Roland mon amour, de Cris Balboa

Mientras el público entra y se acomoda, Cris Balboa, sentada en una butaca, bebiendo agua de un termo y conversando con las personas que tiene a los lados, espera.

Una vez que la gente está ubicada, toma un micrófono y empieza a hablar. Nos invita a llevar a cabo un ejercicio de respiración y relajación. Algo que ella, que dice que tiende a respirar sin llenar del todo sus pulmones, hace para controlar la ansiedad. Mientras explica esto se dirige lentamente hacia el centro de la escena, lugar que ocupará a partir de ahora. 

Cris Balboa es una artista gallega que en 2022 obtuvo una de las cuatro plazas que anualmente abre el Centro Dramático Nacional para cuatro dramaturgos que, durante un año, trabajarán con el amparo de la institución en la creación de un texto para la escena. Roland mon amour es el resultado de esa residencia, se estrenó en la Sala de la Princesa del teatro María Guerrero el 21 de marzo y todavía puede verse allí hasta finales de esta semana. 

El caso es que las Residencias Dramáticas (ese es el nombre del programa del CDN arriba mencionado) trajeron a la capital a una artista que lleva muchos años trabajando en su Galicia natal. Cris Balboa dice de sí misma que no es muy conocida en Madrid y con esta pieza parece querer poner fin a esta situación de forma bastante personal: Roland mon amour es un monólogo musical en el que la creadora habla, canta, y todo lo que está entre esas dos cosas, sobre sí misma y sobre su circunstancia. 

La sala de la Princesa está cubierta por una alfombra roja, tanto la zona de butacas, que se han colocado rodeando el espacio escénico, como la escena misma. En el centro de la sala, sobre un pie transparente, Roland, el sintetizador que otorgó a Cris Balboa la posibilidad de hacer música sin saber hacer música, y que inspiró la forma híbrida entre monólogo y concierto que acabó adoptando el relato autobiográfico que nos disponemos a escuchar. Casi toda la sala está ocupada por la intervención de Mauro Trastoy quien, usando como único material lo que probablemente sean un par de kilómetros de cinta de algodón de colores rosa-rojo-naranja, ha llenado todo de algo que podría describirse como guirnaldas, difuminando la distinción entre el espacio de butacas y el escénico. Con el correr de la pieza, la interacción entre estas cintas (fluorescentes) y la iluminación de Laura Iturralde volverá múltiple ese espacio, creando un buen número de atmósferas muy diferentes entre sí, y aportando muchísima textura a un montaje que trabaja solo con los elementos indispensables. Creo recordar que las luces de público se encendían a veces, o quizá fuera que el tamaño y disposición de la sala me dejaba ver las caras del resto de asistentes, el caso es que la combinación de todo, de la posición de las butacas, la iluminación y la escenografía, hacía que el espacio no se sintiera tanto como un teatro, con sus zonas de representación y de observación diferenciadas, sino como un lugar común en el que todas estábamos en la misma. También forman parte del equipo de esta producción, por cierto, Alberto Cortés, que colaboró con la dirección y la dramaturgia, Gloria Trenado, que confeccionó el vestuario y Óscar Villegas, a cargo del sonido. 

Según se nos cuenta, la circunstancia de Cris Balboa es que es una artista de alrededor de cuarenta años que vive en Galicia y que, desde ahí, intenta sacar adelante una carrera artística en un estado centralizado en el que lo que no pasa por la capital es siempre periférico, marginal, precario. Partiendo de aquí la performer hablará de lo más privado de sí misma para que el público se identifique con ella, para encontrar lo común en lo personal. (Sobre la posibilidad de que parte o incluso todo el relato sea ficción no diré nada, porque nada sé y, sobre todo, porque en el contexto de esta pieza, no parecía relevante.) Quien está en escena se ve a sí misma con tanta claridad y perspectiva que al narrarse se convierte en arquetipo: sé de primera mano que la artista gallega que sobrevive como puede, y algunas veces puede y otras casi que no, se parece bastante a artistas burgalesas, extremeñas, sevillanas y madrileñas (que la periferia no es cuestión solo geográfica) cada una con sus (nuestras) enfermedades metabólicas u hormonales, frecuentemente autoinmunes (porque el peor enemigo está siempre adentro), con sus remedios caseros, sus tratamientos holísticos de diseño propio y sus sensibilidades ecológicas, sus formas confusas de vivir la sexualidad, sus procedimientos para mantener agarrada a la juventud y sus disputas abiertas o soterradas con el mercado inmobiliario y los trabajos alimenticios.

Roland mon amour es un monólogo musical, un concierto de declaraciones autoinculpatorias, en el que quien habla no se permite el pudor ni la justificación, porque sabe que con autoindulgencia no se seduce al espectador. Cris Balboa se inmola, si es eso lo que hace falta, para que el público se divierta, porque si el público se divierte, la querrá, y amor es lo único que, en verdad, busca esta artista gallega.

Roland mon amour estará en la Sala de la Princesa del teatro María Guerrero hasta el 20 de abril. 

Cecilia Guelfi 

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