Fosc

Hace un par de semanas fui a ver FOSC de Javier J Hedrosa y Néstor García en el Antic Teatre dentro de la programación del ciclo Hacer Historia(s) organizado por La Poderosa.

Podría escribir este texto como un recuerdo de lo que allí pasó, cómo subí las escaleras y tomé asiento, cómo el calor de los focos me tocaba el cogote y la vista se me nublaba ante un espacio vacío y oscuro. Y las frases podrían comenzar con un “recuerdo que…”, “recuerdo que alguien tosió en la fila de atrás”, “recuerdo que alguien apuntó algo sobre el himno de Valencia en voz alta”, “recuerdo que alguien levantó tímidamente la mano para decir que no había nacido en Barcelona”… pero creo que todo se enredaría en un tiempo que este texto no puede abarcar, ya que se debe a un presente absoluto, el del ahora en el que escribo y el ahora en el que tú lees. Y es que la pieza se organiza en torno al ir y venir del pasado al presente a través del recuerdo de otras espectadoras que en su día acudieron a ver un espectáculo escénico. Tres voces se turnan para dar testimonio de algo que presenciaron desde sus butacas, formándose una sucesión de acontecimientos que componen el hilo conductor de la dramaturgia de la pieza.

Pude saber que el proyecto se debe a un largo recorrido de investigación en torno a lo que rodea al archivo en las artes escénicas, una materia que plantea esa pregunta que nos hacemos muchas veces al ser el nuestro un material de trabajo frágil y efímero, que se sitúa en lo efímero de la presentación, pero más allá de los límites del propio dispositivo escénico. Este material escurridizo para los archivos oficiales deja una huella volátil, por lo que fundar una suerte de tradición o historia de las artes escénicas contemporáneas, que con el tiempo nos ayude a preguntarnos por su evolución de forma crítica, es una tarea casi imposible. Las fuentes oficiales, casi siempre vinculadas al entorno académico, no logran recoger con fidelidad una historia escrita a golpe de gestos y afectos. Terminan instituyendo un lenguaje que está preso del caracter competitivo de la originalidad y la innovación, características propias del paradigma neoliberal.

En las cañas post función me enteré de que a Javier y a Néstor les interesa en este proyecto conocer cuál es el rastro posible de archivar del encuentro entre espectadora y pieza, para descubrir otros modos de contar esta nueva historia posible. Para ello, han participado en algunas residencias organizando encuentros con diferentes públicos y poder así, desde el contacto colectivo, hacer memoria juntas. No tienen una pregunta concreta porque no buscan una historia concreta, no se trata de un sondeo productivo que les devuelva un material específico que poner en escena, sino que su foco está en proporcionar las condiciones necesarias a las personas asistentes a estos encuentros para que esos recuerdos emerjan de una forma placentera y orgánica. Y es por eso que en la pieza conviven relatos de muy diferentes naturalezas, como anécdotas, vivencias, juicios, descripciones, pensamientos … y desde una variedad de voces muy diversas que denotan un ecosistema rico en matices, retratando la diversidad existente dentro de esta nuestra comunidad de espectadoras. 

De vuelta al teatro, en la escena aparentemente vacía, mientras estas historias aparecen en las voces de Javier, Néstor y Mila, la luz va cambiando lentamente iluminando diferentes lugares de la escena, como si quisieran dar cuenta de todo el abanico de posibilidades lumínicas que pueden suceder en un espectáculo de artes escénicas. En estas transiciones parece haber una invitación para desvelar algo que ya está sucediendo en el escenario, como si este pulso luz/oscuridad permitiera asomar la sombra de algún cuerpo que se mueve en un espacio que, aunque parece estar típicamente reservado a la acción, es en esta ocasión una cámara oscura de revelar recuerdos. 

Podría pensarse este dispositivo como un diseño de oralidad visual, una herramienta híbrida desde la que generar un archivo mucho más poroso y blandito que cualquier registro más convencional como el audiovisual o la fotografía. La sensación que tenía al salir de la pieza era la de estar todavía intentando recordar lo que allí había pasado, como si hubiera tenido la oportunidad de recopilar las ruinas de muchas otras piezas y el movimiento más inmediato fuera la reconstrucción para poder atesorarlas lo más fielmente posible. Pero enseguida me di cuenta de que esta cosa de recordar es una acción difícil y llena de interferencias, y que lo interesante de esta dificultad hace tambalear la rigurosidad y veracidad con la que se construyen los datos históricos. La memoria no es una tecnología perfecta, y todo recuerdo contado está contaminado por una subjetividad de difícil control. Por ejemplo, a mí personalmente, me gusta mucho contar y escuchar historias donde hay un poco de exageración épica que le da al relato más intensidad. Pienso que este tipo de  distorsión no solo se debe solo a una intencionalidad dramática del narrador, sino que también está mediada irremediablemente por el momento en que se cuenta: se cuelan entre medias otras voces del bar, la cafeína del café que se está compartiendo o la digestión de una comida pesada; todo cuenta. El recuerdo se presenta como un material poroso y maleable, donde la verificación de la realidad pasa a un segundo plano y le deja el protagonismo a la entidad afectiva de revivir lo contado. ¿Cuál es la importancia de la verdad en un recuerdo?

