Caminar con gente, subir la colina

Foto Carmel

La propuesta era sencilla. Cuando empecemos a caminar, cuando subamos la colina, irás dejando tras de ti todos aquellos pensamientos que no tengan que ver con lo que te sucede ahora: caminar con gente, subir la colina. De algún modo se trataba de llegar virgen a la cima. Y una vez allí la propuesta continuaba. Buscaremos un lugar apropiado para sentarse, extenderemos unas telas en el suelo, cada uno encontrará su lugar y cuando llegue el momento, escucharemos canciones de Poderío Vital mientras vemos como se hace de noche en Barcelona. Aquí hay una libreta para cada uno. Aquí tenéis con que escribir. Cuando lo consideréis oportuno haréis el ejercicio  de poner palabras, texto, que hable de ese pensamiento nuevo que se está generando.

Había invitado a Poderío Vital a realizar una de las sesiones de El Concierto Expandido en la cima del Turó de la Rovira donde se encuentran los Bunkers del Carmel. Ahí veríamos anochecer, escucharíamos las canciones y con todo eso intentaríamos escribir y, tal vez, encontrar la palabra en la contemplación. A parte de estar publicado en la agenda de Poderío y de existir la posibilidad de reservar, yo mismo escribí a gente cercana para invitarles ya que me parecía un buen momento para quedar con gente con la que te apetece estar y concluir el día de la mejor manera posible. Porque es verdad, y esto lo pienso ahora, mi invitación tenía mucho que ver con el concluir, con finalizar el día, con acabar acompañado, con celebrar el final. De toda la gente con la que me puse en contacto acudieron finalmente cuatro. Ninguno de ellos tenía muy claro de que iba todo esto pero aún así confiaron y salieron del centro de la ciudad .

Subimos, entonces, siete personas hasta la cima del Turó donde los Bunkers y sorteamos no pocos turistas haciendo picnic y no menos fotógrafos haciendo fotos. No cabe duda que el paisaje es la hostia. Desde que estoy en Barcelona he subido varías veces a ese mismo lugar y he contemplado varios atardeceres pero desde hace un año o dos, las personas que suben y contemplan atardeceres se ha multiplicado por diez. Parece ser como si alguien hubiera escrito un artículo en la revista esa que te dan a leer cuando subes a un avión de Vueling. Picnic, botellón y sesiones de fotos o vídeo. Pero esa tarde, al subir, descubrimos que el ayuntamiento lo estaba “adecuando para el máximo provecho”. Bueno, igual no fueron exactamente esas las palabras que leí pero si que es verdad que todo me sonaba a querer reventarlo todo como han hecho con otros rincones de la ciudad. Claro, los miradores están para que todo el mundo mire y si quieren, que les saquen fotos de como miran en el mirador… está claro, ese es otro tema.

El caso es que nosotros subimos, sorteamos a quien teníamos que sortear y encontramos nuestro lugar al otro lado de donde la gente se aglutinaba, mirando como cae el sol detrás de La Sierra de Collserola.

Fue difícil empezar porque había algo de no saber que es lo va a suceder, si tenía algo de sentido todo esto o saber que tiene mucho sentido pero sencillamente dudar como conducirlo para no imponer nada. La primera canción acabó, empezó la segunda y todo se había posado. Veníamos de lugares distintos y aun así nos pusimos de acuerdo. Para los que no cantábamos no había que hacer mucho. Bastaba con detenerse, escuchar y ver, pero hacerlo de verdad. Y no me cansaré de decir, que hacer esas cosas, al menos detenerse, escuchar y ver, hacerlo de verdad, es algo que se nos olvida muchas veces. Y ahí creo que todos nos encontramos en el mismo sitio. Las canciones fueron surgiendo de forma natural y se creó esa mirada global gracias a que ningún estímulo estaba por encima de otro. Lo difícil lo había tenido Poderío Vital que había conseguido conducirlo todo, sin apropiarse del instante, estar atento al momento y funcionar con el.

El concierto pasó. Se hizo de noche. Nadie quería moverse. Al principio hablamos poco. Las primeras impresiones, suavidad, encontrar otras palabras. Se habló de eso, de poder ver como cae el sol mientras escuchas I’m going to destroy everything, de ver como la luz cambia sobre los tejados de los vecinos mientras escuchas de mayor quiero ser vikinga y de tener la consciencia de que detrás tuyo, al otro lado, está el mar, el centro de Barcelona, el Sonar y que muchos de nosotros veníamos de allí, de lo que se mueve y ahora estábamos en lo alto de la colina, mirando hacia otros barrios, detenidos, disfrutando y de alguna manera conmovidos. Alguien dijo que sentía que era la primera vez que recibía un regalo de ese tipo, que aunque no fuese su cumpleaños parecía su cumpleaños. Se dijeron más cosas. Nos regalaron las libretas donde habían escrito. Alguien insistió en la mirada panorámica, el poder estar, las canciones. Parecíamos movilizados por dentro y por fuera no parábamos de mirarnos a los ojos. Creo que surgió la interferencia, suave insisto, que nos devolvía a otra parte de la vida.

Lo otro.  Bajábamos la colina admirando la luna llena que nos sorprendía y yo en la cabeza me decía. No hay que olvidar lo otro. No nos olvidemos de lo otro. Nosotros también somos lo otro. Lo otro es vital. 

Nos quedamos unos cuantos, otros tenían que marchar. Bebimos unas cervezas, hablamos de la monarquía, anarquismo, de más cosas complicadas de escribir, había satisfacción, bajamos al centro andando, bebimos otras cervezas, había agradecimiento, unos se marcharon, otros nos quedamos un poco más, celebramos, el qué, no lo sé, nos quedamos a celebrar.