muy particular que tiene que ver con la obra, una escritura de la obra que solo se puede decodificar para con la obra y no de manera autónoma, ya que una cosa sin la otra no tiene sentido. Está en la mano del espectador poder decidir qué escuchar en cada momento, sin que se le invite a construir “su propia historia”, ya que no hay una narrativa clásica. 

Los performers están microfonados, por lo que siempre habrá voz o algo que ocurre en escena en directo, pero también hay por ejemplo cosas en relación con la banda sonora y los diálogos de Suspiria, u otro tipo de materiales sonoros que llamamos hipervínculos porque son informaciones laterales que te sacan de la película pero tienen que ver con ella. Sin querer ser paternalistas con el espectador, queremos ponerlo fácil para que no se sienta perdido todo el rato y que el dispositivo no sea tan caótico que pierda el sentido. Así que hemos dejado los caminos con los tres canales auditivos bien hilvanados. Y ya por último, como decisión artística o sensible, no hemos querido utilizar los auriculares que aíslan. Hay una genealogía de artistas que han trabajado con ellos, pero nosotras no queríamos aislar al público sino que hay un solo auricular que queda por fuera de la oreja dejando la otra libre, permitiendo al espectador estar entre dos mundos, como nosotros en escena. 

Gracias a Norberto Llopis también pude darme cuenta de la musicalidad, casi filosófica, que produce la obra con la imagen, el ritmo de la palabra, las informaciones que nos rodean… Prácticamente hemos desechado el canal auditivo principal o normativo que son los altavoces. De alguna forma es una obra muda que sin estos dispositivos o aparatos no la puedes acabar de cerrar. 

Parece haber una genealogía de artistas que hacen obras reflexionando sobre el propio hecho escénico y su posibilidad de documentación y archivo. Goldsmith plantea que el mundo está lleno de textos y que no haría falta generar nuevos, pero sí existen, como decías, otras operaciones posibles. Llevándolo al campo de las artes performativas, y en este momento de sobreproducción en el que nos encontramos, ¿por qué y cómo crear nuevas obras de danza y teatro? 

Acabo de volver de la Fira Mediterrània en Manresa, y allí pensaba en las decenas de propuestas que se estaban presentando, las que se volverán a presentar los siguientes años y las que lo han hecho en años anteriores. Sin juzgar si es malo o negativo, es evidente que estamos en un momento de sobreproducción de todos los tipos, y por lo tanto hay una sobreestimulación y un sobreconsumo. Estamos en una rueda disparatada, hay doscientos mil libros que queremos leer, películas que ver, obras a las que asistir… Pero en esta sobreabundancia hay algo que me apacigua un poco, y es el intentar atender a lo cercano, a lo concreto, desde tus vecinas a personas que trabajan en lo mismo que tú en tu ciudad o pueblo. Cada una tendrá que decidir en qué genealogías se fija o sobre qué genealogías trabaja. En Escrituras no creativas trabajamos sobre una película italiana de los 70, ya ves tú, pero a la vez hubo intentos de arqueología casi romántica de ponernos en contacto con alguien que hubiera trabajado en los estudios de Roma en los que se grabó, al fin y al cabo, de ocuparse de un entorno.

En un artículo sobre (bis), Paula Noya de Blas habla de la obra y de tu trabajo como un “archivo somático”.  Un archivo añado que trabaja y actualiza somáticas del pasado, pero que también necesita de cuerpos en relación presente para dotarse de sentido. A diferencia de la escritura, que como dice Peggy Phelan suele implicar la presencia o la ausencia de quien escribe o quien lee, la escena parece necesitar de otras relaciones. ¿Podríamos hablar entonces de tu trabajo como un archivo somático relacional?    

