Carmen

Hace tiempo que dejó de pensar que en la vida “todo es movimiento”. Se pregunta si se trata de una “fase evolutiva” de los bailarines, y de aquellos que nos dedicamos a la danza, pensar obsesivamente durante un buen tiempo que en la vida “todo es movimiento”. Como una fase inquebrantable que uno debe atravesar. Osea, esa época en la que lo asociaba todo, absolutamente todo, con el movimiento. Se recuerda en un autobús yendo a su clase de pilates, en Madrid. Tenía 18 años. Con su cuaderno, siempre iba con su cuaderno… Anotaba todas aquellas asociaciones que relacionaban la existencia con el movimiento. Yo creo, que en realidad estaba deprimido. Por que recuerda ese trayecto en bus, como en una nebulosa, como un tanto ido y poseído por la tragedia, el dramatismo y la desesperanza, como a lo poeta maldito, solo siendo capaz de pensar en la danza, el cuerpo y el movimiento. Era agotador. Había llegado un año antes a Madrid para estudiar con Carmen Roche. Recuerda que nos hizo una pequeña prueba en Donsoti, cuando su chapucera compañía de danza fue a bailar a Egia. Lo pasó mal, y además la gran maldita, después de la clase se dio el permiso de agarrarle la barriga, o mas bien sus sobras, y echarle una gran sonrisa. Osea, no dijo nada. La gran puta, ni siquiera dijo nada. Y ahí estaba, unos meses mas tarde, en Madrid. Gonzalo Zaragoza nos daba la primera clase de ballet, muy temprano. Nunca ha conocido a nadie mas estirado que él, y con semejante andehorse. Tenía el plíe a la segunda mas alucinante que ha visto en su vida. Pero parecía un autómata. La siguiente clase la daba Carmen. Carmen era muy fuerte. Osea, le sigue impresionando cada vez que la recuerda. ¿Cómo puede alguien enfundado en plataformas de esparto, osea en alpargatas con tacón, marcarse cinco piruetas, con semejante orgullo?, ¿Cómo puede alguien tan bajito y gordo conseguir ser tan grande? Carmen era muy fuerte. Sus labios parecían operados, tenía unos mofletes como abotargados, y los ojos parecían no tener espacio en su cara. Su energía era desbordante. En realidad parecía una vedet de los ochenta venida a más. Y era, prácticamente imposible imaginártela enfundada en tutu y puntas como primera bailarina. Sigue sin creérselo. La cuestión es, que el ambiente era muy raro. Él cree que en realidad, todos teníamos tufo a enfermos. La mayoría de nosotros no conseguíamos aceptar nuestros cuerpos incontrolables, osea, éramos incapaces de asumir nuestras limitaciones, y desde luego nos dábamos de ostias tratando de encajar en una técnica extremadamente compleja, para nuestros cuerpitos tan mortales. Había algunos privilegiados, bien reconocidos en esa jerarquía implícita que lo inundaba todo. Ellos no tenían tantas dificultades para apoderarse del ballet, pero aún y así, había algo como que no iba bien en ellos… o no comían, o no asumían su sexualidad, o no podían parar de tomar clases, o pasaban demasiado tiempo en el baño… había cosas raras. Él también era raro. Se rapó el pelo. Fue la única solución que encontró para domar su cuerpo. Nada cambió, pero bajar a la peluquería del barrio, en Rios Rosas, donde vivía en una residencia de monjas horrible, y pedirle a la peluquera que le rapase el pelo, pues fue guay. Recuerda que le costó mil pesetas, que la peluquera sufría mucho mientras lo hacía, el cartel de neón rojo de la peluquería y ver la cara de la monja que nos cuidaba cuando le vió. La odiaba y ella le odiaba a él. En esa época empezó a leer, dejó de ir a clases de ballet, y lo sustituyo por la lectura, osea, no podía parar de leer, a lo bulimia. Sobre todo clásicos, muchos clásicos… Pío Baroja, Unamuno, Shakespeare y esas cosas. También leyó “Dios nació Mujer”, que se lo regaló un chico que le gustaba mucho. Bueno, y dormía. Mucho. Y seguía empeñado con eso de bailar, pero no era capaz de ir a clases. En realidad, creo que su drama residía en la noción, de que nunca llegaría a ser una bailarina de ballet. En Madrid lo descubrió, tomó conciencia de ello, y fue mortal. La profesora de ballet de su pueblo ya se lo había insinuado varias veces, pero él nunca se lo lleguó a creer, hasta que llegó a Madrid. Sintió la muerte, y empezó a mirar con disimulo la danza contemporánea. Se acuerda que Michelle Man daba las clases de contemporáneo en su escuela, se recuerda mirando y sintiendo algo que se le rasgaba en el pecho y lo paralizaba. Era incapaz de imaginarse haciendo algo semejante. Pero no le quedaba otra. Así, que empezó a abandonar el ballet, en pleno duelo, con lágrimas y eso. Muy trágico. Y empezó a tomar alguna clase de Graham, que horror… le hablaron de la escuela Carmen Senra, y ahí, bueno, algo hizo. Poco. Le sabía a poco. Y empezó a pensar, mucho, demasiado. Se operó los tobillos y estuvo convaleciente durante meses. Y seguía pensando. Sustituyó la práctica de la danza por comerse la olla sobre ella. Y eso, la existencia la comenzó a describir como movimiento. Y no recuerda, cuando dejó de hacer eso. Probablemente cuando volvió a practicar cuerpo.

Esta entrada fue publicada en Permanencias del cuerpo. Guarda el enlace permanente.

2 respuestas a Carmen

  1. R. dijo:

    qué texto tan bonito.

  2. Pingback: TEATRON CON CULTURAFM #6 | CoolturaFM

Los comentarios están cerrados.