Fregoli

Es la segunda vez que veo el trabajo de Quim Pujol, la primera fue en medio de una pandemia, dentro de un experimento raro entre festival de artes vivas con cámaras alrededor. Con su pieza Negro Croma transformó un teatro entero, que ya estaba tintado de diferentes tonos de negros, pero en su ejercicio de moldear lo que de la palabra sucede, volvió a barnizar cada parte del teatro Mercat de les Flors, cada rincón. Tuve la sensación de que a cada cosa le brotaba un baño negro, no desde arriba hacia abajo, sino desde dentro hacia afuera. Pero eso fue una pieza en un tiempo loco que alargaba las distancias entre las personas que estaban mostrando su propuesta y las que miraban hacia la propuesta, aun así, la insistencia del ejercicio hacía de la palabra una posibilidad clara del color negro.

En esta ocasión voy a la Fundació Joan Brossa Centre de les Arts Lliures a ver Fregoli.

Leopoldo Fregoli (1867-1936), figura importante en la historia del transformismo, provocaba en sus espectáculos un pasaje por diferentes personajes o identidades a partir de su cuerpo y vestimenta. Desde este punto de partida, Quim propone un dispositivo directo de enunciación y correlación de palabras. No hay vestuarios para el imaginario, pero hay otro tipo de vestuarios para el imaginario.

Esta vez el aparato alrededor del artista era mínimo. No luces, no cámaras, no gradas, no escenario, no ciclorama, sí micrófono, sí en diadema, sí altavoces, sí sillas, todas distribuidas proporcionalmente y en direcciones ligeramente concéntricas en un suelo y cielo de madera que se notaba antiguo y cuidado. Cuando estoy en la fila para entrar, veo que Quim va dando la bienvenida, dos besos. Me acuerdo de las personas que hacen este gesto en las artes, me gusta porque me relaja los nervios de teatro. Creo que tal gesto habla del artista y del trabajo, no como un juicio de valor sino sobre las materias que están en la propuesta. En este caso me hace mucho sentido.

Empieza la performance. Dice ser y ser entre

Yo me imagino qué es agua y tierra. Qué es barro.

Después de unos minutos probé a cerrar los ojos, porque si los dejaba abiertos me quedaba pegado con las definiciones visuales. El agua solo aparecía cristalina, la tierra árida, arcillosa, el barro pringoso y unicolor, formas estáticas. Así que mejor voy con los ojos cerrados, para así escuchar su operación que en el tiempo va subvirtiendo la utilidad de sus propias herramientas. Dice ser entre.

Mientras recitaba el texto, yo escuchaba los pequeños matices de su voz. Por la disposición espacial del público, podíamos escucharlo locutando por el altavoz o hablándote de cerca, y como estábamos sobre un suelo de madera podíamos escuchar también el ritmo de sus pasos, acompañantes del pulso de cada palabra, formando un sincopado sofisticado junto a los gestos fluidos de su mano izquierda.

Su voz siempre a la escucha de la palabra que viene. La frase siempre en su tempo propio. 

Su mano derecha sujeta papeles que parecen ser el texto que está diciendo, pero me quedé un buen rato mirándola para ver cuándo cambiaría de página. Sigo creyendo que nunca la cambió y que solo tenía apuntadas referencias para abordar ideas. También puede ser que me haya perdido exactamente esos momentos cuando tenía los ojos cerrados, en cualquier caso me gusta cuando ocurren estos encuentros de ficción, son pequeños síntomas de que su relato y coreografía de gestos y distancias vocales me está provocando un desplazamiento entre ser y estar.

¿Qué nos queda por aprender entre palabras que nos suenan cotidianas, extravagantes, graciosas o ajenas?

Quim propone visitar y olvidar para revisitar e imaginar enunciados que se vinculan a algo más que lo que aparece como resultado de ser/estar entre dos palabras. Lo que nos queda por aprender es la infinita posibilidad del lenguaje en la que Quim se despliega, y que en tal recorrido nos acaba desplegando a nosotres en una enunciación directa. Colectiviza lo que ocurre, dice somos.

 

Lautaro Reyes 

Imagen de Sandra Calvo

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