Voy al caso de Fosc, porque me parece el más radical y nos permite pensar el archivo somático desde la presencia y la ausencia. Cuando la presentamos en el ciclo Hacer Historia(s), se publicó un artículo en Teatron en el que se planteaba algo así como que la misma obra pudiera haber sido un podcast, concluyendo en cambio que el trabajo sólo tenía sentido con una comunidad de espectadores presentes proyectando e imaginando, generando su propia somateca a raíz de todo lo que contamos, lo que a su vez pertenecía a otra somateca de otros espectadores. La experiencia escénica no puede ser únicamente individual, hay algo en las relaciones, que se producen en ese momento tan efímero que dura una obra escénica, que pierde sentido si no se produce en comunidad o juntas al mismo tiempo. 

¿Podrías contar sobre el equipo o las personas que habéis hecho Escrituras no creativas?

Con Paula Romero hay una gran afectividad y ya habíamos trabajado antes. Nos entendemos muy bien, tenemos lugares que se tocan pero a la vez somos muy diferentes al enfrentar lo coreográfico. Me apetecía seguir trabajando con ella. Ha estado desde el principio de la investigación, hemos estado codo con codo y codirige la obra.

Dentro del equipo técnico, el diseño sonoro y audiovisual lo ha creado Adolfo Fernández. Cuando veo una obra en la que Adolfo ha participado me parece que hay una finura y una sensibilidad extrema. Sabía que la cuestión auditiva en esta obra iba a tener peso, y necesitaba a alguien para caer de pie todo el rato. Entre otras cosas se ha encargado de crear no sé cuantísimas órdenes de QLab, hay tres canales de audio, dos proyectores… hay mucha maquinaria teatral en las manos y la cabeza de Adolfo que es una fantasía. 

Sobre el espacio escénico, siempre pienso las obras en pequeño, pero esta vez la quería pensar un poco más grande, sin que sea un gran formato. Para ello quería contar con Raúl León. Raúl se define como escenógrafo, aunque para mí también es coreógrafo y artista o da igual, tiene una tesis doctoral sobre la creación de suelos para piezas escénicas. También ha trabajado mucho sobre la agencia del espectador dándole la vuelta, haciendo un Juan Domínguez cuando dice que ya no hay espectadores, que el espectador es el performer. Creo que el espacio escénico nos lo hemos llevado a la cuestión auditiva. Raúl también ha hecho un acompañamiento artístico al uso. A nivel de luces han estado Diego Sánchez e Inés Muñoz, haciendo un trabajo increíble. 

Noelia Sánchez es una bailarina que lleva tiempo en Valencia, es muy técnica y muy buena bailarina. En sus piezas como creadora trabaja ese lugar de bailarina o actriz frustrada, donde también hay textualidad y humor, es muy versátil y tuvimos la suerte de su incorporación a mitad del proceso, ya que yo en un momento me quise salir para ver desde fuera, pero al final nuestra triangulación ha funcionado muy bien. 

Norberto Llopis es simplemente maravilloso y tiene una mirada muy interesante para acompañar los procesos, una mirada oblicua, sale por lugares que tú nunca has mirado, y los proyectos crecen de forma insospechada por pequeñas cosas que ha visto Norberto y que nadie más ha podido ver. 

Teresa Juan ha hecho el vestuario, y Andrea Oliva, que es ilustradora, ha hecho una partitura-hoja de sala preciosa. El aforo de la obra es de 100 personas por temas del alquiler de los aparatos, y hemos dividido un frame de la secuencia que utilizamos de Suspiria en 100 partes iguales, y cada espectador tendrá un trocito en la otra cara de la partitura de ese frame. Si vienen 100 personas se creará el frame completo. 

Tenemos siempre deseos de trabajar con personas de otros lugares por todo lo que nos pueden aportar, pero creo que también hay que valorar lo que tenemos a nuestro alrededor y cuidarlo. Estoy muy contento y agradecido con el equipo de Escrituras no creativas, así como con todas las instituciones y proyectos, que son muchos, que nos han dado su apoyo durante el proceso.     

¿Cómo encuentras el momento actual de las artes escénicas en Valencia? ¿Cómo estáis?  

