que el viento es amigo y enemigo

Subo a la terraza de la última planta desde una de las esquinas del edificio. Hay alerta por viento, y la  instalación de Dimitri de Perrot está extendida en el suelo. Parece que amaina y van a probar a montarla durante una hora. Camino en círculos y espero de pie, por normativa del centro me informan de que no está permitido sentarse en el suelo de la azotea. Observo una superficie blanda y sobre ella una cúpula amarilla muy fina se va hinchando, sumatorio de la pelea de fuerzas entre el aire mecánico y el que no lo es – el viento es amigo y enemigo¹No existen pero parece que acechan aves de cola gruesa, crecen, se abalanzan y se muerden. La invitación consiste en quitarse los zapatos y lastres que lleves antes de entrar, todo lo que te conecte con el exterior. La invitación es interior, hay ocho toneladas de arena que son suficientes para tumbarse y crear la ilusión de profundidad. Me siento, ahora sí, en ese vacío administrativo en el medio de algo (según nombra Dimitri). Un calor redondo, cuerpos esparcidos tratando de parar, arrugas en la frente porque las superficies brillan. Tras una trampilla entreabierta pasa el aire fresco, nos turnamos entre los que estamos dentro para sacar la cabeza. Salgo buscando la máquina por  la que respira el bicho y me cuentan que se regula en función del viento. Alguien es sensor y desde fuera observa, mide y gradúa la intensidad del ventilador ecualizando en directo. Para que no se comprometa la estructura se vigila y se recalcula a cada momento por ráfagas. Mucho viento requiere de mucha presión desde dentro, máxima intensidad solidifica la cúpula inmóvil. Dicen que es más bonito cuando el viento es suave, aparecen olas pero sin espuma. 

Prototipoak, que es modelo, arquetipo, molde, abre una pauta y propone superficies que puedan ser afectadas. Todas vibran, impulso y fuerza de la pausa. 

Me muevo por los bordes de la planta baja, oscura y fresca en el centro. En diagonal, las fotografías de Lore Stessel se mueven. La luz pasa en todas direcciones, desde dentro y desde fuera. Un niño corre entre las telas colgadas donde están impresas (desde dentro) y proyectadas las imágenes (desde fuera). Corre entre ellas y desde su gesto la corriente se mueve en los costados de su cuerpo pequeño. Toca la tela. Su  madre preocupada reproduce la orden conocida de no tocar: afirmación persecutoria. Un grupo de  personas sale de las oficinas cruzando por el espacio en dirección a la puerta, escuchan el grito insistente de la madre y contestan: sí se puede. Más alto: sí se puede tocar. Se puede tocar, se puede doblar, pellizcar, arrugar, y con todo recupera su forma, después del movimiento vuelve: Stessel reproduce y contiene en sus imágenes gestos cotidianos y pequeños al vuelo.  

Atravesando el edificio de arriba a abajo parece que la secuencia de espacios acaba y tengo que volver por donde he venido. Pero se abre en las jornadas un itinerario expandido: la ampliación de lo que supone recorrer. Rebecca Solnit en sus investigaciones sobre el acto de caminar, evidencia las relaciones entre el peso del cuerpo y la imaginación. Sostiene que el pensamiento se mueve a 4 kilómetros por hora. Esa es la velocidad del viento suave con la que se mueven y ondean aquí la mayoría de superficies, pero también es la velocidad media a la que un cuerpo pasea o camina lento. Hay mucho de cómo se piensa en cómo se camina; desafiar las formas de orientarse puede revelar asociaciones –del conocimiento del mundo a  través del cuerpo y del cuerpo a través del mundo, dice Solnit². Desde aquí propongo tres zancadas que en Prototipoak han sido escapes y caminos nuevos para hacer el cuerpo (1) edificio, (2) ciudad y (3) vuelo de pájaro. 

(1) El cuerpo de Luz Broto guía un camino cronometrado – no se pierde. Lleva el ojo en el pecho punto de mira, y desde ahí retransmite en directo a la sala de proyecciones donde estamos sentados. Va a atravesar el edificio como un escáner para abrir todos los accesos posibles hacia su imagen. La cámara de ángulo abierto que lleva atada al cuerpo emite secuencias que se desvelan irreales, renderizadas. En la sucesión de salas desconocidas se acostumbra el ojo a la oscuridad, hasta donde llega el halo de la mirada periférica. Se escucha el sonido que lo abre a golpecitos, la intensidad de su linterna frontal. Amontonar y filmar a velocidad constante homogeniza los espacios, los construye por igual en la acción de abrir una puerta, entrar y salir variando las decisiones de fondo. Se cuela a veces el reflejo de la luz solapada en superficies destello, en un ascensor que no conozco. La excepcionalidad de lo franqueado nos recuerda lo que cuesta abrir una puerta. Cuántos mecanismos y acuerdos pesados. Cuántos objetos llave lleva en los  bolsillos, gestos: tarjeta, giro, pitido, manivela, plástico, metal, luz roja. La mediación de lo permitido al  pasar, permiso para andar o correr donde nadie te ve, todos ven a través. Suelo mojado, rejilla o microcemento que resbala, parada a beber agua, la inclinación consciente revela más pared o suelo, casi nunca techo o cielo. Bajar unas escaleras a punto muerto, sonido de máquinas por las que respira el aire construido. La interferencia resuena a una distancia concreta y ningún cuerpo es autónomo. En el flujo de imágenes el edificio se va desdomesticando: el pensamiento empieza a diluir lo preconcebido y familiar de los espacios. Batiendo su propia marca jadea sonriente y aparece por detrás en la sala de cine encendiendo todas las luces del afuera. Se acaba la fiesta, rodea y completa un ciclo propio porque además, dice en alto, es su cumpleaños.

