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Cosas que nos gustaría ver en el escenario | La Casa Encendida

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El viernes 16 y el sábado 17 estaremos en La Casa Encendida a las 22h con nuestro Cosas que nos gustaría ver en el escenario.

“Cada vez que salíamos del teatro nos encontrábamos bebiendo y charlando sobre las cosas que nos habría gustado ver en esa obra, qué cosas deberían ocurrir sobre el escenario, qué echamos de menos. Cosas que nos gustaría ver en el escenario es una obra sobre el amor al teatro y a la vida. Es nuestro empeño por realizar nuestros sueños, nuestros deseos, sabiendo que sólo podremos realizarlos si nos levantamos, sabiendo que fracasaremos, sabiendo que en el instante en que ocurren mueren, pero sin embargo intentándolo.”

Los Bárbaros es un proyecto de Miguel Rojo y Javier Hernando Herráez en el que colaboran con artistas de todas las disciplinas y aspiran a tratar mismas cuestiones desde perspectivas y formas diferentes: teatro, performance, instalación, libros. Abordan preguntas en torno a la identidad, el poder y la comunidad, desde lo cotidiano y simple hasta lo inesperado, arraigados en la honestidad y tratando de crear espacios para el diálogo y el cuestionamiento.

Creación y en escena: Ainhoa Hernández Escudero, Javier Hernando Herráez, Miguel Rojo y Miguel Ruz.

Viernes 16 – Encuentro con el público después del espectáculo.

Entradas aquí.

Inaugurar un mundo|Lo que queda

Lo que queda. DT

Volvimos a la oscuridad. Cubrimos el suelo de cojines de todos los tamaños. Apagamos las luces. Apenas hace dos semanas que hicimos Lo que queda en DT Espacio Escénico. Fueron tres días y, a pesar de que la pieza es fundamentalmente igual en cada pase, fueron tres días muy diferentes. Tal vez sea una obviedad decirlo, siempre ocurre en las escénicas: al ser una cosa viva es flexible, cambiante, escurridiza; pero quizá la oscuridad lo acentúe aún más.

Nunca hemos hecho la pieza para más de treinta personas, no sabemos qué pasaría si la hiciésemos en otros espacios, en otras salas, con más gente, es probable que no funcionase. Hay una forma particular de intimidad en la oscuridad a la que le sientan bien los espacios pequeños. Es importante la manera que tiene el público de entrar en la sala, al lado de quién se sienta, si ha venido solo o en grupo o en pareja, si reconoce una respiración cercana, un pase con cinco personas más o cinco personas menos cambia la atmósfera, el cómo retumba la voz, hacia dónde y hacia quién se dirige. Es difícil saber cómo puede salir todo aquello. No todo el mundo entra de la misma manera en la oscuridad ni la soporta con la misma entereza. A la salida un amigo reconoció haberse sentido aliviado al poder agarrar la mano de su pareja minutos después de que comenzara la obra: no habría soportado quedarse allí, solo, durante cuarenta minutos.

Hay algo en la oscuridad que de entrada te hace retroceder, viajar al pasado. Recuerdo la primera vez en mi vida que dormí con las luces apagadas: despertarse en mitad de la noche, sudando. Es como si gran parte de la información de nuestra memoria estuviese almacenada en forma de imágenes, como un archivo fotográfico, porque si bien es verdad que un olor o un sabor te pueden llevar a un recuerdo, también suele ocurrir que ese recuerdo está asociado a una situación, a su imagen. Un tiempo sin imágenes es un tiempo anterior al mundo. Un tiempo aún por inaugurar. Y esto tiene bastante que ver con Lo que queda: el público que se sumerge participa en la pieza poniendo sus imágenes en nuestros recuerdos, va alumbrando, poco a poco, la oscuridad; y es probable que sus imágenes entren en conflicto con nuestros enunciados, pero es que, tal vez, de eso se trate: de crear conflicto. De cabrearse un poco. De empeñarse en recordar lo que nunca sucedió. De asumirlo como propio. Siempre pensé que los recuerdos tenían algo más personal y la memoria era más colectiva, casi universal, y que en el puente que hay entre una cosa y la otra existe el camino más lúcido, la grieta, los detalles, lo que une y desune, la capacidad de ver al otro, de la empatía. Las cosas no salen siempre igual y ahí debe residir algo de magia.