El otro día salía de ver a Norberto Llopis en el TNT y alguien me hacía la misma pregunta, y respondí que en Valencia estamos a tope. Los últimos años ha habido un caldo de cultivo, aunque venía de más lejos, favorecido por políticas públicas. También ha habido gente que ha vuelto, y creo que se ha generado un ecosistema muy bonito. Hay artistas jóvenes muy asentadas en sus lenguajes que colaboran con otras disciplinas, y también por supuesto artistas consagradas. Hay mucha gente haciendo cosas muy interesantes en la ciudad. No quiero ser naif, la situación política no es la idónea, pero hay espacios y artistas con mucha perspectiva y mucha profesionalidad, La Mutant, La Granja, El Consulado o Dansa València… Siempre existe la tensión de cuánto dependemos de las instituciones, pero quizás tenemos que volver a aprender a hacer de otras maneras sin que ello implique una precarización crónica. Espero que este momento dure.

Fernando Gandasegui

Imágenes de Raúl Sánchez

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Hablar consigo misma

El próximo 27 de febrero, La Mutant presenta YELLOW TOWEL, un solo de la coreógrafa canadiense Dana Michel. Aún poco vista por estas tierras, la artista es una relevante rara avis en el panorama internacional de las artes performativas. Reconocida por sus creaciones inclasificables, Dana se presenta ahora en Valencia, después de pasar por Barcelona en el marco del Festival Sâlmon. 

Esta será la única oportunidad para ver esta performance desconcertante, en que la artista da cuerpo y voz a un singular lenguaje coreográfico, una escritura oblicua capaz de encarar, a través del humor, los fantasmas de la historia. 

No es fácil escribir sobre YELLOW TOWEL (2014). Raramente vemos piezas que combinan de forma tan sutil libertad radical con precisión. Durante aproximadamente una hora, la coreógrafa juega al absurdo, escapando de definiciones y driblando expectativas, para asumir una presencia que dialoga consigo misma. En escena, Dana provoca intimidad y extrañamiento en igual medida, quitándonos las palabras. Finalmente, a través de este estado de suspensión, la performance hábilmente desmonta los estereotipos asociados a los cuerpos negros. 

En sus piezas, la artista afrocanadiense de origen caribeño, traslada al escenario la herencia cultural de la diáspora negra. Como veremos, a lo largo de la coreografía diversos signos caracterizan la cuestión racial. No en vano, en su infancia la artista se cubría la cabeza con una toalla amarilla, simulando una melena rubia. El tema de la representatividad no es baladí, pero puede contener trampas. 

En sus escritos, Frantz Fanon observó que la construcción de la simbología de la imagen del negro históricamente se caracteriza por la racialización. Vistos como seres inferiores y vendidos como mercancías, quien creó al negro fue el blanco a fin de sustentar su proyecto de explotación. Y así, el blanco niega al negro el reconocimiento como sujeto, proyectándose como sujeto universal. Esta situación colonial es responsable de condicionamientos históricos presentes hasta la actualidad. Basta con observar la predominancia de cuerpos blancos en la cartelera del circuito artístico, y nos percatamos de la invisibilización y el silenciamiento al que las personas racializadas aún tienen que sobreponerse. 

A primera vista, en YELLOW TOWEL todo es blanco. En el escenario observamos un paisaje crudo: bajo iluminación general, apenas observamos algunos objetos cotidianos cubiertos por telas blancas. Súbitamente, una silueta surge de los márgenes del espacio y avanza de forma errante. De espaldas, vestida de negro, con el rostro parcialmente oculto, la mirada esquiva y sin ningún atisbo de solemnidad; vemos la aparición de una figura espectral. Situada entre la visibilidad y la opacidad, paradójicamente, su imagen se afirma a la vez que se evade.  

