Carta a un joven imbécil #1 Pablo Caruana. Día 5: la simulación culpable

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 Protegedme de lo que deseo, de Rodrigo García

 

DÍA 5: viernes 4 de octubre.

LA SIMULACIÓN CULPABLE

Va sin coña, mi mail bulle. Hoy he recibido varios mensajes, todos me apoyan, uno me habla de su abuela y todo lo que aprendió de ella, otro me dice que el texto de Cohen lo han leído en el ensayo y ha cambiado todo el rumbo que estaba tomando la obra, otros me dan simples palmadas en la espalda y me instan a que siga escribiendo otra vez. De la chica de danza no he sabido nada, del “quetedencaruana@…” tan sólo he recibido un inquietante mail que dice: “pufffffff”.

Estaba pensando, en cómo debe afrontar, ya sea uno actor, iluminador, crítico, director de un festival o lo que sea, las reacciones exteriores al trabajo propio. Este es un gran tema. Mucho se ha hablado del montaje siguiente a uno que tuvo éxito, mucho del miedo del artista ante el estreno… Sobre esto último diría más: yo lo he visto, el miedo, digo, en plena acción. Semanas antes de un estreno he visto creadores incapaces de escuchar nada sobre sus montajes, creadores que sabiendo de su debilidad se protegen todo lo que pueden. Incluso he visto a un director español, pero de renombre europeo, cambiar un montaje después de una crítica. Bueno, este último caso es el más esperpéntico y quizá el más fácil de evaluar.  Pero la pregunta no es fácil ¿cómo afrontar el elogio, cómo un pequeño éxito o cómo una pequeña derrota? Lo primero que hay que tener en cuenta es que si esto pasa es porque uno ha hecho, y eso ya está bien. Hacer tiene que ver con quedar expuesto, no es fácil.

Dicho esto y aunque sea un método bíblico no hay nada mejor que la anécdota ilustrativa: yo tengo un primo que es de Cáceres, siempre tuvo con nosotros, capitalinos de pro, un poco de distancia resentida, de auto complejo provinciano. Era un tío listo pero a su manera, con lógica paralela y extraña para una familia llena de matemáticos e ingenieros. En unas navidades en Pamplona, eso sí que eran navidades, la casa de los abuelos con el jardín nevado, la chimenea donde veíamos a los mayores reír y tomar… Bueno, unas navidades a este primo le regalaron un aparatito lógico-deductivo. Como era de los pequeños de los primos a los cinco minutos ya se lo habían quitado. En toda la noche no le dejaron jugar con él (recibíamos los regalos de Papá Noel por la noche). El juguete tenía varios niveles, dos de los primos más matemáticamente listos se pusieron a competir. Al final, quedaron empatados, digamos, en el nivel 7, nadie pasaba al 8.

Acabada la noche, todos no fuimos a la cama. Al día siguiente, después de desayunar, mientras unos jugábamos con el nuevo Petrópolis y otros seguían desperezándose, mi primo de Cáceres como quien no quiere la cosa cogió su juguete, se puso a ello y pasó al nivel ocho. Al principio, la reacción fue bochornosa. Uno de los que había quedado finalista se lo hizo repetir porque no se lo creía. Mi primo lo repitió, después de unos minutos de cierto estupor todos empezaron a felicitarlo, me acuerdo que yo me quedé muy contento, durante el resto de navidades todos los primos cambiaron la consideración en que tenían a mi primo el de Cáceres y empezaron a hacerlo mucho más participe de los juegos y a tener más en cuenta su opinión. Yo, como disléxico que soy, me alegré mucho. Siempre me cayó bien este primo. Hace poco, hará un mes me lo encontré por la calle en Madrid y nos tomamos una caña, no sé por qué le recordé la anécdota, él me miró sombrío y me dijo: “Sí, ya recuerdo, fueron las peores navidades de mi vida, lo pasé horrible, aquella noche de la que hablas me la pasé jugando como un energúmeno al juego cuando todos dormíais. Fue obsesivo, me decía: “joder yo debía tener diez años, y me juré que no pararía hasta pasar aquel puto nivel”. Al día siguiente, simulé que lo hacía con total naturalidad. A partir de ahí, me sentí una mierda todas las navidades”.

Y mi hija, que está leyendo esto y ya está demasiado espabilada me dice: “Ya, pero si lo hubiese hecho de verdad (pasar al nivel 8, dice), ¿qué tendría que haber hecho?, ¿hacerse amiguito de su primo que antes lo trataba tan mal?”. Y pienso, que puta razón que tiene la niña, el problema más que obtener “éxito” por una u otra vía, sea cual sea, es cómo gestionarlo luego. Mi primo no lo pasó mal por el engaño, sino por aceptar pasar a una liga que deseó tanto como detestó. ¿Qué coño es lo que queremos? ¿El objeto en el que focalizamos el deseo u otra cosa? Ten cuidado de lo que deseas. “Protegedme de lo que deseo”, Rodrigo García dixit.

 Pablo Caruana
pablo_caruana@yahoo.es

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