De vuelta a casa después de la obra, le daba vueltas a esto y pensé en el efecto Mandela. El efecto Mandela es un fenómeno nacido en internet en el cual un gran número de personas pueden recordar un hecho que nunca aconteció, o una imagen ligeramente distorsionada, produciéndose una sorpresa al descubrir que lo recordado no era tal y como se imaginaba a priori. Podemos encontrar muchos ejemplos en la cultura popular, como la forma del logo de Volkswagen, la cola de Pikachu, o el hecho que le da nombre al fenómeno: que la muerte de Mandela no se produjera en la cárcel sino años más tarde en 2013. Lo que para la gran mayoría de quienes se sorprenden al descubrir esta nueva verdad se trata simplemente de una falla en la reconstrucción de la memoria, para otros, como en cualquier buen fenómeno de internet, hay toda una teoría de la conspiración en torno a este trend. Muchos de los usuarios de reddit que alimentan esta conspiranoia sostienen que este glitch de la memoria se debe a que en un momento concreto de nuestra experiencia vital hemos aterrizado súbitamente en una línea temporal diferente y que este recuerdo fallido es la demostración de estar viviendo una nueva realidad paralela. Descubrir que se escribe Looney Tunes y no Looney Toons, o que Britney no llevaba micrófono en su vídeo Oops I did it again, supone una ruptura con un presente lineal que prometía un futuro sin fracturas. El recuerdo para ellos es una certeza que verifica las experiencias vividas hasta entonces, como un ancla a la estabilidad mental o el síntoma de no haber perdido la cabeza. Aquí, la verdad es el núcleo duro del recuerdo, lo más importante. Esta inquietud les hace organizarse en comunidades para especular sobre estas fallas de la realidad, e intentar descifrar en qué momento se produjo este salto temporal y los motivos ocultos de tal acontecimiento, desde vivir gobernados por un ordenador cuántico y ser este un error en su ejecución, hasta haber alcanzado un nivel superior de conciencia. Este grupo de personas reunidas, comparten el recuerdo de su realidad temporal anterior llevando a cabo todo un ejercicio de revisión del presente, todo ello con un afán pasional y en ocasiones hasta identitario. Más allá de entrar a juzgar este tipo de ideologías desde un plano político, en el que desde el trumpismo se han puesto de moda muy diferentes negacionismos, siempre me han llamado la atención este tipo de lecturas de la realidad que sueñan posibilidades inauditas en un mundo en el que las certezas científicas dejan poco espacio para la imaginación. 

Y me pregunto  por qué no podemos hablar con el mismo ahínco y pasión que estos escépticos magufillos acerca de saltos temporales después de haber presenciado FOSC, ya que esta pieza también nos provee de posibilidades de vivir con intensidad muchas experiencias de temporalidad alterada. En la pieza, la atención se desplazaba de la escucha presente del recuerdo pasado a la imaginación futura, y a la vez de intentar recrear lo que se estaba contando, parece que también se sabía ya lo que se iba a contar, como si pudieras adivinar el futuro inmediato de la narración. Pasaba algo parecido a cuando alguien te cuenta un chiste que conoces pero que no recuerdas del todo, o con una canción que te suena mucho pero que serías incapaz de cantar, algo así como un deja vu. En alguna ocasión tuve que despertar de esta ensoñación temporal al darme cuenta de que era imposible haber presenciado una de las piezas relatadas que se produjo en los ochenta, debido entre otras cosas, a que hasta una década después no estaba naciendo. Escuchar recuerdos, adivinar el futuro, perderse del presente para entrar en otras posibilidades no cronológicas, invocaciones, fugas, … , ¿qué explicación tenía esto que me estaba pasando?

Después de meditar algunos días, me di cuenta de que esta experiencia solo era posible gracias a la naturaleza del acto escénico. Al acabar la pieza alguien había mencionado que ésta bien podría haber sido un podcast, entiendo que por su foco en lo sonoro y la ausencia de carne en escena. Y eso me rechinó un poco, porque en esa sala de teatro se estaba produciendo una empatía cargada de contagio y reconocimiento, no solo con quien contaba la historia, sino con las demás personas sentadas alrededor en las butacas. Era la dimensión temporal y colectiva de lo escénico la potencia que vertebra este nuevo archivo afectivo, la que hace que compartiendo un presente pueda producirse esta magia interdimensional de varios tiempos en uno. Si lo pensamos, en la obra se da una estructura de memorias tan compleja que bien podría ser como una pistola de portales al estilo de Rick y Morty : En una capa: alguien asiste al teatro a ver una pieza – tiempo después (años incluso) asiste a un taller, recuerda y narra su experiencia como espectadora – en Fosc se narra esta experiencia que – es escuchada por una nueva espectadora. En otra capa entrelazada, quienes nos sentamos en las butacas del Antic estamos encarnando a esa espectadora primigenia, ocupando su misma butaca, atendiendo a su misma pieza y recreando su misma atención y afecto. Yo, ella y todas, estamos siendo la misma entidad receptora al mismo tiempo. Se cierra así un ciclo de temporalidad intensa que reescribe una y otra vez esta historia de las escénicas. Gracias a esta circulación infinita, se hace posible este nuevo archivo imposible de sellar y a la vez totalmente imborrable. El recuerdo en acción no se deja atrapar, como una bola de nieve imparable, se desgasta y crece al mismo tiempo, siempre en movimiento solo podrá abrazarlo quien esté dispuesto a ponerse delante y dejarse atropellar por la avalancha. Todas juntas y revueltas, haciendo historias.

“Recuerdo que Rafael Amargo hizo una coreografía de la Consagración de la primavera, recuerdo los gritos de Roger Bernat en la oscuridad del Mercat de les flors, recuerdo a todo un público sin moverse de su asiento esperando a que empezara un espectáculo en Gijón, recuerdo a Xavier Le Roi cantando “Valencia es la tierra de las flores, de la luz y del amor”, recuerdo que Josep Maria Pou y José Sacristán interrumpieron a los actores de una obra de teatro para unirse a una manifestación, recuerdo que Concha Velasco, después de hacer una coreo extenuante, terminó comiéndose un bocata de mortadela”

Jose

 

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