Quien tiene relaciones de mierda no puede llevar a cabo sino una política de mierda.

A nuestros amigos…  del Comité Invisible

una cierta idea protestante de la felicidad –ser trabajador, ahorrador, sobrio, honesto, diligente, moderado, modesto, discreto- es algo que quiere imponerse por todas partes en Europa. Lo que hay que oponer a los planes de austeridad es otra idea de la vida, que consiste, por ejemplo, en compartir antes que en economizar, en conversar antes que en no decir palabra, en luchar antes que en sufrir, en celebrar nuestras victorias antes que en defenderse de ellas, en entrar en contacto antes que en ser reservado.

los diversos dispositivos de la asamblea –desde l turno de palabra hasta el aplauso silencioso- organizan un espacio estrictamente amortiguado, sin asperezas distintas a las de una sucesión de monólogos, que desactivan la necesidad de batirse por lo que uno piensa. Si el demócrata tiene que estructurar hasta ese punto la situación, es porque no se fía de ella. Y si no se fía de la situación, es porque en el fondo, no se fía de sí mismo. Es su miedo a dejarse llevar por ella lo que le condena a querer controlarla a cualquier precio, a riesgo casi siempre de destruirla.

Solo un despliegue omnilateral de atención –atención no solo a lo que es dicho, sino sobre todo a lo que no lo es, atención al modo en que las cosas son dichas, a lo que se le tanto en los rostros como en los silencios- puede liberarnos del apego a los procedimientos democráticos. De lo que se trata es de llenar el vacío que la democracia mantiene entre los átomos individuales por medio de una alena atención mutua de unos a otros, por medio de una atención inédita al mundo común. El problema es sustituir el régimen mecánico de la argumentación por un régimen de verdad, de apertura, de sensibilidad a lo que está ahí.

Dormir, luchar, comer, cuidarse, hacer una fiesta, conspirar, debatir, dependen de un solo movimiento vital. No todo está organizado, todo se organiza. La diferencia es notable. Uno apela a la gestión, otro a la atención y el cuidado: disposiciones altamente incompatibles.

En el tiempo de las redes, gobernar significa asegurar la interconexión de los hombres, los objetos y las máquinas así como la circulación libre, es decir, transparente, es decir, controlable, de la información producida. Ahora bien, esta es una actividad que ya se realiza ampliamente fuera de los aparatos de Estado, incluso si esto intenta por todos los medios conservar su control. Facebook es ciertamente menos el modelo de una nueva forma de gobierno que su realidad ya en acto.

 

Ser libre y estar vinculado es una sola y misma cosa. Soy libre porque estoy vinculado, porque participo de una realidad más vasta que yo.

El problema es que no estamos dispuestos a considerar que en la vida cotidiana las relaciones de vecindad, de amistad, de compañerismo, de camaradería, de familia, son organizaciones de la misma importancia que el sindicato, el partido y hasta el propio Estado.

No hay por un lado una esfera pre-política, irreflexiva, “espontánea” de la existencia, y por otro una esfera política, racional, organizada. Quien tiene relaciones de mierda no puede llevar a cabo sino una política de mierda.

Nada era local antes de que pudiéramos ser arrancados de ahí en todo momento, por razones profesionales, médicas o por vacaciones. Lo local es el nombre de una posibilidad de compartir a la vez que el hecho de compartir una desposesión.

Nada de sociedad entonces, sino mundos. Nada de guerra contra la sociedad tampoco: librar la guerra a una ficción es darle cuerpo. No hay un cielo social por encima de nuestras cabezas, solamente estamos nosotros y el conjunto de vínculos, amistades, enemistades, proximidades y distancias efectivas de las cuales hacemos experiencia. Solamente existimos nosotros, potencias eminentemente situadas y su capacidad para extender sus ramificaciones en el seno del cadáver social que sin cesar se descompone y recompone.

Defender la sociedad no fue nunca otra cosa, de época en época, que defender el objeto del gobierno, con el riesgo de hacerlo contra los gobernantes mismos. Hasta el día de hoy, uno de los errores de los revolucionarios ha sido batirse sobre el terreno de una ficción que les era esencialmente hostil, apropiarse de una causa detrás de la cual era el gobierno mismo el que avanzaba enmascarado.

Periodistas y sociólogos no dejan de llorar por la difunta “sociedad” con su cantinela acerca de lo post-social, el individualismo creciente, la desintegración de las antiguas instituciones, la pérdida de referencias, el ascenso de los comunitarismos, la profundización sin fin de las desigualdades.

No se trata de escoger entre el cuidado hacia lo que construimos y nuestra fuerza de choque política. Nuestra fuerza de choque está hecha de la intensidad misma de lo que vivimos, de la alegría que se destila, de las formas de expresión que se inventan, de la capacidad colectiva de soportar la prueba de la que es testimonio. En la inconsistencia general de las relaciones sociales, los revolucionarios tienen que singularizarse por la densidad de pensamiento, de afección, de sutileza, de organización que llegan a poner en práctica, y no por su disposición a la escisión, a la intransigencia sin sentido o por la competencia desastrosa sobre el terreno de una radicalidad fantasmal. Es por la atención a los fenómenos, por sus cualidades sensibles, como llegarán a convertirse en una potencia real, y no por coherencia ideológica.