A propósito de Unending love, or love dies, on repeat like it’s endless, de Alex Baczyński-Jenkins en Réplika Teatro
Laura, Laura I am sad for you
But more than you I am sad for me
And when I make a toast to you
I make a toast to me, my friend.
Dorothea Lasky, Awe, 2012
Espacio vacío. El público entra, ocupando el lugar poco a poco. Toma asiento en las butacas o se acomoda apoyando la espalda contra cualquier superficie libre. Desde el techo se filtra la luz de una tarde primaveral de domingo. En un lateral, tres cuerpos esperan a la vista de todas. No hay señal clara de inicio, pero cuando se desplazan hacia el centro de la sala, comienza un tiempo que no se deja atrapar. Durante casi dos horas, algo sucede en presente continuo: un ritual donde se baila desde el deseo, la amistad, la pérdida, la memoria. Una liturgia mínima, un pacto silencioso entre quienes bailan y quienes sostenemos la atención.
Unending love, or love dies, on repeat like it’s endless, de Alex Baczyński-Jenkins, invita a habitar un estado compartido, más que a presenciar una pieza de danza. De primeras, convoca en mí palabras como alianza, complicidad o vínculo. Los tres bailarines construyen una coreografía reiterativa, hipnótica, donde el meñique entrelazado -como gesto de fragilidad, casi infantil- se convierte en una declaración radical: estamos aquí unidas, no nos vamos a soltar. Bailando como si no existiese opción de parar, la repetición aparece, no como obstinación, sino como un compromiso que nos ancla al presente que habitamos. La música empieza y vuelve a empezar, y continúa, siempre acabándose una vez más.
Estamos ante una danza que, como en los versos del poema «Toast to My Friend or Why Friendship Is the Best Kind of Love» de Lasky (Awe, Wave Books, 2012), es celebración de comunidad: donde se brinda por la otra, por una misma, por estar juntas. Cuerpos que hacen del movimiento una ofrenda a la amistad, una ofrenda como acto político. El tiempo no regresa y nosotras estamos aquí y lo vamos a disfrutar. Un baile de no mirar atrás. Solo nos importa unirnos en esta rave, gozar este ejercicio común de insistencia.
Las figuras -jóvenes, mojadas, constantes- ejecutan movimientos en espiral, reiterativos, sutilmente distintos cada vez. Se vuelve contagioso. Desde las butacas, nuestros cuerpos se mecen cuando el volumen se intensifica. Estamos envueltas en diferentes capas: movimientos, luces, miradas, ritmos. Cada vuelta que dan a coro ocupa más espacio del escenario, se van acercando a nuestros asientos casi invitándonos a entrar. Proximidad, mirada sostenida. A nuestros pies, papeles dispersos: planos arquitectónicos, frases, signos a modo de pistas, o quizás como invitaciones a formar parte del ritual. Todo es vínculo y ejercicios de atención afectiva.
Existe una escucha generosa entre ellos que se mezcla con miradas de complicidad. Mantenemos juntas el no saber, nos mantenemos en la posibilidad de un no-futuro.
La iluminación cambia, de forma casi imperceptible, como si las transiciones respiraran con nosotras. Solo un foco de luz azul -llegando al final de la representación- marca una diferencia transversal, de forma que va deshaciendo los cuerpos y las tonalidades de su ropa y su piel. A medida que nuestros ojos se adaptan, comenzamos a observar algunas sombras, seguimos escuchando las pisadas insistentes y acompasadas. La coreografía se va reduciendo al círculo que delimita el foco, volviéndose mínima hasta quedarnos completamente a oscuras. Se cancela la vista, solo se escuchan las respiraciones agitadas.
Al día siguiente de ver la pieza, tuvo lugar un apagón generalizado en todo el país. Una interrupción que nos dejó durante horas sin electricidad. La información era escasa, y en las calles circulaban teorías y rumores. No todas lo vivimos igual: algunas pudimos cerrar el ordenador y tumbarnos al sol; otras quedaron atrapadas durante horas en ciudades que no son la suya, lejos de casa; muchas no pudieron salir a la calle porque dependían de un ascensor para mover su cuerpo y su silla de ruedas hacia el espacio público. En general, aparecieron velas y radios de pilas que aun guardábamos en algún cajón. En medio de la interrupción forzada, mi pensamiento principal fue: “Menos mal que estamos juntas”. Se volvió visible aquello que solemos ignorar atrapadas en la inercia del día a día: la necesidad de organizarnos, de sostenernos, de contar con redes afectivas, de estar preparadas -colectivamente- para lo imprevisible.
En este contexto, Unending love, or love dies, on repeat like it’s endless -sin intención de ser reflejo directo de lo ocurrido- adquirió, sin embargo, una claridad inesperada. La atención radical, el ritmo compartido que habitamos desde las butacas el día anterior, seguía vibrando en mi cuerpo mientras el apagón convertía el día en algo casi apocalíptico. Frente a la incertidumbre: cercanía. Frente al colapso: comunidad. Dolor y celebración, trauma y posibilidad.
El apagón vivido como gran noticia en España es la cotidianeidad para muchos territorios. Sin embargo, el pánico nos muestra la importancia de organizarnos más allá del Estado. ¿Por qué no intentar construir una forma amable de habitar estas crisis juntas? ¿Podemos hacer del colapso algo más vivible para todas? Una práctica de sostén mutuo, como en la pieza, al ritmo compartido de una rave, considerar nuestras comunidades como sistemas de apoyo fuertes. La coreografía permitía imaginar otras formas de sostenernos ante lo incierto, revelando una práctica colectiva imprescindible frente al colapso: plural, vulnerable, atenta, persistente.
En las plazas públicas, así como en el escenario, se crearon espacios donde convivieron el dolor y la celebración, la cicatriz y el movimiento. Territorios de resistencia, refugios en la intemperie. La luz se apaga, pero el movimiento persiste. En la pieza, los cuerpos siguen girando, enlazados, activando el tiempo. Parecen decirnos: “Estamos juntas en esto, creando historia y olvido”. Parecen decirse: “Te veo, te conozco; soy testigo de tu pérdida y tú de la mía. Desde lo imprevisible, bailamos”. Lo que presenciamos en Réplika alumbraba lo esencial: un vínculo necesario, como los meñiques entrelazados que, siendo lo más frágil, pueden volverse lo más resistente.
“If he knew what has died, then maybe we would not have to move so slowsly”
Irene Mahugo Amaro
Foto de Studio Pramudiya
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