«Hipermembrana» de Marcel·lí Antúnez

25 de octubre del 2007, Mercat de les Flors

Tras su presentación en Temporada Alta, ayer se estrenó dentro del marco de Artfutura «Hipermembrana», de Marcel·lí Antúnez. De 60 minutos de duración, esta performance resulta interesante por varios motivos. En primer lugar por el uso de la tecnología, que no es una simple demostración sino un esfuerzo por integrar las nuevas posibilidades tecnológicas dentro de las artes escénicas de manera razonable. Es decir, no se trata de una simple ostentación de poder, sino de la aplicación de nuevas herramientas para construir un espectáculo.
En este sentido, no vale de nada tener mil y un juguetes mecánicos sino se utilizan de forma sabia y poética. Y en la mayoría de los casos, Antúnez emplea estas herramientas en consonancia con la historia que quiere explicar y con una poderosa poética personal.
Otro foco de interés es el uso de la narrativa. Si en el teatro contemporáneo «explicar una historia» puede sonar a arcaico porque se asocia con el denostado teatro de texto con actos y escenas, Antúnez se suma a los artistas que transforman la manera de explicar la historia (desde luego no tiene nada que ver con el caduco teatro de salón), pero que sin embargo reconocen la eficacia de la narrativa.
La historia aquí es una meditación algo hermética alrededor de la relación entre las células procariotas, el infierno de Dante y el mito del Minotauro. Esta narración puede gustar más o menos, pero no está desprovista de encanto y le da unidad a la obra.
Durante la representación la tensión dramática bajaba a veces ligeramente, pero por lo general se mantenía un alto nivel a lo largo de toda la obra. Además de la poderosa presencia de Marcel·lí, Nico Baixas e Ignacio Galilea desprendían carácter e imprimían personalidad a la narración.
Los vídeos y la música eran de mucha calidad, los dibujos de Antúnez merecen exhibirse en una galería y las imágenes poéticas no se quedaban a la zaga. Alguien dijo hace poco que evaluaba los espectáculos según las imágenes que se llevaba a casa al salir del teatro. En este caso esta performance obtendría una altísima puntuación.
Sin embargo lo más interesante para mí en una obra donde la tecnología juega un papel tan importante es la idea que se transmite del ser humano. Acostumbrado a que las obras con sofisticado multimedia comuniquen una visión del hombre cercana al cyborg aséptico, la pieza de Antúnez representa una grata sorpresa. El hombre es aquí cercano a la máquina y dispone de mil y un elementos mecatrónicos para controlar el mundo, pero es un ser lascivo que se representa casi siempre desnudo. El brillante karaoke de «Xupeme» o la deslumbrante aparición de Nico como Pussy Fa (sin caer ni un segundo en la parodia) refuerzan la idea del hombre como un ser frágil y grotesco. Es decir, podemos lucir toda la parafernalia tecnológica que queramos, pero nuestra naturaleza humana no cambiará en absoluto.

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