Una vez en el espacio teatral la vemos ir y venir, ensayando un sinfín de direcciones. Al moverse, el cuerpo de Dana conjuga impulsos y contraimpulsos, generando posturas en las que el torso, piernas y brazos parecen discordar entre sí. A medida que el tiempo pasa, la performer explora estados psicofísicos ambivalentes, mientras prueba equilibrios precarios, emite gruñidos y comenta sus propias acciones. En ese zigzag, la alternancia de síncopes y torsiones esboza una figura inestable que no actúa siguiendo modelos de eficiencia o funcionalidad. 

En un contexto en el que las mercancías provocan fascinación, circulando y moviendo la economía global, ver a Dana Michel manipulando artefactos tan diversos como una trompeta dorada, un micrófono desenchufado o una peluca black power, nos lleva a preguntar de dónde vienen estos elementos y qué hacen allí, alejados de su empleo habitual. Según dicen, las cosas hacen cosas. Los objetos tienen memoria, su forma y función están vinculadas a la historia de los cuerpos. O sea, la presencia de estos materiales evidencia un largo proceso de diseño y modelaje, un recorrido que acaba por configurar la subjetividad de quien los posee. Mientras tanto, vemos cómo Dana acaricia una trompeta con la mano. La situación inevitablemente nos evoca al jazz, expresión musical enraizada en la cultura afroamericana, reúne variaciones rítmicas y el soplo instrumental como forma de sublimación del grito negro. 

En escena, Dana conversa consigo misma constantemente, estableciendo un flujo continuo entre pensamiento y habla. Este pensar en voz alta acaba por difuminar la separación entre la vida interior y la exterior. A la vez, su discurso cacofónico disuelve cualquier expectativa de unidad o coherencia. Y así, la incansable emisión de onomatopeyas, frases y ruidos ininteligibles, acaba por instalar un caos convergente en la escena. Se instala una dramaturgia que interroga los propios límites del lenguaje. Después de todo, ¿quién habla? ¿Qué está diciendo realmente? ¿Qué precede a las palabras? Frente a tal verborrea coreográfica, nos damos cuenta de que las palabras no alcanzan el sentido, de que siempre hay algo que las precede. Y, así, percibimos que la comunicación va más allá del lenguaje. 

En su ensayo, In The Break – The Aesthetics of The Black Radical Tradition, Fred Moten desarrolla la idea de que, a través de la historia, los pueblos negros fueron tratados como mercancías y, cual objetos, fueron excluidos del lenguaje. Sin embargo, más adelante, Moten expone que los sonidos preexisten a la estructura lingüística, conforman un modo de comunicación singular de orden musical. Para rematar: esta es precisamente una de las vías de resistencia que el movimiento negro tomó contra la deshumanización. 

En los matices de su danza, despojada de autocondescendencia o heroísmo, Dana Michel lentamente va tejiendo una red de situaciones pasajeras que acaban por romper el marco de las convenciones escénicas. En definitiva, la estructura de la performance provoca el desplazamiento y la resignificación de las nociones de identidad y memoria. En ese escenario, la coreógrafa opta por el absurdo y lo inusitado para enunciar un elogio a la ambigüedad. Una ambigüedad que dinamita nuestros patrones de reconocimiento y nos abre múltiples alternativas de subjetivación. Un acto capaz de convertir objetos en sujetos.

João Lima

*Imágenes de Ian Douglass

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Entrevista a Sandra Gómez – Resonancias del acontecer

Sandra Gómez. Imagen: José Jordán

Sandra Gómez estrena Coses que sonen en La Mutant 17, 18 y 19 de noviembre. Coreógrafa y bailarina, artista fundamental para los lenguajes performativos peninsulares de los últimos lustros, lleva tiempo y varias obras dedicada a una investigación que pone en movimiento el vínculo entre cuerpos y sonidos, generando para ello sus propias tecnologías coreográficas y de escucha. Acompañada como en obras anteriores por el músico Javi Vela, en Coses que sonen Vicent Gisbert se une a Sandra en escena, un dúo de cuerpos y máquinas resonando este fin de semana en Valencia. 

