Otras formas de documentar/¿Por qué documentar?

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Con Jaime Conde-Salazar pegamos una cartulina blanca sobre la rampa que da acceso a la zona del CCCB donde se presentan»Lo que sea moviéndose así», «Caldo primordial», «Wakefield Poole: visiones y revisiones» y el montaje de vídeoplaylistas. Yo me marcho porque vi las piezas el día anterior y tengo un compromiso. Jaime se queda y al acabar la noche retira la cartulina, que ha quedado marcada con las pisadas de las personas que han accedido al espacio y luego lo han abandonado, generando un documento que atestigua su presencia. Este ejercicio tan sólo pretende evocar algunas preguntas: ¿Por qué documentar las piezas escénicas? Si encontramos un por qué que nos motive, ¿cómo hacerlo? ¿Qué significa vivir en un mundo lleno de documentos y archivos en constante proliferación? Si bien no pretendemos responder estas preguntas, urge reflexionar y debatir alrededor de las mismas. Nuestro ejercicio también constituye un guiño al ensayo de «Mal de archivo» de Jacques Derrida donde la huella de la pisada adquiere en cierto momento una dimensión metafórica. Por mi parte, este ejercicio se ve influenciado en gran medida por mi participación dentro del proyecto «Autonomía y Complejidad».

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“Ahora bien, he aquí una precisión que nunca se toma en cuenta, ni en la lectura de Jensen, ni en la de Freud, y esta precisión, más que distinguir, confunde: Hanold ha venido a buscar esas huellas en sentido literal (im wörtlichen Sinne). Sueña con hacer revivir. Sueña más bien con revivir él mismo. Mas revivir al otro. Revivir la presión o la impresión singular que el paso de Gradiva, el paso mismo, el paso de la propia Gradiva, ese día, esa vez, en esa fecha, en lo que tuvo de inimitable, ha debido dejar en la ceniza. Sueña con ese lugar irreemplazable, la ceniza misma, donde la impronta singular, como una firma, apenas se distingue de la impresión. Esa es entonces la condición de singularidad, el idioma, el secreto, el testimonio. Es la condición para la unicidad de la impresora-impresa, de la impresión y de la impronta, de la presión y su huella, en el instante único en que no se distinguen aún una de la otra, haciendo en el momento un solo cuerpo del paso de Gradiva, de su marchar, de sus andares (Gangart) y del suelo que las porta. La huella ya no se distinguiría de su soporte. Esta presión y esta impronta, no distinguiéndose ya entre sí, difieren, pues, de cualquier otra impresión, de cualquier otra impronta y de cualquier otro archivo. Sería, pues, preciso reencontrar al menos esa impronta (Abdruck) distinta de cualquier otra -mas esto supone tanto la memoria como el archivo, la una y lo otro como lo mismo, en el mismísimo mismo[lxx] subyectil en el campo de excavaciones. Sería preciso resucitarla allí donde, en un lugar absolutamente seguro, en un sitio irreemplazable, conserva todavía en plena ceniza, no habiéndose despegado aún de ella, la presión del paso tan singular de Gradiva.” Jacques Derrida, «Mal de archivo»

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