Un fotograma en blanco de Raúl Alaejos e Hilo Moreno

En el día 7 del corriente mes de mayo del año en curso 2025 partió de las inmediaciones del Centro de Arte 2 de Mayo en misión de exploración y reconocimiento (que no conquista) la embajada liderada por Raúl Alaejos e Hilo Moreno. Se procurará a continuación dar relación de lo acaecido para quien no hubiera podido estar presente en la jornada.  

Expedición M-C (Móstoles-Coslada)

Este año la Universidad Popular del CA2M acoge el ciclo Más allá se cae el mar, comisariado por José Luis González Macías y Lía Peinador, y formado por un programa de actividades heterogéneas que invitan a reflexionar de diferentes maneras sobre los límites (distintos tipos de límites) del mundo conocido. 

Como dice más arriba, la sesión del 7 de mayo corrió a cargo de Raúl Alaejos, artista visual y realizador, e Hilo Moreno, guía polar y de alta montaña. El título que se le dio a la actividad hace referencia al aspecto visual del punto en el que se sitúa el Polo Norte. Un fotograma en blanco es lo que ve quien llega a esa coordenada de la Tierra, visualmente igual a cualquier otra del mar de hielo en el que se sitúa. 

Poco después de las cuatro y media de la tarde, un grupo de personas curiosas y entusiasmadas abordamos un autobús que emprende el camino hacia el Barrio del Puerto, en Coslada. Allí recorreremos la exposición al aire libre Descubriendo nuevos mundos, una serie de esculturas de bronce obra del artista Ángel Aragonés, que homenajean a nueve exploradores y que se disponen en su mayoría a lo largo de la Calle del Océano Atlántico (en este lugar las calles que corren de suroeste a noreste llevan el nombre de mares u océanos, mientras que las que lo hacen de sureste a noroeste llevan el de puertos, Puerto de Málaga, Puerto de Algeciras).

Al poco tiempo de entrar en la M40 empezamos a escuchar, como a la voz en off de la película que vemos por la ventana, a Raúl Alaejos. “Esta voz que oís es la nuestra”, se presenta. Luego agrega desde su teléfono banda sonora, una canción épica que se interrumpe y vuelve a empezar un par de veces. Raúl vuelve a hablar, nos dice que la expedición que vamos a comenzar puede convertirse en lo que queramos que sea, porque cualquier cosa que imaginemos la podemos incorporar a su recuerdo cuando hablemos de lo que hicimos ese día. El método parece fácil: “Cuanto más lo cuentas más te lo crees”, explica. 

Cruzamos el Manzanares en su paso por Villaverde. Otra voz, esta vez la de Hilo Moreno, se pregunta sobre el sentido de la exploración o, mejor dicho, se pregunta si tiene sentido preguntarse sobre el sentido de la exploración, siendo esta algo que “está en nuestro ADN”. Concluye que quizá sea más necesario revisar la figura del explorador, asociada todavía a valores heredados de las etapas Victoriana y Heroica de la exploración, cuando se lo veía como a una persona fuerte, resistente, con un gran espíritu aventurero, gusto por el peligro, capacidad para el sacrificio y curiosidad científica. Siempre hombre, por supuesto, y siempre blanco. También siempre trabajando para expandir los dominios de un imperio y consciente del potencial publicitario del relato épico de su gesta. 

“Explorador es el primero que llega a un lugar en el que nadie ha estado antes -dice Hilo- y abre una puerta por la que luego, según la época, pasarán conquistadores, científicos, artistas o habitantes.” 

Raúl Alaejos vuelve a tomar la palabra y se pregunta, nos pregunta, si en el estado actual del mundo no será oportuno abandonar la exploración y dedicarnos a inventar más que a descubrir.

Llegamos a destino. Abandonamos nuestra embarcación, volvemos a pisar tierra. Nos encontramos con aquello que hemos ido a buscar a este lugar desconocido de Coslada. En cada escultura nos detendremos a escuchar un relato crítico de un aventurero y de sus aventuras, y de las formas en las que el mundo tuvo noticia de estas. 

El criterio con el que han sido seleccionadas las figuras a homenajear es, por decirlo de alguna manera, difuso, pero también predecible. La única excepción la constituye la primera escultura frente a la que nos detenemos, que recuerda a Valentina Tereshkova, obrera de la industria textil que estudió paracaidismo por correspondencia y que en 1963, con veintiséis años, se convirtió en la primera mujer en ir al espacio, donde permaneció durante tres días orbitando 48 veces el planeta Tierra. Valentina es todavía hoy la única mujer que realizó una misión espacial en solitario y orgullo nacional de su Rusia natal. En 2013 se ofreció para tripular una misión sin retorno a Marte. 

De las figuras retratadas, Valentina no solo es la única mujer y la única que sigue viva, sino también la única que sonríe y que dirige su mirada hacia abajo, hacia un posible espectador. Los demás, todos señores, observan solemnes el horizonte, sostienen mapas, señalan el camino, toman medidas o cubren un pequeño planeta Tierra con su gran mano condescendiente. 

Durante el resto del paseo escuchamos hablar del caso de Frederick Cook, cuyo relato de llegada al Polo Norte fue desacreditado en favor del de Robert Peary, a quien se le acabó concediendo el primer lugar de la carrera polar; o el de Livingstone, que anduvo desorientado por África remontando ríos, buscando el nacimiento del Nilo, y al que un periodista en misión de rescate encontró a orillas del lago Tanganica después de que no se recibieran noticias suyas durante seis años; o el de la expedición fallida liderada por Robert Scott, que fue mucho más famosa que la exitosa liderada por Roald Amundsen, porque el libro que cuenta su historia (El peor viaje del mundo, de Apsley Cherry-Garrard) es muy entretenido, mientras que los diarios de Amundsen son un rollo; o el de Marco Polo, de quien se duda que alguna vez haya siquiera salido de Venecia, porque ninguna crónica del imperio de Kublai Khan, del que supuestamente fue embajador durante veintiséis años, lo menciona. Si siguiera enumerando historias esto se haría larguísimo, se contaron muchas esa tarde. 

A lo largo del recorrido entendemos que a Raúl y a Hilo les interesa el momento en que la exploración se cruza con la ficción, en el que su relato se despega de la realidad y comienza a confundirse con el de un sueño o un deseo. También entendemos que ese momento es difícil de señalar, y que es muy probable que mucho de lo que sabemos de los “grandes descubrimientos” nunca haya sucedido, al menos no como nos lo han contado. 

Un viaje ha de ser una experiencia con potencial transformador, si no, yo le recomiendo a cualquiera que esté pensando en emprender uno que ahorre recursos y energía y que se quede en casa. Pero hay que señalar que este potencial no radica en la distancia que se recorre, ni en lo particular del lugar de destino, sino en las ganas que una tenga de ver y de dejarse afectar por lo observado. Supongo que esto es una obviedad, pero igual lo digo, porque  una excursión a Coslada puede parecer viaje modesto, pero no lo será tanto cuando tanto me costó resumir la experiencia, y cuando tanto (¡mucho!) de lo que se dijo y se pensó ese día me queda afuera de este texto, y eso que ni siquiera he empezado a fantasear.

Cecilia Guelfi

Foto de Raúl Alaejos: Casi

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