Desde hace años llevas a cabo una investigación sobre el sonido o lo sonoro y sus materialidades que se ha concretado en varias obras y otros formatos. ¿Cuáles son las preguntas que han movido estos trabajos? 

Muchas de las preguntas que me han puesto a trabajar los últimos años son las mismas. Algunas de ellas serían qué pasaría si la escucha desplazara a la visión como sentido hegemónico; qué relación hay entre el sonido, la escucha y silencio; qué espacio revela el silencio; qué silencios somos capaces de poner en juego; de qué manera afecta lo sonoro a la corporalidad y el movimiento… 

Recordamos el final de obras de etapas anteriores como The love thing piece o Heartbeat, en las que ya se apuntaba un trabajo del sonido con el cuerpo, el cual has ido profundizando y transformando en tus últimas piezas. ¿Cómo y por qué arranca este motor de trabajo y cómo se ha ido transformando en cada una de sus formalizaciones? 

Todo esto empezó al hacer un taller en 2010 en Bruselas que se llamaba Sound as space con la coreógrafa Lilia Mestre y la artista sonora Els Viaene. Fue una revelación que me abrió el mundo de lo sonoro. En 2013 hice The love thing piece, obra en la que ya había en su final un juego bastante abstracto haciendo con el minijack en el cuerpo después de haber bailado un ruido de masa. En Heartbeat (2016) usaba un doppler para sacar el sonido del corazón y exteriorizarlo. Después conozco al músico Javi Vela, él me abrió un campo de posibilidades con respecto a máquinas sonoras, y a partir de entonces empiezo a jugar con estas tecnologías. La siguiente obra, Tot per l´aire (2018), es un trabajo creo de transición en el que hay música enlatada como en las anteriores, pero ya aparece la gestación en directo de material sonoro, haciendo por ejemplo derivas sonoras con un pedal y amplificando mi voz. Las siguientes piezas ya incorporan la utilización de estas máquinas y comienzo a investigar el espacio sonoro. En Volumen II (2020) sigo investigando a partir de acciones con el cuerpo para accionar cualidades de sonidos y que éstos se registren para que se puedan procesar. En Bailar el sonido (2022) ya reúno y pongo en práctica de forma más clara cuestiones que he probado en obras anteriores. 

En Tot per l´aireVolumen II y Bailar el sonido trabajo con Javi Vela, quien se encarga del espacio sonoro, de sus viajes y modulaciones, y yo estoy en escena accionando para que a través de mi cuerpo se generen materiales sonoros. Tanto Javi como yo nos introducimos en un terreno que no conocíamos, trabajando a partir de la prueba y el error, sin saber muy bien cómo se hacía. Nos preguntamos cómo se crea un espacio sonoro a partir del cuerpo y qué tecnologías necesitamos para eso. Esa búsqueda nos llevó bastante tiempo y nunca trabajamos con ordenador. Por ejemplo, en Bailar al sonido probamos muchos micros hasta que dimos con los que funcionaban para nuestra idea, que resultaron ser unos que se usan en flamenco. 

¿Cómo ha cambiado la investigación con el sonido tu lenguaje corporal? 

Esta investigación supuso un gran cambio en mi trabajo corporal. Yo estaba muy acostumbrada, incluso viciada, a usar temazos para conseguir una energía determinada. Trabajar por ejemplo a partir del silencio y generar yo el sonido a través de mi cuerpo fue una gran transformación. Igualmente lo fue investigar sobre el tacto y el contacto a partir de la misma premisa. 

Coses que sonen. Imagen: Raúl Sánchez

Para Coses que sonen hablas del concepto de “resonancia del acontecer”. ¿En qué consiste y cómo la trabajas?

