«León come gamba» y la performatividad neoliberal

 

En su ensayo «Perform or else» Jon Mckenzie establece relaciones entre la performance cultural y la performance organizativa y tecnológica. Es decir, la polisemia del término «performance» en inglés le sirve para destacar los crecientes vínculos entre performance cultural (representación) y la performance organizativa y tecnológica (rendimiento). El mismo Mckenzie afirma que «Las performances se están multiplicando y dividiendo, y su relación quizás se esté volviendo poco clara» (p. 19).

Un ejemplo evidente de este fenómeno es el auge de programas de televisión como La Voz o Operación triunfo donde confluyen  la performance cultural (una actuación en vivo) con la exigencia de rendimiento (un equipo de jueces que evalúa constantemente las actuaciones de los concursantes). En esta línea, me gustaría analizar brevemente un fragmento de un capítulo reciente del programa de RTVE «Masterchef» y su eco en los medios.

El famoso episodio de Alberto Sampere y su «León come gamba» tiene varias capas. En primer lugar, la que ya hemos mencionado donde confluye la representación cultural y la exigencia de rendimiento. Tras la labor de Ferran Adrià y su presencia en multitud de acontecimientos artísticos como la Documenta, nadie puede negar la importancia de la cocina hoy en día como representación cultural. Del otro lado están los jueces, que evalúan el rendimiento de los participantes.

En este caso, la supuesta falta de rendimiento del plato de Alberto Sampere desencadena la furia de los jueces y hace realidad la profecía del título de Mckenzie «Perform or else» (Rinde o sino…) que hace referencia a una portada de la revista Forbes de 1994 donde se muestra un ejecutivo con un mango de paraguas alrededor del cuello, listo para tirar de él si no rindiese lo suficiente. La violencia verbal de los jueces demuestra la gravedad con la que se nos amenaza si no rendimos al máximo. Volviendo al mundo de la performance cultural, nada que nos sorprenda demasiado. En los últimos años las personas próximas a instituciones culturales hemos sido testigos del intento de exterminio de cualquier tipo de performatividad artística no enfocada al rendimiento.

Resulta interesante ver en el vídeo como los miembros del jurado -cocineros profesionales, pero performers bastante deficientes- defienden el papel que se les ha asignado. Es en ese momento donde la ideología se encarna en sus cuerpos y la brecha entre lo que intentan representar y lo que transmiten en realidad (una actuación apenas convincente) crea una ambivalencia extrema. Probablemente estos cocineros, estos colegas del mundo del arte, no se hubiesen comportado así si no fuese una exigencia del guión, pero interpretan el papel en la medida de sus posibilidades. El resultado a medio camino entre la seriedad y la falta de rendimiento como actores nos permite observar el poder de la performatividad. Es decir, como espectadores sabemos que lo que hacen es una representación apenas creíble, pero eso no impide que ésta genere una realidad muy poderosa.

A título personal, en el improbable caso de que Jordi Cruz, Samantha Vallejo-Nájera y Pepe Rodríguez  leyesen un día este texto, me gustaría advertirles del riesgo de su gesto por muy elevado que sea su salario. Encarnar y performatizar ideologías no sale gratis. Dejarse poseer de este modo deja un residuo del que es difícil desprenderse y que puede transformarse fácilmente en un habitus (una manera de ser y de actuar) sobre el que podemos perder el control. Hablo por experiencia propia. Al haber estado en contacto con las performatividades neoliberales que han circulado por las instituciones culturales durante los últimos años a veces me he sorprendido a mí mismo haciendo y diciendo cosas en las que no creía a base de pretender que me regía por estos patrones para poder operar de manera funcional.