En un pase alguien se durmió y por unos instantes se escucharon ligeros ronquidos y recuerdos de tiempos lejanos; tal vez esto guarde algún significado oculto. Lo más probable es que no: la gente llega cansada al teatro después de un largo día, se acuesta entre cojines y se apagan las luces. Hay algo que conecta los recuerdos con el sueño. Ambos tienen una textura viscosa, un tiempo diferente y, por otro lado, no dejan de ser un ejercicio de ficción. Incluso de utopía. Reescribir un tiempo que ya no existe, si acaso alguna vez existió, refundarlo. Y sentir cómo cuando las pupilas se dilatan lo suficiente el espacio comienza a poblarse de sombras extrañas.

Si nos dejan volveremos a hacer Lo que queda en otros sitios. Apagaremos la luz, nos tumbaremos cansados entre los cojines e inauguraremos un mundo otra vez nuevo.

Los Barbaros. DT. 2

Los Bárbaros

VideoPlaylist|Lo que queda

Este sábado y este domingo presentamos en Matadero Lo que queda.

Lo que queda es una pieza que se construye a base de recuerdos ajenos y con la que intentemos construir, poco a poco y en plena oscuridad, la memoria de una época común.

En esta VideoPlaylist damos algunas claves de nuestro montaje.

Me acuerdo de George Perec leyendo Je me souviens.

Me acuerdo del 23F en Madrid. Recuerdo que estaba preparando oposiciones en una academia de la calle Carretas y nos dijeron que nos fuéramos a casa. Bajé junto a un amigo por la Carretera de San Jerónimo y al llegar a Las Cortes estaba lleno de policía y no pudimos cruzar.

Me acuerdo del primer concierto que vi en mi vida. Los Celtas Cortos en el Divino Aqualung.

Me acuerdo del mundial de Francia 1998, del golazo que le metió Fernando Hierro de falta a Nigeria y de la cagada de Zubizarreta en el segundo gol.

Me acuerdo de las primeras pruebas de Francia en el Atolón de Mururoa.

www.losbarbaros.es

www.loquequeda.es

Cosas que nos gustaría ver en el escenario | Festival inTACTO


Salíamos del teatro, y mientras caminábamos hasta un bar cercano, charlábamos sobre lo que acabábamos de ver. En ocasiones nos había gustado más. En ocasiones nos había gustado menos. Pero fuese la una o fuese la otra, con una cerveza en la mano, pensábamos en que nos habría gustado ver encima del escenario. Somos los insatisfechos. El escenario es el lugar de lo posible. El espacio donde la utopía puede sobrevivir, al menos, por un instante.

Hicimos una lista con todas aquellas cosas que nos gustaría ver encima del escenario. Una lista infinita como infinito puede llegar a ser el Mundo. Una lista que contuviese todas las imágenes de nuestra vida y todas las imágenes de nuestros sueños.

Más tarde, encerrados en la sala de ensayos, tuvimos que dar forma a nuestros deseos, traicionarlos y asumir el fracaso de nuestro intento. La dialéctica que se establece entre lo que hacemos y lo que vemos. La contemplación y la acción. Pensamos que si queríamos ver algo encima del escenario, teníamos que hacerlo, no podíamos esperar a que otros lo hicieran, y al hacerlo ya no podíamos observarlo. Lo hicimos. Se construyeron tensiones que nos obligaban a seguir haciendo más. Y más. Comenzamos a ordenar aquello y nos dimos cuenta de su imposibilidad. El escenario, lugar de lo posible, se transformó para mostrarnos lo imposible. El escenario tiene un espacio y un tiempo concretos. Nosotros queríamos nombrar un Mundo y el Mundo, por definición, debería ser inabarcable. Nosotros queríamos hacer una obra que durase lo que dura una vida.

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Nos fuimos a Francia, a Tourcoing, al Festival Eurotopiques, para enseñar hasta donde había llegado nuestro empeño. Nuestro fracaso. Tuvimos que reducir nuestra obra a 60 entradas de una lista (teníamos miles de ellas, alrededor de cientos de miles). 60 cosas que nos gustaría ver encima de un escenario. Y 60 cosas que no veríamos encima de un escenario porque éramos nosotros los que las estábamos haciendo.

Pero nos dimos cuenta de que en el escenario se podía crear un Mundo y habitarlo en tan sólo 60 entradas de nuestra lista. Un Mundo con sus cosas de Mundo: un Mundo con sus risas, sus sonrisas y sus silencios.

Nuestro deseo es hacer esta pieza durante 24 horas, cambiar la forma que tiene el público de relacionarse con la escena, jugar con los códigos establecidos del tiempo para reflexionar sobre ellos y criticarlos de algún modo. Cuestionar el tiempo es una acción política.

En noviembre volveremos hacer nuestra lista en el Festival inTACTO y volveremos a fracasar.

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Los Bárbaros