 

(2) Me dan un libro en cuatro idiomas. Minori lleva una txapela y Chikara un sombrero de colores, se  presentan, ambos con batas largas de estampado senegalés. Han escrito un compendio de instrucciones  para caminar por la ciudad, un libro de aventuras. Hay cientos de pasos escritos, numerados del 1 al 238, para explorar un recorrido no lineal. La primera norma es que se empieza por el número 1, la segunda que tienes también que ser uno solo. En dos horas o quizá más nos encontraremos en la plaza Corazón de María, que sé que está a unos 15 minutos a pie desde donde estamos. El resto del tiempo es desafío. A  cada paso que voy siguiendo a saltos, aparecen bifurcaciones que sé que cierran caminos preexistentes y abren miradas otras. El texto dirige la acción, descripciones exactas fijan destinos cortos, atadas a una  realidad que está ahí pero que no habías visto. En medio de la ciudad parezco una persona perdida con un libro en las manos, pero estoy permanentemente encontrando. No se parece a seguir las marcas de un sendero ni las de un desvío, está planificado a la contra pero equivocarse no es posible. No puedes no seguir tu deseo. Empieza a caer intermitente una lluvia fina sobre las páginas del libro. En el texto se describe el sirimiri y cada vez que aparece abre un episodio de ficción sobre algo que tienes delante. Su aparición intermitente es una alucinación colectiva que te despierta en su envoltura, bruma cotidiana entre lo que es real y lo que no. El libro tiene voz y te invita a mirarte dentro de las fuentes, visitar otros tiempos, a subir rampas por el camino largo o a parar. Sentarte para entender lo que se puede ver solo desde la pausa. A veces cruzas un mismo lugar varias veces y no sabes cómo has llegado a la vez desde arriba y desde abajo, en perpendicular a la línea conocida. Chikara me intercepta en la plaza con los demás y nos pregunta por turnos qué hemos encontrado. La sensación más fuerte de irrealidad y encuentro fue pegando mi cara a una valla enorme debajo del parque donde paso cada día. Sentí un viento frío mirando a través de lo que parecía opaco: enfocando los ojos descubrí un túnel abierto, de la antigua línea de tren que ahora sé llegaba hasta allí. Vías intactas bajo lo que pensé que era monte, en realidad  estaba hueco.  

(3) La función de recorrer es múltiple: los pájaros solo se pueden reconocer y contar caminando. La mayoría vuelan en círculos a tu alrededor si te paras: te conviertes en una interferencia permanente y uno solo en torno a ti creará la ilusión de ser varios. Para escuchar y examinar a los pájaros hay que hacerlo en transectos lineales, 500 metros caminando en silencio sin parar es la unidad de medida. El sonido de cada especie marca el territorio donde pueden vivir. Viviendo generamos tanto ruido, que los mirlos han  empezado a cantar de madrugada para poder escucharse. La actividad de cierre de las jornadas es un  paseo de escucha que guían Sergio y Bego como ornitólogos, a 23 kilómetros del centro en las antiguas  explotaciones mineras de la Arboleda. Durante sus años de activismo acompañaron la transformación del  paisaje con la exigencia de pautas de silencio que permitieran anidar a los pájaros en el nuevo aire limpio- otras excavaciones. Bajo las gotas de una niebla espesa caminamos con Bego y nos presta su oído afinado. Podemos identificar varios tipos, pero es ilegal imitar el canto de un pájaro, allí o en cualquier lugar supone la peor de las intromisiones. En el límite de lo permitido y lo posible, entre lagunas artificiales, nos cuenta que Hanna Tuulikki la noche anterior en el auditorio sonaba exactamente igual que un urogallo -entre otras especies irreconocibles, su cuerpo evocaba quizá otros recorridos.

Mireia Ferri

Imágenes de Ignacio Pérez, Azkuna Zentroa y Mireia Ferri

¹ del poema AHORA de Mariano Blatt
² Wanderlust. Una historia del caminar

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