LA MENTE ENCAJONADA: SOBRE ‘LA CAJA (DONDE LA REALIDAD PIERDE SUS LÍMITES)’ DE TEATRO LA CATRINA

La pieza ‘La caja (donde la realidad pierde sus límites)’ que pudo verse los días 1 y 2 de julio en la novena edición de ‘Essencia – festival de la teatralidad’ en la Sala Cuarta Pared aborda las patologías mentales desde el monólogo, la instalación y la presentación de materiales documentales que no aparecen teatralizados, sino proyectados (entrevistas en vídeo a tres personas diagnosticadas con trastornos mentales) o expuestos directamente (objetos, fotografías, documentos escritos).

El espacio escénico incluye, en el lateral izquierdo, el control técnico y a los dos operadores de luces, sonido y audiovisuales. En las cuatro esquinas del escenario, sendas instalaciones cuya manipulación y transformación corren a cargo de la única intérprete en escena, Desirée Belmonte, asimismo directora y autora del texto, y cocreadora de la pieza junto a Sebastián López (autor de la parte visual) y Carlos Molina (iluminador). 

Las cuatro instalaciones forman parte de la función y de algún modo la poetizan: en primer término, a la izquierda, un círculo de espejos, a su vez circulares, del que uno de mayor tamaño arroja su reflejo sobre la pantalla al fondo del escenario. Atrás, también a la izquierda, una escultura móvil de vidrios tintados, que recuerda a las obras de Jean Tinguely o Alexander Calder, mecida cada tanto por un discreto ventilador, y amplificada sonoramente por un micrófono. A la derecha, en proscenio, la caja que da título a todo esto, y casi en la chácena una mesa con objetos y documentos recolectados durante el proceso de creación. 

Sobre la cinematográfica pantalla del fondo se proyectan espectaculares imágenes del sol, de las nubes, carreteras y también las tres entrevistas que vertebran la obra. Un par de metros por delante hay un pie de micro (con su micro correspondiente y una lámpara de pinza que enfoca al rostro de la actriz cuando lo emplea). Desirée Belmonte ejerce de anfitriona, narradora y también en cierto modo protagonista de la función, puesto que el viaje comienza cuando una persona cercana a ella es diagnosticada de un trastorno mental.

Desde que la antipsiquiatría nos entregara la duda razonable de si es lícito patologizar a las personas con irregularidades en su salud mental, la cuestión de quién es el loco y si es legítima esta etiqueta ha lastrado nuestra percepción de lo real. En el celebérrimo ‘Marat-Sade’ de Peter Weiss, el espacio de la locura (un psiquiátrico) se desdobla en teatro (el de la Historia) en que los locos representan, y esa ambigüedad ha sido siempre parte de la teatralidad misma. ¿Está loco Hamlet? ¿Y Segismundo? ¿Cómo se designa, desde el poder, quiénes son los locos y qué espacio se les reserva?

La pregunta fundamental de ‘La caja’ donde la proyección de entrevistas a tres personas mentalmente trastornadas se lleva la parte del león (hasta el punto de hacerle a uno preguntarse si no sería más lógico presentar una obra audiovisual), es una problema que importa a cada ser humano: ¿qué significa estar loco? Y otras no menos importantes: ¿cómo tratamos a quienes sufren el estigma de la locura? ¿Cuáles son los espacios reservados para ellxs?

El espacio escénico ha sido desde siempre espacio excéntrico, siendo el más famoso de los psicóticos teatrales probablemente Antonin Artaud, que promulgó un teatro del grito, su “teatro de la crueldad” que quería agitar los cimientos del juicio, la racionalidad y la hipocresía social, por medio de una ruptura del marco de representación.

El problema aquí es que las preguntas se expresan con gravedad domesticada, el vuelo poético permanece cuerdo y los fragmentos de la pieza se presentan ordenados y separados, didácticos y limpios como las cuatro islas instalativas que pueblan el espacio.

Al propósito honorable de ofrecer un lugar expresivo a quienes presentan patologías mentales, se le opone con fuerza equivalente una forma doméstica, totalizadora, que aplana y ordena un grito que atraviesa el tiempo y el espacio: el de quienes son condenados a la marginalidad en razón de la excentricidad de su pensamiento. Ojalá el espectáculo cuestionara esos límites de la realidad que se anuncian en el título, para poder corear un cuestionamiento que como espectadores entendemos pero no experimentamos, al de aquellxs que encajonamos bajo la etiqueta de la locura.

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