Hace tiempo leí un libro que me influyó mucho, Resonancia de Hartmut Rosa. La resonancia ya estaba presente en Bailar el sonido, y la podría describir así: al bailar, mi cuerpo genera un sonido que acaba creando una banda sonora que a su vez afecta a mi baile o movimiento. Algo así como un sistema de retroalimentación entre el cuerpo y el sonido. En Coses que sonen este sistema también está, pero además, los sonidos se van quedando con nosotros en el espacio sonoro, conformando una huella o residuo sonoro que se va acumulando en capas. Eso comienza a afectarnos y a afectar a la partitura que acabamos rompiendo de forma progresiva. También hay una resonancia visual con la huella. Empezamos limpios, como un lienzo en blanco, pero a través de las acciones nos vamos manchando.

¿Cómo ha sido el trabajo con objetos en Coses que sonen?

El trabajo con los objetos viene de una residencia de investigación que hice en Espai La Granja llamado Materias sonoras. Allí yo quería trabajar la resonancia o afectación sonora entre más cuerpos. En este proyecto invité al músico Avelino Saavedra, quien nos compartió su técnica y ejercicios con objetos cotidianos, con sus cualidades sonoras. Esto se quedó conmigo y después de Bailar el sonido, donde el cuerpo estaba en primer plano, quise desplazarlo y trabajar desde este otro lugar donde los objetos son lo que te dan la sonoridad.

En Coses que sonen investigamos la textura sonora de muchos objetos y materiales, trabajando con una partitura de repetición, de loop analógico, no al unísono sino en decalage, con varias capas en diferentes tiempos que se acumulan y vamos creando Vicent Gisbert y yo en directo y al descubierto en escena, cada una con su set de máquinas. 

Para Coses que sonen también fue importante hacer talleres como alumna organizados por Diàleg obert en el Teatre El Musical, uno de partituras con objetos impartido por Steffi Weismann que viene del campo de lo sonoro, de improvisación musical con Wade Mathews, y también otros de música experimental y performance de Christian Kesten. Me apetece mucho seguir formándome e investigar sobre estos campos. 

Coses que sonen. Imagen: Raúl Sánchez

Llevas 20 años de carrera en los que has creado 7 solos. Los últimos años también has estado desarrollando una investigación llamada Solo los solos sobre, precisamente, la creación de solos y la soledad. Para Coses que sonen, a la colaboración habitual de Javi Vela en el sonido se suma Vicent Gisbert en escena. ¿Cómo han sido las colaboraciones en esta obra a diferencia de las anteriores?

Esta obra la empiezo sola también. Gracias a una beca de Comitè Escèniques pude continuar la investigación sobre materias sonoras. Si bien comencé a crear la partitura sola, llegó un momento en que pensé cómo sería el trabajo con dos cuerpos. En Solo los solos, entre otras cosas, entrevisté a coreógrafas y coreógrafos valencianos que hubiesen trabajado solos. Vicent también ha trabajado mucho solo. Cuando lo entrevisté hubo algo que me quedó resonando. También había visto varios trabajos suyos y me parecía alguien muy sensible a la cuestión sonora. Por todo ello, al pensar la partitura con dos cuerpos, apareció él. 

Javi Vela nos ha acompañado proponiéndonos máquinas, configurando los sets, y también trabajando el espacio sonoro desde la tridimensionalidad o su cualidad envolvente. En otros trabajos no lo habíamos conseguido, pero en Cosas que suenan sí, hay diversas fuentes de sonido repartidas por el espacio. Esta es la primera vez en varias obras que Javi no está llevando en directo el registro de sonido y haciendo sus efectos, sino que somos Vicent y yo. 

Para Coses que sonen también hablas de la importancia de la respiración y el silencio en tu proceso de trabajo. 

En Coses que sonen hay acciones vocales que provienen directamente del trabajo con el silencio. Fue muy importante encontrar los ejercicios que propone Pauline de Oliveros en Deep Listening, porque tenía que entrar al trabajo desde otro lugar, parar y darme un tiempo de escucha. El trabajo en ese momento iba de la mano de la ansiedad por producir. Tenía que estar en el presente. Esta obra empieza y acaba en silencio. Partimos de un silencio que nos permite desarrollar todo un abanico de sonidos. Pero el silencio es imposible, corporalmente hablando también. Entiendo el silencio como una actitud de escucha. 