Hablemos ahora de otra de las capas de este episodio que tiene que ver con la representación y el rendimiento del programa Masterchef y su productora Shine Iberia. Salta a la vista como la humillación del concursante está perfectamente coreografiada de antemano con la intención de conseguir un alto impacto mediático en aras de la rentabilidad (rendimiento) del programa. Basta con observar como se subraya mediante una banda sonora de tintes épicos la agresividad del jurado para elevar al máximo la intensidad afectiva. En un segundo momento, cuando Alberto Sampere se derrumba, se sostiene y se potencia de nuevo la intensidad afectiva mediante una segunda banda sonora de cariz melodramático. Esto es lo que Mckenzie denomina «perfumance»(«una atmósfera de fuerzas e intensidades» p.25) y constituye una coreografía afectiva de primer orden. Naturalmente, Shine Iberia no ha inventado nada. Basta con revisar fenómenos como el  agresivo chef Gordon Ramsay en diversos programas de cocina análogos o bien algunas escenas interpretadas por Risto Mejide. Shine Iberia tan sólo emplea una herramienta altamente eficaz cuyo posible efecto boomerang controla mediante la comunicación posterior al programa: «Aunque dijo que iba a abandonar la cocina y se encerraría dos años debajo de un túnel, hoy habla de crear un blog de cocina, no descarta montar un restaurante para personas con alergias e intolerancias alimentarias y se lo está pasando bomba con todos los ‘memes'», ha dicho a Efe José de Isasa, director de Comunicación de Shine Iberia, la productora del programa» acerca de Alberto Sampere. (http://ocio.levante-emv.com/tv/noticias/nws-405155-alberto-recupera-bronca-leon-come-gamba.html). Felicidades: máxima audiencia, máxima propaganda, máximo rendimiento, daños colaterales reducidos al mínimo.

De nuevo, en el improbable caso de que Shine Iberia lea estas líneas, me gustaría avisarles también de las posibles consecuencias de sus acciones. ¿Qué hubiera pasado si Alberto Sampere no hubiese expresado abiertamente la herida causada por los jueces y se hubiese vuelto a su casa con esa carga encima? ¿Qué harán si un día uno de los concursantes se suicida? ¿Achacarlo a una enfermedad mental? En este sentido, recomiendo la lectura del artículo de Franco Berardi sobre el piloto y corredor de maratones (¡Rinde! ¡Rinde!) Andreas Lubitz. Por otro lado, ya que Shine Iberia está jugando con los afectos, me gustaría señalar que estos resultan contagiosos y desbordantes. Mientras que el beneficio económico termina en las cuentas de Shine Iberia, nadie puede predecir quién pagará el pato.



Me gustaría terminar con una anécdota. Hace un tiempo un director de un centro de arte me convocó a una reunión. Tras unas frases de cortesía fue directo al grano: «Bueno, ¿y qué hay que hacer con la performance?». Me quedé estupefacto. La performance tan sólo implica un medio (el cuerpo) aplicado a la práctica artística. Las posibilidades de este medio en el ámbito museístico son tan diversas y ricas que me quedé sin palabras. ¿Qué hay que hacer con la pintura? ¿Y con el vídeo? ¿Y con la escultura? Acto seguido el director del centro me explicó abiertamente que estaba pensando en desarollar un programa de performance cuyo objetivo era atraer más visitantes. Según él, las cifras más altas de público le permitirían conseguir más patrocinadores y elevar los ingresos de la institución artística. Una enésima muestra de la vinculación entre representación y rendimiento alrededor de la performance.

Si bien las posibilidades de las representaciones en vivo siguen siendo virtualmente infinitas ya sea en museos, teatros, espacios públicos o casas privadas, el estado de las cosas proporciona una respuesta contundente a la pregunta que me hizo el director. Si «Las performances se están multiplicando y dividiendo, y su relación quizás se esté volviendo poco clara», lo primero que hay que hacer, lo primero de todo, es desvincular la representación del rendimiento en el término «performance».

Lo segundo que hay que hacer es fomentar performativades que se alejen de la ideología del mero rendimiento. Aquí van un par de ejemplos:

 

 

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