El advenimiento de lo único

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Este fin de semana se celebró en Olot la décima y última edición del festival Panorama. No siempre debemos lamentar que algo  desaparezca. La lógica de la contemporaneidad requiere que ciertas cosas mueran para que puedan ser substituidas por otras. En este sentido, tarde o temprano la transformación o la desaparición se convierten en una obligación y una responsabilidad: nada más patético que los proyectos que se quedan estancados y agonizan indefinidamente por intereses personales o por incapacidad de adaptación.

Sin embargo, sí que hay que lamentar la forma y el momento de la desaparición de Panorama, que no fue fruto de una decisión de su programadora Tena Busquets, sino algo forzado por las circunstancias y el escaso apoyo económico. A pesar de una organización sin fallos, un alto compromiso y un discurso propio coherente y estrechamente vinculado a su contexto, este 2011 el Panorama sólo recibió financiación del ayuntamiento de Olot.

Además de presentar el resultado del trabajo ganador de la beca incubadora del año pasado (Ferran Dordal con «Anamnesi») en esta última edición se mostró el espectáculo colectivo «PNRMica 60:1» que tuvo como escenario la ciudad de Olot y que se contempló desde la cima del volcán Montsacopa. Para organizar esta función se lanzó una convocatoria abierta a las entidades locales y a todos los artistas que participaron en ediciones pasadas. Cada artista o colectivo propuso una intervención en la ciudad, de manera que los balcones y terrazas que dan al Montsacopa se llenaron de gente bailando, grupos de música, intervenciones, instalaciones, personajes bizarros, formas geométricas en movimiento y muchas cosas más. Desde la cima del volcán y con la ayuda de un mapa y unos prismáticos se podía hacer un recorrido visual que hacía honor al que fue el lema recurrente del festival: «el lloc on visc» («el sitio donde vivo»). Al convertir la ciudad en un escenario, se reiteraba una vez más que, fuesen cuales les fuesen las propuestas que se han presentado a lo largo de estos años en Panorama, la intención que había tras todas ellas era reflexionar sobre el espacio -simbólico o real- que habitamos. Esto implica entender la cultura como la riqueza inmaterial que articula una sociedad y no como una mera mercancía. Convocar a los artistas de pasadas ediciones también significa un compromiso con una serie de personas y con la labor que desarrollan, en vez de considerarlas «empresas culturales».

Además del lema «el lloc on visc»,  año tras año el festival se presentaba afirmando que «Panorama no és un altre festival, és el festival d’allò altre» (Panomara no es otro festival, sino el festival de lo otro). Esta afirmación era muy coherente dentro de una lógica experimental ya que, como he escrito alguna vez, independientemente de su interés las propuestas experimentales suelen ocupar una posición subalterna en el discurso -al menos en un principio- y por eso suelen identificarse con la alteridad. «Lo mismo» o «lo uno» se pueden vincular con más facilidad a los discursos preponderantes.

A nivel simbólico la desaparición de «lo otro» resulta muy inquietante en un municipio donde el partido xenófobo Plataforma per Catalunya ha pasado de uno a dos concejales, en una autonomía donde CIU dará la alcaldía de Badalona al también racista Xavier García Albiol y donde este mismo partido pretende rebajar los derechos de los inmigrantes en la sobrecogedora ley ómnibus. Como todos sabemos el orden simbólico es el que se resiente primero de las transformaciones que se están operando en la realidad.

Esta ley ómnibus merece también un análisis simbólico. En otros artículos he afirmado que el enemigo de la contemporaneidad no es la tradición -de la que bebemos inevitablemente para formar nuevas constelaciones- sino la mentalidad que impone una sola tradición como válida y pretende hacer caso omiso de todo lo que ocurre con el paso del tiempo, fosilizando el entorno según una sola e inmutable visión de la realidad. En este sentido, dejémoslo claro, el enemigo de la contemporaneidad no es el pasado sino el fascismo en todos sus niveles. Desde el microfascismo que todos llevamos dentro y contra el que debemos luchar constantemente para poner en jaque nuestras propias certezas hasta el fascismo con mayúsculas cuando se apodera del estado y pretende eliminar «lo otro» para lograr esa cristalización del tiempo donde sólo hay lugar para «lo mismo» y «lo uno» («Una, grande y libre» -rezaba el eslogan franquista-).

Al borrar de un plumazo todos los vestigios de 7 años de gobierno socialista, la ley ómnibus revela peligrosamente una mentalidad que pretende un viaje hacia el pasado para situarnos de nuevo en el pujolismo y dejarnos indefinidamente suspensos en una realidad unidimensional, atemporal e inmutable, donde es altamente improbable que haya lugar para «lo otro». Ojalá me equivoque, pero en este envite me temo que lo de la cultura -que será muy gordo si sale adelante esta ley- será lo de menos. Sólo hay que fijarse en las formas de un procedimiento jurídico que omite cualquier debate parlamentario.

Para clausurar diez años de trabajo, tras la función de «PNRMica 60:1» Carles Santos ofreció un concierto en el cráter del Montsacopa en un Stenway gran cola de color rojo con «Bujaraloz by night», fragmentos de «La pantera imperial» y otras piezas que no pude identificar. Por razones de nuevo simbólicas, este concierto fue altamente emotivo. Carles Santos es un estandarte de la contemporaneidad en Cataluña que hizo centellear la llama de su piano rojo en el cráter del Montsacopa. Mientras tocaba caía una lluvia abundante y persistente que no hizo desistir a los asistentes ni pudo impedir que, bajo los dedos de Santos, el piano ardiese.

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