Antes del sonido, tu principal línea de investigación trataba sobre descentralizar el yo del trabajo dancístico y coreográfico, ejercicio que te acompaña y entiendo sigue presente en obras posteriores. ¿Qué queda de dicha descentralización en Coses que sonen

Al igual que con el sonido, vengo arrastrando preguntas desde hace tiempo. La cuestión de desplazar el yo del lugar central también. Dependiendo del trabajo está más o menos acentuada, pero siempre está presente. En Coses que sonen la estrategia, que no sé si funciona o no, es que los objetos, o más bien los sonidos que éstos generan, son los protagonistas de lo que pasa. La palabra manipulación con respecto a los objetos no me gusta. He intentado relacionarme con ellos no solamente a través de las manos, sino involucrando al cuerpo entero con esa acción, y suavizando la jerarquía sujeto-objeto. El foco no soy yo, la intérprete Sandra, cómo me muevo, si no que está en el sonido de la acción de nuestros cuerpos en relación a otros cuerpos que son los objetos. 

En Coses que sonen planteas la “resistencia frente al centralismo del yo en la era digital y principalmente en las redes sociales”. En una carrera de 20 años en danza imagino que habrás vivido un cambio profundo en los lenguajes coreográficos en cuanto a la relación con la imagen. ¿Cómo crees que han afectado las redes sociales y otras tecnologías de la imagen a los lenguajes escénicos en los últimos años? 

Las redes sociales son pura imagen y se explota al sujeto en esas imágenes. Toda esta cuestión con el sonido es quizás ir a la contra, ampliar las posibilidades sensoriales que tenemos. Yo frente a las redes sociales me siento bastante torpe y hay muchas cosas que desconozco. Sé que la gente joven se graba bailando coreografías en TikTok, pero la verdad es que no lo he visto. Claro que todo esto estará influyendo la manera de relacionarnos con la danza. En mi caso, por ejemplo, Vicent me propuso grabar los ensayos para poder vernos y yo le dije que nunca grabo mis ensayos. No los grabo para no buscar imágenes, para no juzgar lo que está pasando y decidir lo que queda bien o mal. No quiero relacionarme con el trabajo desde ahí, quiero que sea la propia práctica, la propia experiencia, el pasar el cuerpo una y otra vez por los mismos sitios, lo que vaya decidiendo dónde colocarse y de qué manera. 

Los apoyos más o menos institucionales a Coses que sonen son La Mutant, Espai La Granja, Comitè Escèniques, Taller Placer, Espai Pont Flotant… Todos ellos forman parte de una suerte de red de apoyo y cobijo a las artes escénicas experimentales en Valencia. ¿Cómo estáis viviendo el tejido escénico, y cuál es tu experiencia en particular, tras los últimos cambios políticos?

A nivel institucional todavía no se ha notado el cambio, aunque supongo que pasará en breve. De momento todo está igual, sólo han avisado ya que van a recortar en cultura, por ejemplo en las ayudas del IVC. Con respecto a espacios institucionales como el TEM o La Mutant, siguen las personas que están llevando la programación. Pero llegará el momento en que empecemos a notarlo. 

Yo por un lado estoy preocupada por ver qué es lo que va a pasar. Pero por otro lado, últimamente me he sentido más apoyada aquí en Valencia. He recibido becas y otras ayudas. Mi trabajo está en los límites. No siento que pertenezca al teatro ni a la danza y por tanto es difícil encontrar mi lugar. En relación a La Mutant, me he sentido muy acogida y arropada tanto por Marta Banyuls, la anterior directora, como ahora por Tatiana Clavel.

Fernando Gandasegui

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